Naruto Hakitori 2 (Las Crónicas del Fénix) Capítulo 34 [05/06/2014] ¡FIN TEMPORADA!

Naruto había viajado tan rápido como se le había permitido, pero llegaba tarde.

Recibió la noticia del deceso de Oonoki con tristeza. Oonoki le era muy apreciado. De todos los kages, por mucho que tratara de demostrar lo contrario, era el que más se había preocupado por él. Era un viejo testarudo, al que, sin embargo, habían cambiado dos jóvenes kages y jinchuurikis. Era extraño, pero sentía la muerte de aquel anciano muy cercana. Oonoki era el mejor ejemplo de cómo nunca era demasiado tarde para enmendar el camino.

El día en que recibió su noticia, del puño y letra de Sakura, se encontraba todavía en sus aposentos. Estaba tumbado en la cama, sin dormir. Un frío sudor que nacía en la nunca le recorría toda la espalda. No sabía si dar crédito a lo que había soñado. No era la primera vez, pero tampoco sería la última.

Lo venía constatando desde hacía mucho tiempo. Poco después de ser nombrado Hokage aquel tipo de sueños habían aparecido, aunque no era muy recurrentes. Quizás una vez cada pocos meses, pero nada que tuviera que preocuparle y lo achacaba más al exceso de trabajo que a algo que no pudiera comprender. Sin embargo, a mediad que había pasado el tiempo, la frecuencia de aquel tipo de se fue incrementando y desde hacía unos meses eran diarios, tanto que Naruto estaba asustado. En más de una ocasión había perdido la noción de la realidad y había empezado a creer que se encontraba en ellos.

El mundo de los sueños era un mundo que pertenecía en su conjunto a todos los mortales quiénes se hacían de él individualmente. Naruto tenía la sensación que aquel mundo exclusivo del que sólo él era dueño, de aquel inabarcable mundo lleno de luces, colores, recuerdos y anhelos, ya no le pertenecía. El contenido de aquel tipo de sueños era muy variado. En ocasiones volvía a aparecer en aquel lugar que tanto tiempo atrás Hiraishin le mostrara, en el Nirvana.

Aquellos sueños eran agradables, pero Naruto les temía. Era como si le dijeran que debía abandonar a Sakura. Aquel gigantesco árbol que era una forma purificada del verdadero Juubi, una forma armónica, perfecta y grácil de aquel dios árbol que habían encerrado tanto tiempo atrás los mortales. Era todo un paraíso dedicado a la paz y a la contemplación. Naruto sentía que podía perderse ahí durante horas. Y era aquello lo que más temía. En alguna ocasión, en mitad de la jornada en su despacho se había quedado absorto, totalmente abducido por aquel mundo. Naruto había viajado voluntariamente en alguna ocasión junto a Sakura, sobre todo cuando sentía que su amada sufría en sueños, pero el problema radicaba en que había dejado de ser consciente de ello y no sabía cuándo entraba porque quería y cuando su mente viajaba libremente sin atender a su voluntad.

Frente a aquellos oníricos mensajes había otro tipo que le provocaban verdadera intranquilidad. A veces sólo era la voz de una mujer gritando, llorando, parecía estar sufriendo y al final escuchaba el llanto de un niño. La voz era la de Sakura. Ya había tenido aquel sueño poco antes de que Sakura fuera atacada por Nanaitsumi. ¿Significaba que estaba embarazada y que su hijo volvía a estar en peligro?

Junto a aquellos sueños en los que auguraba a Sakura un parto complicado que prometía la muerte para su esposa, había experimentado los más extraños y los que más le alertaban. Era como si viviera otra vida. No era dueño de su cuerpo, éste se movía conforme a la voluntad de otro. Hacía cosas de muy variada naturaleza. En ocasiones se sentaba a meditar y tras largos periodos de meditación, podía sentir cómo se odiaba a sí mismo y cómo tenía ganas de matarse. En otras ocasiones se dedicaba a entrenar. Sin embargo, hiciera lo que hiciera terminaba vomitando y escupiendo sangre.

La preocupación de Naruto había llegado a niveles máximos pocas semanas antes de partir de la capital. Se encontraba en su Despacho dando pequeños pasesos en círculo. En los últimos tiempos la obsesión de encontrar la cura que Sakura necesitaba había hecho que desarrollara aquella costumbre para poder reflexionar. No supo exactamente cómo pero perdió el equilibrio y cayó al suelo mientras que se convusionaba violentamente. Él sólo podía ver lo que sus ojos hechizados le decían que viera: sus sueños. Según supo después, Shizune fue la que le encontró y tuvo que suministrarle varios calmantes. Naruto le prohibió hablar de ello cuando aquellos ataques se repitieron hasta el punto de que el Hokage empezó a temer que aquello le sucediera en una misión de campo abierto, o delante de Sakura, o de sus alumnos.
Todavía no había salido de la cama cuando Kakashi golpeó a la puerta. Había acudido a su llamada para solucionar la difícil situación que se estaba desarrollando en la capital como consecuencia de la silenciosa pugna entre Shion y sus detractores. Naruto no respondió. Seguía conmocionado.

¿Era real lo que había visto? Aquella noche el sueño en el que vivía otra vida había ido a más. Se había comportado como hacía en otras ocasiones. Había llegado a una aldea y se había cebado con los hombres de aquel clan. Había matado a muchos antes de conseguir que se rindieran. Tras aquello había regresado a su refugio, que Naruto ya conocía demasiado bien y entonces, Naruto se había quitado la máscara para lavarse la cara. En el pequeño estanque se vio a sí mismo con los ojos cargados de lágrimas. Se quitó la túnica y entonces, sobre su pecho había una máscara, con siete rostros.

- Naruto, voy a entrar – dijo finalmente Kakashi.

Abrió la puerta.

- Ser mi sensei te ha dado demasiada confianza… - comentó.
- Es un priviligeio que tengo por haberte enseñado estos años – respondió. Luego sonrió a través de su máscara – Ni siquiera siendo el Hokage te gusta madrugar.
- No me costaría madrugar si durmiera bien – le dijo.
- ¿Qué ha sucedido?

Naruto se incorporó. Dudó. Kakashi aún no sabría nada. No quería preocupar a sus seres queridos, aunque intuía que su maestro empezaba a vislumbrar que algo le sucedería. Shizune la había advertido de que le sería imposible ocultarlo indefinidamente. Naruto sólo necesitaba arrglar ciertos asuntos. No podía preocupar a Sakura, o a Kakashi, o a sus alumnos por su estado de salud.

- ¿Cómo te encuentras hoy? – se interesó Kakashi.

Una de las pocas personas con las que había tenido el valor de sincerarse había sido con Kakashi-sensei. Había estado a su lado en sus mejores y en sus peores momentos. Kakashi le había dicho que había jurado ante la tumba del Yondaime que siempre estaría para él, algo que a Naruto le hacía sentirse querido. A la vista estaba que a pesar de las noches que había compartido con algunas mujeres – sí, porque a pesar de que era extraño, Kakashi también tenía ese tipo de necesidades – nunca se había comprometido.

- Igual que ayer.- “Mal, confundido, enfadado, frustrado” respondió desganado.

Naruto se levantó y comenzó a vestirse.

- Veo que bien… Siento interrumpir tu euforia, pero, ha llegado un mensaje de Sakura.
- ¡¿Está bien?! ¡¿Le ha ocurrido algo?! – preguntó alarmado.
- Está perfectamente, o, al menos, da a entender eso en su carta. Iba dirigida a ti. – Se la entregó - Me ahorraré la parte en las que expresa su deseo de volver a tenerte dentro de ella.

El Hokage la leyó:

- ¡Ey! Aquí no dice nada ÍNTIMO… ¡Oh!, espera,- exclamó al seguir leyendo - ¿Oonoki ha muerto? El Sandaime Tsuchikage ha muerto.
- Eso dice la carta. Se requiere de tu presencia para que acudas al funeral.
- Por supuesto que iré, aunque hoy… hoy tenía una reunión con el Señor Feudal.

Kakashi le estudió con la mirada. Naruto estaba algo mosqueado con aquel tema. Ni Sakura, ni Shikamaru ni Kakashi veían con buenos ojos la amistad que mantenía con el Señor Feudal. Ninguno de ellos se fiaba del líder del País del Fuego. Naruto no era ningún estúpido cómo para no saber que su amistad con el Señor Feudal estaba basada en el interés que sentía por él. Tener de su parte al Hokage de los Dos Soles aseguraba muchas de sus decisiones, pero lo que también interesaba a Naruto: mientras que mantuviera contento al Señor Feudal éste seguiría soportando económicamente a Konoha. Pero su amistad no sólo devengaba en aquel interés monetario. El Señor Feudal y Naruto estaban construyendo un nuevo y mejor mundo. Sakura siempre le recriminaba que ayudaba a consolidarse a un tirano autoritario, pero… ¿y si eso evitaba que aparecieran más Madaras, más Nanaitsumis? ¿No sería mejor la paz bajo la autoridad de un hombre justo al que él pudiera controlar que una libertad inestable?

