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Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
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NaruSaku v2.0 :: :: Fan Fic :: FF Cerrados
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
Que miedo con ese tipo acosador! que hara Sakura?! por cierto cuando volvera a ver a Naruto y este o ella le pedira que salgan?
Conti!
Conti!
hikari uzumaki- Sennin
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
Hola, aqui como siempre siguiendo tus fic's
INNER: Soy tu fiel fan!!!!
Uff contra penas y pude ponerme al corriente, en fin, aunque me intriga saber quien sera el acosador de Sakura!!!!
En fin, espero tu conti con ansias!!!
saku-naru984- Novato
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Guadalajara
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
tiene bastante suspenso. y estoy impaciente por que alguien muera xD
espero la conti pronto. suerte y cuidate
espero la conti pronto. suerte y cuidate
gonmax- Sannin
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
quedo muy bueno yo quiero ver muertes
me gusto el capitulo sigue asi espero conti
me gusto el capitulo sigue asi espero conti
miguel-kun- Clan Seiryuu
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con kelly kelly y sakura haciendo un trio XD
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Morir por complacer (capitulo 7)
- Spoiler:
- Resultó muy fácil averiguar su horario. Pudo haber contratado un detective privado para vigilar la casa, pero no quiso involucrar a una tercera parte que más adelante pudiera hacer conexiones inconvenientes. Él condujo por la calle varias veces, buscando un lugar donde poder estacionarse y vigilar; el tráfico, aunque no pesado, aún era lo bastante intenso como para pasar desapercibido. El problema era que no encontraba un lugar para estacionarse. Era una calle residencial, con casas a ambos lados, y personas entrando y saliendo de esas casas todo el día.
Pero todo tomaba su tiempo, y perseverancia. En los días siguientes, durante sus horas de conducción, observaba cuando llegaban los jardineros y lo anotaba cuidadosamente en una libreta que había comprado especialmente para esto; tenía una cubierta de cuero suave color negro, de mejor gusto que aquellas cubiertas de cartón de brillantes colores que los escolares parecían preferir. Una mujer mayor, que él suponía iba a cocinar, llegaba todos los días alrededor de las diez en punto y se iba a las cinco. La llegada y partida de las empleadas de servicio también eran cuidadosamente anotados. El miércoles, Sakura salió de la casa en la mañana y no regresó hasta temprano en la tarde: él trató de seguirla, pero ella tomó la carretera 31 y la perdió en el tráfico al tener que detenerse en un semáforo en rojo. En vez de seguir dando vueltas sin ton ni son, se detuvo en una cabina y llamó a la casa del juez Sarutobi. El número no figuraba en el listín, pero lo había conseguido poco después de la aparición de Sakura en televisión. Conocía a gente que conocía a gente y que siempre estaban dispuestos a hacerle favores. En realidad, lo único que había tenido que hacer era pedirlo, y en cuestión de horas había llegado a sus manos.
Contestó una mujer, y él preguntó por Sakura, pensando que utilizar su nombre de pila implicaría una familiaridad que no existía. O mejor, que todavía no existía. Sentía como si ya la conociera, sabía de su dedicación, su lealtad y de la absoluta perfección de su aspecto, cómo actuaba e incluso cómo sonaba su voz.
—Sakura ha salido hoy —dijo la mujer alegremente.
—Oh, es verdad. Un momento, a ver si me aclaro. ¿Hoy es su día libre? —empleó
deliberadamente un tono y un lenguaje más casuales de lo que en él era habitual.
—Sí, así es.
—¿Hoy es miércoles? He perdido la noción del tiempo. Llevo todo el día pensando que era jueves.
La mujer se rió.
—Lo siento, pero es miércoles.
—De acuerdo. Entonces la llamaré esta noche, gracias.
Colgó antes de que la mujer pudiera preguntarle su número y su nombre, y anotó la información con letras diminutas y precisas: «Miércoles—día libre».
Sintió un escalofrío de excitación. Para lo que tenía en mente, ella tenía que estar fuera de la casa. Pensó que había conseguido casi toda la información que necesitaba, pero decidió que seguiría vigilando para asegurarse. Ésa era la clave del éxito: no dejar nada a la suerte. Le habría gustado seguirla durante todo el día y ver lo que hacía, qué le interesaba o qué aficiones tenía, pero quizá fuera mejor así.
Pensó en el aspecto que tenía cuando había salido por el camino que descendía desde la casa: el pelo rosa y suelto y gafas de sol clásicas protegiéndole los ojos. Daba la impresión de ser una persona distante, misteriosa, y ligeramente exótica. Conducía su 4x4 con competente velocidad, como había supuesto. Eso era otra muestra de su dedicación: el hecho de que hubiera tomado clases de conducción defensiva. Se había puesto totalmente al servicio de aquel anciano, que nunca había hecho nada para merecer tanta devoción. Ni siquiera había ganado el dinero que tenía, sino que lo había heredado, lo cual distaba mucho de la forma en que él había conseguido su herencia, puesto que la había salvaguardado de las estúpidas decisiones de su padre. El juez Sarutobi no había hecho nunca nada, excepto sentarse en un sillón y dispensar opiniones como quien reparte el mismísimo maná.
Su Sakura se merecía algo más que el viejo ese. Se merecía... todo. Quería hacerle un regalo, algo que la hiciera pensar en él cada vez que lo viera. Y quería que fuera algo que tuviera que ponerse para poder imaginaria llevándolo todos los días, tocándolo, atesorándolo. No podía regalarle ropa; resultaba demasiado burdo. Las flores se marchitaban y morían, por eso quedaban descartadas. Entonces tenía que ser una joya. ¿Acaso no eran joyas lo que los caballeros habían regalado a sus damas especiales en el curso de la historia? Joyas especiales habían sido imbuidas de misterio, de intriga, incluso de maldiciones, aunque naturalmente su regalo no tendría nada de maldito. No podía convertirlo en algo tan especial como deseaba, ya que no tenía tiempo para mandar que la hicieran. Tendría que comprar algo ya hecho, pero incluso a pesar de ese obstáculo encontraría algo que se saliera de lo normal.
Tendría que comprarla en una tienda de la que nunca hubiera sido cliente, de manera que no hubiera la menor posibilidad de que le reconocieran. Y ni hablar de pagar con cheque o con tarjeta de crédito. No quería que nadie pudiera seguir el rastro del regalo y dar con él. A su debido tiempo, ella se enteraría, pero eso les pertenecía solo a ellos dos.
Fue en coche al banco y sacó cinco mil dólares y salió de allí molesto porque la cajera que atendía en la ventanilla a la que se accedía desde el coche le había pedido que le mostrara su carné de conducir. Sin embargo, en cuanto lo pensó mejor decidió que la cajera había obrado correctamente. Odiaba que le hicieran retrasarse o que le cuestionaran, pero a veces había que aceptar las cargas de una vida en sociedad.
Desde allí fue a La Galleria, donde estaba seguro de ser un rostro más entre muchos otros, incluso en un día laborable. Había varias joyerías, y curioseó en todas ellas antes de hacer su selección. Sakura necesitaba algo sencillo y clásico; sin duda le horrorizaría tanto como a él cualquier cosa llamativa, pero regalarle algo insignificante sería un insulto.
Finalmente se decidió por un colgante en forma de lágrima, un precioso rubí rodeado de diamantes que colgaba de una cadena finísima. Pensó que la combinación de rubíes y diamantes capturaba la esencia de Sakura: calidez exótica rodeada de perfecta frialdad.
Para asombro del dependiente, pagó en efectivo. Con la caja cuadrada y plana en el bolsillo se fue a otra joyería y compró una cadena sencilla que iba en una caja muy parecida a la que contenía el colgante con el rubí. La cadena costaba la mísera cantidad de cien dólares, pero era la caja lo que quería, no el contenido.
Después se detuvo en una ferretería y compró una pequeña caja de cartón, papel de relleno para proteger el contenido y un rollo de cinta adhesiva. Hasta se acordó de comprar tijeras para cortar la cinta. Normalmente le habría molestado sobremanera tener que tomarse tantas molestias, pero esta vez soportó pacientemente todos los pasos que tuvo que dar. Al fin y al cabo, lo hacía por Sakura.
En cuanto volvió al coche, sacó la cadena barata de la caja y la reemplazó con sumo cuidado por el colgante. Eso era. Si Sakura llamaba a la joyería cuyo nombre aparecía en la caja, descubriría que allí nadie recordaba haber vendido un colgante de diamantes y rubíes y que, de hecho, no tenían un objeto así en stock. Se la imaginaba tumbada en la cama, tocando con ternura el colgante que le rodeaba el cuello y preguntándose quién le habría enviado un regalo tan maravilloso.
Metió la caja de la segunda joyería en la caja de cartón, incluyó una breve nota para hacerle saber lo especial que era para él, envuelta en el papel de relleno, y selló la caja. Con el ceño fruncido, se sacó la pluma de oro del bolsillo de la chaqueta. ¿Qué le haría el rugoso cartón a la plumilla?
Podía ir a otra tienda y comprar un bolígrafo, pero de pronto se le terminó la paciencia. Desenroscó la tapa de la cara pluma y rápidamente escribió el nombre de ella y su dirección en la caja, clavando la plumilla en el cartón a causa de la irritación. Compraría otra pluma si era necesario, pero esa caja iba al correo sin más dilación.
La oficina de correos estaba llena de gente, y, a pesar de las medidas de seguridad, el apresurado empleado no se dio cuenta de que la caja no llevaba remite. Los terroristas nunca tenían aspecto distinguido ni digno; por lo que había visto, solían llevar el pelo largo y normalmente daban asco.
Estaba preparado por si el empleado de correos se daba cuenta de la omisión, y ya había pensado en una dirección ficticia, pero prefería que el paquete fuera un absoluto misterio cuando ella lo recibiera.
Había observado que el juez Sarutobi daba un paseo por el barrio todos los días a la misma hora y que cogía el correo del buzón a su regreso. Era difícil pasar con el coche junto a la casa en el momento preciso, y de hecho no lo logró por pocos segundos. Como no pudo pararse en la calle para mirar, tuvo que contentarse con lo que pudo ver por el retrovisor. El viejo cogió la caja y se quedó parado con ella entre las manos, mirando de repente a uno y otro lado de la calle. La calle trazaba una curva y perdió de vista al viejo bastardo. Maldición. ¿Por qué se había quedado ahí? ¿Qué estaba haciendo? ¿Acaso estaba celoso de que alguien le hubiera mandado un paquete a Sakura?
Eso era. Claro que estaba celoso. Era viejo, pero seguro que le inflaba el ego el hecho de tener a una mujer como ella viviendo con él, cuidándole. Probablemente les decía a todos sus amigotes que dormía con ella.
La idea le hizo apretar las manos de rabia hasta que se encontró agarrando el volante tan fuerte que se le habían vuelto blancos los nudillos. Casi podía oír a los amigotes del juez, cacareando y riendo disimuladamente como adolescentes de mentes mugrientas. Tenía que liberarla de todo eso.
Sakura había puesto la caja encima de la encimera de la cocina y, mientras cenaba, su mirada no dejaba de posarse sobre ella. El colgante era innegablemente precioso, pero no quería tocarlo. Un regalo era una cosa; un regalo anónimo era algo totalmente distinto. En cierto sentido era... inquietante, como si alguien le hubiera enviado una serpiente disfrazada.
Decidió que el juez tenía razón y que el reportaje de la televisión había atraído a algún pirado que se había obsesionado con ella. Sin duda, jamás se pondría el colgante. De todos modos, casi nunca llevaba joyas, y si lo hacía normalmente eran sólo un par de aros de oro y el reloj. Demasiadas joyas no sólo resultarían inapropiadas para su trabajo, sino que además era una cuestión de gusto personal. Le gustaba sentirse ligera, y las gargantillas le producían una especial aversión. Además, no había modo de averiguar quién le había enviado el colgante. Podía haber sido cualquiera, alguien con quien se había cruzado en el supermercado o que hubiera estado de pie a su lado en la librería. Si por lo menos supiera quién era, podría evitarle. Pero, sin saberlo, si llevaba el colgante y él la veía, podía entenderlo como algún tipo de señal. Una señal de qué, eso era algo que no quería ni imaginar.
Había sido entrenada para darse cuenta de si alguien le seguía mientras conducía, y cuando llevaba al juez en el coche, nunca bajaba la guardia. Sólo se relajaba cuando iba sola, y ahora aquel bastardo había acabado con su tranquilidad. Tendría que estar alerta y no perder de vista a todo aquél que se le acercara, y eso era algo que odiaba. Aunque quizá no ocurriera nada más. Algunos pirados desaparecían cuando el objeto de su obsesión no mostraba la reacción esperada. O, si veía que alguien la seguía, quizás intentara hacerle desistir; quizá le llevara al campo de tiro para que la viera practicar. Eso enfriaría su pasión.
Después de todo, Sakura habría preferido que le hubiera enviado una amenaza de muerte. Al menos podría llevarla a la policía. Un colgante de rubíes y diamantes y una tarjeta en la que decía «Una pequeña muestra de mi estima» no podían considerarse una amenaza. Raro sí, pero no amenazador. No había violado ninguna ley y, como había preferido permanecer en el anonimato, ni siquiera podía devolverle el regalo y decirle que la dejara en paz.
La joyería tampoco había sido de ninguna ayuda. Lo primero que había hecho había sido llamar a la tienda cuyo nombre aparecía en la caja. Ninguno de los dependientes recordaba haber vendido esa pieza; ni siquiera recordaban haber tenido un colgante que respondiera a esa descripción. Sakura les dio las gracias y colgó, frustrada. Quien quiera que fuese debía de tener una caja para joyas vacía en la que había puesto el colgante. Y eso era una callejón sin salida. Había muchas joyerías en la zona de Birmingham, además de casas de empeño, donde podía haberla comprado. Podía haberla comprado en cualquier parte. Tuscaloosa estaba a sólo media hora por la Interestatal 59. Montgomery sólo a una hora. Incluso a Atlanta podía llegarse en un par de horas. Y ésas eran sólo las ciudades grandes. Las pequeñas también tenían joyerías.
En resumen, no había nada que pudiera hacer, no había forma de dar con aquel tipo a menos que fuera él quien la encontrara y le preguntara por qué no llevaba puesto su regalo. Sakura no sabía si era eso lo que quería que ocurriera, incluso aunque con ello le diera la oportunidad de decirle que la dejara en paz. Puesto que se las estaba viendo con un pirado, no sabía qué hacer. ¿Cómo saber lo que podía provocar en él aún mayor locura? No se consideraba una experta en artes marciales, pero estaba más capacitada que la mayoría de la gente para protegerse y para proteger a su jefe. Estaba en buena forma; era una tiradora excelente y una buena conductora. Sin embargo, no tenía intención de poner en práctica esas particulares habilidades. Quería encargarse de la casa del juez y cuidar de él, nada más. Pero las artes marciales eran sólo útiles hasta cierto punto, y Sakura era lo suficiente humana para sentirse incómoda, incluso un poco asustada, al ver cómo se estaban desarrollando los acontecimientos. Un mero episodio, sin el aditivo de una amenaza, no significaba que la estuvieran acosando, pero ahora tenía la mente abierta a esa posibilidad y no podía pensar en otra cosa.
Maldijo a aquel desconocido por haberle robado la paz de espíritu. No podía hacer nada excepto tomar precauciones y estar en guardia, y odiaba esa impotencia más que nada en el mundo. Quería hacer algo, ¿pero qué? Por naturaleza y por educación, tenía tendencia a tomar la ofensiva, y en este caso no podía hacer más que defenderse.
Su única posibilidad era jugar con la mano que le había sido tendida, por mucho que le disgustara. Estaba perfectamente capacitada para enfrentarse a eso; simplemente tenía que estar atenta. Quizá se tratara de un pacto a una carta. O quizá, fuera quien fuera, la llamaría al día siguiente para ver si había recibido su regalo, y podría desanimarle. Era cortés por educación, pero también era hija de un militar y la hermana de otros dos, y conocía bien el arte de desanimar a la fuerza. Podía ser muy cruel si la situación así lo requería.
Bien, básicamente todo dependía de ella, a menos que el desconocido hiciera algo que resultara abiertamente amenazador. Sin embargo, sería una estupidez no avisar al menos al departamento de policía y pedirles su opinión al respecto.
¿Su opinión? Sakura soltó un bufido. Más bien la opinión de Uzumaki. Conservaba su tarjeta, o mejor, era el juez quien la conservaba. Bajó a la planta baja y recorrió la casa en dirección a la biblioteca, donde el juez se había tumbado en su sillón reclinable de cuero, desde donde contemplaba encantado su nueva televisión de alta definición y pantalla gigante. El juez alzó la mirada cuando la oyó llamar cortésmente a la puerta.
—Siento molestarle, pero ¿tiene la tarjeta del detective Uzumaki? Creo que sería aconsejable contarle a la policía lo del regalo, incluso aunque no puedan hacer nada.
—Buena idea. La tarjeta está en la carpeta de mi escritorio.
El juez hizo un ademán de levantarse, pero Sakura le indicó con un gesto que volviera a sentarse. Qué adorable. Sencillamente no había manera de que se acostumbrara a la idea de que no debía hacer las cosas por ella, de que ella estaba allí para hacerlo por él. No tenía el menor reparo en que Sakura le sirviera la comida y cuidara de su ropa, ya que para la gente de su generación, eso era tarea de mujeres, pero en cuanto se trataba de otra cosa, ella tenía que estar continuamente alerta o el juez haría cosas como abrirle las puertas para que pasara.
—Ya voy yo. No se levante, por favor.
Sólo había una carpeta en el escritorio del juez. Se trataba de una carpeta de color manila con la inscripción «Intento de robo». Sakura sonrió mientras la abría. La carpeta contenía el informe de la policía, el recorte del periódico en el que aparecía el informe, algunas fotografías que él mismo había hecho y una copia de la declaración para la compañía de seguros. La tarjeta del detective Uzumaki estaba unida con un clip al informe policial junto con otras dos tarjetas.
Sakura anotó su teléfono y cerró la carpeta.
—Gracias. ¿Quiere que le traiga algo más esta noche?
—No, no. Estoy bien —respondió el juez, despidiéndola con un gesto, totalmente absorto en una persecución policial que tenía lugar en el canal Court TV. Debía de ser cosa de hombres, pensó Sakura con un suspiro. A su padre también le gustaba aquel programa. Regresó a sus dependencias, marcó el número del detective en su inalámbrico y de repente colgó antes incluso del primer tono. La gente con receptores podía captar las conversaciones de los inalámbricos.
No tenía nada privado que decir, pero la idea de que un pirado pudiera estar escuchando sus llamadas era repugnante, y la posibilidad de que hubiera invadido su vida con un simple gesto la puso aún más furiosa. No debería preocuparle hablar por un inalámbrico. Debería poder seguir con su vida como Siempre, maldición. Fue hasta su dormitorio y descolgó el teléfono fijo. Mientras volvía a marcar, sacó una almohada de debajo del edredón, la apretó hasta hacer con ella una bola, y se la puso detrás de la espalda al tiempo que se ponía cómoda encima de la cama. Naruto contestó al tercer tono. Por su voz, se diría que no estaba de muy buen humor.
—Uzumaki.
De acuerdo. Estaba de muy mal humor.
—Detective Uzumaki, soy Sakura Haruno.
Siguió una breve pausa, como si el detective estuviera intentando recordar su nombre.
—Sí, ¿en qué puedo ayudarla?
Sakura oyó una televisión, pero no otras voces. No se oía a niños jugando, ni el callado murmullo de ninguna esposa preguntando: «¿Quién es?» Daba la sensación de que estaba solo, lo cual era un alivio. En realidad, cuando lo pensó con calma, se dio cuenta de que se sentía demasiado aliviada.
—Sé que no hay nada que el departamento pueda hacer, pero esta tarde he recibido un regalo anónimo por correo que me ha dejado intranquila.
—¿Anónimo?
—En la caja no figuraba ningún remite, ni había nada con un nombre dentro.
—¿Qué era? ¿Un gato muerto?
Sakura se quedó callada y él suspiró.
—Perdone. Le sorprendería saber cuánta gente solía recibir gatos muertos por correo. Eso terminó cuando las oficinas de correos dejaron de aceptar cajas sin remitente.
—Bueno, esta vez sí lo hicieron. Lleva el timbre de correos, pero no tiene remite.
—¿Qué hay en la caja?
—Un colgante de rubíes y diamantes de gran valor.
—¿De cuánto?
—El juez Sarutobi dice que al menos de dos mil dólares. La tarjeta decía: «Una pequeña muestra de mi estima», pero no estaba firmada. No había nada de amenazador en ella, pero... me ha dejado intranquila. El juez se alarmó. Cree que el reportaje de la televisión ha atraído a algún tipo que se ha obsesionado conmigo.
—Es probable, pero ¿cómo está usted segura de que no es de su novio?
—No tengo novio.
Podría haberle dicho sencillamente que estaba segura de que no era de ningún novio, pero no lo hizo. «No tengo novio». No podía haber sido más clara. Si de verdad estaba interesado en ella, la llamaría.
Se produjo otra breve pausa. Luego Naruto dijo:
—Mire, tiene razón, no hay nada que podamos hacer.
—Ya lo sé. Sólo quiero saber qué debería hacer, o debería estar haciendo, si esto se convierte en algo serio.