- Siempre cuestionáis mis decisiones en lo referente al Señor Feudal, ¿por qué esa desconfianza?
- Konoha te seguirá a la muerte Naruto. No cuestionamos tus órdenes y tus decisiones. Las acataremos, sin embargo, de quién no nos fiamos es del Señor Feudal. ¿No resulta extraño que hace diez años estuviera al borde de la muerte y aún siga capeando el temporal? ¿No resulta extraño que causara tanto revuelo por el problema sucesorio y ahora sus partidarios intenten acabar con la vida de Shion?
- Él no es responasble de lo que piensen sus partidarios.
- Pero lo tolera.
- Son sus vasallos, debe respetarlo.
- ¿Y el Hokage? ¿Es su vasallo también?

Naruto le lanzó una mirada de reproche:

- ¿Insinuas que el Hokage no es independiente?
- No insinuó nada. Me pregunto si lo es. Naruto, ni el Sandaime, ni tu padre, ni Tsunade habían colaborado tanto con este… político como tú. Te estás metiendo en un campo peligroso. La política es un campo de batalla en el que sólo vencen los que no son honestos. Tú no puedes ganarles porque nunca jugarías usando sus reglas.
- ¿Un político dices?
- Sí, te estás convirtiendo en uno de ellos. Pasas más tiempo en esta ciudad que entre tus gentes. De no ser por tus alumnos no saldrías de este maldito palacio.
- Ahora es cuando más cerca estamos de construir la paz. Puede que tu amigo se buscara morir al iniciar la guerra, pero ni Sasuke, ni mi hijo, ni Sakura merecían sufrir tanto por culpa de Obito y similares como Nanaitsumi. Este es el único camino. Si nos hermanamos. Si desaparecen las fronteras no habrá más guerras. Eso es en lo que cree el Señor Feudal.

Kakashi no pareció molestarse al escuchar aquello, aunque miró para otro lado. Luego preguntó:

- ¿Y qué lugar habrá para los shinobis y su modo de vida?
- De eso me encargo yo.

El Hokage se vestió con la túnica blanca y llameante propia de su rango y le dijo a Kakashi.

- Encárgate de la custodia de Shion… y vigila a mis tres alumnos de cerca.
- Se hará cómo el Hokage ordene.

Iba a dejar la vuelta cuando reconoció que había sido muy duro con su maestro, con el único que le había estado apoyando durante todo el tiempo. No lo entendía. Ninguno de sus más cercanos amigos lo entendía. Shikamaru era inteligente, pero estaba obcecado por proteger al rey que le confió Asuma. Sakura seguía empeñada en ver las cosas de una manera idealista. Claro que no sería necesaria ninguna autoridad, pero si el hombre fuese bueno no existirían ninjas. Lo que más le dolía era que Kakashi no le comprendiera. Ambos habían perdido a sus mejores amigos en la guerra, él había perdido, de hecho, a su mejor amigo, a uno de sus alumnos y previamente a su maestro.

- Kakashi-sensei, yo… - dijo dándose la vuelta. Ya no estaba.

“Yo no estoy bien. No sé qué me pasa.”

Naruto se dirigió hasta los aposentos del Señor del País del Fuego. Para su fastidio el Señor se encontraba dando despacho a asuntos de la Corte y no podía atenderle. En más de una ocasión le había hecho lo mismo. Al Señor Feudal le gustaba aparentar que estaba por encima del Hokage y podía hacerle esperar cuanto quisiera.

Se asomó a la ventana y pudo ver a Kakashi y a sus tres alumnos entrenando. Sintió nostalgia por los tiempos pasados. Así pasaron varias horas. El inicial entrenamiento de ver a Kakashi interactuar con sus discípulos pronto fue reemplazado por la persistente preocupación por Sakura, por la aldea y por sí mismo. ¿Qué significarían aquellos sueños?

Al mediodía las puertas se abrieron y salió el Señor Feudal acompañado de su pequeña corte de funcionarios, aduladores y conspiradores. Naruto había tenido que trabajar intensamente los días anteriores para desenmascarar a los que estaban contra él. Ahora la prisión era su nuevo hogar, aunque intuía que surgirían más. Lo más destacable de aquellos que oponían resistencia al Señor Feudal es que no eran de otros países pequeños, sino del propio País del Fuego. A todos menos a los propios habitantes del País les parecía bien la idea de crear una Confederación.

- Hokage-dono… Lamento haberos hecho esperar.
- No tenéis que disculparos, vuestra excelencia – “Es cierto, Naruto Uzumaki, hablas ya como un político” le dijo una malvada vocecilla en su interior. - ¿Qué asuntos teníais que tratar conmigo?
- ¡Ah!, ¡sí, sí! Ahora no me apetece continuar con este trabajo… He sido invitado al estreno de la obra teatral del gran Ietesu ink: el ninja que me clavó su katana.
- Majestad, lamento tener que insistir, pero hay asuntos que me reclaman lejos de la capital y me gustaría antes abordar esos asuntos que me indicabais que eran de gran importancia.
- ¡Ya lo tengo! ¿Por qué no me acompañáis? El pueblo siempre habla de vos y nunca os mostraréis en actos públicos. Acompañadme y demos solución a estos asuntos.

Naruto suspiró.

- Como propongáis. Aunque acudiré por mi cuenta. Tras la actuación partiré hacia Iwagakure para responder a los asuntos que me reclaman.
- Oh, sí, sí, perfecto. Os esperaré en el palco real.
- Esperadme allí, señoría.

El soberano se marchó. Naruto le imitó y decidió acudir a visitar a sus alumnos y a su maestro. No podía demorarse más. El viaje a Iwa le llevaría tiempo, incluso desde la Capital del País del Fuego. Si partía para después del mediodía, quizás, a medianoche se encontrara presentando sus respetos al Tsuchikage.

- ¡Naruto-sensei! – Exclamó Hikaru cuando le vio.

Los tres estaban entrenando en el jardín. Se encontraban realizando la difícil prueba de intentar caminar por el agua. Sora ya lo conseguía y ahora leía tumbado a la sombra de un árbol. Yuna estaba sentada tomando el sol. Hikaru tenían completamente la ropa mojada. Era el único de los tres que partía de cero en el estudio del control del chackra. Naruto recordó por un instante a Ebizou-sensei y a Jiraiya.

- ¿Alguna misión interesante?
- Para vosotros sí. Para mí no – respondió obligándose a sonreír, aunque no tenía ánimos.- He de partir a Iwagakure, por eso quiero que os quedéis junto con Kakashi. Los tres, pero en especial, tú, Hikaru, obedecedle más que a mí, él no tiene tanta paciencia con niños hiperactivos y bocazas.
- Es cierto, la que tenía se me agotó con el último.
- Si Kakashi ordena algo cumplidlo y no os lo cuestionéis.
- Sí, sensei – dijeron los tres.
- Kakashi-sensei, ¿puedes acompañarme, por favor?
- A las órdenes del Hokage, que siempre lo sabe todo.

“Vale, ésa me la he ganado” admitió.

- Vosotros tres – dijo una vez más antes de despedirse.
- ¡Que sí! ¡Nada de meternos en problemas! ¡Oído cocina!

Hikaru le arrancó una sonrisa.

- Tengo preparada para vosotros una sorpresa cuando vuelva – les prometió.
- Que sí, vete ya, ¡pesado!

Kakashi y él comenzaron a andar por el jardín, en dirección a la puerta principal. La vida en palacio, suntuosa y llena de comodidades, era una vida tranquila. Los jardineros se encargaban de mantener en perfecta armonía las posesiones del Señor, los mayordomos y criadas se encargan de que no faltara nada y había una pequeño grupo de bailarinas, músicos y demás artistas para entretenimiento de la corte.

- Sensei, perdóname.
- El Hokage no debe pedir perdón… al igual que no debe hacer nada para que se imponga tal obligación.
- No estoy pasando por un buen momento.
- Creía que tus problemas con Sakura ya los habías arreglado… Y sea como fuere, tienes responsabilidades más allá de tu matrimonio. Eso es ser Hokage, no sólo lucir un rostro de piedra en la gran montaña.
- Lo sé… Sensei tengo sueños extraños. No es por falta de sueño por lo que ando de un humor tan agrio. Esos sueños me perturban. Me intranquilizan.

Kakashi alzo una ceja, interesado mientras Naruto le explicaba qué le ocurría. Escuchaba serio, y en su rostro se iba dibujando la sombra de la preocupación.

- No quería molestaros con estas cosas, pero…
- Te ocurre desde hace mucho tiempo. Tenías que habérmelo dicho antes… ¿Dices que es como si vivieras otra vida y que en el sueño de anoche te pudiste ver a ti con la máscara de Nanaitsumi en el pecho?
- Sí. Esos sueños, en los que vivo como si fuera Nanaitsumi son muy reales. Puedo sentir como la ira o la locura me embarga. Siento que me odio a mi mismo… Pero sé que maté a Nanaitsumi. Lo comprobé. Nadie podría sobrevivir al Tayton Rasen Nitayo.
- Sí, yo estaba contigo cuando lo comprobamos… - Kakasi se quedó pensando.- Naruto, ¿tus padres qué te dijeron sobre el día en que naciste?
- Lo que hizo Obito, ¿por qué?
- Nada… Investigaré eso que me cuentas. Puede que Jiraiya-sama hubiera sabido la respuesta. Haré por averiguarlo. Aunque dudo que aquí pueda encontrar algo.
- ¿Qué crees que es?
- Hablaremos cuando regreses. Debo estar seguro antes. – Luego sonrió, si debajo de la tela era posible. - Ve, encuéntrate con Sakura y aprovechad que estaréis algunas noches solos.

Naruto no pudo evitar enrojecer de vergüenza. Seguía siendo incómodo que su sensei le diera consejos de aquella índole. Entonces, no supo bien por qué, como si algo le dijera que no le iba a volver a ver, por vez primera, Naruto abrazó a su maestro. Kakashi se sorprendió, pero correspondió su abrazo. No estaba bien visto que dos hombres se unieran en un abrazo, pero aquellos dos hombres habían vivido muchas aventuras juntas. El padre de uno enseñó al otro y éste había enseñado al hijo de su maestro.

- Naruto, yo creo en ti. Tu padre estaría orgulloso de ver el Hokage en que te has convertido – se despidió.

Unos soldados acompañaron a Naruto hasta el teatro donde le esperaba el Señor Feudal. La ciudad seguía viva como siempre, una ingente cantidad de personas que iban de un lado a otro sin fijarse en quienes caminaban junto a ellos. Aquel sitio era el ideal para perpetrar algún tipo de ataque. El gran problema del tamaño de la Ciudad Capital era precisamente aquél. El crimen era mucho más difícil de impedir y más cuando los asesinos eran ninjas.

El teatro era casi tan grande como el Templo del Sol donde siete años atrás se había casado oficialmente con Sakura. Estaba abarrotado. La gente salía y entraba de sus respectivas tribunas. Había un gran bullicio en el exterior, mientras que el interior estaba totalmente callado, atendiendo a la representación. Naruto se había entretenido más de la cuenta. Ya había comenzado la función.

Los guardias le escoltaron hasta el Palco Real. Éste estaba ocupado por el Señor Feudal que no paraba de abanicarse y por el resto de su corte. Le habían reservado un sitio junto al soberano.

La función avanzaba lentamente, pero Naruto tenía más la mente en Iwa y en Sakura que en aquel lugar. “No hay mejores sitios en el mundo que un teatro para despachar este tipo de asuntos” se quejó enfadado. Parecía que tuviera la intención de retenerle.

- Hokage-dono, te mandé llamar porque me gustaría que me informaras sobre cómo se desempeña la misión de espionaje en el este.
- Mis hombres llegaron hacen un par de días a la capital del País del Sol. No he recibido más informes.
- Comprendo.

Una de las actrices comenzó a interpretar parte de su diálogo mediante largas frases mitad entonadas mitad habladas. Era fácil de entender, aunque a Naruto le gustaba más el rap de Bee-oba-san.

- Me gustaría que intensificarais los esfuerzos de la Confederación.
- ¿A qué os referís?
- No sólo Konoha debería investigar qué sucede más allá del mar.
- El Hokage no puede obligar a los otros kages a enviar a sus efectivos. Mi poder no se extiende más allá de nuestras fronteras- le replicó Naruto.
- Creo recordar, estimado Hokage-dono, que Suna y Kiri ya formaban parte y que Iwa había pedido la incorporación a la Confederación de Naciones. Si es así, yo soy quien tiene potestad, ¿no?
- Sí, eso es cierto…
- Y si yo os mando que enviéis hombres de Kiri y de Suna, ¿no es mi voluntad como Líder la que se debe cumplir? ¿No dice acaso eso el pacto que firmamos todos los líderes civiles? ¿No queremos una integridad y una unión bajo mi mando? ¿A caso no es nuestro país el más rico y poderoso como para exigir más docilidad?
- No me cuestiono tales cosas. Yo lucho por la paz y la Confederación es el camino. Pero los kages son cinco y también… - se opuso Naruto – se estableció que nosotros cinco decidiríamos los asuntos militares y enviar equipos de espionaje es una decisión que corresponde a cada aldea.

El Señor del País del Fuego pareció contrariado. En ese momento, el giro dramático hizo que todos en la sala soltaran una exclamación.

- Sí, claro. No es mi intención posicionaros en contra de vuestros colegas, Hokage-dono.
- Ni yo digo que lo sea.
- Sin embargo, hace falta unidad de mando.
- Y esa potestad es del Yondaime Raikage. Él es el líder supremo de la Alianza Shinobi.
- ¿Aún sigue existiendo? Creía que la guerra había terminado.
- Que no haya motivos para pelear no quiere decir que no debamos mantenernos unidos.
- Excelente filosofía la vuestra, Hokage-dono… Me recordáis a las leyendas que hablan de Rikoudou Sennin.
- Alguna vez me lo han comentado.
- Ambos buscáis la paz y ninguno la encontraréis… si no trabajamos juntos y caemos en los mismos errores.
- ¿Errores? ¿Es que acaso conocisteis al Sabio? – bromeó Naruto.

Por un momento, el Señor del País del Fuego pareció estar muy serio. Luego se rio, con voz queda, casi sin energías, como habituaba.

- No, no, no. – Movió su abanico amaneradamente. – Lo poco que sé es por la rumorología que se puso de moda tras la Cuarta Gran Guerra Ninja… Se dice que el Sabio llegó a tener dos hijos, aunque algunos elevan este número a siete.

Los actores se fundieron en un tórrido abrazo. El guerrero partía a la guerra y la princesa temía no volver a verlo. Naruto no estaba entendiendo nada de aquella obra.

- El mayor de ellos heredó sus ojos y su poder para controlar la mente, sin embargo, el Sabio dejó su camino, su chackra y su voluntad al segundo. Ambos hermanos entraron en guerra y sus hijos, nietos y descendientes llegaron hasta nuestro tiempo guerreando. Se dice que el mayor de los hermanos era capaz de ver en el tiempo y que había desarrollado sus… ¿cómo llamáis los ninjas al poder para engañar la mente?
- Genjutsu – corraboró Naruto.
- Y que sus genjutsus habían burlado a la muerte. Se decía que controlaba el poder de la vida y de la muerte.
- Sí era hijo del Sabio, después de lo que he visto, no me parecería extraño.
- Pero no lo hacía empleando los ojos de su padre. Usarlos, dicen, le agotaba hasta tal punto que debía encamar durante meses. Su poder era ilimitado, propio de un dios, al contrario que su cuerpo mortal. Por ello desarrolló unas técnicas prohibidas, que nadie conoce, pero que le hicieron entrar en guerra con sus seis hermanos, dicen las otras leyendas.
- Sois muy instruido en leyendas.
- Tengo mis aficiones – reconoció.
- Será un placer escucharlas y que me adiestráis en su conocimiento.
- Por supuesto, vos mismo me lo pediréis – sonrió amablemente.

Naruto le sonrió, se acomodó e intentó disfrutar de aquella tediosa obra. El Señor del País del Fuego no volvió a dirigirse a él en aquellos términos, aunque sí que comentó los aspectos que más le divertían o que más le ensalzaban el apocado ánimo que le caracterizaba.

A mitad de tarde, tras tres actos, la representación terminó. Naruto se despidió de su regio amigo. Por desgracia, Sakura no llevaba ninguno de los kunais que había heredado del Yondaime Hokage. Tuvo que realizar el viaje por sí solo. No temía que ningún enemigo le atacara, sí que le asustaba la idea de perder el conocimiento como le había ocurrido en su despacho.

Se empleó a fondo. Por suerte, no había perdido su excelente forma física y había ganado en velocidad. Aquella distancia era imposible de recorrer normalmente en menos de una semana.

Había pasado casi la media noche cuando por fin avistó el paisaje tan característico de aquel país. Recorrió las galerías que sólo unos pocos extranjeros conocían y terminó adentrándose en Iwagakure, que no distaba mucho de cómo eran las otras aldeas.

Naruto relajó el paso y anduvo lentamente. Los guardianes, que estaban de luto, le saludaron respetuosamente al entrar dentro del recinto amurallado – cuya muralla eran las propias montañas – A lo lejos pudo ver a Sakura que caminaba rápidamente, como si buscara a alguien.

“Voy a darle una sorpresa, igual ya sabe que vengo”. Naruto miró hacia otro lado sin perderla de vista, procurando chocarse con ella. La chica iba distraída buscando a alguien con la mirada.

- Perdón – se disculpó intentando sin reparar en él.
- Esperaba algo más efusivo, algo como: te he echado de manos, dattebayo.
- ¡Naruto! – exclamó sorprendida.
- Algo así, sí – Naruto le devolvió una gran sonrisa.

La besó y se abrazaron. Naruto disfrutó de aquel abrazo. ¡Cuánto la había echado de menos! También deseaba estar junto a ella en todo momento. De hecho, sólo cuando estaba junto a Sakura volvía a sentirse tan bien como antes.

- Parecía que estuvieras persiguiendo al mismísimo diablo, ¿qué hacías?