—Conserve todo lo que reciba que le parezca importante. Lleve la cuenta de cualquier llamada extraña, como aquellas en las que le cuelguen o en las que sólo oiga una respiración pesada. ¿Dispone su teléfono de identificador de llamadas?
—No, mi línea privada no.
—Entonces contrátelo. Y si todavía no tiene móvil, consiga uno. No vaya a ninguna parte sin él, y quiero decir a ninguna parte.
—Tengo móvil. Está siempre en mi camioneta.
—No lo deje ahí ni en el bolso. Llévelo en el bolsillo, de manera que pueda acceder a él inmediatamente en caso de necesidad. Normalmente, en estos casos, le diría que no tiene nada de qué preocuparse, pero un regalo caro es... poco habitual.
—Eso es lo que me parecía —dijo Sakura, suspirando y frotándose la frente—. Odio esta situación. En realidad no ha ocurrido nada, pero tengo el presentimiento de que algo horrible está a punto de ocurrir.
—No deje que eso la afecte. Utilice el sentido común, vaya con cuidado y llame si ocurre algo.
—De acuerdo. Gracias por el consejo.
—De nada.
Naruto colgó y Sakura soltó una pequeña carcajada cuando también ella colgó. Bien, al menos tenía la respuesta a una pregunta: quizá el detective Uzumaki fuera soltero, pero definitivamente no estaba interesado en ella. Sus modales no podían haber sido menos personales, así que asunto zanjado.
Cuando Sakura regresó al salón, se dio cuenta de que las cortinas estaban abiertas. Las corrió de golpe con el corazón latiéndole con fuerza. ¿Quién había ahí fuera? ¿La estaría vigilando?
mariland- Clan Suzaku
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
Que miedo! Pobre Sakura ahora no podra estar tranquila, al menos a llamado a Naruto pense que el aprovecharia la oportunidad para comenzar a acercarse, pero igual es pronto, hay que esperar, y ese obsesivo si que da miedo, quien sera? Cuales seran sus verdaderas intenciones?
Conti!
Conti!
hikari uzumaki- Sennin
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
2 cosas..
primero.. sakura esta muy traumada con que alguien al este vigilando. yo lo tomaria como algo raro pero nada mas..
y segundo ese hombre esta muuuuy mal de la cabeza.. ya hasta piensa que es SU sakura..
naruto es todo un homosexual al no hacer nada para con sakura xD
espero conti pronto. suerte y cuidate
primero.. sakura esta muy traumada con que alguien al este vigilando. yo lo tomaria como algo raro pero nada mas..
y segundo ese hombre esta muuuuy mal de la cabeza.. ya hasta piensa que es SU sakura..
naruto es todo un homosexual al no hacer nada para con sakura xD
espero conti pronto. suerte y cuidate
gonmax- Sannin
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
gua quedo bueno
naruo debio aprovechar la
oportunidad y acercarse a saku
espero conti no tardes
naruo debio aprovechar la
oportunidad y acercarse a saku
espero conti no tardes
miguel-kun- Clan Seiryuu
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con kelly kelly y sakura haciendo un trio XD
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
que buen fic nueva lectora esta muy buena pobre sakura se gano un acosador por cumplir su deber espero coti
aduzumaki- Sennin
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Morir Por Complacer (Capitulo 8)
- Capitulo 8:
- No ocurrió nada más. No hubo más llamadas ni más regalos, y si alguien la había seguido, Sakura no le había visto. En una ocasión creyó que alguien la seguía, pero si así era, el tipo en cuestión no era ningún experto, y, de todos modos, un Jaguar blanco no era el coche más indicado para seguir a nadie; llamaba demasiado la atención. No pasó mucho tiempo hasta que el Jaguar blanco desapareció de su espejo retrovisor, engullido por el denso tráfico. Probablemente se tratara de alguien que también vivía en Mountain Brook y que causalmente había llevado su misma dirección durante un rato.
Tuvo noticias de su madre, y Sasori la llamó, así que, hasta el momento, estaba bien. Gaara todavía no había llamado desde su partida, pero si le hubiera pasado algo ya se habrían enterado, de modo que todo estaba en orden en el frente familiar. Karin estaba planteándose tener otro hijo, el segundo, pero a Suigetsu, su marido, no le entusiasmaba la idea. Era totalmente feliz con su hijo. Conociendo a Karin, Sakura hizo una apuesta imaginaria a que tendría otro sobrino, o sobrina, en un año. El simple hecho de hablar con su madre había hecho que se sintiera mejor. En casa todo estaba como siempre, y eso era lo que necesitaba saber. También en casa del juez todo parecía estar como de costumbre, excepto por la existencia de aquel colgante. Sakura lo miró, y al hacerlo volvió a sentir que algo no andaba bien, que ahí fuera había alguien que creía que era normal enviar un regalo caro a una mujer a la que no conocía.
Durante su medio día libre, que esa semana cayó en sábado, se fue a cortar el pelo y a hacerse la manicura. Luego se fue al cine. No dejó por un instante de observar a la gente y al tráfico que la rodeaba, pero no percibió nada fuera de lo normal. Nada. El mismo rostro no había aparecido en dos lugares distintos, nadie la seguía. Pensó que era demasiado pronto para relajarse, pero se sentía un poco mejor cuando regresó a casa.
El miércoles, su siguiente día libre, resultó prácticamente igual. Nadie la siguió a clase de karate ni al entrenamiento de kick—boxing. Pasó un buen rato en el campo de tiro, simplemente porque hacía que se sintiera mejor, y luego se fue de compras al Summit. También eso hizo que se sintiera mejor. Había algo en el hecho de comprarse un vestido nuevo que le sentaba bien al alma.
Estuvo curioseando en la librería durante una hora, cenó en uno de los restaurantes y luego se fue a ver otra película. Le gustaba el cine e iba al menos una vez cada dos semanas, pero en el fondo sabía que estaba poniendo las cosas fáciles para que alguien la abordara. Si el hombre seguía ahí, Sakura quería saber quién era, qué aspecto tenía. No podía seguir viviendo pensando que cada hombre que veía podía ser él. Quería ponerle cara para que dejara de ser una forma vaga y amenazadora en su cabeza. Quería que se sentara a su lado. Que se acercara.
Pero se sentó sola en la oscuridad del cine y nadie le habló ni si quiera la rozó cuando terminó la película y salió de la sala; tampoco en el aparcamiento, cuando iba hacia el coche. Todo parecía normal en la casa cuando entraba por el camino. Las luces del porche estaban encendidas, las luces de seguridad también, y vio luz en la habitación del juez, situada en el primer piso. El reloj digital del salpicadero marcaba casi las diez, así que probablemente estuviera a punto de acostarse.
Aparcó bajo el pórtico, donde solía hacerlo habitualmente, Y entró a la casa por la puerta de atrás. Tras cerrarla con llave, emprendió como siempre un pequeño tour por la casa para asegurarse de que todo está perfectamente cerrado. Cuando iba hacia la parte delantera, oyó la televisión en la biblioteca y al echar un vistazo en esa dirección, vio que desde la biblioteca se colaba la luz hasta el oscuro vestíbulo. El juez todavía debía de estar levantado. Las dos grandes puertas dobles de entrada no estaban cerradas con llave, lo cual resultaba algo extraño. Sakura pasó el pestillo y luego regresó a comprobar las puertas del solarium.
No era propio del juez dejar las luces encendidas de su cuarto. Apagaba automáticamente la luz cada vez que salía de una habitación, aunque fuera a volver pronto. Sakura se detuvo en la escalera trasera y un imperceptible escalofrío de inquietud le recorrió la espalda. Quizás el juez había subido un momento y pensaba bajar a ver las noticias de las diez. No oía ningún ruido en el piso de arriba, aunque con la televisión de la biblioteca encendida resultaría imposible oír nada.
Fue hacia la puerta abierta de la biblioteca y echó un vistazo dentro. Había una lámpara encendida, tal como al juez le gustaba tenerla cuando veía la televisión. Estaba sentado en su sillón reclinable de cuero, como de costumbre, con la cabeza inclinada hacia un lado. Debía de haberse quedado dormido mientras miraba la televisión.
Pero ¿por qué estaba encendida la luz del primer piso? Entonces notó el olor. Era un olor difícil de identificar. Combinaba lo que parecía ser olor a heces con... con otra cosa.
Sakura arrugó la nariz y con todos sus instintos repentinamente alertas —¿estaba enfermo? ¿Acaso había sufrido un infarto?—, se adentró en la sala.
Cuando vio al juez desde un ángulo distinto, se quedó helada.
No. Oh, no.
Había manchas y borrones oscuros repartidos por toda la habitación, y, a pesar de la oscuridad, Sakura se dio cuenta de que en algunos de esos borrones había algo sólido. Tragó con dificultad, quedándose inmóvil y atenta, intentando oír al intruso. Oyó el tic tac del reloj, los latidos de su corazón, pero no había nadie más cerca... a menos que estuviera arriba.
Quería llegar hasta el juez. Deseaba enderezarle la cabeza y secarle la sangre del cuello, hasta donde había ido goteando desde la pequeña y limpia herida que tenía a un lado de la cabeza. Deseaba cubrir... cubrir el agujero abierto en el otro lado de su cabeza, donde el cráneo había desaparecido. Quiso llorar, gritar, correr escaleras arriba y buscar al asesino del juez, una misión de búsqueda y muerte, ya que de ningún modo pensaba dejarle un minuto más con vida si le encontraba.
No hizo nada de eso. Salió de espaldas de la biblioteca, teniendo mucho cuidado de no tocar nada para no dejar ninguna huella, y volvió sobre sus pasos a la cocina. Había dejado el bolso en el office. Había metido dentro el móvil, ya que no veía necesario llevarlo en el bolsillo mientras estaba en casa.
Se había equivocado.
También sacó la pistola y apostó la espalda contra una esquina para que no pudieran sorprenderla por detrás, en caso de que él siguiera en la casa. Le temblaban las manos cuando encendió el teléfono y esperó a tener conexión. La espera se le hizo eterna, aunque probablemente sólo pasaron los segundos habituales hasta que el teléfono indicó que tenía línea. Pulsó el 091 y esperó a que respondieran.
—Cero noventa y uno.
Quiso cerrar los ojos, pero no se atrevió. Intentó hablar, pero fue incapaz de articular ningún sonido.
—Cero noventa y uno. ¿Dígame?
Sakura tragó y consiguió emitir un leve sonido.
—Aquí Briarwood número dos mil setecientos trece. Han disparado a mi jefe. Está muerto.
A diferencia de la primera vez que Naruto había estado allí, la casa estaba profusamente iluminada. El camino, la calle, hasta la acera estaba abarrotada de vehículos, la mayoría de ellos con luces giratorias. Las cintas empleadas para acotar la escena del crimen mantenían a los vecinos a raya, y la situación era lo suficientemente crítica como para que esta vez se hubieran olvidado de que no era de buena educación quedarse ahí mirando. Todas las casas de la calle estaban iluminadas y la gente se congregaba al otro lado de la cinta, susurrándose entre sí. Un agente filmaba a la multitud, ya que muchas veces el asesino esperaba junto a la escena del crimen para presenciar el espectáculo.
Las camionetas de los informativos de la televisión local estaban aparcando, y Naruto pasó por debajo de la cinta antes de que nadie pudiera detenerle.
La puerta principal estaba abierta, vigilada por un agente uniformado que le saludó con una inclinación de cabeza y que abrió la puerta para dejarle pasar. Los criminalistas ya estaban manos a la obra, limpiando, catalogando y fotografiándolo todo cuidadosamente. El personal sanitario esperaba, puesto que resultaba obvio que ya no había nada que pudieran hacer. No había ninguna vida que salvar, ni heridas que tratar; sólo un cuerpo que transportar.
Un asesinato en Mountain Brook era una gran noticia. El ultimo había ocurrido hacía... cuánto ¿cinco años? Cuando la víctima del asesinato era un juez federal retirado, la noticia era aún más impactante. La presión sobre el caso iba a ser intensa.
—¿Quién avisó a la policía? —preguntó, aunque naturalmente ya lo sabía.
—La mayordomo. Está en aquella habitación —dijo el oficial, señalando con la barbilla a una habitación situada a la izquierda.
Era un salón de desayuno, o al menos Naruto supuso que se llamaba así, ya que estaba conectado con la cocina. Sakura estaba sentada a la mesa con una taza de café entre las manos. Estaba pálida e inmóvil, con la mirada clavada en el mantel. Esta vez no estaba en pijama. Llevaba ropa de calle y todavía conservaba el pintalabios.
—¿Es suyo el coche que está en la parte de atrás? —preguntó Naruto.
Sakura asintió sin mirarle.
—Está aparcado debajo del pórtico —respondió con un hilo de voz desprovisto de tono.
—¿Qué marca es?
—Un TrailBlazer —dijo. En su voz no había el menor asomo de interés ni la menor curiosidad.
Naruto cruzó la cocina y encontró la puerta trasera en un pasillo. El 4x4 estaba ahí fuera. Puso la mano sobre el capó: todavía estaba caliente.
Volvió dentro y, mientras pasaba por la cocina, se detuvo a servirse un poco de café. La cafetera estaba casi llena, de manera que era evidente que ella se había servido una taza, se había sentado y luego había olvidado bebérsela.
Sakura seguía sentada exactamente como la había dejado. Naruto cogió el café templado de sus dóciles manos, lo echó al fregadero de la cocina y le sirvió otra taza. Se la puso delante.
—Beba.
Sakura le dio un sorbo, obediente.
Naruto se sentó a la mesa, a la derecha de Sakura, y sacó su libreta y su pluma.
—Cuénteme lo ocurrido.
Fue una pregunta abierta. No deseaba encaminarla en ninguna dirección concreta.
—Hoy es miércoles —dijo Sakura, todavía conservando ese hilo de voz.
—Sí, así es.
—Es mi día libre. He hecho lo que hago habitualmente...
—¿Que es?
—Mi clase de karate, kick—boxing, el campo de tiro.
—¿A qué hora fue eso?
Sakura se lo dijo y él anotó cuidadosamente todas las horas y le preguntó dónde tomaba las clases. Lo comprobaría y se aseguraría de que Sakura había estado donde decía a la hora que decía.
—¿Y después?
—Fui de compras al Summit.
—¿Compró algo?
—Un vestido en Parisian's y un par de libros.
—¿Se fijó en la hora?
—Entre las cuatro y las cinco, creo. La hora tiene que aparecer en los tickets de compra —respondió. Todavía no había levantado la mirada, aunque sí tomó otro sorbo de café.
—¿Volvió después a casa?
Sakura sacudió levemente la cabeza.
—No, cené fuera. En... no recuerdo el nombre. Está en el Summit. El restaurante italiano. Debería haber vuelto a casa entonces, es lo que hago habitualmente, pero esta noche he ido al cine.
—¿Por qué debería haber vuelto a casa?
—Porque habría estado aquí. No habría ocurrido si hubiera estado aquí.
—¿Qué película vio?
Esta vez Sakura sí levantó la mirada, una mirada vacía.
—No me acuerdo —contestó. Rebuscó en el bolsillo de sus vaqueros y sacó la mitad de una entrada electrónica—. Ésta.
Naruto anotó el título de la película y la hora.
—Tenía pensado ir a verla. ¿Es buena? —preguntó, conservando el tono informal y tranquilo.
—No está mal. Fui para darle la oportunidad de que me abordara, en caso de que me estuviera vigilando.
—¿Qué?
Naruto se había perdido. —¿Quién?
—No lo sé. El tipo que me envió el colgante.
—Ah, vale —dijo. Entraría en eso más adelante—. ¿A qué ha llegó a casa?
—Eran casi las diez. Había luz en el dormitorio del juez. Normalmente se va a la cama
sobre las diez, aunque a veces mira las noticias antes de acostarse.
—¿Tiene televisión en su habitación?
—No —respondió con labios temblorosos—. Decía que los dormitorios son para dormir.
—Entonces ¿veía la televisión en... ?
—En la biblioteca. Fue ahí donde le encontré.
—Retrocedamos un poco. ¿Qué hizo al llegar a casa? —dijo, dando un sorbo a su café. Sakura le imitó.
—Empecé a comprobar que todas las puertas estuvieran bien cerradas. Siempre lo hago, antes de irme a la cama. La puerta de entrada no lo estaba —dijo—. Me refiero a que no estaba cerrada con llave, lo cual no era habitual. Oí la televisión y me pregunté por qué tenía encendida la luz de su habitación si estaba en la biblioteca.
—¿Qué hizo?
—Fui hasta la puerta de la biblioteca y miré dentro. El juez estaba en su sillón reclinable, y tenía la cabeza ladeada, como si se hubiera quedado dormido.
Naruto esperó. No quería dirigir la conversación.
—Noté el olor —dijo con desmayo. Naruto sabía de qué olor se trataba—. Pensé que quizá hubiera sufrido un infarto o un ataque corazón, y que se había manchado con sus propias heces. Sólo había una lámpara encendida, de modo que no había mucha luz; pero cuando entré, el ángulo de visión cambió y vi la... la sangre. Y la otra parte de su cabeza. Las salpicaduras... —dejó de hablar—. Temí que todavía siguiera en la casa. En el piso de arriba. Por eso la luz estaba encendida. Pensé en subir... —de nuevo se interrumpió.
—Espero que no lo hiciera.
—No, pero sí quise hacerlo —susurró—. Quería cogerle. En vez de eso volví a la cocina, cogí la pistola y el móvil y me quedé en un rincón mientras llamaba al cero noventa y uno.
—¿Dónde está ahora su pistola?
—En el bolso. La metí ahí cuando llegó el primer coche.
—¿Puedo verla?
—Está en el office.
—¿Podría traérmela, por favor?
Sakura se levantó y fue a la cocina, moviéndose como un zombi. Él la siguió y siguió mirándola mientras ella sacaba la pistola. Estaba metida en una funda, y cuando Naruto comprobó el cargador vio que estaba lleno.
—Siempre la recargo después de salir del campo de tiro —dijo Sakura, frotándose la frente. No la había limpiado, todavía no, aunque Naruto no dudó que lo hacía regularmente, y todavía conservaba el olor a pólvora quemada. La balística no coincidiría, lo sabía; era demasiado lista para cometer un error así. Naruto no creía que ella hubiera matado al anciano, pero no podía permitirse descartar totalmente esa posibilidad. La mayoría de la gente que moría asesinada era víctima de la gente más próxima a ellos, de manera que, hasta que no fuera descartada como sospechosa, Sakura estaba definitivamente en su lista.
Ella le miraba con el rostro inexpresivo y los ojos vacíos. Estaba totalmente encerrada en sí misma. Había gente que se enfrentaba al estrés así, casi cerrándose en banda.
—Volvamos a sentamos —sugirió Naruto, y ella obedeció . —¿Ha recibido algún otro regalo por correo o alguna llamada extraña?
—No, sólo aquél. Nada más. En una ocasión creí que alguien me seguía, pero me equivoqué.
—¿Está segura?
—Desapareció. Además, iba en un Jaguar blanco. Nadie sigue a alguien en un Jaguar blanco.
—No, a menos que no tenga otro coche.
Aunque si alguien podía permitirse un Jaguar, a buen seguro podía permitirse también un coche de otra marca. Los Jaguars llamaban demasiado la atención. Así que probablemente nadie la estuviera acosando. Aunque eso era lo primero que Sakura había pensado en cuanto entró en la casa Y encontró el cuerpo del juez Sarutobi.
—Mencionó que el juez Sarutobi había recibido amenazas de muerte. ¿Qué sabe de eso?
—Su familia le dará los detalles. Sé lo imprescindible, pero todo eso ocurrió antes de que yo empezara a trabajar con él. Su familia... Dios mío, tengo que llamarles.
—Nosotros notificaremos a la familia —dijo Naruto, suavizando la voz al ver que ella parecía de pronto destrozada ante la idea—. ¿Tiene sus nombres y sus teléfonos?
—Sí, claro —dijo Sakura, volviendo a frotarse la frente. Tiene dos hijos y una hija.
Sakura le dio sus nombres y sus teléfonos y volvió a caer en el silencio, de nuevo clavando la mirada en el mantel.
—Volveré en un minuto —dijo Naruto, levantándose. Quería ver la escena de la biblioteca con sus propios ojos y revisar el resto de la casa.
Casi había llegado a la puerta cuando Sakura preguntó:
—¿Estaba él arriba?
Naruto se detuvo.
—Cuando las patrullas revisaron la casa no encontraron a nadie.- Lo sabía porque había recibido el informe en tránsito.
—¿No saltaría por alguna ventana del piso de arriba?
—No había el menor rastro de nadie en la casa. Ni una ventana abierta, nada fuera de lugar—. Era todo lo que podía decirle.
—Espero que no estuviera arriba —dijo Sakura, casi hablando consigo misma—. Espero no haberle dejado escapar. Debería haber subido. Debería haber mirado.
—No, se equivoca.
—Le habría matado —dijo Sakura sin la menor emoción.
mariland- Clan Suzaku
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
pobre juez sarutobi maldito hombre obsesionado con sakura y ahora que va hacer ella espero conti
aduzumaki- Sennin
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
No puede ser murio el juez Sarutobi, me lo esperaba pero no tan pronto y asi, pobre Sakura, entonces el obsesivo vigilaba el momento para cometer el asesinato ya que muerto el juez ella queda libre para aceptar su oferta de trabajo.