Ella reflexionó por un segundo antes de responder

- Me dijeron que venías y quería recibirte en persona. Alguien debe informarte de que tus colegas han llegado – Sakura apretó el puño. Aquello era una señal que tenían. No era de buen gusto golpear al Hokage en público. Cuando Naruto hacía algo que a Sakura no le gustaba ésta apretaba el puño y le sonreía. El castigo solía ser peor.
- Esta vez estoy justificado. Han ocurrido ciertos… sucesos en la Capital. Tuve que poner orden.
- ¿Algo grave?
- Sí… Política. Ya te pondré al día.
- Por eso has venido solo, o, tus tres alumnos están en la posada.
- He venido solo. Le encargué a Kakashi que me relevara en mis obligaciones en la capital. ¡Aunque antes tengo que hacer otra cosa que me muero de ganas por hacer, dattebayo!

Naruto la cogió con firmeza y antes de que se pudieran besar… Escucharon un gran ruido. Algo explotaba a lo lejos. Miraron al cielo. La muerte caía sobre ellos. El Palacio del Tsuchikage caía sobre toda la aldea y nadie podía evitarlo. Naruto cerró los ojos para liberar el chackra del Kurama, para adoptar su forma y amortiguar el golpe.

Sin embargo, sin ni siquiera ponerse en contacto con su amigo más íntimo, la vista se le nubló y cayó desmayado al suelo.

Escuchó cómo Sakura gritaba su nombre y le cogía entre sus brazos. Era demasiado tarde, la destrucción caía sobre ellos. A su paso no dejaba nada. Era igual que una gigantesca canica que aplastaba conforme rodaba a las insignificantes hormigas que eran ellos.


* * *


Una gran nube de polvo se levantaba. La roca que era el Palacio del Tsuchikage había saltado por los aires y al caer había destruido buena parte de la aldea. Había creado una cortina de polvo, muerte y sangre.

Naruto abrió los ojos y asustado gritó:

- ¡SAKURA-CHAN! ¿DÓNDE ESTÁS?
- ¡AQUÍ! – gritó.

El Hokage se puso en pie. Pudo ver cómo Sakura atendía a unas personas que estaban inconscientes, muy cerca de ellos. Por cada muerto había cinco heridos y Naruto veía muchos cadáveres. Echó a andar y se notó el tobillo lastimado y un par de costillas rotas.

- ¡No te muevas, a penas te he dado el tratamiento básico! Esperaba que el chackra de Kurama te ayudara.
- Tengo que ver al hijo del Tsuchikage.
- ¿Por qué?
- Porque acabo de soñar que liberaba al prisionero número once.



CONTINUARÁ...

La joven había tenido que convertirse en la líder de los equipos médicos de Iwagakure.

Todo el mundo conocía de sus proezas en aquel campo de batalla que era el de salvar vidas y no el de arrebatarlas. Sakura había pasado buena parte de la contienda contra Akatsuki encerrada en el campamento médico, pero aquello había valido la pena. Muchos buenos shinobis habían salvado la vida gracias a hombres y mujeres que como ella habían permanecido alejadas del frente. Además de ello, era discípula de una de los Sannin y especialista en aquel campo.

Aún no había tenido tiempo para pode asimilar que habían estado a punto de morir. La adrenalina corría por sus venas y le impedía sentirse agobiada, mareada, con ganas de vomitar y de llorar. No tenía tiempo para cavilar sobre qué había ocurrido realmente y si aquel extraño con los ojos de Naruto tenía que ver con lo que había ocurrido. Su mente no podía atar cabos y considerar aquello como un ataque terrorista. Quería creer que se trataría de un accidente porque de pensar lo contrario la paz se habría vuelto a romper.

El Palacio entero, la gran roca, había volado por los aires. Luego, como bien ordenaba la ley de la gravedad, había caído con gran fuerza y rodado destruyendo casas, calles y cosechando vidas como si portara la guadaña de la muerte a su paso. Naruto y Sakura se encontraba en la avenida principal cuando la roca cayó sobre ellos.

Naruto la había abrazado para protegerla. Por un momento creyó que todo saldría como siempre. El Hokage, su esposo, siempre la protegía. Daba igual lo que hiciera. Naruto estaba ahí, firme y seguro como una roca en la que apoyarse, cálido y agradable como una hoguera en la que calentarse y sagaz y veloz como un destello. Sakura había dependido de él en los últimos años demasiado. Se había acomodado a depositar en Naruto la carga de las obligaciones.

Cuando le había visto desmayarse ante sus atónitos ojos había estado a punto de venirse abajo. Sin embargo, no había entrenado durante un año con la Reina de las Babosas, ni había luchado en una guerra, ni había sido miembro del ANBU durante algunos años para no poder proteger al hombre que más amaba. Sakura había cogido a Naruto en brazos mientras realizaba el jutsu de invocación. Había liberado parte de la energía natural que depositaba en su frente y había empezado a segregar una sustancia viscosa que les había protegido, similar a lo que podía hacer una babosa.

Por esa razón, cuando la roca había sido detenida gracias a un equipo de shinobis de alto rango de Iwa – debían haber empleado sus técnicas terrestres – Sakura había dejado a Katsiru, una de las babosas del bosque con la que había tomado cierta amistad, al cuidado de Naruto y se había puesto a comprobar a los heridos entre aquel mar de polvo y sangre.

Habían aparecido los primeros ninjas médicos de Iwagakure y habían comenzado a atender a los heridos, con cierto desorden. El deber imperante de todo médico de salvar vidas había hecho que se pusiera al mando y organizara la labor de los equipos médicos así como había logrado la obediencia de los mismos ninjas médicos. La misión se había desplegado con relativa eficacia, dadas las circunstancias. Más de cien equipos se habían puesto a sanar y todos bajos las órdenes de Sakura.

Tenía cierta experiencia, coordinaba a los equipos médicos de Konoha, aunque desde la última guerra no habían tenido tal volumen de trabajo. Habían pasado toda la noche trabajando. De vez en cuando, lanzaba una mirada de soslayo a Naruto quien seguía inconsciente. Sakura desviaba parte de su chackra para acelerar su recuperación. Ella misma no había podido evitar sufrir algunos daños, aunque eran accesorios. Primero Naruto y después las demás víctimas inocentes.

No habían tenido tiempo para contar a los heridos, pero Sakura sabía que serían miles y miles. Tanto civiles como shinobis, tanto hombres como mujeres, tanto niños como ancianos, todos  sin excepción alguna, habían sido víctimas del ataque terrorista. “Naruto podría haber muerto… incluso yo misma. Hemos tenido mucha suerte” pensaba aterrorizada mientras curaba y daba órdenes o simplemente miraba a Naruto, preocupada.

Aquella tragedia tardaría en solucionarse. Tenía intención de llamar a equipos de Konoha, aunque lo primordial era llevar a todos los heridos al hospital y, quizás, habilitar algún espacio, porque un hospital no podría dar cobijo a tantas personas.

Para cuando llegó el amanecer, buena parte del trabajo estaba hecho, aunque no era nada. Sólo habían atendido a los más graves, muchos habían muerto mientras eran sanados. También, habían sido transportado buena parte de los heridos más graves. Para fortuna de todos, los kages y buena parte de los asistentes habían sobrevivido a la explosión. Gaara los había protegido. Aunque, no todos lo habían conseguido: el padre de Kurotsichi e hijo del Sandaime Tsuchikage había muerto protegiendo a su hija, quien había resultado ilesa.

Poco después habían aparecido buscándola a ella y la habían encontrado junto a un Naruto inconsciente. Habían desaparecido, pero estaba claro que habían decidió buscar un lugar donde analizar la situación e intentar comprender qué había pasado para poder responder. Habían atentado contra todos ellos, eso sólo significaba que, fuera quien fuera

Mientras que Sakura atendía a unos civiles que presentaba feos hematomas y difícilmente respiraban, escuchó como Naruto la llamaba.

- ¡SAKURA-CHAN! ¿DÓNDE ESTÁS?
- ¡AQUÍ! – gritó.

El Hokage se puso en pie. Pudo ver cómo Sakura atendía a unas personas que estaban inconscientes, muy cerca de ellos. Por cada muerto había cinco heridos y Naruto veía muchos cadáveres. Echó a andar y se notó el tobillo lastimado y un par de costillas rotas.

- ¡No te muevas, a penas te he dado el tratamiento básico! Esperaba que el chackra de Kurama te ayudara.
- Tengo que ver al hijo del Tsuchikage.
- ¿Por qué?
- Porque acabo de soñar que liberaba al prisionero número 11.
- Me da igual lo que hayas soñado. ¡Siéntate y espera a curarte! ¡Estaré contigo en un momento! – le ordenó Sakura a Naruto lanzándole una mirada de súplica.

El Hokage obedeció, aunque no muy convencido. Parecía aturdido. Sakura no pudo evitar preocuparse por él. Nunca le había visto tan desconcertado. Podía sentir gracias al chackra que enviaba a través de una babosa que iba restableciendo sus heridas. Sin embargo, no estaba presente.  Al verle, no veía al apuesto joven – que a pesar de acercarse a los treinta aún guardaba la lozanía de sus veinte años – sino a un anciano. Estaba preocupado. Sus ojos azules alegres estaban apagados y eso le preocupaba.

Le veía así, frágil, apagado y sin su sonrisa, la sonrisa que animaba a Sakura a levantarse todos los días y la kunoichi se sentía realmente triste. Pensaba en todo el tiempo que había estado odiando a Naruto por la pérdida de su hijo. Recordaba cuántas veces se había derrumbado hasta el punto de llegar a querer quitarse la vida. No podía evitar sentirse mal, por más que quisiera. Él siempre había estado ahí apoyándola y ahora él necesitaba su apoyo. Habían estado a punto de morir. Todo cuanto había pasado hasta el momento no tenía ninguna importancia. Todas las discusiones, todos los llantos, todas las depresiones no eran nada con el regalo de poder volver a vivir y tener a Naruto junto a ella.

Cuando hubo estabilizado a los pacientes llamó a un aprendiz y le ordenó que mantuviera el flujo de chackra constante, mostrándole cómo debía hacerlo. Luego corrió hacia Naruto y se tiró sobre él, casi a punto de llorar. No sabía bien por qué, pero era como si todas las emociones que había estado reprimiendo durante aquellos años salieran. Toda la tristeza que había acumulado y que había evitado que saliera a la luz ahora ya no le importaba. Estaban vivos y estaban juntos. Las lágrimas terminaron apareciendo.

Toda la noche en vela, toda la tensión del momento desapareció y dio paso a un torrente de sentimientos. Era la primera vez que Sakura se sentía liberada. Era como si aquella gigante roca que era el Palacio del Tsuchikage la hubiera llevado Sakura todo el tiempo y al explotar la hubieran liberado de ello.

El Nanadaime Hokage correspondió el abrazo y sin saber por qué se rió. Todo era muy confuso para ambos. Sólo tenían claro que ahora estaban realmente felices.

- ¿Por qué te ríes, idiota?
- Porque estás llorando de felicidad, por primera vez en muchos años.

Y entre lágrimas y risas Sakura exclamó contenta:

- Bésame, idiota.
- Como desees – le dijo con una enorme sonrisa en la boca, con la misma dulzura con la que siempre la había tratado, dulzura que se mezclaba

De pronto, ambos habían olvidado todo cuanto había pasado. Nunca había existido Nanaitsumi. Nunca habían perdido a un hijo en una dramática situación. No habían estado a punto de morir. No había tenido lugar aquel atentado. No estaban rodeados de una ciudad en ruinas y de equipos médicos que transportaban a las víctimas. Sólo estaban ellos y volvían a ser uno solo. Naruto era de Sakura y Sakura era de Naruto.

Se unieron en un único y largo beso. Los labios de Naruto buscaban los de Sakura. Se habían besado antes, sí, pero no con aquella intensidad. Era como si todo el amor que se habían profesado antes de sufrir a manos de Nanaitsumino volviera a florecer entre los dos, como si aquellos siete años sólo hubieran sido un lapsus de tiempo.

Cuando se separaron, la sonrisa de Naruto volvió a apagarse. La realidad no era aquel mundo en el que sólo existían ambos.

- ¿El prisionero número once? – preguntó Sakura aventurando en lo que Naruto pensaba.
- Sé que no es lo apropiado entre un buen marido y su esposa, pero, existe cierta información que siempre he preferido que desconocieras. ¿Podrás perdonarme?
- Has hecho lo que debías. Ahora mismo me da igual todo. Estás aquí, conmigo, sano y salvo y eso para mí ahora lo es todo. Comprendo que eres el Hokage y tienes una responsabilidad. Por favor, bésame otra vez.

Y de nuevo se volvieron a besar.

Sakura había aprendido lo suficiente de Naruto cómo para saber que volvía a ser feliz. Sabía que nunca le había podido engañarle del todo. Ambos habían fingido que volvían a la normalidad pero los dos habían sabido en todo momento que no había lugar alguno para la auténtica felicidad. Era curioso, pero todos aquellos años juntos, desde la Academia Ninja cuando le detestaba, había terminado haciendo que no les hiciera falta palabras para leer en el corazón del otro. Ahora, los verdes ojos de Sakura miraban directamente a los ojos azules de Naruto y, a pesar del cansancio y la tristeza que les rodeaba, podía ver cómo al final había un lugar para la felicidad.

- Perdóname – le pidió sinceramente.
- Nunca he tenido nada que perdonarte, Sakura-chan. Eres tú la que tienes que hacer un esfuerzo por perdonarme.
- No digas bobadas, idiota.
- He ocultado muchas cosas para protegerte porque tenía miedo, mucho miedo. Estaba asustado. No quería que te volviera a ocurrir nada malo por mi culpa porque nuestro hijo murió por mi falta de vigilancia, porque insistí en cumplir con mi obligación como Hokage y porque subestimé a Nanaitsumi.
- Eso ya ha pasado. Naruto estamos vivos… Perdóname por haber despreciado lo más importante para mí: tener una vida junto a ti.
- Aún nos queda mucho por vivir.
- ¿Sabes? Ya no me importa que no podamos volver a tener hijos. Mientras que estemos juntos, valdrá la pena.
- Los tendremos, te lo aseguro. No me voy a cansar de intentarlo.
- Confío en ti – respondió sincera.

Sin embargo, no estaban en Konoha, ni en la comodidad de su casa. Tampoco se encontraban en el lugar y el momento más adecuado. Había sido el momento perfecto, y a la vez había sido el momento menos idóneo. Uno de los ninjas médico se acercó:

- Sakura-sama, necesitamos toda su ayuda. Nos ha guiado bien, pero ahora necesitamos una dirección.
- Permítame disculparme de mi esposo.
- Como guste – accedió obediente. Luego la informó: La esperamos en el campamento médico. Tal y como ordenó los mensajes de auxilio a otras poblaciones civiles ya han salido. Los mensajes a Konoha y Suna han partido hace escasos minutos. Hokage-dono, siento este recibimiento. En nombre de mis superiores me disculpo – saludó a Naruto.

Sakura dejó que se alejara para levantarse y ayudar a Naruto a hacerlo. Era extraño que hubieran contemplado a dos importantes figuras como el Hokage y la Nueva Princesa de las Babosas tiradas en el suelo riendo y llorando, besándose y abrazándose. En aquellos momentos no les importaba. Algo que Hinata siempre le había dicho a Sakura era la envidia que sentía por ella y por la naturalidad con la que expresaba sus sentimientos a Naruto. Cuando Sakura había perdido a su hijo, esa naturalidad había desaparecido. La joven estaba feliz pues volvía a ser la misma que antes.

- Yo tengo que reunirme con los otros kages y con los supervivientes. Nos veremos pronto.
- Naruto… ¿te encuentras bien?
- ¿Qué quieres decir?
- Ahora que la euforia de verte bien desaparece, me gustaría recordarte que te conozco demasiado bien. Te ocurre algo. ¿Me has ocultado algo? No me refiero a información de tu oficio, sino de tu estado de salud. Sé que ese desmayo no es propio del Hokage de energía ilimitada.
- Dormí mal y un día bastante ajetreado en la Capital. Sólo es eso.
- Me dejas preocupada.
- Ve tranquila y haz lo que sólo tú sabes. Una de las cosas que siempre me gustaron de ti es que elegiste ser ninja médico. Decidiste aprender ninjutsu para salvar vidas, no para quitarlas. Ayuda a estas gentes.

“Siempre está recordándome lo buena que soy para él, es como si aún no hubiera superado el complejo que tiene de que no me merece”. Sakura decidió acercarse y sin previo aviso se puso de puntillas – sí, el Hokage había estado creciendo hasta los veintitrés años y ya tenía que agachar la cabeza cuando quería besarla – y se fundieron en un apasionado beso del que no querían escapar.

- Nos veremos en cuanto toda esta pesadilla finalice.
- Ve pues.

Sakura pasó todo el día coordinando las labores. No sintió cansancio porque se sentía viva, con energías renovadas, porque sabía que Naruto la esperaría al anochecer y anhelaba estar con él y poder seguir diciéndose algo que ya sabían pero que le encantaba oír y decir: “te quiero”. Paró en pocas ocasiones

Naruto regresó al anochecer, tal y como había prometido. Había estado todo el día reunido con los kages.  En su lugar, Sakura había estado en el campamento que habían montado los equipos médicos, porque, tal y como había previsto, el hospital no tenía capacidad para alojar a tanta gente.

Aunque ella estaba preocupada por otros asuntos, quizás más oscuros, la salud de Naruto. En todo momento estuvo con la mente en él. A ella no podía engañarle fácilmente. Su lógica mente estaba reemplazando a su eufórico y henchido de felicidad corazón. Estaba atando cabos y no sabía qué le había ocurrido a Naruto para encontrarse así. Intentaba recordar si había apreciado en él algo así, pero le era imposible. Naruto nunca había demostrado debilidad, no sabía si por ella o porque era el Hokage.

Cuando la noche les sorprendió, a Sakura la condujeron a una residencia específicamente dispuesta para los dignatarios extranjeros, cortesía de su esposo. Sakura preparó algo de cenar, había pocas cosas, pero con poco engañó al estómago. La casa contaba con una pequeña chimenea y la kunoichi se dedicó a estudiar el pequeño fuego, medio tumbada en el sofá. “¡Qué tontería, como si mandaran señales!” A media noche, mientras que contemplaba las llamas, Naruto regresó.

- Estás aquí – observó al llegar. Luego comentó desenfadado- Tuve la suerte de venir a mitad de mañana para darme una ducha, por insistencia de la Mizukage. Comentó que tanto polvo le estaba dando asma. Si no fuera porque es una de las mujeres más poderosas que conozco, diría que es un tanto quisquillosa.