Espero y Naruto resuelva el caso y esto lo acerque a Sakura.
Conti!
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hikari uzumaki- Sennin
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
muy bueno.. ya queria que muriera el pobre viejo asi se pone mas interesante la cosa.. xD
ahora naruto parece hasta preocupado..
espero la conti pronto. suerte y cuidate
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
Capitulo 9
Sakura estaba tensa, exhausta y emocionalmente agotada cuando, a las seis de la mañana del día siguiente, se encontró con Tsunade y su familia en el aeropuerto de Birmingham. Esperó abajo, en la zona de recogida de equipajes, con una taza de café en la mano. No tenía la menor idea de la cantidad de café que había tomado desde que había hallado el cuerpo del juez, pero estaba totalmente segura de que la cafeína era lo único que la hacía seguir funcionando.
No había dormido. No habría tenido oportunidad de hacerlo, incluso aunque hubiera querido. Naruto no había parado de aparecer una y otra vez para hacerle preguntas, y Sakura tenía tantas cosas que hacer que no había parado ni un solo segundo. Tenía que notificar a la gente. El departamento de policía se había encargado de avisar a la familia, pero ella había llamado a la cocinera y la había despertado con la terrible noticia, antes que dejar que se enterara por el primer telediario de la mañana. Entonces habían empezado a llegar las llamadas de lafamilia, hasta el punto de que en varias ocasiones había tenido que hablar a la vez por el inalámbrico y por el móvil.
Había que organizado todo para hospedar a la familia en la casa. Jiraiya y su esposa, tenían tres hijos, que a su vez estaban casados y tenían sus propios hijos. Todos vivían en la zona de Huntsville, que estaba relativamente cerca, por lo que sólo Jiraiya y su señora iban a quedarse en la casa hasta después del funeral, pero todos —los tres hijos con sus esposas, más cuatro nietos— se quedarían a dormir la noche antes del servicio.
Orochimaru y Anko, su mujer, vivían en Mobile. Tenían dos hijos, uno casado y otro soltero. Los cuatro iban a quedarse en la casa hasta el funeral. Tsunade, Dan y sus dos hijos vivían en Dallas, e iban a quedarse hasta que todo hubiera terminado. Eso significaba que Sakura debía acomodar a once personas, incluida ella, en mitad de la noche, preparada y dispuesta para una facturación de primera hora... de primerísima hora. Se preocuparía del resto de la familia de Jiraiya en cuanto hubiera dejado arreglados los preparativos para el funeral. Les había reservado habitaciones en el Wynfrey. Probablemente comerían a horas extrañas, de manera que necesitaban algún lugar que dispusiera de servicio de habitaciones.
Además, los adolescentes podrán distraerse en La Gallería adyacente. Sakura había reservado habitación en el Brook Inn. Había sido todo un shock darse cuenta de que no le permitían quedarse en la casa, ni siquiera había podido coger su ropa. Había dado a Naruto una lista de las cosas que necesitaba, y él había dispuesto que alguien fuera a recogerlas a la casa.
Le habían confiscado la pistola, así como el viejo revólver de servicio del juez que guardaba bajo llave en una vitrina. Naruto dijo que serían devueltos en cuanto se hubiera completado la investigación, es decir, en cuanto hubieran determinado si alguna de las dos armas había sido utilizada para cometer el asesinato.
Era obvio que ella era sospechosa, aunque sólo fuera por proximidad. Tenía acceso ilimitado a la casa, una pistola, y el propio Naruto había visto lo hábil que era con ella. Podía justificar y demostrar dónde había estado, aunque sólo fuera por los vales y recibos de compra, pero sobre todo no tenía ningún motivo, así que Sakura no se preocupó demasiado por su suerte. No podía, especialmente con el constan te recuerdo del cuerpo del juez deslizándose como una película muda en su mente.
El juez tenía un aspecto muy frágil muerto, como si su espíritu le hubiera impedido a uno darse cuenta de con qué contundencia el tiempo había posado su mano en él. Sakura se sentía orgullosa y contenta de haber sido ella quien le encontrara, y de que hubiera habido un último momento final entre los dos a solas, antes de que llegaran todos esos desconocidos y se apropiaran de su cuerpo. Los muertos carecen de dignidad, pero Sakura sabía que el juez habría odiado haber perdido el control de sus intestinos y que su familia le hubiera visto así. También habría odiado que ella le hubiera visto así, pero de todas las posibilidades, esa era la menos preocupante.
La escalera mecánica empezó a escupir gente desde el avión recién llegado. Tsunade y su familia estaban entre los primeros. Tsunade era una mujer bonita y delgada con atractivos su pelo rubio y largo. Tenía los ojos enrojecidos y estaba pálida, aunque serena. Vio a Sakura cuando todavía estaba en la escalera, y cuando llegó al suelo cruzó hasta ella inmediatamente y las dos mujeres se abrazaron. A Sakura se le llenaron los ojos de lágrimas. Durante toda esa noche había necesitado desesperadamente que alguien la abrazara para dejar de sentirse tan espantosamente sola.
—¿Sabes algo de Jiraiya? —preguntó Tsunade, separándose y secándose los ojos con un maltrecho pañuelo de papel.
—Han salido a las dos de la mañana, así que llegarán al hotel en cualquier momento.
—Espero que conduzca con cuidado.
—Le convencí para dejara conducir a su esposa.
—Bendita seas —dijo Tsunade, abrazándola de nuevo—. Sigues teniéndolo todo bajo control. ¿Ha descubierto algo la policía?
Sakura sacudió la cabeza.
—No lo sé. No soy miembro de la familia, así que no me dirán nada.
De todos modos, Naruto no iba a decirle nada hasta que dejara de ser sospechosa.
—Sabía que uno de esos malditos bastardos saldría de la cárcel y vendría a buscarle — dijo Tsunade tensa—. Lo sabía.
Una nueva oleada de culpa asaltó a Sakura.
—Debería haber estado ahí.
—Tonterías —soltó Tsunade girándose enfurecida hacia ella—. Era tu día libre; no tenías por qué estar allí. No podías pasarte con él veinticuatro horas al día. Probablemente el monstruo vigilaba la casa y vio cómo te ibas. Si alguien tiene la culpa, esa soy yo, por no haber contratado a un servicio de vigilancia a tiempo completo. No es culpa tuya y no pienso dejarte que lo pienses, ¿me has oído?
Demasiado tarde. Sakura lo pensaba al menos cada cinco minutos. ¿y si, como había creído en esos primeros y espantosos minutos de conmoción, el juez había sido asesinado por el pirado que le había enviado el colgante? ¿Y si en realidad había ido a buscarla a ella?
Matar al juez no tenía ninguna lógica, pero la verdad es que gente así carecía de lógica, de manera que ¿por qué iban a serlo sus actos? Sabiendo que un pirado estaba ahí fuera, Sakura debería haber estado en casa en vez de estar por ahí intentando provocarle para que se mostrara.
Hasta que Naruto no preguntó por las amenazas de muerte Sakura no se dio cuenta de que esa era la respuesta más probable. En realidad, se dio cuenta utilizando la lógica. Emocionalmente, no había conseguido deshacerse de esa primera impresión.
—Tampoco es culpa tuya —dijo con firmeza—. La culpa la tiene el hombre que apretó el gatillo, nadie más. Tenemos que tenerlo siempre presente.
Pero seguía pensando que tendría que haber estado allí. Si no hubiera sido por aquel maldito colgante, así habría sido.
Dan, el marido de Tsunade, estaba junto a la cinta de equipajes recogiendo las maletas, ayudado por Asuma, su hijo mayor y Konohamaru, que se había quedado solo, con ese aspecto de desgraciado que sólo puede tener un ser querido.
—Vaya —dijo Sakura, avanzando para acercarse al chicoy abrazarlo—. Has crecido.
—No mucho —dijo Konohamaru—. Quería demostraselo al viejo la próxima vez que le viera, pero... pero ahora ya nunca podré hacerlo —se le arrugó la cara y se echó encima de Sakura, hundiéndole la cara en el hombro. Los sollozos sacudieron su cuerpo delgado.
Tsunade se hizo cargo de su hijo, estrechándolo entre sus brazos y acunándolo como si fuera un bebé. Dan y Asume se acercaron, cargados con las maletas y aparentemente incómodos ante aquella muestra abierta de emociones entre los dos. Tsunade consiguió calmar a Konohamaru y todos salieron en busca del coche de Sakura. Tsunade se sentó en el asiento trasero con los niños, y Dan ocupó el asiento delantero.
—¿A qué hora se supone que llegarán Orochimaru? —preguntó.
—Hacia las once. Orochimaru tiene una copia del testamento del juez en su caja de seguridad y el banco no abre hasta las nueve. Pensó que podría ser necesaria.
Tsunade se frotó la frente.
—No quiero pensar ahora en su testamento.
—Puede que contenga instrucciones para su funeral —dijo Dan con suavidad.
—Lo que de verdad desearía... —suspiro—. Da igual. Desear no servirá de nada — concluyó con un profundo suspiro mientras Sakura empezaba a rodear el aparcamiento en dirección a la salida—. Sakura, ¿sabes cuándo nos dejara entrar la policía en casa?
—Probablemente todavía pasarán como mínimo algunos días.
Sakura tendría que hacer que limpiaran la biblioteca antes de que la familia entrara en la casa. No quería que vieran la escena como estaba en ese momento, con las manchas y los borrones de sangre. Daría lo que fuera por no haberlo visto, porque las doce horas anteriores jamás hubieran pasado. Si pudiera volver atrás haría las cosas de otro modo: en vez de remolonear en el Summit, volvería a casa y, fuera quien fuera el asesino, cuando llegara a la casa se encargaría de él y el juez seguiría con vida. Pero no podía volver atrás. Nadie podía.
—El detective se pondrá en contacto con vosotros en vuestro hotel—dijo serenamente—
. Intentad dormir un poco si podéis.
—¿Estarás presente? Me refiero a cuando el detective hable con nosotros —preguntó
Tsunade, con la voz levemente temblorosa.
—Si queréis que esté, sí.
Con la misma desesperación con la hacía un rato había necesitado que la abrazaran, SaKura necesitaba en ese momento quedarse sola para poder dar, rienda suelta a la pena y a las lágrimas que llevaba tanto tiempo conteniendo. Se lo había guardado todo, en gran medida por efecto de la conmoción, pero en esos instantes la conmoción estaba empezando a desvanecerse y había que enfrentarse a la realidad.
—Por favor. Estoy tan... no puedo pensar con claridad.
Sakura no sabía hasta qué punto podía pensar con claridad, pero si Tsunade quería que estuviera presente, allí estaría. Si Naruto les daba unas horas, al menos podría darse una ducha y cambiarse de ropa, quizá incluso echarse una siesta y desayunar algo. En cuanto pensó en comida, el estómago le dio un vuelco y se le cerró la garganta. De acuerdo, nada de comida, al menos por el momento. Quizá al día siguiente.
El día siguiente. ¿Qué se suponía que debía hacer al día siguiente? Supuso que lo que la familia necesitara. Se encargaría de todo aquello con lo que ellos no se vieran capaces de lidiar. Y cuando les hubiera prestado su último servicio, ¿qué?
No estaba lista. Pensaba que todavía contaba con otro par de años para prepararlo todo y poner su Plan en acción. Había pensado que el juez iría poco a poco volviéndose más frágil, o que quizá un ataque al corazón o un infarto se lo llevarían, pero que su muerte sería natural. Habría llorado su muerte, todos los habrían hecho, pero no habrían sentido ese terrible dolor ante una vida sesgada antes de tiempo. Nadie estaba preparado para su muerte, así no.
Instaló a la familia en el hotel y, justo cuando ya se iba, llegaron Jon y su familia. Así que se quedó a ayudarles y a responder a las preguntas de Orochimaru. Encontrando consuelo en la compañía, Tsunade, Dan y sus hijos se unieron a ellos, y cuando Sakura por fin les dejó, estaban todos reunidos en el salón de la suite, un poco llorosos, pero ya más calmados. Las últimas gestiones debían esperar a la llegada de Jiraiya, para así poder decidir todos juntos, aunque Tsunade ya había cogido una hoja con membrete del hotel y estaba haciendo una lista de todo lo que quedaba por hacer.
Tsunade se recuperaría. Estaba dolida, pero a la vez estaba también haciendo una lista. Así era como las mujeres reaccionaban siempre, haciendo lo que era necesario hacer. El día estaba nublado y hacía más frío que los días anteriores. Sakura agradeció el contacto del aire frío en la cara mientras caminaba hacia el TrailBlazer. De momento no tenía nada que hacer, y eso le producía una sensación extraña. Tsunade tenía su número de móvil y también su número de habitación en el Mountain Brook Inn, y la llamaría cuando llegara la hora de encontrarse con Naruto. Probablemente, Sakura tenía un par de horas para ella. Podía darse esa ducha.
Cuando por fin estuvo en su habitación, el silencio era casi sobrecogedor. Durante horas había estado ocupada, rodeada de gente, de voces, de luces. Incluso cuando había estado sentada respondiendo preguntas, había estado ocupada. Ahora estaba sola, y en ese momento no tenía que hacer nada por nadie. Sacó metódicamente la poca ropa que llevaba con ella, colgó el vestido en el cuarto de baño para que el vapor hiciera desaparecer las arrugas mientras ella se duchaba y por fin se metió debajo del relajante chorro de agua caliente y allí, por fin lloró.
Lloró mucho y durante largo rato, hecha un ovillo contra la mampara de la bañera, con el rostro entre las manos y el agua golpeándole en la cabeza. La acumulación de horas de estrés y de dolor la desgarró. Tenía ganas de destrozar algo, de emprenderla a golpes contra algo hasta romperlo, de... quería recuperar al juez, y eso no era posible. Por fin la naturaleza siguió su curso y los violentos sollozos fueron convirtiéndose en una amortiguada aceptación. Terminó de ducharse, se envolvió el pelo mojado con una de lasgruesas toallas del hotel y se dejó caer desnuda en la cama. La habitación era fresca y estaba a oscuras, Sakura estaba exhausta, y se quedó dormida casi inmediatamente.
El teléfono la despertó a las diez. Lo buscó a tientas, luchando por sonar despierta.
—Hola, soy Sakura.
—Sakura, soy Tsunade. El detective Uzumaki estará aquí a las once. ¿Podrás estar aquí a esa hora?
—Ahí estaré —prometió, rodando fuera de la cama.
Tenía el pelo hecho un desastre, todavía húmedo y enredado. Encendió la pequeña cafetera de la que disponían todas las habitaciones del hotel y a toda velocidad se secó el pelo con el secador y se cepilló los dientes. El café ya había salido cuando terminó, así que cogió una taza y fue dando sorbos mientras volvía al cuarto de baño y terminaba de arreglarse. No había mucho que hacer; no le importaba demasiado el aspecto que tuviera ese día, de manera que se limitó a darse una hidratante y abrillantarse un poco los labios y se olvidó del resto. No tenía mucha elección en cuanto a la ropa. Un vestido y dos de sus uniformes diarios de mayordomo. Ni siquiera tenía una chaqueta, y pensó que precisamente ese día iba a necesitar una. Tendría que arreglárselas con su camisa blanca, los pantalones negros y el chaleco negro habituales. Quizá Naruto podría arreglarlo para que alguien le consiguiera más ropa si no iban a permitirle la entrada a la casa como mínimo hasta el día siguiente.
Las nubes estaban empezando a dejar caer una ligera llovizna, y Sakura notó que el frío la calaba en la corta distancia que la separaba del vehículo. Lo primero que hizo en cuanto puso en marcha el motor fue encender la calefacción de los asientos. Lo segundo, ponerse unas gafas de sol para disimular sus ojos hinchados y llorosos. Normalmente, el trayecto hasta el Wynfrey era corto, de unos diez o quince minutos, pero un accidente en la 280 había provocado una retención en el tráfico y llegó al Wynfrey cerca de las once menos cinco. Casualmente, Uzumaki estaba entrando en el vestíbulo al mismo tiempo que ella.
—¿Qué hace usted aquí? —le preguntó con brusquedad.
—La familia quiere que esté —respondió Sakura, un poco sorprendida ante la dureza de su voz.
Naruto asintió y no volvió a hablar mientras iban hacia los ascensores. Sakura estaba demasiado cansada y se sentía demasiado vacía para decir nada que sonara pertinente, ni siquiera impertinente. Todo lo que él tenía que decirle probablemente se limitaba a más preguntas, así que se alegraba de que él no dijera nada. Para hacerle justicia, Naruto debía de estar tan cansado como ella, quizá más.
Sakura le echó una rápida mirada de reojo. En algún momento Naruto se había duchado y afeitado y también se había cambiado de ropa. Si estaba exhausto, no lo demostraba. Quizá también él hubiera podido dormir algo. Llevaba chaqueta y corbata. La chaqueta le recordó a Sakura que tenía frío.
—¿Podría enviar a alguien a la casa para que me sacara un abrigo? —preguntó—. No me importa cuál.
Él la miró, dándole un rapidísimo repaso en el que reparó en todos los detalles. Quizá notara que Sakura estaba tiritando.
—Me ocuparé de ello.
—Gracias.
La familia estaba reunida en la suite de Tsunade, Jiraiya habían llegado y Sakura sintió durante un instante una aguda punzada de culpa. Debería haber estado allí cuando llegaron y ayudarles a instalarse. Jiraiya le estrechó la mano y la reservada esposa la abrazó, lo que provocó que los ojos volvieran a llenársele de lágrimas.
Tsunade, una anfitriona como pocas, había dispuesto que trajeran una selección de fruta y de pastas al salón de la suite. Había botellas de agua y una cafetera de café recién hecho. Sakura preguntó a todos que querían beber, y silenciosamente fue sirviéndoles. Recordar cómo quería cada uno su café era una de sus habilidades, habilidad que había sido potenciada por las clases que había recibido en la escuela para mayordomos. Algunos mayordomos podían hacerlo con pequeños grupos de cinco o de seis, algunos necesitaban tomar nota, pero por alguna razón la información se procesaba en su cabeza de manera diferente. Por ejemplo, cuando le pidieron que describiera a Jiraiya dijo que medía metro ochenta, pelo cano, ojos color negro, le gusta el café cargado y con crema. Naruto, según recordaba por las incontables tazas de café que había bebido la noche anterior, era de lo más simple: café solo. Cuando le dio la taza de café que él le había pedido, Naruto asintió para darle las gracias y dijo:
—¿Hay demasiada luz aquí para usted?
Sakura había olvidado que todavía llevaba puestas las gafas de sol.
—Lo siento —murmuró, quitándoselas—. Olvidé que las llevaba.
Sus ojos rojos e hinchados estaban en consonancia con lo que ocurría en la habitación.
—¿Has comido? —preguntó Tsunade, acercándose y poniéndole la mano en el hombro.
—Todavía no.
—Entonces siéntate y come algo. Ahora. Si yo puedo, tú puedes.
Ante la insistencia de Tsunade, Sakura puso algo de fruta y de queso danés en un plato de postre y luego miró a su alrededor en busca de algún asiento. Tsunade había pedido al hotel que llevaran más sillas para acomodar a todos. Naturalmente, las familias estaban juntas, y habían dejado sólo vacío el asiento situado al lado de Naruto. Sakura se sentó y, bajo la mirada aquilina de Tsunade, pinchó con el tenedor un pequeño dado de piña fresca y se lo llevó a la boca.
Se obligó a masticar y el pedazo de piña empezó a expandirse. Si hubiera estado sola lo habría escupido. En breve cerró los ojos y luchó contra la tensión que le atenazaba la garganta. Y masticó.
— Trágueselo —dijo Naruto en un tono de voz que sólo ella pudo oír. Lo intentó. Al segundo intento la piña realmente pasó garganta abajo.
Puesto que la acción de comer no era más que sentido común, Sakura la atacó con la misma decisión con la que lidiaba con todo lo demás. Mientras escuchaba las preguntas de la familia y las respuestas prácticas de Narutol, fue desmenuzando el queso en pequeños pedazos y se concentró en masticar y en tragar.
Había algo en la presencia de Naruto que resultaba tranquilizador. Aunque Sakura no recordaba que hubiera habido ningún asesinato en Mountain Brook en los tres años que llevaba viviendo allí, daba la sensación de ser un hombre que se había enfrentado antes a la muerte violenta y que sabía como manejarla y lo que había que hacer. Su talante práctico alejó a la familia de cualquier tipo de demostraciones de alta carga emocional, puesto que inconscientemente le emulaban. Incluso Sakura llegó a sentirse agradecida por su presencia. Mientras estuviera ahí, Naruto estaba al mando. Lo único que ella tenía que hacer era masticar y tragar.
Escuchó las preguntas tranquilas y certeras de Naruto sobre las amenazas de muerte que el juez había recibido en el pasado. De hecho, Tsunade tenía un archivo sobre las amenazas, lo que recordó a Sakura lo mucho que padre e hija se parecían en rasgos y en costumbres. Tsunade se lo dio a Naruto, que lo hojeó y luego levantó la mirada.
—¿Puedo quedarme con esto un tiempo?
—Sí, claro —respondió Tsunade, agarrándose con fuerza las rodillas—. Es muy duro tener que preguntar esto, pero... ¿dónde está papá? Tenemos que organizar el funeral.