“No quiere hablar de lo que ha ocurrido junto con los otros kages” dedujo Sakura, “pero a mí no me vas a negar las respuestas de lo que te ocurren”

- ¿Cómo ha ido todo?

Naruto se sentó a su lado. Sakura le pasó una copa de sake. Naruto no había aprendido a beber con veintisiete años. A veces, era como un niño. Le pareció muy masculino cómo se mojaba al intentar ver.

Luego, el Hokage la cogió de las manos. Parecía encontrarse algo mejor, aunque sus ojeras indicaban que estaba cansado. Había algo en su rostro que le llamaba la atención y era un ligero rubor. Ella le observó atentamente. Le gustaba quedarse mirándole, estudiando sus recuerdos. Le gustaba dibujar con sus ojos las líneas faciales, sus ojos, su nariz, sus labios, su sonrisa. Le gustaba su pelo, le gustaría acariciarlo como cuando dormían juntos.

- No sé cómo preguntarte esto… - se llevó la mano a la cabeza, nervioso.
- Te veo nervioso – observó ella.
- Sí, sí, estoy algo nervioso. Es que no sé si es algo que pueda ir pidiéndose por ahí después de lo que hemos vivido hoy?
- ¿He de preocuparme?
- ¡No, no, no, no, no! – Contestó muy rápido – No es nada malo. No es nada atemorizador. De hecho, creo que es… bueno, igual tú no lo consideras así, pero creo que es bueno.
- ¿Quieres decímelo en un lugar más tranquilo?
- No, aquí está bien. No hay nadie. Es sólo que… Quiero que ya que en Iwa fue donde… hace nueve años… hicimos el amor por primera vez, pues ahora que estamos los dos de nuevo aquí y volvemos a estar como siempre, me gustaría recordarlo.

Sakura le dio un beso

- Cuando estoy contigo – siguió explicando - siento que me va a explotar la cabeza. ¡BUM! Es que estoy muy feliz de volver a estar bien. Esto no sonaba así en mi cabeza – comentó dándose cuenta de que sonaba muy extraño – Déjame intentarlo otra vez.

La joven sólo alzó una ceja, algo divertida.

- Estar contigo es lo mejor que me ha pasado. Sé cuáles son tus preocupaciones sobre mí, pero estoy bien, de verdad. Cada rato que he pasado hoy pensando en ti, en nosotros, en lo que me dijiste, siento que la vida vale otra vez la pena. Preferiría estar contigo sólo una noche y después morir que vivir una eternidad sin haber estado contigo. Eres lo mejor que me ha pasado.
- Te equivocas. Te he dado muchos quebraderos de cabeza.
- No. No me equivoco. Sé que no es el lugar ni el momento perfecto, lo sé, pero, ¿los hay? Siendo quiénes somos, ¿los habrá alguna vez?
- Naruto…

Sakura se mordió el labio.

Pudo sentir como el aura de Naruto se estremecía de miedo al pensar que igual ella le rechazaba. Estuvo a punto de hacerlo así hasta que se dio cuenta de que ella también quería. Por alguna razón no quería dejar escapar aquella oportunidad. Naruto tenía razón. ¿No era mejor vivir el momento que lamentar lo que se había perdido? ¿No admiraba a Naruto por su eterna determinación?

Al separarse, Sakura sólo hizo un pequeño gesto asintiendo. Se levantó y guió a Naruto hasta un lugar más tranquilo, hasta el dormitorio. Entraron y volvieron a besarse.

- Si no quieres, podemos dejarlo – protestó algo molesto
- No, claro que quiero.- admitió – Lo he querido desde hace mucho, he querido poder volver a disfrutar contigo.

Aquello pareció gustarle. Sonrió.

Sakura se rió. Pudo sentir en Naruto cómo se relajaba al oír su risa. Le percibía muy nervioso y a la vez muy emocionado. Estaba dando rienda suelta a sus sentimientos y sin apenas rozarse ella ya podía casi sentir a Naruto. “¿Tan fuertes son?”

Se quitaron las botas, con prisa y volvieron a besarse.

Él puso sus manos en torno a su cintura. Sakura le ayudó acercándose a él y comenzó a desabrochar el chaleco que había empleado para viajar. Se lo quitó y pudo ver su cuerpo, fuerte aunque plagado de cicatrices. No era como la otra vez en la que no sabían cómo hacerlo. Ahora lo sabían y lo estaban haciendo

Naruto mientras tanto empezó a desabrochar, consiguiendo ser delicado, la camisa de lino blanco que llevaba. Sakura le ayudó y se la quitó también. Pudo sentir su alteración al ver sus pechos.

Se dejó caer de espaldas sobre el incómodo catre. Él se acercó hacia ella y se unieron un beso mientras que le atraía hacia ella tumbándose en la cama.

- Naruto,- le llamó ella.
- Dime – dijo él quitándose de encima jadeando y colocándose de lado para poder verla mientras que su mano recorría su cuerpo.
- Tantos años he estado sola por un fantasma.
- Sakura, te quiero mucho - y volvió a subirse encima de ella.
- Y yo también – le respondió muy emocionada.

Ella se rió y volvió a besarle, mientras que él la tumbó sobre la cama y se echó encima de la chica besando su cuerpo y tratándolo con cariño mientras que le decía cosas que la hacían sonreír. Sakura le respondía con palabras similares.

Él comenzó a jugar con delicadeza con ella. Comenzó a besarla. Bajó por su cuello con su lengua mientras que escuchaba la respiración entrecortada de los dos.

La joven se puso encima de él y empezó a besarle. Su larga melena del color del cerezo en pravera le caía formando una cortina en la que sólo estaban ellos dos. Se besaban y se miraban. Naruto la sujetaba con más decisión por su cintura, al contrario que la primera vez, donde los nervios habían deslucido bastante la ocasión. Ella le guiaba y le sugería por dónde debían ir sus caricias mientras que la joven disfrutaba del cuerpo del joven recorriéndolo con sus manos.

A medida que fue pasando la noche, pudieron percibir cómo sus auras iban adquiriendo un mismo brillo, casi se hacían visibles, algo que realmente no podía ocurrir. A medida que seguían uniéndose sus almas buscaban ser una, aunque estaban en cuerpos distintos. ¿Era aquello la unión? se preguntaban los dos. Era realmente extraño. Los dos podían sentir lo que sentía el otro y lo que sentían ellos, lo cual terminaba incrementando lo que vivían.

Para Naruto aquello fue maravilloso. Naruto pudo ver cómo ella tenía los ojos cerrados y su cara contraída en una sensual mueca de placer. La joven percibió como el chico se sintió a punto de explotar. Durante un instante tuvo miedo de estropearlo todo siendo más rápido de lo necesario y dejándose llevándose por el placer.  De nuevo, Sakura volvió a pedirle que se calmara. Le miró y le sonrió. Pudo notar como Naruto se relajaba al verla feliz.

En aquel instante, si existía algún paraíso, ellos lo habían bajado a la tierra. El placer y el amor de los que estaban disfrutando eran la auténtica recompensa divina. No había Nanaitsumi. No había dioses. No había guerra. Sólo dos personas que se querían.

La noche transcurrió entre besos y caricias, entre gemido sonoros y apenas audibles, entre fuertes embestidas y suaves palabras de amor en las que se repetían lo que sentían hasta que finalmente terminó derramando su semilla en su interior. Sakura casi se vio sorprendida. Fue muy diferente. No sabría describirlo con palabras educadas, pero

Naruto se quedó un rato más dentro de ella, jugando con su pelo y besándola tiernamente.

Sakura por el contrario quería abrazarse a Naruto y dormir juntos.

- ¿Estamos bien?
- Estamos bien



CONTINUARÁ...

- ¿Sabes? Ya no me importa que no podamos volver a tener hijos. Mientras que estemos juntos, valdrá la pena.
- Los tendremos, te lo aseguro. No me voy a cansar de intentarlo.

- ¿Por qué te ríes, idiota?
- Porque estás llorando de felicidad, por primera vez en muchos años.

Shion señaló a una palangana de porcelana.

Su dama se la acercó. Tal y cómo había hecho otras veces, vertió el contenido de una discreta jarra. Podía parecer agua, aunque no lo era. Se trataba de una extraña sustancia que había mandado traer desde la otra parte del mundo, se llamaba extracto de pensamiento del cual nadie sabía su composición. Se concentró y  sus ojos empezaron a dolerle, como siempre que empleaba aquel poder a voluntad. El agua adquirió un mágico tono púrpura.

La Princesa introdujo una de sus manos en el agua. Estaba nerviosa. Todo estaba pasando a gran velocidad. No podía pensar con claridad y se guiaba más por corazonadas que por pensamientos lógicos, algo que nunca le había gustado. Naruto estaba en peligro y tenía que protegerle. Hacía mucho tiempo que lloraba en silencio al no ver su amor correspondido, pero “si le quieres, déjalo ir” como le aconsejó Kakashi-san. Ella había soñado con su muerte y eso sólo podían ser problemas. Necesitaba avanzar qué sucedería en un futuro para protegerle.

Como había hecho en otras veces, introdujo la cabeza, no sin cierta preocupación. Uno de los peligros de querer jugar a ser igual que un dios era la muerte. Muchos sacerdotes habían muerto ahogados en aquella poza hacia el infinito y los misterios del futuro. El agua estaba realmente fría y todo estaba oscuro a pesar de que se trataba de un líquido incoloro. Sintió el sabor de la carne podrida en su boca, y tuvo que esforzarse para contener las náuseas y dejarse llevar. Sintió como si cientos de brazos tiraran de ella, como si miles de tentáculos entraran por los orificios de su nariz y llegaran hasta el interior de su pecho, donde su corazón, como una bomba de fuego, los inflamaba haciendo que ardieran y quemándola por dentro.

Abrió los ojos y pudo ver un infinito mundo de luces, sombras y colores. Sentía cómo le escocían los ojos debido a la elevada cantidad de sal que contenía aquella puerta a lo que estaba por suceder y a lo que había pasado. Aquel extraño mundo que se extendía ante ella presentaba de manera miles de formas cambiantes. Shion sabía que cada forma era una vida. A veces aparecían, otras veces cambiaban y otras muchas veces desaparecían.

Shion se entregó a aquel mundo. Era extraño. Parecía como si se hubiera lanzado con su cuerpo entero a una poza. Caía. Caía. Caía. Caía. Sabía que sólo era un efecto de la magia que permitía a su mente viajar sin las ataduras físicas de un cuerpo mortal, aunque su cuerpo estaba allí y Shion no olvidaba que su cabeza estaba sumergida y no podía respirar. Unos segundos en aquel mundo podían ser unos siglos y viceversa. Debía extremar las precauciones.

Estaba suspendida, como si flotara, aunque la sensación era idéntica a la que había vivido al sumergirse por primera vez ante los ojos de otros sacerdotes más expertos y exigentes que sus doncellas. La ingravidez de aquel mundo siempre le sorprendía. Era como si nadara.

Nadó buscando aquellos hechos que estaban por venir que le parecían más destacables durante mucho tiempo, tanto que temía estar consumiendo el oxígeno que había tomado en una última y angustiada respiración.

Ante ella pudo ver las mismas escenas de su pasado con total nitidez, a diferencia de las pesadillas que habían marcado sus sueños en los últimos meses, su historia más reciente y un mundo lleno de posibilidades.

La princesa Shion vio a una mujer de cabello que ardía recostada en una cama cantando mientras acunaba entre sus brazos un pequeño bulto. Junto a ella se encontraba un hombre alto de cabellos como el sol y mirada como el cielo.

- Él es. Él es el elegido – le decía a la mujer mientras los abrazaba con gran afecto.– Lo llamaremos… y - Shion sólo pudo entender la palabra “Kyūseishu”
- Elegido para proteger a la humanidad.

Shion siguió avanzando hasta que se vio a sí misma sentada en el trono, recibiendo en el vasallaje de todos sus banderizos. Todos acudían al Palacio para presentar fidelidad y poner sus hombres y sus tierras al servicio de la primera Señora Feudal. Le gustaba experimentar tanto poder sobre tantos hombres, siendo ella la única mujer. Sin embargo, en la escena empezaron a faltar cada vez más señores y escuchaba los cuernos de guerra por todas partes

- Shion… Shion… Ven, con nosotros – siempre que había practicado aquel ninjutsu había podido escuchar las voces que la llamaban.

Caminaba por los alrededores del palacio, escoltada por su guardia y acompañada por sus consejeros mientras ejercía su poder. Le informaban de qué estaba ocurriendo en su nación y le brindaban sus mejores y más fieles consejos. Pero también pudo ver cómo la mostraba detrás de ellos su auténtico rostro convirtiéndolos en feos monstruos que preparaban sus traiciones cuyas raíces llegaban hasta los cimientos del mundo.

- Una traición sufriréis, un asesinato presenciaréis, una guerras provocaréis y una vez escucharéis llorar al zorro antes de morir.

Pudo ver cómo cinco espadas se ponían a disposición de un bebé y comenzaban una guerra. Las banderas del se rasgaban y donde antes había el símbolo de la paz, dos zorros se enfrentaron tras escapar del blanco de la tela. Comenzaron a bailar una macabra e histriónica danza en torno a un solo trono mientras sonaban tambores de guerra. Más rápido. Más lento. Daban vueltas en torno a ella mientras que escupían su fuego, se lanzaban dentelladas con sus afilados dientes como cuchillas y se atacaban con sus zarpas y con sus nueve colas.

Los cielos se eclipsaban mientras que todos permanecían ajenos y enfrentados. El orden se alteraba por completo. El caballo se subía encima del jinete, el gennin  enviaba a los jounnin a la batalla. Los cuernos sonaban claros y las trompetas graves y sin que nadie pudiera anticiparse a ellos, una serpiente dorada se enroscaba en torno a ellos. Una y otra vez aquellos esperpénticos ejércitos chocaban mientras que del cielo ya no caían ni rayos ni lluvia, sino espadas, kunais y saetas y todos seguían luchando mientras eran traspasados regando la estéril tierra.

La tierra se volvía negra y marchita. Los árboles morían. Los cultivos se echaban a perder. Los cuervos acechaban los campos y mientras los niños morían raquíticos, estos engordaban hasta dejar de poder volar y se convertían en enormes monstruos que graznaban espantosamente para pedir más comida.

El pueblo pasaba hambre y los dioses y las leyes ya no les impedían atacarse para buscar comida y encontrarla, como fuera. Robaban, violaban, mataban y si era necesario se devoraban los unos a los otros.

Mientras tanto aquella extraña guerra seguía teniendo curso. La serpiente intentaba ser detenida y por más que Shion llamara al orden nadie le hacía caso. Los zorros seguían bailando sobre la destrozada bandera mientras que la serpiente estrechaba el cerco y la serpiente se convertía en una gran árbol, muerto y mutilado.

Y entonces, Naruto se lanzaba envuelto en una aureola de dorada luz más resplandeciente que el sol contra aquellas dos bestias. Sin embargo antes de que pudiera ensartar su lanza sobre la serpiente uno de los zorros escapaba de la tela de la bandera en la que combatía y le engullían.

- ¡NOOOOOOOOOOOOOOO! – gritó ella.
- No tiene por qué ser así… Te podemos mostrar el camino…

Todas las formas se juntaron para crear un gran pasillo iluminado por diminutas y flotantes esferas de luz. Shion sabía que habían empleado una forma similar en su cabeza, era el mismo que había recorrido poco antes para llegar hasta sus aposentos.

- Sólo… entrégate… a nosotros… Sólo… únete… a nosotros.
- ¿Tenéis las respuestas que busco?
- Sí… asesina de reyes… asesina de tu padre. Sólo sigue las luces y ven… a… nosotros.
- ¡¿En qué manera he cambiado el futuro?!
- Síguenos…

Shion anduvo por ese mundo oscuro y creado por la retorcida mente de los espíritus que durante miles de años sólo habían conectado con otros mortales para causarles tal sufrimiento. Viajó por áridos desiertos. Encontró mares negros. Escaló escarpadas montañas mientras las llamas lo devoraban todo y le hacían llorar. El crujido del fuego al chisporrotear le indicaba a dónde tenía que ir hasta que por fin encontró un templo en mitad de aquel mundo. Era su propio palacio.

Estaba en ruinas. La blanca piedra estaba gris. La gran torre derruida. Sus pasillos en la ruina. Sólo los restos de los bustos y tapices quedaban. Todos los muebles que durante años se habían ufanado en conseguir sus gobernantes ahora estaban destruidos.

Shion llegó a la sala del trono y en él había sentada una mujer de idéntico aspecto, aunque parecía un espectro. Los ojos de aquel fantasma sólo eran dos cuencas oculares vacías de las que salían millares de gusanos. Su voz era gélida y cortante. Era un susurro metálico:

- Has condenado a tu infecto mundo a morir. Pronto estará tan podrido por dentro como yo. Este mundo es oscuro y oscuro lo será el tuyo. Eres la última de tu linaje y morirás siendo la última. No hay más que muerte en tu interior. Sólo cuando el oeste y el este, el norte y el sur, el fuego, el viento, el rayo, la tierra y el agua se encuentren, sólo así, volverás a ver la luz y empezó a vomitar gusanos y otros insectos que se alimentaban de cadáveres. Su vientre se abrió y pudo ver cómo un cadáver comenzaba a vomitar gusanos también – Estás muerta Earanis, estás muerta.

Las llamas verdes empezaron a consumirla mientras seguía diciéndole que estaba muerta y riéndose.

Las nubes rojas que eclipsaban el sol y la luna oscurecían la tierra. Los rayos rugían y el cielo rojo escupía un fuego negro como la noche. Al borde de un precipicio se encontraba Shion y Naruto. Naruto estaba malherido. Su ropa estaba hecha jirones y sangraba generosamente debido a las heridas que había recibido en la batalla. Había luchado como se esperaba de él: con valor, con corazón y con todo su poder. Sin embargo, no había resultado posible lograr la victoria.

Shion le agarraba con fuerza y podía ver en sus ojos azules que le pedía morir. La Princesa se lo concedía y le soltaba. Naruto empezaba a caer mientras gritaba sin emitir sonido alguno y la oscuridad lo absorbía todo.