—La oficina del coronel se ha hecho cargo de él—dijo Naruto—. Se lo entregarán después de la autopsia.
Se levantaron todas las cabezas que había en la habitación.
—¿Autopsia? —preguntó Jiraiya—. ¿Por qué es necesaria una autopsia?
—Se practica automáticamente en todos los casos de homicidio. Las leyes del estado así lo requieren.
—Eso es ridículo —dijo Tsunade—. Tiene sentido si no se sabe de qué ha muerto alguien, pero a papá le dispararon. La razón de su muerte es obvia —su voz tembló un poco al pronunciar la palabra «muerte», pero enseguida volvió a recuperar la firmeza.
—La causa de su muerte parece obvia, pero a veces se dispara o se quema a las víctimas para ocultar la verdadera causa de su muerte, como el envenenamiento o el estrangulamiento.
—¿Realmente importa, llegados a este punto? —preguntó Anko.
—La forma en que tiene lugar la muerte nos dice mucho sobre el perpetrador. Por ejemplo, ¿quién tendría acceso a un veneno específico? ¿Quién sería lo suficientemente fuerte para estrangular a un hombre? Creo que la causa de la muerte en el caso de su padre está clara: herida de bala, pero la decisión final corresponde al forense.
—Entonces, ¿cuándo podremos... recuperar a papá?
—No puedo decírselo con seguridad, señora, pero creo que no me equivoco si le digo que mañana.
—Bien —dijo Tsunade, pellizcándose el puente de la nariz y mirando luego a sus hermanos—. Hoy es jueves. Si nos lo entregan mañana, podemos celebrar el funeral el domingo o el lunes. ¿Qué opináis?
—El domingo —dijo Jiraiya de inmediato—. Eso facilitará que la gente pueda asistir al servicio.
—Estoy de acuerdo —añadió orochimaru.
—Entonces, el domingo —concluyó Tsunade, anotándolo en su lista.
Naruto miró a Orochimaru.
—Señor Sarutobi, mencionó que tenía una copia del testamento de su padre. ¿La lleva encima?
—Sí, está en mi maletín.
—¿Conoce el contenido?
—No, está sellada. Quiero decir, todos conocemos el contenido general, pero no los detalles.
—¿Puedo verla, por favor?
Orochimaru arqueó las cejas.
—¿Puedo preguntarle para qué?
—A veces las herencias juegan su papel en el móvil del crimen.
Tsunade tomó aire con brusquedad.
—¿Sugiere usted que uno de nosotros mató a nuestro padre?
Todos los allí reunidos se erizaron.
—No, señora; no hay ninguna evidencia que sugiera eso. Simplemente estoy cubriendo todas las posibilidades. No quiero pasar por alto algo que pueda ayudarme a resolver el caso.
Orochimaru sacó el sobre de tamaño legal. Como había apuntado, estaba firmemente sellado. Naruto levantó la mirada, pidiendo permiso. Orochimaru asintió y, con un movimiento firme, Naruto abrió el sobre y sacó el grueso documento.
Lo leyó rápidamente por encima, pasando las páginas. De pronto se detuvo y levantó la cabeza, clavando sus afilados ojos azules en Sakura.
—Señorita Haruno, ¿sabía usted que, según los términos de este testamento, heredará una sustanciosa suma de dinero?
Sakura estaba tensa, exhausta y emocionalmente agotada cuando, a las seis de la mañana del día siguiente, se encontró con Tsunade y su familia en el aeropuerto de Birmingham. Esperó abajo, en la zona de recogida de equipajes, con una taza de café en la mano. No tenía la menor idea de la cantidad de café que había tomado desde que había hallado el cuerpo del juez, pero estaba totalmente segura de que la cafeína era lo único que la hacía seguir funcionando.
No había dormido. No habría tenido oportunidad de hacerlo, incluso aunque hubiera querido. Naruto no había parado de aparecer una y otra vez para hacerle preguntas, y Sakura tenía tantas cosas que hacer que no había parado ni un solo segundo. Tenía que notificar a la gente. El departamento de policía se había encargado de avisar a la familia, pero ella había llamado a la cocinera y la había despertado con la terrible noticia, antes que dejar que se enterara por el primer telediario de la mañana. Entonces habían empezado a llegar las llamadas de lafamilia, hasta el punto de que en varias ocasiones había tenido que hablar a la vez por el inalámbrico y por el móvil.
Había que organizado todo para hospedar a la familia en la casa. Jiraiya y su esposa, tenían tres hijos, que a su vez estaban casados y tenían sus propios hijos. Todos vivían en la zona de Huntsville, que estaba relativamente cerca, por lo que sólo Jiraiya y su señora iban a quedarse en la casa hasta después del funeral, pero todos —los tres hijos con sus esposas, más cuatro nietos— se quedarían a dormir la noche antes del servicio.
Orochimaru y Anko, su mujer, vivían en Mobile. Tenían dos hijos, uno casado y otro soltero. Los cuatro iban a quedarse en la casa hasta el funeral. Tsunade, Dan y sus dos hijos vivían en Dallas, e iban a quedarse hasta que todo hubiera terminado. Eso significaba que Sakura debía acomodar a once personas, incluida ella, en mitad de la noche, preparada y dispuesta para una facturación de primera hora... de primerísima hora. Se preocuparía del resto de la familia de Jiraiya en cuanto hubiera dejado arreglados los preparativos para el funeral. Les había reservado habitaciones en el Wynfrey. Probablemente comerían a horas extrañas, de manera que necesitaban algún lugar que dispusiera de servicio de habitaciones.
Además, los adolescentes podrán distraerse en La Gallería adyacente. Sakura había reservado habitación en el Brook Inn. Había sido todo un shock darse cuenta de que no le permitían quedarse en la casa, ni siquiera había podido coger su ropa. Había dado a Naruto una lista de las cosas que necesitaba, y él había dispuesto que alguien fuera a recogerlas a la casa.
Le habían confiscado la pistola, así como el viejo revólver de servicio del juez que guardaba bajo llave en una vitrina. Naruto dijo que serían devueltos en cuanto se hubiera completado la investigación, es decir, en cuanto hubieran determinado si alguna de las dos armas había sido utilizada para cometer el asesinato.
Era obvio que ella era sospechosa, aunque sólo fuera por proximidad. Tenía acceso ilimitado a la casa, una pistola, y el propio Naruto había visto lo hábil que era con ella. Podía justificar y demostrar dónde había estado, aunque sólo fuera por los vales y recibos de compra, pero sobre todo no tenía ningún motivo, así que Sakura no se preocupó demasiado por su suerte. No podía, especialmente con el constan te recuerdo del cuerpo del juez deslizándose como una película muda en su mente.
El juez tenía un aspecto muy frágil muerto, como si su espíritu le hubiera impedido a uno darse cuenta de con qué contundencia el tiempo había posado su mano en él. Sakura se sentía orgullosa y contenta de haber sido ella quien le encontrara, y de que hubiera habido un último momento final entre los dos a solas, antes de que llegaran todos esos desconocidos y se apropiaran de su cuerpo. Los muertos carecen de dignidad, pero Sakura sabía que el juez habría odiado haber perdido el control de sus intestinos y que su familia le hubiera visto así. También habría odiado que ella le hubiera visto así, pero de todas las posibilidades, esa era la menos preocupante.
La escalera mecánica empezó a escupir gente desde el avión recién llegado. Tsunade y su familia estaban entre los primeros. Tsunade era una mujer bonita y delgada con atractivos su pelo rubio y largo. Tenía los ojos enrojecidos y estaba pálida, aunque serena. Vio a Sakura cuando todavía estaba en la escalera, y cuando llegó al suelo cruzó hasta ella inmediatamente y las dos mujeres se abrazaron. A Sakura se le llenaron los ojos de lágrimas. Durante toda esa noche había necesitado desesperadamente que alguien la abrazara para dejar de sentirse tan espantosamente sola.
—¿Sabes algo de Jiraiya? —preguntó Tsunade, separándose y secándose los ojos con un maltrecho pañuelo de papel.
—Han salido a las dos de la mañana, así que llegarán al hotel en cualquier momento.
—Espero que conduzca con cuidado.
—Le convencí para dejara conducir a su esposa.
—Bendita seas —dijo Tsunade, abrazándola de nuevo—. Sigues teniéndolo todo bajo control. ¿Ha descubierto algo la policía?
Sakura sacudió la cabeza.
—No lo sé. No soy miembro de la familia, así que no me dirán nada.
De todos modos, Naruto no iba a decirle nada hasta que dejara de ser sospechosa.
—Sabía que uno de esos malditos bastardos saldría de la cárcel y vendría a buscarle — dijo Tsunade tensa—. Lo sabía.
Una nueva oleada de culpa asaltó a Sakura.
—Debería haber estado ahí.
—Tonterías —soltó Tsunade girándose enfurecida hacia ella—. Era tu día libre; no tenías por qué estar allí. No podías pasarte con él veinticuatro horas al día. Probablemente el monstruo vigilaba la casa y vio cómo te ibas. Si alguien tiene la culpa, esa soy yo, por no haber contratado a un servicio de vigilancia a tiempo completo. No es culpa tuya y no pienso dejarte que lo pienses, ¿me has oído?
Demasiado tarde. Sakura lo pensaba al menos cada cinco minutos. ¿y si, como había creído en esos primeros y espantosos minutos de conmoción, el juez había sido asesinado por el pirado que le había enviado el colgante? ¿Y si en realidad había ido a buscarla a ella?
Matar al juez no tenía ninguna lógica, pero la verdad es que gente así carecía de lógica, de manera que ¿por qué iban a serlo sus actos? Sabiendo que un pirado estaba ahí fuera, Sakura debería haber estado en casa en vez de estar por ahí intentando provocarle para que se mostrara.
Hasta que Naruto no preguntó por las amenazas de muerte Sakura no se dio cuenta de que esa era la respuesta más probable. En realidad, se dio cuenta utilizando la lógica. Emocionalmente, no había conseguido deshacerse de esa primera impresión.
—Tampoco es culpa tuya —dijo con firmeza—. La culpa la tiene el hombre que apretó el gatillo, nadie más. Tenemos que tenerlo siempre presente.
Pero seguía pensando que tendría que haber estado allí. Si no hubiera sido por aquel maldito colgante, así habría sido.
Dan, el marido de Tsunade, estaba junto a la cinta de equipajes recogiendo las maletas, ayudado por Asuma, su hijo mayor y Konohamaru, que se había quedado solo, con ese aspecto de desgraciado que sólo puede tener un ser querido.
—Vaya —dijo Sakura, avanzando para acercarse al chicoy abrazarlo—. Has crecido.
—No mucho —dijo Konohamaru—. Quería demostraselo al viejo la próxima vez que le viera, pero... pero ahora ya nunca podré hacerlo —se le arrugó la cara y se echó encima de Sakura, hundiéndole la cara en el hombro. Los sollozos sacudieron su cuerpo delgado.
Tsunade se hizo cargo de su hijo, estrechándolo entre sus brazos y acunándolo como si fuera un bebé. Dan y Asume se acercaron, cargados con las maletas y aparentemente incómodos ante aquella muestra abierta de emociones entre los dos. Tsunade consiguió calmar a Konohamaru y todos salieron en busca del coche de Sakura. Tsunade se sentó en el asiento trasero con los niños, y Dan ocupó el asiento delantero.
—¿A qué hora se supone que llegarán Orochimaru? —preguntó.
—Hacia las once. Orochimaru tiene una copia del testamento del juez en su caja de seguridad y el banco no abre hasta las nueve. Pensó que podría ser necesaria.
Tsunade se frotó la frente.
—No quiero pensar ahora en su testamento.
—Puede que contenga instrucciones para su funeral —dijo Dan con suavidad.
—Lo que de verdad desearía... —suspiro—. Da igual. Desear no servirá de nada — concluyó con un profundo suspiro mientras Sakura empezaba a rodear el aparcamiento en dirección a la salida—. Sakura, ¿sabes cuándo nos dejara entrar la policía en casa?
—Probablemente todavía pasarán como mínimo algunos días.
Sakura tendría que hacer que limpiaran la biblioteca antes de que la familia entrara en la casa. No quería que vieran la escena como estaba en ese momento, con las manchas y los borrones de sangre. Daría lo que fuera por no haberlo visto, porque las doce horas anteriores jamás hubieran pasado. Si pudiera volver atrás haría las cosas de otro modo: en vez de remolonear en el Summit, volvería a casa y, fuera quien fuera el asesino, cuando llegara a la casa se encargaría de él y el juez seguiría con vida. Pero no podía volver atrás. Nadie podía.
—El detective se pondrá en contacto con vosotros en vuestro hotel—dijo serenamente—
. Intentad dormir un poco si podéis.
—¿Estarás presente? Me refiero a cuando el detective hable con nosotros —preguntó
Tsunade, con la voz levemente temblorosa.
—Si queréis que esté, sí.
Con la misma desesperación con la hacía un rato había necesitado que la abrazaran, SaKura necesitaba en ese momento quedarse sola para poder dar, rienda suelta a la pena y a las lágrimas que llevaba tanto tiempo conteniendo. Se lo había guardado todo, en gran medida por efecto de la conmoción, pero en esos instantes la conmoción estaba empezando a desvanecerse y había que enfrentarse a la realidad.
—Por favor. Estoy tan... no puedo pensar con claridad.
Sakura no sabía hasta qué punto podía pensar con claridad, pero si Tsunade quería que estuviera presente, allí estaría. Si Naruto les daba unas horas, al menos podría darse una ducha y cambiarse de ropa, quizá incluso echarse una siesta y desayunar algo. En cuanto pensó en comida, el estómago le dio un vuelco y se le cerró la garganta. De acuerdo, nada de comida, al menos por el momento. Quizá al día siguiente.
El día siguiente. ¿Qué se suponía que debía hacer al día siguiente? Supuso que lo que la familia necesitara. Se encargaría de todo aquello con lo que ellos no se vieran capaces de lidiar. Y cuando les hubiera prestado su último servicio, ¿qué?
No estaba lista. Pensaba que todavía contaba con otro par de años para prepararlo todo y poner su Plan en acción. Había pensado que el juez iría poco a poco volviéndose más frágil, o que quizá un ataque al corazón o un infarto se lo llevarían, pero que su muerte sería natural. Habría llorado su muerte, todos los habrían hecho, pero no habrían sentido ese terrible dolor ante una vida sesgada antes de tiempo. Nadie estaba preparado para su muerte, así no.
Instaló a la familia en el hotel y, justo cuando ya se iba, llegaron Jon y su familia. Así que se quedó a ayudarles y a responder a las preguntas de Orochimaru. Encontrando consuelo en la compañía, Tsunade, Dan y sus hijos se unieron a ellos, y cuando Sakura por fin les dejó, estaban todos reunidos en el salón de la suite, un poco llorosos, pero ya más calmados. Las últimas gestiones debían esperar a la llegada de Jiraiya, para así poder decidir todos juntos, aunque Tsunade ya había cogido una hoja con membrete del hotel y estaba haciendo una lista de todo lo que quedaba por hacer.
Tsunade se recuperaría. Estaba dolida, pero a la vez estaba también haciendo una lista. Así era como las mujeres reaccionaban siempre, haciendo lo que era necesario hacer. El día estaba nublado y hacía más frío que los días anteriores. Sakura agradeció el contacto del aire frío en la cara mientras caminaba hacia el TrailBlazer. De momento no tenía nada que hacer, y eso le producía una sensación extraña. Tsunade tenía su número de móvil y también su número de habitación en el Mountain Brook Inn, y la llamaría cuando llegara la hora de encontrarse con Naruto. Probablemente, Sakura tenía un par de horas para ella. Podía darse esa ducha.
Cuando por fin estuvo en su habitación, el silencio era casi sobrecogedor. Durante horas había estado ocupada, rodeada de gente, de voces, de luces. Incluso cuando había estado sentada respondiendo preguntas, había estado ocupada. Ahora estaba sola, y en ese momento no tenía que hacer nada por nadie. Sacó metódicamente la poca ropa que llevaba con ella, colgó el vestido en el cuarto de baño para que el vapor hiciera desaparecer las arrugas mientras ella se duchaba y por fin se metió debajo del relajante chorro de agua caliente y allí, por fin lloró.
Lloró mucho y durante largo rato, hecha un ovillo contra la mampara de la bañera, con el rostro entre las manos y el agua golpeándole en la cabeza. La acumulación de horas de estrés y de dolor la desgarró. Tenía ganas de destrozar algo, de emprenderla a golpes contra algo hasta romperlo, de... quería recuperar al juez, y eso no era posible. Por fin la naturaleza siguió su curso y los violentos sollozos fueron convirtiéndose en una amortiguada aceptación. Terminó de ducharse, se envolvió el pelo mojado con una de lasgruesas toallas del hotel y se dejó caer desnuda en la cama. La habitación era fresca y estaba a oscuras, Sakura estaba exhausta, y se quedó dormida casi inmediatamente.
El teléfono la despertó a las diez. Lo buscó a tientas, luchando por sonar despierta.
—Hola, soy Sakura.
—Sakura, soy Tsunade. El detective Uzumaki estará aquí a las once. ¿Podrás estar aquí a esa hora?
—Ahí estaré —prometió, rodando fuera de la cama.
Tenía el pelo hecho un desastre, todavía húmedo y enredado. Encendió la pequeña cafetera de la que disponían todas las habitaciones del hotel y a toda velocidad se secó el pelo con el secador y se cepilló los dientes. El café ya había salido cuando terminó, así que cogió una taza y fue dando sorbos mientras volvía al cuarto de baño y terminaba de arreglarse. No había mucho que hacer; no le importaba demasiado el aspecto que tuviera ese día, de manera que se limitó a darse una hidratante y abrillantarse un poco los labios y se olvidó del resto. No tenía mucha elección en cuanto a la ropa. Un vestido y dos de sus uniformes diarios de mayordomo. Ni siquiera tenía una chaqueta, y pensó que precisamente ese día iba a necesitar una. Tendría que arreglárselas con su camisa blanca, los pantalones negros y el chaleco negro habituales. Quizá Naruto podría arreglarlo para que alguien le consiguiera más ropa si no iban a permitirle la entrada a la casa como mínimo hasta el día siguiente.
Las nubes estaban empezando a dejar caer una ligera llovizna, y Sakura notó que el frío la calaba en la corta distancia que la separaba del vehículo. Lo primero que hizo en cuanto puso en marcha el motor fue encender la calefacción de los asientos. Lo segundo, ponerse unas gafas de sol para disimular sus ojos hinchados y llorosos. Normalmente, el trayecto hasta el Wynfrey era corto, de unos diez o quince minutos, pero un accidente en la 280 había provocado una retención en el tráfico y llegó al Wynfrey cerca de las once menos cinco. Casualmente, Uzumaki estaba entrando en el vestíbulo al mismo tiempo que ella.
—¿Qué hace usted aquí? —le preguntó con brusquedad.
—La familia quiere que esté —respondió Sakura, un poco sorprendida ante la dureza de su voz.
Naruto asintió y no volvió a hablar mientras iban hacia los ascensores. Sakura estaba demasiado cansada y se sentía demasiado vacía para decir nada que sonara pertinente, ni siquiera impertinente. Todo lo que él tenía que decirle probablemente se limitaba a más preguntas, así que se alegraba de que él no dijera nada. Para hacerle justicia, Naruto debía de estar tan cansado como ella, quizá más.
Sakura le echó una rápida mirada de reojo. En algún momento Naruto se había duchado y afeitado y también se había cambiado de ropa. Si estaba exhausto, no lo demostraba. Quizá también él hubiera podido dormir algo. Llevaba chaqueta y corbata. La chaqueta le recordó a Sakura que tenía frío.
—¿Podría enviar a alguien a la casa para que me sacara un abrigo? —preguntó—. No me importa cuál.
Él la miró, dándole un rapidísimo repaso en el que reparó en todos los detalles. Quizá notara que Sakura estaba tiritando.
—Me ocuparé de ello.
—Gracias.
La familia estaba reunida en la suite de Tsunade, Jiraiya habían llegado y Sakura sintió durante un instante una aguda punzada de culpa. Debería haber estado allí cuando llegaron y ayudarles a instalarse. Jiraiya le estrechó la mano y la reservada esposa la abrazó, lo que provocó que los ojos volvieran a llenársele de lágrimas.
Tsunade, una anfitriona como pocas, había dispuesto que trajeran una selección de fruta y de pastas al salón de la suite. Había botellas de agua y una cafetera de café recién hecho. Sakura preguntó a todos que querían beber, y silenciosamente fue sirviéndoles. Recordar cómo quería cada uno su café era una de sus habilidades, habilidad que había sido potenciada por las clases que había recibido en la escuela para mayordomos. Algunos mayordomos podían hacerlo con pequeños grupos de cinco o de seis, algunos necesitaban tomar nota, pero por alguna razón la información se procesaba en su cabeza de manera diferente. Por ejemplo, cuando le pidieron que describiera a Jiraiya dijo que medía metro ochenta, pelo cano, ojos color negro, le gusta el café cargado y con crema. Naruto, según recordaba por las incontables tazas de café que había bebido la noche anterior, era de lo más simple: café solo. Cuando le dio la taza de café que él le había pedido, Naruto asintió para darle las gracias y dijo:
—¿Hay demasiada luz aquí para usted?
Sakura había olvidado que todavía llevaba puestas las gafas de sol.
—Lo siento —murmuró, quitándoselas—. Olvidé que las llevaba.
Sus ojos rojos e hinchados estaban en consonancia con lo que ocurría en la habitación.
—¿Has comido? —preguntó Tsunade, acercándose y poniéndole la mano en el hombro.
—Todavía no.
—Entonces siéntate y come algo. Ahora. Si yo puedo, tú puedes.
Ante la insistencia de Tsunade, Sakura puso algo de fruta y de queso danés en un plato de postre y luego miró a su alrededor en busca de algún asiento. Tsunade había pedido al hotel que llevaran más sillas para acomodar a todos. Naturalmente, las familias estaban juntas, y habían dejado sólo vacío el asiento situado al lado de Naruto. Sakura se sentó y, bajo la mirada aquilina de Tsunade, pinchó con el tenedor un pequeño dado de piña fresca y se lo llevó a la boca.
Se obligó a masticar y el pedazo de piña empezó a expandirse. Si hubiera estado sola lo habría escupido. En breve cerró los ojos y luchó contra la tensión que le atenazaba la garganta. Y masticó.
— Trágueselo —dijo Naruto en un tono de voz que sólo ella pudo oír. Lo intentó. Al segundo intento la piña realmente pasó garganta abajo.
Puesto que la acción de comer no era más que sentido común, Sakura la atacó con la misma decisión con la que lidiaba con todo lo demás. Mientras escuchaba las preguntas de la familia y las respuestas prácticas de Narutol, fue desmenuzando el queso en pequeños pedazos y se concentró en masticar y en tragar.
Había algo en la presencia de Naruto que resultaba tranquilizador. Aunque Sakura no recordaba que hubiera habido ningún asesinato en Mountain Brook en los tres años que llevaba viviendo allí, daba la sensación de ser un hombre que se había enfrentado antes a la muerte violenta y que sabía como manejarla y lo que había que hacer. Su talante práctico alejó a la familia de cualquier tipo de demostraciones de alta carga emocional, puesto que inconscientemente le emulaban. Incluso Sakura llegó a sentirse agradecida por su presencia. Mientras estuviera ahí, Naruto estaba al mando. Lo único que ella tenía que hacer era masticar y tragar.
Escuchó las preguntas tranquilas y certeras de Naruto sobre las amenazas de muerte que el juez había recibido en el pasado. De hecho, Tsunade tenía un archivo sobre las amenazas, lo que recordó a Sakura lo mucho que padre e hija se parecían en rasgos y en costumbres. Tsunade se lo dio a Naruto, que lo hojeó y luego levantó la mirada.
—¿Puedo quedarme con esto un tiempo?
—Sí, claro —respondió Tsunade, agarrándose con fuerza las rodillas—. Es muy duro tener que preguntar esto, pero... ¿dónde está papá? Tenemos que organizar el funeral.
—La oficina del coronel se ha hecho cargo de él—dijo Naruto—. Se lo entregarán después de la autopsia.
Se levantaron todas las cabezas que había en la habitación.
—¿Autopsia? —preguntó Jiraiya—. ¿Por qué es necesaria una autopsia?
—Se practica automáticamente en todos los casos de homicidio. Las leyes del estado así lo requieren.
—Eso es ridículo —dijo Tsunade—. Tiene sentido si no se sabe de qué ha muerto alguien, pero a papá le dispararon. La razón de su muerte es obvia —su voz tembló un poco al pronunciar la palabra «muerte», pero enseguida volvió a recuperar la firmeza.
—La causa de su muerte parece obvia, pero a veces se dispara o se quema a las víctimas para ocultar la verdadera causa de su muerte, como el envenenamiento o el estrangulamiento.
—¿Realmente importa, llegados a este punto? —preguntó Anko.
—La forma en que tiene lugar la muerte nos dice mucho sobre el perpetrador. Por ejemplo, ¿quién tendría acceso a un veneno específico? ¿Quién sería lo suficientemente fuerte para estrangular a un hombre? Creo que la causa de la muerte en el caso de su padre está clara: herida de bala, pero la decisión final corresponde al forense.
—Entonces, ¿cuándo podremos... recuperar a papá?
—No puedo decírselo con seguridad, señora, pero creo que no me equivoco si le digo que mañana.
—Bien —dijo Tsunade, pellizcándose el puente de la nariz y mirando luego a sus hermanos—. Hoy es jueves. Si nos lo entregan mañana, podemos celebrar el funeral el domingo o el lunes. ¿Qué opináis?
—El domingo —dijo Jiraiya de inmediato—. Eso facilitará que la gente pueda asistir al servicio.
—Estoy de acuerdo —añadió orochimaru.
—Entonces, el domingo —concluyó Tsunade, anotándolo en su lista.
Naruto miró a Orochimaru.
—Señor Sarutobi, mencionó que tenía una copia del testamento de su padre. ¿La lleva encima?
—Sí, está en mi maletín.
—¿Conoce el contenido?
—No, está sellada. Quiero decir, todos conocemos el contenido general, pero no los detalles.
—¿Puedo verla, por favor?
Orochimaru arqueó las cejas.
—¿Puedo preguntarle para qué?
—A veces las herencias juegan su papel en el móvil del crimen.
Tsunade tomó aire con brusquedad.
—¿Sugiere usted que uno de nosotros mató a nuestro padre?
Todos los allí reunidos se erizaron.
—No, señora; no hay ninguna evidencia que sugiera eso. Simplemente estoy cubriendo todas las posibilidades. No quiero pasar por alto algo que pueda ayudarme a resolver el caso.
Orochimaru sacó el sobre de tamaño legal. Como había apuntado, estaba firmemente sellado. Naruto levantó la mirada, pidiendo permiso. Orochimaru asintió y, con un movimiento firme, Naruto abrió el sobre y sacó el grueso documento.
Lo leyó rápidamente por encima, pasando las páginas. De pronto se detuvo y levantó la cabeza, clavando sus afilados ojos azules en Sakura.
—Señorita Haruno, ¿sabía usted que, según los términos de este testamento, heredará una sustanciosa suma de dinero?
mariland- Clan Suzaku
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
Esto de los funerales es muy caotico y depresivo, pero es parte de, al parecer todos estiman a Sakura y al menos pareciera que se llevan bien entre ellos. Naruto actua muy frio con Sakuura supongo que quiere ser profesional ante todo hasta descartarla, lo que me ha sorprendido es que Sakura tambien reciba herencia, ahora sera mas sospechosa para la policia, lo sabia? Y si no, como lo tomara?
Conti!
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hikari uzumaki- Sennin
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
naruto es mas frio que itachi en el manga xD
sakura ahora va a ser mas sospechosa que nunca.. supongo que lo que quiere naruto es dejarla libre de sospechas a sakura lo mas rapido posible pero podria ser un poquito mas amable xDD
me gusto. espero la conti pronto. suerte y cuidate
sakura ahora va a ser mas sospechosa que nunca.. supongo que lo que quiere naruto es dejarla libre de sospechas a sakura lo mas rapido posible pero podria ser un poquito mas amable xDD
me gusto. espero la conti pronto. suerte y cuidate
gonmax- Sannin
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Nueva comentarista!!!
Vaya parece que Sakura despues de todo la dejaron con algo ¡me alegro de eso! Aunque no me gusta la forma en que Naruto la trata... En fin espero la continuación con ansias!!!!
Oni- Clan Seiryuu
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
CAPITULO 10
Sakura parpadeó, más perpleja que asombrada. Estaba un poco aturdida y tan cansada que no estaba segura de haber oído bien a Naruto. Incluso miró a su alrededor, como si pudiera haber otra señorita Haruno en la sala. Al no encontrar a nadie, se giró para mirar a
Naruto y le encontró con la mirada fija en ella:
—¿Se refiere a mí? —preguntó, todavía no del todo capaz de hacer la conexión.
—Sakura Haruno, mayordomo del juez Sarutobi. Es usted.
Sakura asintió y en mitad de una inclinación se llevó la mano a la cara para frotarse la frente. Quizá fuera falta de sueño, quizá demasiada cafeína, pero lo cierto es que estaba empezando a sufrir un dolor de cabeza espantoso.
—¿Que me ha dejado algo?
Sakura notó, desolada, que empezaba a temblarle el labio inferior antes de que se lo mordiera con resolución. Sin embargo, no pudo hacer nada por disimular el brillante velo de lágrimas que le cubría los ojos.
—Naturalmente —dijo Tsunade—. Nos dijo que lo haría.
—Pero él... nunca me dijo nada.
—Pensaba que te opondrías —explicó Orochimaru.
—Discúlpenme —dijo Sakura de pronto, y corrió al cuarto de baño antes de ponerse en ridículo derrumbándose y echándose a llorar como una niña.
Se le arrugó la cara en cuanto cerró la puerta del cuarto de baño y cogió una toalla para taparse con ella la boca y amortiguar el volumen de sus sollozos. Por pura fuerza de voluntad consiguió controlarse, reprimió los sollozos y se secó los ojos con un pañuelo de papel antes de que pudieran caerle las lágrimas. Tras unos cuantos suspiros hondos se sintió un poco más calmada.
No creía que nada la hubiera afectado tanto como cuando se enteró de que el juez le había dejado algo en herencia. Estaba bien pagada y le había encantado cuidar de él. Le había querido por su dulzura y por su sentido del humor, por sus modales anticuados y, sobre todo, por su bondad. No esperaba ninguna herencia, y era cierto que se habría opuesto a ella. No llevaba con él ni tres años. ¿Cómo podía eso suplantar en ningún modo a sus hijos y a sus amigos de toda la vida?
Pero era evidente que él no pensaba así, y su familia tampoco. Cuando pensó en lo generosos que eran notó de nuevo las lágrimas en los ojos y se las secó con gesto decidido.
No iba a llorar, no allí ni en ese momento. La familia ya tenía que soportar bastante para que encima ella les cargara con su propia angustia. Se refrescó las mejillas con un trapo húmedo y sintió como le remitía el dolor de cabeza cuando se lo llevó a la frente. Le habría gustado tumbarse con una bolsa de hielo en la cabeza, pero, como con el llanto, también tendría que dejar eso para más adelante.
Una vez logró recuperar el control, se reunió con los demás en el salón.
—Lo siento —murmuró, volviendo a sentarse junto a Naruto.
—Veo que no lo sabía.
Sakura sacudió la cabeza. Naruto podía o no creerla. No tenía la energía suficiente para preocuparse por eso.
—Papá nos hizo jurar que guardaríamos el secreto —dijo Tsunade. En su boca se perfiló una sonrisa diminuta y triste—. Estaba entusiasmado con la idea de ocultarte algo. Decía que era lo único con lo que podía jugártela.
—Decía que le confiscabas las barras de Snickers —añadió Konohamaru mientras en su rostro se dibujaba una amplia sonrisa que desvaneció todo rastro de tristeza y de tensión—. Siempre se atiborraba cuando venía a visitamos porque sabía que no podría comerlas cuando llegara a casa.
—Y los Twinkies. Le traía Twinkies a escondidas cuando venía a verle —confesó Asuma.
Sakura soltó un gruñido al ver la sala llena de rostros culpables y repentinamente sonrientes.
—¡No me extraña que me costara tanto que le bajara el colesterol!
Tsunade le dio una palmadita en la rodilla.
—Te quería porque cuidabas de él. Todos te queremos por haberle cuidado. Cuando mencionó que pensaba incluirte en el testamento, estuvimos de acuerdo.
Naruto se aclaró la garganta, reclamando de nuevo la atención.
—Gracias por la información —dijo, poniéndose en pie—. Sé que este es un momento difícil para todos y aprecio su ayuda. Quiero que sepan que siento mucho lo ocurrido a su padre y que estamos haciendo todo lo posible por encontrar al culpable. Pasaré estos nombres y con un poco de suerte daremos con alguno de estos tipos en la zona.
Todos se levantaron como ratones de campo, y estalló un revoloteo de apretones de mano y de expresiones de agradecimiento cuando Naruto se dirigió lenta aunque inexorablemente hacia la puerta. De algún modo tenía a Sakura cogida por el hombro y tiraba de ella hacia la salida.
—La acompaño a la camioneta —dijo.
Sakura suspiró por dentro. Probablemente Naruto quería hacerle más preguntas. Al estar incluida en el testamento, probablemente la considerara mucho más sospechosa. Pero él hacía su trabajo, de manera que Sakura cogió el bolso y las gafas de sol y consiguió despedirse rápidamente de todos, dándoles instrucciones para que la llamaran si necesitaban algo, antes de que Naruto la sacara de la habitación.
Había una pareja en el ascensor, así que Naruto no dijo nada mientras bajaban al vestíbulo. Salieron al exterior y el viento frío y húmedo abofeteó a Sakura en plena cara, haciéndola tiritar. Daba la sensación de que la temperatura estaba bajando, y la llovizna se había convertido en una ligera lluvia constante. Sakura se abrazó y dijo:
—Yo no le maté.
—Estoy casi seguro de eso —dijo Naruto con suavidad.
Sakura levantó hacia él la mirada, sorprendida.
—Entonces, ¿por qué todas esas preguntas desconfiadas?
—Porque es mi trabajo. La registrarán, la vigilarán y la interrogarán.
—No tengo que olvidar un punto ni una coma.
—Exacto —dijo Naruto, quitándose la chaqueta y pasándosela a ella por encima de la cabeza—. Vamos.
Sakura tiritó y apretó el paso mientras él cruzaba a toda prisa el aparcamiento con ella acurrucada bajo su chaqueta como un polluelo bajo el ala. Lo primero que Sakura pensaba hacer en cuanto llegara a su 4x4 era encender la calefacción de los asientos.
—¿Cuál es su número de habitación? preguntó Naruto—. Haré que alguien le lleve una chaqueta. Eso en caso de que vaya ahora al hotel.
Sakura le dio su número de habitación y añadió con ironía:
—Espero poder llegar sin quedarme dormida en el camino.
De repente la mano de Naruto se tensó en su hombro, obligándola a detenerse.
—Yo la llevo.
—Si lo hace me sentiré desamparada. Gracias, pero lograré llegar. Estoy aturdida y tengo un dolor de cabeza espantoso, pero el café me mantendrá despierta durante un rato.
—Necesita comer.
—Ya he comido —respondió Sakura, sorprendida al verle tan preocupado. Usted me ha visto.
—Ha dado cuatro bocados. Los he contado.
—Ha sido todo lo que he podido hacer. No me presione, Uzumaki.
Él se había retirado hasta quedar situado entre ella y la camioneta. La amplitud de sus hombros protegía a Sakura de las ráfagas de viento. La lluvia estaba empapando la espalda de Naruto, pero él la ignoró mientras miraba fijamente a Sakura con una expresión totalmente ilegible. Incluso a pesar de lo exhausta que estaba, Sakura pudo sentir que algo incómodo empezaba a removerse en su interior.
—¿Qué? —preguntó, dando medio paso atrás.
Naruto sacudió la cabeza.
—Nada. Se está quedando dormida de pie. Acuéstese un rato.
—Me parece un buen plan.
Naruto se apartó y Sakura pulsó el control remoto para abrir la puerta y se apresuró para escapar del viento y de la lluvia.
—Sakura —la llamó Naruto cuando ella metió la llave de contacto.
Todavía sostenía su chaqueta, en vez de ponérsela.
—¿Sí?
—Probablemente no necesite decírselo, pero, no salga de la ciudad.
Naruto la siguió hasta el hotel, simplemente para asegurarse de que llegaba sana y salva y de que no ponía en peligro la vida ni la de ningún motorista. Cuando ella giró a la derecha para entrar en el aparcamiento del hotel, Naruto tocó brevemente la bocina señal de despedida, y ella le devolvió el saludo agitando la mano, pero no se giró para mirarle.
Sakura lo estaba llevando bien, aunque la expresión de aturdimiento y de perplejidad que reflejaban sus ojos verdes estaban despertando en él sus instintos protectores. No eran sus instintos de policía, sino que se trataba de instintos de hombre a mujer, justo lo que no necesitaba.
En primer lugar, Naruto había sido sincero cuando había dicho que estaba casi seguro de que ella no había matado al juez. Sin embargo, había una gran diferencia entre estar casi seguro y estar completamente seguro. Sakura ni siquiera había preguntado cuánto dinero heredaría, lo cual no era normal. Quizá hubiera preferido no hacerlo delante de la familia, pero cuando estaban solos, debería haber preguntado... a menos que ya lo supiera. Y si sabía que iba a heredar mil de los grandes, eso podía ser motivo para hacer desaparecer al viejo. Dios era testigo de que mucha gente había sido eliminada por mucho menos.
Por el contrario, el dolor y la conmoción de Sakura parecían auténticos. Tenía los ojos rojos e hinchados de tanto llorar. O eso, o había echado algo en los ojos para que pareciera que había estado llorando. O bien era una inteligente asesina y una gran actriz o estaba realmente destrozada.
El instinto le decía que estaba verdaderamente destrozada. Como el instinto también le insistía para que intentara acostarse con ella, tenía que tener en consideración el factor lujuria, que ya le había jugado una mala pasada Hinata, Sakura. Esto no podía augurar nada bueno.
Había intentado ignorar la atracción que Sakura ejercía sobre él, pero no lo había conseguido. El rostro de ella tenía la maldita costumbre de aparecer en su mente en cuanto intentaba relajarse. Cuando estaba trabajando no había problema, pero en cuanto se sentaba por la noche a ver las noticias o a leer el periódico, ¡bam!, allí estaba. La veía sentada en las escaleras con su fino pijama de algodón, o de pie en el campo de tiro totalmente concentrada en la diana mientras la luz del sol salpicaba de reflejos rojizos de su cabello. Un hombre sabía cuándo se había metido en un lío en cuanto percibía los reflejos en el cabello de una mujer. Sus pechos, sí; supuestamente debía fijarse en sus pechos. Pero, ¿los reflejos de sus cabellos? Cuando levantaba pesas en el sótano, imaginaba que levantaba a Sakura, arriba y abajo, a horcajadas, y cuando estaba en el banco de ejercicios presionando no podía evitar una erección. O cuando hacía flexiones imaginaba que tenía a Sakura debajo, con el mismo resultado.
La verdad era que casi no podía pensar en otra cosa. Era un milagro que hubiera logrado mantenerse lejos de ella, porque no había estado tan obsesionado con el sexo desde que tenía dieciséis años. No, no era un milagro; era simplemente miedo. La deseaba demasiado. No creía haber estado tan desesperado por tirarse a Hinata ni siquiera en aquellos primeros días en los que había estado tan enamorado. Naturalmente, en aquel entonces ya se estaba tirando a Hinata, así que quizá no era una buena comparación.
La investigación era lo que le impedía dar la vuelta y volver el hotel. Hasta que Sakura dejara de ser sospechosa, era intocable. Tenía los recibos de compra, la mercancía que concordaba con los recibos, la firma de las tarjetas de crédito concordaba con la de los comprobantes de pago y conservaba la entrada del cine. Faltaba todavía comprobar algunas cosas, hacer algunas averiguaciones sobre su estado de finanzas, y Sakura quedaría fuera de sospecha. Maldición, los hijos del juez Sarutobi iban a heredar mucho más que Sakura; también ellos tenían coartadas, pero los asesinos podían contratarse.
A Naruto el caso no le daba buena espina. La mayoría de los asesinatos eran obra de alguien cercano a la víctima, un miembro de la familia, un vecino, un amigo. Tenía la impresión de que éste iba a ser el caso más duro de todos los que podían barajarse: un asesinato cometido por un desconocido. ¿Cuál era la conexión? ¿Qué había llevado al asesino a la casa? ¿Se trataba de alguien que había sido sentenciado por el juez Sarutobi? A primera vista eso parecía lo más lógico, excepto por el hecho de que no había signo de que hubiera forzado la entrada o de que hubiera habido la menor pelea. Era como si el juez le hubiera abierto la puerta al asesino, le hubiera invitado a que entrara y hubiera estado charlando con él en la biblioteca. Como si le conociera.
Así que quizá había que volver a la teoría del vecino, del miembro de la familia o del amigo. Naruto intentó repasar mentalmente lo ocurrido. Ninguno de los vecinos vio pasar ningún coche por el camino de acceso a la casa, aunque estaba oscuro. Sakura había llegado a la casa justo antes de las diez y encontró el cuerpo del juez poco después. Había llamado al 091 a las 22:03, los coches patrulla habían llegado unos quince minutos más tarde y él mismo se había presentado cinco minutos después de su llamada. El cuerpo había empezado a sufrir los efectos del «rigor mortis», lo que situaba a grandes rasgos la hora de la muerte: entre las seis y las ocho, quizá las ocho y media. Naruto creía que probablemente habría sido más tarde que más temprano, ya que a las seis todavía no había oscurecido.
El juez Sarutobi le había abierto la puerta a su asesino. En ese momento todavía no se había producido ningún disparo y aquél habría sido el momento y el lugar más apropiado para disparar si el asesino fuera alguien que hubiera tenido que cumplir condena en prisión por culpa del juez y buscara venganza. En cambio ambos habían ido a la biblioteca y se habían sentado, o al menos el juez se había sentado. No estaba alarmado. Estaba relajado y había levantado el reposapiés del sillón reclinable. El asesino no era ningún desconocido, ni alguien que hubiera amenazado al juez en el pasado.