Sin embargo, las formas desaparecieron bruscamente Todo aquel mundo desapareció. Shion empezó a nadar hacia arriba. No veía nada. Sólo ascendía, pero no parecía avanzar. Seguía nadando y, por más que lo intentara, nunca llegaba a un lejano punto blanco donde podía verse a sí misma.

Notó cómo tiraban de ella y salía de aquella palangana. Respiraba entrecortadamente. ¿Qué significaban aquellas visiones?


* * *

Aquellos dos meses últimos habían sido los más extraños de la vida de Izumi Shion. Izumi los recordaba con cierta dificultad. Recordaba cómo habían escapado de algo que Hiraishin y Naruto llamaban la Oscuridad, algo que realmente nunca había visto, aunque sí que lo había sentido. No era nada que pudiera ser descrito con palabras, quizás, sólo se pudiera decir de ello que era aterrador, que reduciría al más poderoso y valiente de los shinobis al más pavoroso de los miedos.

Se habían asentado cerca de la necrópolis de los diez mil hijos del dragón, en la que Izumi había conseguido el mágico pergamino que según Nanaitsumi, que ahora des. Él que se creía uno de los más poderosos, había aprendido que todo cuanto sabía no era nada comparado con lo que podía aprender.

La vida entre aquellas paredes a lo largo de todo aquel mes, había sido siempre igual. Izumi, no obstante, había ido valorando su estancia allí desde distintas ópticas. Al principio todo le había resultado mortalmente aburrido, estricto, exigente e imposible de aguantar. Sin embargo, su percepción había cambiado con el paso del tiempo. El duro entrenamiento había tenido mucho que ver. Hiraishin no le había dado respuestas cuando se las pedía, sólo le había exigido más entrenamiento. En más de una ocasión se había rebelado y había exigido que le dieran respuestas.

En una ocasión Izumi había llegado a desafiar al anciano, siempre apacible, sereno, tranquilo, siempre meditando, siempre hablando de una forma extraña y diciendo cosas sin decir nada. Había sido durante una larga meditación. Hiraishin le había obligado a permanecer quieto durante todo un día y el cuerpo no había podido resistir. No era un gennin para que le trataran así, pensó orgulloso y erradamente.

- ¡Quiero respuestas! – Le exigió – Llevo aquí demasiado tiempo y no me has enseñado nada que no supiera ya. No me has explicado por qué soy importante, cómo funciona la técnica que encontré en el desierto y qué demonios os proponéis haciendo todo esto.

Naruto que estaba junto a él meditando se rió. A Izumi, aquel personaje de ojos negros como la noche y cabello tan oscuro como sus ojos, piel pálida y actitud arrogante no le caía nada bien. Podía intuir que era realmente poderoso, pero eso no significaba que le guardara el mismo respeto que a su maestra o que a los honorables shinobis con los que había servido en Kiragakure. Aquel Naruto, cuyo nombre era completamente falso, pues incluso a miles de kilómetros, el nombre del Nadaime Hokage se escuchaba alto y claro, siempre entrenaba con él, bien practicando las artes que antes otros le habían enseñado o bien, practicando algo que llamaban el Modo Bitoku.

- ¿A caso no crees que he podido reconocer que éste te acompaña es un Uchiha?
- ¡Oh! Decirme que tu nombre Naruto era hiciste, Uchiha.
- Los nombres son cosas bonitas… y estúpidas.
- Entonces, Naruto llamando te seguiré, jejeje.- le respondió.
- Quiero respuestas.
- Pues gánatelas, como yo hice – le respondió Naruto, severo. Rara vez solían intercabiar palabra alguna, pero cuando lo hacían era en ese tono.- Para poder comprender tu importancia en esta misión necesitas antes purificar tus pecados. Sólo así comprenderás qué nos proponemos.
- Quieres que pelee – determinó el ninja de Kirigakure
- Si crees que puedes…
- Deteneos. Los buenos hermanos llevarse bien deben. Conmigo pelea. Viejo soy. No te costará si limpio te hallas.
- Sea.

El joven se lanzó hacia el anciano cargando con su katana en ristre, como le habían enseñado. El anciano sólo se movió un ápice para esquivar el ataque y lo hizo. Izumi se dio la vuelta girando con la espada para atacar por otro flanco. Su rival volvió a esquivarlo con un estudiado y mínimo movimiento. “¿De dónde demonios saca la agilidad este viejo?”

El monje realizó un movimiento rápido y le propinó una fuerte patada que arrojó a Izumi varios metros hacia atrás. Además de ser ágil, era fuerte. Naruto no conocía a nadie capaz de lanzar a una persona varios metros atrás y tirarla al suelo con una simple pero efectiva patada.

- Para matarme intentar atacarme deberías, jejeje. Sólo así una oportunidad tener podrás – le dijo divertido.

Izumi asintió y se levantó. No se iba a rendir. Había superado muchas dificultades en la vida y había desarrollado una determinación implacable. Pudo observar cómo el anciano le lanzaba una mirada desafiante, aunque también llena de curiosidad. Le estaba estudiando.

El chico volvió a atacarle y se enfrascaron en una lucha en la que Naruto daba golpes cada vez menos precisos y menos fuertes mientras que Hiraishin permanecía impasible esquivándolos. Sólo se movía de un lado a otro y las trampas de Izum no servían. Parecía verlas, anticiparse a ellas. Cansado, Naruto lanzó su espada hacia los pies del hombre. Con un salto que era increíble para una persona normal se situó sobre su espada.

Izumi quedó estupefacto. Hiraishin, en un parpadeo, le propinó una patada en la barbilla que lo arrojó al suelo.

- Nanaitsumi poderoso es. Su fe en Shin más fuerte que en ti mismo la tuya. Derrotarles así no podrás.
- No es cuestión de fe.
- Sí que lo es. Sólo si en tu objetivo crees con firmeza, los siete lo lograréis. Una cadena formaréis y si un eslabón débil es, la cadena no resistir podrá. Si  la cadena a romperse llegara, la Oscuridad negarlo todo podría, el fin del mundo conoceríais.
- ¿Qué es la Oscuridad?
- La maldición del padre al hijo traidor.
- Eso no me dice nada.
- Ahora, en tu entrenamiento rogarte debo que tu atención centres. Si derrotarme y respuestas quieres, recorrer mi camino tu obligación es. Si caso me haces, podrás este mundo proteger.
- Haz el favor de sentarte y seguir meditando. Verás las respuesta si quieres verlas – le ordenó Naruto.

No sabía su objetivo, pero sabía que para cumplirlo había tenido que ser sometido a un disciplinado entrenamiento físico, mental, intelectual y espiritual. “Rutina”.

Ésa era la palabra que le había acompañado durante aquellos dos meses. Era sometido a duras pruebas físicas, a largas y extenuantes carreras, a pruebas de fuerza, de equilibrio y por supuesto, Naruto le aleccionaba en el arte del combate y de la guerra. Por otra parte, Hiraishin se encargaba de que aquel entrenamiento también fuera extensible a la mente y al intelecto. El anciano insistía en que una mente despierta y sana era un cuerpo fuerte y ágil. Aunque en un principio recelara de aquellas palabras, luego había sido testigo de que pocas afirmaciones podían ser más cierta que aquella.

A medida que transcurrió el tiempo y había pasado de leer y escribir a estudiar, pensar, disertar y demás, su cuerpo se había ido volviendo más ágil, más resistente y más fuerte. Y fue entonces, cuando Izumi empezó a entender qué estaba haciendo.

Gracias a la combinación había ido olvidando el hastío que provocaba en él aquella situación de desconocimiento. Había acogido la disciplina de buen grado y la resignación había dado paso al entendimiento y a la aceptación y entonces, cuando se concentraba, sentía como en su interior podía encontrar una energía que permanecía adormecida y que le llamaba. Aquella energía estaba en el fondo de su corazón. Hiraishin siempre decía que si Naruto era capaz de llegar a ella, él también.

Así fue como tras otro mes, un día mientras meditaban Izumi notaba que se volvía más poderoso. No hacía nada, salvo soportar las directrices de Hiraishin, entrenar la mente y entrenar el cuerpo con Naruto. Fue en mitad de su entrenamiento cuando recibieron la noticia.

- Un mensajero llegado ha.
- ¿Y bien? – preguntó Sasuke dejando lo que estaba haciendo en ese momento.
-  El séptimo hermano aparecido ha. Los siete listos estáis. El momento del reencuentro llegado ha.
- ¿Deberemos ir en su búsqueda?

Hasta el momento Izumi sólo había conseguido entender qué debían encontrar a siete shinobis, a los que Hiraishin siempre se refería como los siete hermanos. No sabía bien que debían hacer, a él le llamaban como a uno de ellos. Siempre se preguntaba qué hacía esperando allí. Pensaba en su amada, en la mujer que no debería estar esperándole y su tutora. Sin embargo, luego algo le decía que resistiera, que sabría la verdad.

- Sí, aunque tú misión bien distinta ésta será. A tu hogar deber volver – le dijo a Naruto – Al corriente de tu misión te pondré en unos instantes. Izumi, rogarte que tus cosas prepares. Acompañarme deberás a la necrópolis. El séptimo hermano está por aparecer y a una trampa se dirige.



CONTINUARÁ...