Sería interesante ver las huellas dactilares que los técnicos habían recogido. Las del juez, las de Sakura, posiblemente las de la cocinera y, definitivamente, las de las mujeres de la limpieza: ésas debían estar ahí, la cocinera, había sido convocada esa mañana para que le tomaran las huellas, aunque había dicho entre lágrimas que hacía semanas que no entraba en la habitación. Las mujeres de la limpieza acudirían esa tarde. ¿Quién más? La casa se limpiaba regularmente, de manera que cualquier huella que se encontrara sería reciente.
Había que sondear todo el barrio. Cualquiera podía haber llegado a la casa oculto en la oscuridad, haber disparado al juez Sarutobi y haber vuelto caminando tranquilamente a casa. De nuevo Naruto se enfrentó a la pregunta del móvil. Por lo que había descubierto hasta el momento, el viejo juez era un hombre muy querido. No guardaba ningún esqueleto en el armario, no había maldad que saliera a la superficie en privado. No jugaba, no bebía en exceso, y, por lo que había averiguado, no había salido con nadie desde que su mujer había muerto, y de eso hacía ocho años.
Entonces, ¿por qué alguien que no se hubiera enfrentado a él en los tribunales quería matarle?. Si el móvil no era la venganza, el sexo o el dinero, ¿qué quedaba?
Nada, eso era lo que quedaba. Así que el móvil tenía que ser una de esas tres posibilidades. Dudaba de que se tratara de venganza porque el juez conocía a su asesino y le había invitado a que entrara. ¿Sexo? El hombre tenía ochenta y cinco años, no había salido con nadie y, por lo que decía todo el mundo, había sido totalmente fiel a su mujer mientras ella estaba viva. Eso dejaba sólo la posibilidad del dinero.
De algún modo, siempre se llegaba al dinero. Y eso llevó a Naruto de vuelta al principio: Sakura. Los hijos del juez habían crecido en la abundancia. Siempre habían sabido que el dinero estaba ahí. Entonces ¿por qué matarle ahora? ¿Por qué no diez años atrás, o el año pasado? ¿Por qué no esperar unos cuantos años más y dejar que muriera de muerte natural? A menos que uno de ellos estuviera pasando por dificultades económicas, cosa que averiguaría, no había ninguna razón para que ninguno de ellos le asesinara. ¿Quizá uno de los nietos adultos? Era algo a investigar. Pero Sakura era la sospechosa más probable. Mierda.
Sakura se despertó a las tres, desorientada y atontada. Se quedó acostada, escuchando el amortiguado zumbido del aire acondicionado, parpadeando al mirar las gruesas cortinas que cubrían la ventana e intentando recordar dónde estaba. Notaba la cabeza como si la tuviera rellena de algodón. Pensar suponía un gran esfuerzo. Moverse era imposible. Entonces se acordó, y durante un largo instante la pena le atenazó la garganta y el pecho. Cerró los ojos con fuerza, pero no sirvió de nada. Todavía veía al juez sentado pacíficamente en su sillón reclinable de cuero y la sangre y los fragmentos de su cerebro esparcidos por la habitación. Todavía recordaba el horrible olor de la mezcla de sangre y olores corporales, y, sofocando un gemido, abrió los ojos.
Se sentó despacio, notando el dolor en todos los músculos. Estaba desnuda, ya que el pijama no había formado parte de la lista de ropa que le había dado a Naruto. Se había quedado dormida llorando y tenía los párpados arenosos e irritados. En conjunto, pensó, no tenía el aspecto de mayordomo súper capaz, ni siquiera de una mayordomo incompetente.
Hacía frío en la habitación. A pesar de que el día estaba helado había conectado el aire acondicionado al volver a la habitación por que tenía la nariz tapada y con el calor iba a costarle aún más respirar. Lo único que quería era meterse en la cama, así que había colgado el cartelito de «No molestar» en la puerta y había desconectado el teléfono. Había dejado el móvil en la mesita de noche para que la familia pudiera ponerse en contacto con ella si la necesitaban, pero aparte de no quería hablar con nadie.
Hacía demasiado frío en la habitación. De hecho, estaba helada. Sakura salió disparada de debajo del cálido nido de mantas, puso el termostato en «calor» y luego volvió a la cama y se acurrucó bajo las mantas, tiritando.
En el suelo, junto a la puerta, había algo blanco. Eran notificaciones de mensajes. Había dos. Sakura las recogió con un suspiro y volvió a la cama. Pero esta vez encendió la lámpara y se colocó la almohada detrás de la espalda para poder leer los mensajes.
Uno era de recepción. Habían dejado una chaqueta para ella, la guardaban allí. El otro era de Naruto, y era breve: «Llámeme» hora indicada era las dos y media.
Cogió el móvil, soltando un nuevo suspiro, y llamó al número que aparecía en el mensaje.
Naruto respondió casi inmediatamente.
—Naruto.
Su voz profunda sonaba alerta. Probablemente estaba atiborrado de cafeína.
—Soy SakuraHaruno. He recibido su mensaje.
—¿Estaba dormida?
—Mm. He dormido unas cuatro horas. Por cierto, gracias mandarme la chaqueta.
—De nada. Escuche, ¿sabe por casualidad si hay alguien que debiera dinero al juez?
¿Estaba preocupado por alguna de sus inversiones? Sakura se frotó la cara.
—Solía dejar dinero con frecuencia, pero en su mayoría sus préstamos eran regalos porque, si alguien intentaba devolvérselos, él se negaba a aceptar el dinero.
—¿Hubo alguien del vecindario que le pidiera prestado dinero?
—No que yo sepa. ¿En ese barrio? ¿Quién iba a necesitar un préstamo?
—Depende de si se tiene o no un problema con el juego o si se está metido en asuntos de drogas. Quizá alguien quiera ocultar el dinero que se gasta en su amante. Existen todo tipo de posibilidades. ¿Y qué hay de su familia? ¿Alguno de ellos pasa por algún apuro económico?
—Si es así, nunca hizo ningún comentario al respecto. No creo que haya ninguna manzana podrida en el saco —dijo Sakura, haciendo una pausa, mientras sus neuronas trabajaban para escuchar y entender las preguntas que le estaban haciendo. Luego dijo con frialdad—: Le daré una copia del saldo de mi cuenta y de mi registro de inversiones. ¿Quiere también una de los cheques anulados?
—Por favor —respondió Naruto con un tono de voz profesional y enérgico.
—De hecho, tendrá que cogerlas usted mismo. Están en la casa.
—¿Dónde?
—Hay una caja fuerte a prueba de incendios en mi armario. Está todo ahí.
—Gracias.
Naruto colgó y Sakura soltó un gruñido cuando hizo lo propio.
Durante un rato, esa mañana Naruto había parecido un poco más amable, más humano, pero había vuelto a ser el hombre brusco de antes. Sakura se horrorizó al darse cuenta de que no le importaba hasta qué punto él se mostraba amistoso; había en Naruto algo que la hacía desear apoyarse en él. Ni siquiera le importaba que estuviera comprobando el estado de sus finanzas e intentara encontrar un motivo por el que ella hubiera podido matar al juez. El mismo proceso terminaría por exculparla. Naruto estaba haciendo su trabajo. Sakura no se habría sentido ni la mitad de confiada si él hubiera desestimado por completo la posibilidad de su culpabilidad. No podía desestimar a nadie, de lo contrario algo crucial podía pasarle por alto.
Tsunade y el resto de la familia estaban convencidos de que el asesino era algún ex convicto que formaba parte del pasado del juez. Después de su primera impresión, según la cual el pirado del colgante era el autor del crimen, Sakura se había dejado convencer por la lógica y se había mostrado de acuerdo con los demás. Sin embargo, Naruto no parecía estar en su mismo equipo. Estaba más concentrado en ella y en la familia. ¿Había descubierto la policía algo que él no les había dicho?
Ella sabía que era inocente y también que la familia lo era. Llevaba observándoles durante años, durante las fechas señaladas y en vacaciones, y todos querían al juez. Él adoraba a sus hijos y a sus nietos y se llevaba bien con sus cuñados y nueras. Entonces ¿qué sabía Naruto que a ella se le escapaba?.
Ahora hacía más calor en la habitación y Sakura salió de la cama. Con una mueca de horror, se vio en el espejo del tocador. Estaba pálida y tenía la cara ojerosa y los ojos hinchados. Se sentía débil y temblorosa después de casi veinticuatro horas sin apenas haber comido nada. Cuatro pequeños bocados de queso danés y de fruta no resultaban demasiado nutritivos. Necesitaba comer algo, aunque tuviera que obligarse a tragarlo. Quizá más tarde bajara al restaurante del hotel. Sin embargo, por el momento se limitó a preparar otra cafetera y encendió la televisión, luego volvió a la cama. Necesitaba distraerse con algo banal aún más de lo que necesitaba comer. No tenía nada que hacer. Estaba acostumbrada a que siempre hubiera algo que hacer.
Su vida estaba organizada en torno a esa razón, para que todas las tareas se cumplieran. En ese momento debería estar ocupándose del papeleo, calculando y controlando los gastos de la casa. Era lo que siempre hacía los jueves.
Podía ir a comprarse un pijama. Estaba cerca de tres grandes centros comerciales: Brookwood, el Summit y La Galleria. Pero seguía lloviendo, estaba exhausta y atontada y, francamente, le importaba un bledo si tenía o no pijama con el que dormir.
Descubrió que el Canal Meteorológico era el programa más interesante de todos los que conformaban la programación de las tres y media de la tarde. Apagó la televisión, también apagó la lámpara de la mesita de noche y se tapó con las mantas. Pero en cuanto cerró los ojos vio al juez en su sillón reclinable con la cabeza hacia un lado, y volvió a notar el olor. Rápidamente volvió a sentarse y encendió la lámpara.
¿Dónde tenía la cabeza? Acababa de prepararse una cafetera. No podía creer que hubiera puesto una cafetera y que se hubiera vuelto a meter en la cama. Naturalmente no ocurriría nada grave, aparte de que el café se pasaría y se volvería amargo. Ni ella ni el juez soportaban el café pasado...
Siempre entraba en la cocina a primera hora de la mañana, sin esperar a que ella le llevara el café. Se quedaban ahí de pie, charlando, sorbiendo tranquilamente el café y compartiendo lo que para ambos era uno de los más deliciosos pequeños placeres de la vida. Nunca volverían a compartir esa deliciosa taza de café.
Como un rollo de película que nunca dejara de rodar, Sakura volvió a verle: la cabeza blanca inclinada hacia un lado, aquel hilillo oscuro y fino bajándole por el cuello. Tenía el pelo un poco desordenado, pero, en un primer momento, y a causa de la penumbra que reinaba en la habitación, eso había sido lo único que Sakura había notado. Tenía las manos relajadas sobre los reposabrazos del sillón, el reposapiés estaba levantado, como si se acabara de quedar dormido. Tenía las manos relajadas. El reposapiés estaba levantado.
Sakura se quedó mirando fijamente al otro extremo de la habitación, viendo sólo la horrible escena de la noche anterior. Tenía la sensación de que él suelo vacilaba bajo sus pies, como si hubiera salido de la realidad y hubiera caído en arenas movedizas.
El reposapiés estaba levantado. El juez estaba en su sillón, que a su vez estaba reclinado. La puerta principal no estaba cerrada. Pero la puerta principal siempre estaba cerrada. Él siempre la cerraba con pestillo cuando volvía de su paseo de la tarde. Durante todo el tiempo que Sakura había trabajado para él, no recordaba que el juez hubiera dejado nunca la puerta principal abierta. ¿Hasta qué punto era posible que justo la única vez que dejaba la puerta abierta su asesino entrara en la casa? No era demasiado creíble. Dios, las posibilidades de que eso ocurriera eran astronómicamente mínimas. Después de las amenazas que había recibido, y sobre todo después del robo, el juez se preocupaba por su seguridad. Así que no había olvidado cerrar la puerta. La había abierto él.
¿Para dejar entrar a alguien? ¿Por qué iba a dejar entrar a un desconocido? La respuesta era muy sencilla: No lo haría.
No había el menor signo de forcejeo ni de que hubieran forzado la entrada a la casa, al menos ninguno que Naruto le hubiera mencionado a ella o a la familia, y estaba segura de que de haberlo habido él se lo habría dicho.
Se le hizo un vacío terrible en el estómago. Tenía sentido, todo encajaba espantosamente. El juez había dejado entrar en la casa a alguien a quien conocía. Habían ido a la biblioteca... ¿para hablar? Se había sentado en su silla favorita, el gran sillón reclinable. Estaba relajado, había levantado el reposapiés. Y aquel conocido había sacado una pistola y le había disparado en la cabeza.
Eso era lo que Naruto había supuesto, lo que no les había dicho. Fuera quien fuera el asesino, el juez no se había sentido amenazado por él. Conocía a su asesino y se sentía cómodo y relajado en su presencia. Sakura casi vomitó, porque eso significaba que probablemente ella también le conocía.
Sakura parpadeó, más perpleja que asombrada. Estaba un poco aturdida y tan cansada que no estaba segura de haber oído bien a Naruto. Incluso miró a su alrededor, como si pudiera haber otra señorita Haruno en la sala. Al no encontrar a nadie, se giró para mirar a
Naruto y le encontró con la mirada fija en ella:
—¿Se refiere a mí? —preguntó, todavía no del todo capaz de hacer la conexión.
—Sakura Haruno, mayordomo del juez Sarutobi. Es usted.
Sakura asintió y en mitad de una inclinación se llevó la mano a la cara para frotarse la frente. Quizá fuera falta de sueño, quizá demasiada cafeína, pero lo cierto es que estaba empezando a sufrir un dolor de cabeza espantoso.
—¿Que me ha dejado algo?
Sakura notó, desolada, que empezaba a temblarle el labio inferior antes de que se lo mordiera con resolución. Sin embargo, no pudo hacer nada por disimular el brillante velo de lágrimas que le cubría los ojos.
—Naturalmente —dijo Tsunade—. Nos dijo que lo haría.
—Pero él... nunca me dijo nada.
—Pensaba que te opondrías —explicó Orochimaru.
—Discúlpenme —dijo Sakura de pronto, y corrió al cuarto de baño antes de ponerse en ridículo derrumbándose y echándose a llorar como una niña.
Se le arrugó la cara en cuanto cerró la puerta del cuarto de baño y cogió una toalla para taparse con ella la boca y amortiguar el volumen de sus sollozos. Por pura fuerza de voluntad consiguió controlarse, reprimió los sollozos y se secó los ojos con un pañuelo de papel antes de que pudieran caerle las lágrimas. Tras unos cuantos suspiros hondos se sintió un poco más calmada.
No creía que nada la hubiera afectado tanto como cuando se enteró de que el juez le había dejado algo en herencia. Estaba bien pagada y le había encantado cuidar de él. Le había querido por su dulzura y por su sentido del humor, por sus modales anticuados y, sobre todo, por su bondad. No esperaba ninguna herencia, y era cierto que se habría opuesto a ella. No llevaba con él ni tres años. ¿Cómo podía eso suplantar en ningún modo a sus hijos y a sus amigos de toda la vida?
Pero era evidente que él no pensaba así, y su familia tampoco. Cuando pensó en lo generosos que eran notó de nuevo las lágrimas en los ojos y se las secó con gesto decidido.
No iba a llorar, no allí ni en ese momento. La familia ya tenía que soportar bastante para que encima ella les cargara con su propia angustia. Se refrescó las mejillas con un trapo húmedo y sintió como le remitía el dolor de cabeza cuando se lo llevó a la frente. Le habría gustado tumbarse con una bolsa de hielo en la cabeza, pero, como con el llanto, también tendría que dejar eso para más adelante.
Una vez logró recuperar el control, se reunió con los demás en el salón.
—Lo siento —murmuró, volviendo a sentarse junto a Naruto.
—Veo que no lo sabía.
Sakura sacudió la cabeza. Naruto podía o no creerla. No tenía la energía suficiente para preocuparse por eso.
—Papá nos hizo jurar que guardaríamos el secreto —dijo Tsunade. En su boca se perfiló una sonrisa diminuta y triste—. Estaba entusiasmado con la idea de ocultarte algo. Decía que era lo único con lo que podía jugártela.
—Decía que le confiscabas las barras de Snickers —añadió Konohamaru mientras en su rostro se dibujaba una amplia sonrisa que desvaneció todo rastro de tristeza y de tensión—. Siempre se atiborraba cuando venía a visitamos porque sabía que no podría comerlas cuando llegara a casa.
—Y los Twinkies. Le traía Twinkies a escondidas cuando venía a verle —confesó Asuma.
Sakura soltó un gruñido al ver la sala llena de rostros culpables y repentinamente sonrientes.
—¡No me extraña que me costara tanto que le bajara el colesterol!
Tsunade le dio una palmadita en la rodilla.
—Te quería porque cuidabas de él. Todos te queremos por haberle cuidado. Cuando mencionó que pensaba incluirte en el testamento, estuvimos de acuerdo.
Naruto se aclaró la garganta, reclamando de nuevo la atención.
—Gracias por la información —dijo, poniéndose en pie—. Sé que este es un momento difícil para todos y aprecio su ayuda. Quiero que sepan que siento mucho lo ocurrido a su padre y que estamos haciendo todo lo posible por encontrar al culpable. Pasaré estos nombres y con un poco de suerte daremos con alguno de estos tipos en la zona.
Todos se levantaron como ratones de campo, y estalló un revoloteo de apretones de mano y de expresiones de agradecimiento cuando Naruto se dirigió lenta aunque inexorablemente hacia la puerta. De algún modo tenía a Sakura cogida por el hombro y tiraba de ella hacia la salida.
—La acompaño a la camioneta —dijo.
Sakura suspiró por dentro. Probablemente Naruto quería hacerle más preguntas. Al estar incluida en el testamento, probablemente la considerara mucho más sospechosa. Pero él hacía su trabajo, de manera que Sakura cogió el bolso y las gafas de sol y consiguió despedirse rápidamente de todos, dándoles instrucciones para que la llamaran si necesitaban algo, antes de que Naruto la sacara de la habitación.
Había una pareja en el ascensor, así que Naruto no dijo nada mientras bajaban al vestíbulo. Salieron al exterior y el viento frío y húmedo abofeteó a Sakura en plena cara, haciéndola tiritar. Daba la sensación de que la temperatura estaba bajando, y la llovizna se había convertido en una ligera lluvia constante. Sakura se abrazó y dijo:
—Yo no le maté.
—Estoy casi seguro de eso —dijo Naruto con suavidad.
Sakura levantó hacia él la mirada, sorprendida.
—Entonces, ¿por qué todas esas preguntas desconfiadas?
—Porque es mi trabajo. La registrarán, la vigilarán y la interrogarán.
—No tengo que olvidar un punto ni una coma.
—Exacto —dijo Naruto, quitándose la chaqueta y pasándosela a ella por encima de la cabeza—. Vamos.
Sakura tiritó y apretó el paso mientras él cruzaba a toda prisa el aparcamiento con ella acurrucada bajo su chaqueta como un polluelo bajo el ala. Lo primero que Sakura pensaba hacer en cuanto llegara a su 4x4 era encender la calefacción de los asientos.
—¿Cuál es su número de habitación? preguntó Naruto—. Haré que alguien le lleve una chaqueta. Eso en caso de que vaya ahora al hotel.
Sakura le dio su número de habitación y añadió con ironía:
—Espero poder llegar sin quedarme dormida en el camino.
De repente la mano de Naruto se tensó en su hombro, obligándola a detenerse.
—Yo la llevo.
—Si lo hace me sentiré desamparada. Gracias, pero lograré llegar. Estoy aturdida y tengo un dolor de cabeza espantoso, pero el café me mantendrá despierta durante un rato.
—Necesita comer.
—Ya he comido —respondió Sakura, sorprendida al verle tan preocupado. Usted me ha visto.
—Ha dado cuatro bocados. Los he contado.
—Ha sido todo lo que he podido hacer. No me presione, Uzumaki.
Él se había retirado hasta quedar situado entre ella y la camioneta. La amplitud de sus hombros protegía a Sakura de las ráfagas de viento. La lluvia estaba empapando la espalda de Naruto, pero él la ignoró mientras miraba fijamente a Sakura con una expresión totalmente ilegible. Incluso a pesar de lo exhausta que estaba, Sakura pudo sentir que algo incómodo empezaba a removerse en su interior.
—¿Qué? —preguntó, dando medio paso atrás.
Naruto sacudió la cabeza.
—Nada. Se está quedando dormida de pie. Acuéstese un rato.
—Me parece un buen plan.
Naruto se apartó y Sakura pulsó el control remoto para abrir la puerta y se apresuró para escapar del viento y de la lluvia.
—Sakura —la llamó Naruto cuando ella metió la llave de contacto.
Todavía sostenía su chaqueta, en vez de ponérsela.
—¿Sí?
—Probablemente no necesite decírselo, pero, no salga de la ciudad.
Naruto la siguió hasta el hotel, simplemente para asegurarse de que llegaba sana y salva y de que no ponía en peligro la vida ni la de ningún motorista. Cuando ella giró a la derecha para entrar en el aparcamiento del hotel, Naruto tocó brevemente la bocina señal de despedida, y ella le devolvió el saludo agitando la mano, pero no se giró para mirarle.
Sakura lo estaba llevando bien, aunque la expresión de aturdimiento y de perplejidad que reflejaban sus ojos verdes estaban despertando en él sus instintos protectores. No eran sus instintos de policía, sino que se trataba de instintos de hombre a mujer, justo lo que no necesitaba.
En primer lugar, Naruto había sido sincero cuando había dicho que estaba casi seguro de que ella no había matado al juez. Sin embargo, había una gran diferencia entre estar casi seguro y estar completamente seguro. Sakura ni siquiera había preguntado cuánto dinero heredaría, lo cual no era normal. Quizá hubiera preferido no hacerlo delante de la familia, pero cuando estaban solos, debería haber preguntado... a menos que ya lo supiera. Y si sabía que iba a heredar mil de los grandes, eso podía ser motivo para hacer desaparecer al viejo. Dios era testigo de que mucha gente había sido eliminada por mucho menos.
Por el contrario, el dolor y la conmoción de Sakura parecían auténticos. Tenía los ojos rojos e hinchados de tanto llorar. O eso, o había echado algo en los ojos para que pareciera que había estado llorando. O bien era una inteligente asesina y una gran actriz o estaba realmente destrozada.
El instinto le decía que estaba verdaderamente destrozada. Como el instinto también le insistía para que intentara acostarse con ella, tenía que tener en consideración el factor lujuria, que ya le había jugado una mala pasada Hinata, Sakura. Esto no podía augurar nada bueno.
Había intentado ignorar la atracción que Sakura ejercía sobre él, pero no lo había conseguido. El rostro de ella tenía la maldita costumbre de aparecer en su mente en cuanto intentaba relajarse. Cuando estaba trabajando no había problema, pero en cuanto se sentaba por la noche a ver las noticias o a leer el periódico, ¡bam!, allí estaba. La veía sentada en las escaleras con su fino pijama de algodón, o de pie en el campo de tiro totalmente concentrada en la diana mientras la luz del sol salpicaba de reflejos rojizos de su cabello. Un hombre sabía cuándo se había metido en un lío en cuanto percibía los reflejos en el cabello de una mujer. Sus pechos, sí; supuestamente debía fijarse en sus pechos. Pero, ¿los reflejos de sus cabellos? Cuando levantaba pesas en el sótano, imaginaba que levantaba a Sakura, arriba y abajo, a horcajadas, y cuando estaba en el banco de ejercicios presionando no podía evitar una erección. O cuando hacía flexiones imaginaba que tenía a Sakura debajo, con el mismo resultado.
La verdad era que casi no podía pensar en otra cosa. Era un milagro que hubiera logrado mantenerse lejos de ella, porque no había estado tan obsesionado con el sexo desde que tenía dieciséis años. No, no era un milagro; era simplemente miedo. La deseaba demasiado. No creía haber estado tan desesperado por tirarse a Hinata ni siquiera en aquellos primeros días en los que había estado tan enamorado. Naturalmente, en aquel entonces ya se estaba tirando a Hinata, así que quizá no era una buena comparación.
La investigación era lo que le impedía dar la vuelta y volver el hotel. Hasta que Sakura dejara de ser sospechosa, era intocable. Tenía los recibos de compra, la mercancía que concordaba con los recibos, la firma de las tarjetas de crédito concordaba con la de los comprobantes de pago y conservaba la entrada del cine. Faltaba todavía comprobar algunas cosas, hacer algunas averiguaciones sobre su estado de finanzas, y Sakura quedaría fuera de sospecha. Maldición, los hijos del juez Sarutobi iban a heredar mucho más que Sakura; también ellos tenían coartadas, pero los asesinos podían contratarse.
A Naruto el caso no le daba buena espina. La mayoría de los asesinatos eran obra de alguien cercano a la víctima, un miembro de la familia, un vecino, un amigo. Tenía la impresión de que éste iba a ser el caso más duro de todos los que podían barajarse: un asesinato cometido por un desconocido. ¿Cuál era la conexión? ¿Qué había llevado al asesino a la casa? ¿Se trataba de alguien que había sido sentenciado por el juez Sarutobi? A primera vista eso parecía lo más lógico, excepto por el hecho de que no había signo de que hubiera forzado la entrada o de que hubiera habido la menor pelea. Era como si el juez le hubiera abierto la puerta al asesino, le hubiera invitado a que entrara y hubiera estado charlando con él en la biblioteca. Como si le conociera.
Así que quizá había que volver a la teoría del vecino, del miembro de la familia o del amigo. Naruto intentó repasar mentalmente lo ocurrido. Ninguno de los vecinos vio pasar ningún coche por el camino de acceso a la casa, aunque estaba oscuro. Sakura había llegado a la casa justo antes de las diez y encontró el cuerpo del juez poco después. Había llamado al 091 a las 22:03, los coches patrulla habían llegado unos quince minutos más tarde y él mismo se había presentado cinco minutos después de su llamada. El cuerpo había empezado a sufrir los efectos del «rigor mortis», lo que situaba a grandes rasgos la hora de la muerte: entre las seis y las ocho, quizá las ocho y media. Naruto creía que probablemente habría sido más tarde que más temprano, ya que a las seis todavía no había oscurecido.
El juez Sarutobi le había abierto la puerta a su asesino. En ese momento todavía no se había producido ningún disparo y aquél habría sido el momento y el lugar más apropiado para disparar si el asesino fuera alguien que hubiera tenido que cumplir condena en prisión por culpa del juez y buscara venganza. En cambio ambos habían ido a la biblioteca y se habían sentado, o al menos el juez se había sentado. No estaba alarmado. Estaba relajado y había levantado el reposapiés del sillón reclinable. El asesino no era ningún desconocido, ni alguien que hubiera amenazado al juez en el pasado.
Sería interesante ver las huellas dactilares que los técnicos habían recogido. Las del juez, las de Sakura, posiblemente las de la cocinera y, definitivamente, las de las mujeres de la limpieza: ésas debían estar ahí, la cocinera, había sido convocada esa mañana para que le tomaran las huellas, aunque había dicho entre lágrimas que hacía semanas que no entraba en la habitación. Las mujeres de la limpieza acudirían esa tarde. ¿Quién más? La casa se limpiaba regularmente, de manera que cualquier huella que se encontrara sería reciente.
Había que sondear todo el barrio. Cualquiera podía haber llegado a la casa oculto en la oscuridad, haber disparado al juez Sarutobi y haber vuelto caminando tranquilamente a casa. De nuevo Naruto se enfrentó a la pregunta del móvil. Por lo que había descubierto hasta el momento, el viejo juez era un hombre muy querido. No guardaba ningún esqueleto en el armario, no había maldad que saliera a la superficie en privado. No jugaba, no bebía en exceso, y, por lo que había averiguado, no había salido con nadie desde que su mujer había muerto, y de eso hacía ocho años.
Entonces, ¿por qué alguien que no se hubiera enfrentado a él en los tribunales quería matarle?. Si el móvil no era la venganza, el sexo o el dinero, ¿qué quedaba?
Nada, eso era lo que quedaba. Así que el móvil tenía que ser una de esas tres posibilidades. Dudaba de que se tratara de venganza porque el juez conocía a su asesino y le había invitado a que entrara. ¿Sexo? El hombre tenía ochenta y cinco años, no había salido con nadie y, por lo que decía todo el mundo, había sido totalmente fiel a su mujer mientras ella estaba viva. Eso dejaba sólo la posibilidad del dinero.
De algún modo, siempre se llegaba al dinero. Y eso llevó a Naruto de vuelta al principio: Sakura. Los hijos del juez habían crecido en la abundancia. Siempre habían sabido que el dinero estaba ahí. Entonces ¿por qué matarle ahora? ¿Por qué no diez años atrás, o el año pasado? ¿Por qué no esperar unos cuantos años más y dejar que muriera de muerte natural? A menos que uno de ellos estuviera pasando por dificultades económicas, cosa que averiguaría, no había ninguna razón para que ninguno de ellos le asesinara. ¿Quizá uno de los nietos adultos? Era algo a investigar. Pero Sakura era la sospechosa más probable. Mierda.
Sakura se despertó a las tres, desorientada y atontada. Se quedó acostada, escuchando el amortiguado zumbido del aire acondicionado, parpadeando al mirar las gruesas cortinas que cubrían la ventana e intentando recordar dónde estaba. Notaba la cabeza como si la tuviera rellena de algodón. Pensar suponía un gran esfuerzo. Moverse era imposible. Entonces se acordó, y durante un largo instante la pena le atenazó la garganta y el pecho. Cerró los ojos con fuerza, pero no sirvió de nada. Todavía veía al juez sentado pacíficamente en su sillón reclinable de cuero y la sangre y los fragmentos de su cerebro esparcidos por la habitación. Todavía recordaba el horrible olor de la mezcla de sangre y olores corporales, y, sofocando un gemido, abrió los ojos.
Se sentó despacio, notando el dolor en todos los músculos. Estaba desnuda, ya que el pijama no había formado parte de la lista de ropa que le había dado a Naruto. Se había quedado dormida llorando y tenía los párpados arenosos e irritados. En conjunto, pensó, no tenía el aspecto de mayordomo súper capaz, ni siquiera de una mayordomo incompetente.
Hacía frío en la habitación. A pesar de que el día estaba helado había conectado el aire acondicionado al volver a la habitación por que tenía la nariz tapada y con el calor iba a costarle aún más respirar. Lo único que quería era meterse en la cama, así que había colgado el cartelito de «No molestar» en la puerta y había desconectado el teléfono. Había dejado el móvil en la mesita de noche para que la familia pudiera ponerse en contacto con ella si la necesitaban, pero aparte de no quería hablar con nadie.
Hacía demasiado frío en la habitación. De hecho, estaba helada. Sakura salió disparada de debajo del cálido nido de mantas, puso el termostato en «calor» y luego volvió a la cama y se acurrucó bajo las mantas, tiritando.
En el suelo, junto a la puerta, había algo blanco. Eran notificaciones de mensajes. Había dos. Sakura las recogió con un suspiro y volvió a la cama. Pero esta vez encendió la lámpara y se colocó la almohada detrás de la espalda para poder leer los mensajes.
Uno era de recepción. Habían dejado una chaqueta para ella, la guardaban allí. El otro era de Naruto, y era breve: «Llámeme» hora indicada era las dos y media.
Cogió el móvil, soltando un nuevo suspiro, y llamó al número que aparecía en el mensaje.
Naruto respondió casi inmediatamente.
—Naruto.
Su voz profunda sonaba alerta. Probablemente estaba atiborrado de cafeína.
—Soy SakuraHaruno. He recibido su mensaje.
—¿Estaba dormida?
—Mm. He dormido unas cuatro horas. Por cierto, gracias mandarme la chaqueta.
—De nada. Escuche, ¿sabe por casualidad si hay alguien que debiera dinero al juez?
¿Estaba preocupado por alguna de sus inversiones? Sakura se frotó la cara.
—Solía dejar dinero con frecuencia, pero en su mayoría sus préstamos eran regalos porque, si alguien intentaba devolvérselos, él se negaba a aceptar el dinero.
—¿Hubo alguien del vecindario que le pidiera prestado dinero?
—No que yo sepa. ¿En ese barrio? ¿Quién iba a necesitar un préstamo?
—Depende de si se tiene o no un problema con el juego o si se está metido en asuntos de drogas. Quizá alguien quiera ocultar el dinero que se gasta en su amante. Existen todo tipo de posibilidades. ¿Y qué hay de su familia? ¿Alguno de ellos pasa por algún apuro económico?
—Si es así, nunca hizo ningún comentario al respecto. No creo que haya ninguna manzana podrida en el saco —dijo Sakura, haciendo una pausa, mientras sus neuronas trabajaban para escuchar y entender las preguntas que le estaban haciendo. Luego dijo con frialdad—: Le daré una copia del saldo de mi cuenta y de mi registro de inversiones. ¿Quiere también una de los cheques anulados?
—Por favor —respondió Naruto con un tono de voz profesional y enérgico.
—De hecho, tendrá que cogerlas usted mismo. Están en la casa.
—¿Dónde?
—Hay una caja fuerte a prueba de incendios en mi armario. Está todo ahí.
—Gracias.
Naruto colgó y Sakura soltó un gruñido cuando hizo lo propio.
Durante un rato, esa mañana Naruto había parecido un poco más amable, más humano, pero había vuelto a ser el hombre brusco de antes. Sakura se horrorizó al darse cuenta de que no le importaba hasta qué punto él se mostraba amistoso; había en Naruto algo que la hacía desear apoyarse en él. Ni siquiera le importaba que estuviera comprobando el estado de sus finanzas e intentara encontrar un motivo por el que ella hubiera podido matar al juez. El mismo proceso terminaría por exculparla. Naruto estaba haciendo su trabajo. Sakura no se habría sentido ni la mitad de confiada si él hubiera desestimado por completo la posibilidad de su culpabilidad. No podía desestimar a nadie, de lo contrario algo crucial podía pasarle por alto.
Tsunade y el resto de la familia estaban convencidos de que el asesino era algún ex convicto que formaba parte del pasado del juez. Después de su primera impresión, según la cual el pirado del colgante era el autor del crimen, Sakura se había dejado convencer por la lógica y se había mostrado de acuerdo con los demás. Sin embargo, Naruto no parecía estar en su mismo equipo. Estaba más concentrado en ella y en la familia. ¿Había descubierto la policía algo que él no les había dicho?
Ella sabía que era inocente y también que la familia lo era. Llevaba observándoles durante años, durante las fechas señaladas y en vacaciones, y todos querían al juez. Él adoraba a sus hijos y a sus nietos y se llevaba bien con sus cuñados y nueras. Entonces ¿qué sabía Naruto que a ella se le escapaba?.
Ahora hacía más calor en la habitación y Sakura salió de la cama. Con una mueca de horror, se vio en el espejo del tocador. Estaba pálida y tenía la cara ojerosa y los ojos hinchados. Se sentía débil y temblorosa después de casi veinticuatro horas sin apenas haber comido nada. Cuatro pequeños bocados de queso danés y de fruta no resultaban demasiado nutritivos. Necesitaba comer algo, aunque tuviera que obligarse a tragarlo. Quizá más tarde bajara al restaurante del hotel. Sin embargo, por el momento se limitó a preparar otra cafetera y encendió la televisión, luego volvió a la cama. Necesitaba distraerse con algo banal aún más de lo que necesitaba comer. No tenía nada que hacer. Estaba acostumbrada a que siempre hubiera algo que hacer.
Su vida estaba organizada en torno a esa razón, para que todas las tareas se cumplieran. En ese momento debería estar ocupándose del papeleo, calculando y controlando los gastos de la casa. Era lo que siempre hacía los jueves.
Podía ir a comprarse un pijama. Estaba cerca de tres grandes centros comerciales: Brookwood, el Summit y La Galleria. Pero seguía lloviendo, estaba exhausta y atontada y, francamente, le importaba un bledo si tenía o no pijama con el que dormir.
Descubrió que el Canal Meteorológico era el programa más interesante de todos los que conformaban la programación de las tres y media de la tarde. Apagó la televisión, también apagó la lámpara de la mesita de noche y se tapó con las mantas. Pero en cuanto cerró los ojos vio al juez en su sillón reclinable con la cabeza hacia un lado, y volvió a notar el olor. Rápidamente volvió a sentarse y encendió la lámpara.
¿Dónde tenía la cabeza? Acababa de prepararse una cafetera. No podía creer que hubiera puesto una cafetera y que se hubiera vuelto a meter en la cama. Naturalmente no ocurriría nada grave, aparte de que el café se pasaría y se volvería amargo. Ni ella ni el juez soportaban el café pasado...
Siempre entraba en la cocina a primera hora de la mañana, sin esperar a que ella le llevara el café. Se quedaban ahí de pie, charlando, sorbiendo tranquilamente el café y compartiendo lo que para ambos era uno de los más deliciosos pequeños placeres de la vida. Nunca volverían a compartir esa deliciosa taza de café.
Como un rollo de película que nunca dejara de rodar, Sakura volvió a verle: la cabeza blanca inclinada hacia un lado, aquel hilillo oscuro y fino bajándole por el cuello. Tenía el pelo un poco desordenado, pero, en un primer momento, y a causa de la penumbra que reinaba en la habitación, eso había sido lo único que Sakura había notado. Tenía las manos relajadas sobre los reposabrazos del sillón, el reposapiés estaba levantado, como si se acabara de quedar dormido. Tenía las manos relajadas. El reposapiés estaba levantado.
Sakura se quedó mirando fijamente al otro extremo de la habitación, viendo sólo la horrible escena de la noche anterior. Tenía la sensación de que él suelo vacilaba bajo sus pies, como si hubiera salido de la realidad y hubiera caído en arenas movedizas.
El reposapiés estaba levantado. El juez estaba en su sillón, que a su vez estaba reclinado. La puerta principal no estaba cerrada. Pero la puerta principal siempre estaba cerrada. Él siempre la cerraba con pestillo cuando volvía de su paseo de la tarde. Durante todo el tiempo que Sakura había trabajado para él, no recordaba que el juez hubiera dejado nunca la puerta principal abierta. ¿Hasta qué punto era posible que justo la única vez que dejaba la puerta abierta su asesino entrara en la casa? No era demasiado creíble. Dios, las posibilidades de que eso ocurriera eran astronómicamente mínimas. Después de las amenazas que había recibido, y sobre todo después del robo, el juez se preocupaba por su seguridad. Así que no había olvidado cerrar la puerta. La había abierto él.
¿Para dejar entrar a alguien? ¿Por qué iba a dejar entrar a un desconocido? La respuesta era muy sencilla: No lo haría.
No había el menor signo de forcejeo ni de que hubieran forzado la entrada a la casa, al menos ninguno que Naruto le hubiera mencionado a ella o a la familia, y estaba segura de que de haberlo habido él se lo habría dicho.
Se le hizo un vacío terrible en el estómago. Tenía sentido, todo encajaba espantosamente. El juez había dejado entrar en la casa a alguien a quien conocía. Habían ido a la biblioteca... ¿para hablar? Se había sentado en su silla favorita, el gran sillón reclinable. Estaba relajado, había levantado el reposapiés. Y aquel conocido había sacado una pistola y le había disparado en la cabeza.
Eso era lo que Naruto había supuesto, lo que no les había dicho. Fuera quien fuera el asesino, el juez no se había sentido amenazado por él. Conocía a su asesino y se sentía cómodo y relajado en su presencia. Sakura casi vomitó, porque eso significaba que probablemente ella también le conocía.
mariland- Clan Suzaku
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
wooooooo estoces el asesino es conocido ? si se me hico raro como encontraron a sarutobi
moi-06yoyo- Sennin
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cuarto de sakura en su cama con ella
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
Bueno era de esperarse que fuera alguien conocido, pero entonces el juez conocia al acosador de Sakura? O el acosador contrato a alguien conocido del juez?
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
como no me di cuenta que habías actualizado en fin excelentes capitulos y que horror que sakura pueda conocer al asesino del juez
aduzumaki- Sennin
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
que buen capitulo. con un naruto siendo bipolar y una sakura destrosada.. espero ver la conti pronto. suerte y cuidate
gonmax- Sannin
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
CAPÍTULO 11
Se sentía bien. Había olvidado lo maravillosa que era la sensación de sentir todo ese poder en sus manos, de hacerse cargo de su propio destino. Hacía... ¿cuánto? ¿Siete años? Eso era prueba de que lo controlaba, de que no era uno de esos maníacos que habían terminado siendo esclavos de su propia compulsión. En los casi diez años que habían pasado desde que se había hecho cargo del problema de su padre, esta era la tercera vez que se había visto obligado a actuar. En total, cuatro veces en diez años.
Bien mirado, estaba justificadamente orgulloso de sí mismo. No había muchos hombres que lograran controlarse tan bien, no si conocían el subidón de adrenalina, la completa felicidad del acto. Y lo que era más importante: no había muchos hombres lo suficientemente inteligentes como para salir indemnes de ello.
Pero el viejo ya estaba fuera de circulación y Sakura había quedado libre. Ya nada se interponía en su camino. Ahora podía acudir a él.
Naruto estaba sentado en su cubículo, hojeando con calma los archivos y los extractos de cuentas que había sacado de la caja fuerte a prueba de incendios del armario de Sakura. Por fin lo metió todo en un sobre acolchado de gran tamaño y volvió a sentarse, frotándose los ojos. Joder. A esa mujer no le hacía falta el dinero. En realidad, cien de los grandes era una gran suma, pero Sakura no los necesitaba.
Pensó que debía de ser agradable estar en la situación de no necesitar una cantidad así. Había gente que cogía todo lo que podía, gente para la que ninguna suma resultaba nunca suficiente, aunque la gente así nunca se dedicaba en cuerpo y alma a aprender Un oficio bien remunerado para luego dedicarse con igual afán a trabajar ya ahorrar como locos. No, los que sólo iban tras del dinero lo robaban, cometían fraudes, se casaban con gente mucho mayor y luego, en un esfuerzo por deshacerse de ellos, manipulaban la gran cantidad de medicamentos a los que los ancianos parecían estar siempre condenados, pero nunca trabajaban para ganarse el dinero.
Era obvio que Sakura llevaba ahorrando la mayor parte de su sueldo desde que había empezado a trabajar. Lo invertía, y, por lo que Naruto podía ver, con gran acierto. No había invertido mucho en títulos del sector tecnológico, y los que había comprado los había vendido en cuanto empezaron a bajar en picado, cuando todavía podía sacarles algún beneficio.
Había apartado dinero contratando un plan de pensiones, pensando en el futuro. Acababa de cumplir veinticinco años, y, juntando todo lo que tenía, estaba a las puertas del club de los millonarios. Sin duda era una mujer inteligente. Y siendo tan inteligente, ¿iba a arriesgarlo todo por añadir otros cien mil dólares a su cuenta? El dinero era algo relativo. Si tenías un empleo por el que cobrabas el salario mínimo y a duras penas llegabas a final de mes, sin que te quedara nada para permitirte ni un pequeño capricho, cien mil dólares era una cantidad enorme. Naruto sabía de madres que habían matado a sus hijos por un seguro de vida de cinco mil. Pero si tenías en tu haber una cantidad muy superior a esos cien mil, en ese caso, y en comparación, la cifra no resultaba en absoluto impresionante. En este caso, el riesgo superaba con creces a las ganancias.
Así que ahí se desvanecía el posible móvil de Sakura. Bien.
—¿Has descubierto algo? —le pregunto su lugarteniente, deteniéndose frente a su escritorio.
—La mayordomo no lo hizo.
—Creía que era la primera de tu lista.
—El móvil se ha evaporado.
—¿Dinero? ¿Cómo se evapora el dinero?
—Tiene mucho. ¿Sabes cuánto gana un mayordomo?
El lugarteniente se rascó la nariz.
—Tengo la impresión de que más de lo que pensábamos.
—Gana más que tú y yo juntos.
—¡No jodas!
—Eso es exactamente lo que pensé yo —dijo Naruto, sacudiendo la cabeza—. Sakura Haruno tenía todo que perder y, en comparación, no demasiado que ganar. En realidad casi nada, si tenemos en cuenta que ganaba más en un año trabajando para el juez de lo que él le ha dejado en su testamento. Así que ahí se queda el móvil. Y no sólo eso: Sakura tenía al viejo en gran estima.
El lugarteniente era un buen tipo y se fiaba de sus investigadores.
—Bien, ¿qué más tenemos?
—No mucho. Los vecinos no vieron nada, y todos tienen coartadas. Hasta ahora, la familia queda descartada. A menos que la autopsia nos devuelva una pistola humeante, esto no pinta bien.
—Todavía no han pasado ni veinticuatro horas.
Pero las veinticuatro horas estaban a punto de cumplirse y, normalmente, si los asesinatos no se resolvían rápidamente, no se resolvían.
—¿Y qué hay de los convictos de los que el juez había recibido amenazas de muerte? ¿No hay nada que nos lleve a alguno de ellos?
—Por lo que sabemos, ninguno está en esta zona. Uno está actualmente bajo la tutela del Estado y vive de los impuestos que pagamos los demás en el Saint Clair. Otro cumple condena en una cárcel federal. Sólo dos están libres, y uno de ellos vive en Eugene, Oregón y el último lugar conocido donde el otro fue localizado fue Chicago, y eso fue en enero — concluyó Naruto, dándole vuelta a una fotografía que tenía sobre el escritorio en la que aparecía un hombre corpulento con bigote—. Cad Jarmond. No creo que sea él.
—Pero es una posibilidad.
Naruto sacudió la cabeza.
—¿Crees que el juez Sarutobi habría dejado entrar a este hombre en su casa?
—No lo creo. Todas las puertas de la casa que dan al exterior tienen mirilla, así que el juez no abrió la puerta a ciegas. Sabía de quién se trataba.
—¿Qué números aparecían en los servicios de devolución de llamada y de rellamada?
—Comprobé el de rellamada desde todos los teléfonos de la casa. Nada sospechoso. La mayordomo llamó a su familia y los teléfonos que la víctima habría utilizado mostraban llamadas a su banquero, y otra a un viejo amigo, que también tiene una coartada. El de devolución de llamada resultó interesante. El teléfono de la biblioteca devolvió una llamada desde un teléfono público de La Galleria.
—¿Ha averiguado a qué hora tuvo lugar la llamada?
—Estamos trabajando para obtener una lista de todas las llamadas, tanto de las efectuadas desde la casa como de las recibidas. Pero no hay manera de saber quién la hizo.
Naruto sacudió la cabeza. La hora de la llamada les diría algunas cosas, como si había sido hecha poco antes de la hora del asesinato, pero eso era todo. La Galleria era un centro comercial muy concurrido. A menos que alguien llevara el pelo verde, un collar de púas y un traje de Bozo, o fuera desnudo, había muy pocas posibilidades de que alguien reparara en nadie. Las posibilidades de conseguir una huella dactilar viable del teléfono eran entre nulas e irrisorias. Aunque quizá las video cámaras de las tiendas cercanas que vigilaban las entradas a los establecimientos hubieran grabado algo. Valía la pena comprobarlo. Así se lo dijo al lugarteniente.
—Buena idea, Naruto —dijo, mirando su reloj—. Empieza con eso por la mañana. Por ahora vete a casa y duerme un poco. No has dormido en toda la noche, y hoy no has parado.
—He podido dormir unas tres horas de madrugada. Estoy bien—. Sus años en el ejército le habían enseñado cómo funcionar habiendo descansado mucho menos que eso, y durante más tiempo—. Pero creo que por hoy ya he terminado.
Definitivamente tenía otra cosa que hacer, algo que no creía poder seguir posponiendo por más tiempo. Lo mejor sería que se decidiera a dar el paso de una vez.
Esa noche, a las ocho, el Canal Meteorológico seguía en pantalla y Sakura llevaba casi cinco horas seguidas viendo pasar los mismos frentes. Nada había cambiado. Todavía tenía el estómago revuelto. Seguía repasando mentalmente todos los conocidos del juez, los vecinos, cualquiera a quien el juez no hubiera dudado en dejar entrar en casa. El problema era que conocía a mucha gente a la que ella no conocía. Sakura conocía a su círculo inmediato de amigos, los vecinos más cercanos y algunos de los demás, pero naturalmente el juez tenía viejos amigos del colegio, amigos de la práctica de la abogacía y amigotes de la facultad a los que ella nunca había conocido. Pero ¿por qué iba uno de ellos a querer matar al juez? El porqué era precisamente lo que la estaba volviendo loca.
Si por lo menos supiera por qué, pensaba Sakura, podría descubrir quién. ¿Por qué iba nadie a querer matarle, a no ser alguien que el juez hubiera condenado a prisión? Y si se trataba de un ex convicto, ¿por qué iba el juez a dejarle entrar en la casa, tomar asiento y relajarse? No, no lo habría hecho.
¿Por qué?
Sonó el teléfono y lo cogió, contenta de poder distraerse un poco. Quizá Tsunade necesitara algo que la mantuviera ocupada durante un par de horas.
—¿Ya ha cenado?
Sakura no necesitó que se identificara. La voz profunda de Naruto y su tono abrupto eran identificación más que suficiente.
—¿Cenado?, ¿O almorzado?
—Estaba durmiendo a la hora del almuerzo, ¿se acuerda?
—En ese caso, vamos a Milo's y comámonos una hamburguesa.
Sakura se pasó con esfuerzo la mano por el pelo. Necesitaba comer algo, pero todavía tenía el estómago hecho un nudo. Vaciló durante tanto rato que él dijo:
—¿Sakura?
—Estoy aquí. Es... es que no tengo hambre.
—De todos modos, prepárese. Estaré ahí en diez minutos.
Naruto colgó y Sakura se quedó mirando al teléfono boquiabierta. ¡Diez minutos!
A pesar de lo débil que se encontraba, en diez minutos se había vestido, se había lavado los dientes y la cara, y se estaba cepillando el pelo cuando Naruto llamó a la puerta.
—Tiene un aspecto horrible —fue su saludo.
—También usted está estupendo —respondió Sakura con frialdad, retrocediendo para dejarle entrar. Sólo porque estuviera vestida, eso no significaba que fuera a ir a ningún sitio con él. Al fin y al cabo, no llevaba puesto nada cuando él había llamado.
Naruto bajó la mirada y la posó en los pies desnudos de Sakura.
—Póngase unos zapatos. Y calcetines. Hay unos diez grados ahí afuera.
—No tengo hambre —repitió Sakura.
—En ese caso puede mirarme mientras cómo.
—Me abruma su amabilidad.
A pesar del sarcasmo, a pesar de todo, por primera vez durante el día Sakura se sorprendió sonriendo. No era una gran sonrisa, pero era auténtica. Naruto era como un tanque Sherman: no tenía el menor refinamiento, pero sí una fuerza increíble.
—Sí, lo sé. Sólo superada por el tamaño de mi... —se contuvo, echándole una rápida mirada— ego —concluyó, y Sakura podría haber jurado que las mejillas se le habían sonrojado. Evidentemente, se suponía que los policías no debían efectuar comentarios arriesgados a los sospechosos. Naruto se agachó y cogió sus zapatos y a continuación se los acercó. Sakura tuvo la impresión de que se los habría puesto él mismo si ella no lo hubiera hecho.
Se sentó en la cama y se puso los calcetines y los zapatos.
—Supongo que tiene hambre y que quiere hablar conmigo, así mata dos pájaros de un tiro.
Naruto se encogió de hombros.
—Puede suponer lo que le dé la gana.
Vaya, ¿qué demonios significaba esa respuesta? De hecho, también ella quería hablar con él sobre sus conclusiones acerca del asesinato del juez. No le importaba verle comer mientras hablaban. Pararon en recepción para coger la chaqueta que le tenían guardada. Era su pelliza Berber. Agradecida, se la puso cuando salieron del hotel. Había parado de llover, pero no hacía mucho porque las ramas de los árboles todavía goteaban. El asfalto estaba oscuro y reluciente.
Naruto la condujo hasta una furgoneta de color azul marino y no al coche que llevaba la vez anterior. La camioneta era su vivo retrato: con muy pocos extras pero potentísima. Al menos tenía reposapiés, de manera que Sakura pudo subir sin necesidad de ayuda. Naruto le abrió la puerta y esperó a que se hubiera acomodado en el asiento antes de cerrarla y rodear el vehículo hasta llegar al otro lado.
Milo's era una hamburguesería tradicional de la zona de Birmingham y ofrecía lo que según la mayoría de los lugareños era la mejor hamburguesa del mundo y el mejor té con hielo. La hamburguesa no llevaba todas esas cosas tan de moda como lechuga, tomate y pepinillos, aunque sí se podía pedir con queso, pero llevaba una salsa oscura cuya composición resultaba casi indescifrable para las papilas. Así de sencillo: doble ración de carne, cebolla cortada y la salsa. Las hamburguesas rezumaban salsa. La gente compraba recipientes adicionales de salsa. Sumergían en ellos las patatas fritas picantes, se echaban más en las hamburguesas y la usaban en casa para aderezar sus propias hamburguesas.
Obviamente, una hamburguesa de Milo's era un plato pesado. Incluso aunque su estómago se hubiera mostrado cooperador, Sakura no se habría atrevido con aquel peligro.
Cuando Naruto le preguntó si estaba segura de que no quería nada, Sakura respondió «Estoy segura», y fue a esperarle en una mesa colocada junto a la pared. Cuando Naruto se reunió con ella, llevaba una bandeja con dos tazas grandes de papel de té con hielo, tres hamburguesas y dos raciones de patatas. La bandeja también estaba llena de pequeños recipientes de papel con ketchup y paquetitos de sal. Sakura se quedó mirando el botín sin dar crédito.
—Cuando dijo que tenía hambre, creía que se refería a un hambre normal, humana, no a que estaba tan hambriento como Kinkong el gorila.
Naruto dejó la bandeja en la mesa y se sentó frente a ella.
—Una parte es para usted. Espero que le guste la cebolla, porque a mí sí. Coma —dijo poniéndole delante una taza de té, una hamburguesa y una ración de patatas.
—¿Qué tiene que ver el hecho de que a usted le guste la cebolla con que a mí me guste o me deje de gustar? —murmuró Sakura, intentando convencer a su estómago para que se relajara. Realmente necesitaba comer, y normalmente le gustaban las hamburguesas de Milo's como al que más. Simplemente no estaba segura de poder tragar o de que, en caso de que lo lograra, fuera capaz de retener algo de comida en el estómago.
—En caso de que no pueda contenerme y la bese, no me gustaría que le diera asco mi aliento a cebolla.
Sin levantar la mirada, Naruto empezó a echar sal a sus patatas.
Así de simple. El mundo vaciló sobre su eje. Sakura echó un violento vistazo al restaurante, preguntándose si de algún modo había caído en algún universo alternativo.
—¿Qué ha dicho? —preguntó con desmayo. Sin duda, no le había oído bien.
—Ya me ha oído —dijo Naruto, levantando la mirada y resoplando—. Ojalá pudiera verse la cara. Actúa como si ningún hombre se hubiera sentido atraído por usted.
De acuerdo, pondría en jaque a un estómago revuelto. Tenía que hacer algo para darse tiempo y adaptarse a ese cambio repentino. Cogió una patata, la hundió en el ketchup y le dio un mordisco. El sabor picante y especiado le despertó las papilas de golpe. Se tomó su tiempo para masticar y tragar y así poder responder en un tono sereno.
—Digamos que muy pocos hombres podrían haberme dicho más claramente que no se sienten atraídos por mí.
—Cuando actúo con miedo, lo hago de golpe —dijo Naruto, quitándole el envoltorio a su primera hamburguesa. Le puso sal y le dio un gran mordisco.
Sakura se refugió en otra patata. Cuando ya llevaba tres o cuatro, decidió que necesitaba algo más grande, así que le quitó el envoltorio a su hamburguesa. El papel de estraza estaba manchado de salsa oscura, que goteaba por ambos lados del panecillo. Dio un bocado — Dios, qué delicia— mientras pensaba con detenimiento en lo que estaba ocurriendo. El cambio de Naruto era demasiado abrupto. Tenía que esconder algo. Ah, ya lo tenía.
—Usted cree que yo maté al juez —dijo—, pero no tiene ninguna prueba, así que piensa que si intima conmigo puede que se me escape algo incriminatorio.
—Buen intento —respondió Naruto, alzando hacia ella la mirada y clavándole sus duros y directos ojos azules de policía—. Mire, mi ex mujer le diría en un segundo que soy un gilipollas, y, joder, puede que tuviera razón. Le diré, para empezar, que no he sido buena compañía desde mi divorcio. Fue atroz, y superar algo así lleva su tiempo. No he querido volver a involucrarme con nadie excepto para...
Se detuvo y Sakura dijo, completando la frase:
—Por sexo.
—No iba a ser tan directo, pero, sí.
Así que estaba divorciado y el proceso había sido muy tremendo. Curarse de una herida como ésa era como curarse de cualquier otro trauma. Llevaba tiempo y no era fácil. Eso convertía a Naruto en objetivo de alto riesgo, aunque tampoco es que ella estuviera abierta a una relación.
—¿Cuánto hace de eso?
—Dos años desde que la pillé engañándome con otro y un año desde que terminó el proceso de divorcio.
—Vaya, qué atroz.
¿Qué clase de idiota engañaría a un hombre así? Y no es que ella tuviera ninguna base de juicio, pero si sus instintos femeninos hubieran sido gatos, en ese momento habrían estado todos ronroneando en respuesta a la testosterona que prácticamente podía oler en él.
—Sí, lo fue. Pero ya es agua pasada, quizá más de lo que imaginaba. Usted me atrae, intenté no darle importancia y no funcionó. Por cierto, ya he visto su extracto de cuentas y el registro de sus inversiones. No necesita el dinero del juez Sarutobi.
—Entonces ¿ya no soy sospechosa?
—Dejémoslo en que, por lo que a mí respecta, está fuera de toda sospecha.
Eso se merecía uno o dos bocados más a la hamburguesa, acompañados por una patata.
—Puede que haya gente que crea que le interesa mi dinero. Desde luego, el momento no puede ser más sospechoso.
—Usted lo ha dicho —admitió Naruto—. Gana usted casi tres veces mi sueldo, y la policía de Mountain Brook está bien pagada. Pero me parece que normalmente gana usted más que cualquiera de los hombres con los que sale, así que ya está acostumbrada.
—Los hombres con los que salgo no suelen ver primero mi extracto de cuentas —dijo Sakura con sequedad.
—Mire, el dinero me gusta, pero no ando muy necesitado. Además, el hecho de que una mujer gane más que yo no me altera el ego.
—Ya lo sé, ya me lo ha dicho. Tiene usted un ego enorme.
Ahí estaba de nuevo, esa pincelada de color en sus mejillas. Sakura observó fascinada cómo se desvanecía mientras Naruto se dedicaba a su segunda hamburguesa. A pesar de las circunstancias, estaba empezando a disfrutar.
Naruto se limpió la boca. —De acuerdo, me ha acusado de intentar acercarme a usted para poder obtener suficientes pruebas para acusarla de asesinato, lo que me parece un poco labor de incógnito, y de querer su dinero. ¿Algo más?
—Si se me ocurre algo más se lo haré saber.
—Bien, hágalo. Mientras tanto, en este lado de la mesa se siente mucha atracción. ¿Qué se siente en el suyo?
Definitivamente, tenía la delicadeza de un tanque. Por otro lado esa sinceridad tan brusca resultaba hasta cierto punto tranquilizadora: una mujer sabría siempre a qué atenerse con ese hombre, tanto para lo bueno como para lo malo. La gran pregunta era, ¿qué quería ella hacer al respecto?
La honradez de Naruto la obligaba a ser al menos tan directa y clara como él.
—Mi lado de la mesa está en una situación casi igual a la suya, aunque eso no signifique que sea una buena idea involucrarnos en nada serio.
Una típica sonrisa de hombre satisfecho se dibujó en los labios de Naruto.
—Involucrarnos es de lo único de lo que se trata. Hay millones de personas que trabajan muy duro para lograr involucrarse, que lo buscan activamente. Piense en todas las horas de trabajo duro invertidas en los bares de solteros.
—Nunca he estado en un bar de solteros. Eso debería decirle algo.
—Que nunca lo ha necesitado. Supongo que cada vez que no tiene usted a un hombre es porque no lo necesita.
Sakura no dijo nada y se quedó mirando fijamente la mesa. Se dio cuenta de que se había comido la mitad de la hamburguesa y todas las patatas. El método que Naruto había utilizado para distraerla sin duda había funcionado. Por otro lado, se sentía definitivamente mejor con algo de comida en el estómago, aunque fuera comida rápida. Casi podía notar cómo le subía el nivel de energía.
—Podemos ir todo lo despacio que usted quiera —dijo él—. No es un buen momento para usted, y yo también tengo un par de obstáculos en el camino. Sólo quería que supiera que me gusta —dijo, encogiéndose de hombros—. No tiene que pasar por esto sola, a menos que sea eso lo que quiere.
Oh, maldición. Lo había estado llevando muy bien, aparcando el dolor a un lado durante un rato. De pronto sus ojos empezaron a nadar y parpadeó rápidamente, intentando contener las lágrimas.
—Oh, vaya, no pretendía... Salgamos de aquí —soltó Naruto, empezando a recoger vasos y servilletas, tirando la basura a un cubo y dejando la bandeja encima. Sakura le siguió a ciegas fuera del restaurante y mientras iban hacia la camioneta, él le pasó el brazo por encima del hombro.
—Lo siento —le dijo, poniéndole un pañuelo en las manos.
Sakura se secó los ojos, apoyándose en la fuerza y en el calor de su cuerpo. Le gustó sentir el brazo de él rodeándola. Deseaba poner la cabeza en su hombro y llorar, pero en vez eso, soltó un profundo suspiro.
—Era un hombre muy dulce. Lloraré mucho por él cuando todo esto haya acabado. Naruto abrió la puerta y Sakura subió dentro e hizo ademán de buscar el cinturón de seguridad. Naruto la detuvo poniendo su mano sobre la de ella y metió el cuerpo dentro. Sakura no hizo ningún movimiento para evitar el beso. No quería evitarlo. Quería saber cómo besaba, a qué sabía. La boca de Naruto era cálida, el contacto ligero, casi amable, como si estuviera intentando confortala más que excitarla.
Duró unos dos segundos. Luego él ladeó la cabeza, separó los labios y la besó con más fuerza hasta meterle la lengua en la boca y lograr que ella le rodeara el cuello con los brazos. A Sakura se le destapó el fondo del estómago y su cuerpo enteró se tensó. Supo entonces que sus instintos ronroneantes no se equivocaban. Dios, aquel hombre sabía besar. Naruto levantó la cabeza y recorrió con la lengua el labio inferior de ella como si estuviera
saboreándola.
—Qué bueno —murmuró en voz baja, casi cavernosa.
—Sí, mucho —admitió Sakura. Su propia voz sonaba un poco velada.
—¿Quieres hacerlo otra vez?
—Mejor que no.
—Vale —dijo y volvió a besarla.
Aquel hombre era peligroso. Si no tenía cuidado, antes de que se diera cuenta estaría metida con él de lleno en un lío con todas las de la ley, quizá incluso antes del día siguiente.
Obviamente no era el momento indicado y tenía que recuperar el control antes de que fuera demasiado tarde. Después de no hacerle el menor caso, ahora Naruto avanzaba a toda velocidad en dirección contraria y Sakura estaba un poco aturdida.
Costó un poco, pero logró apartar la boca, jadeando en un intento por tomar aire.
—Luz roja, detective. Para.
También él jadeaba con fuerza, pero retrocedió.
—¿Permanentemente? —preguntó. La palabra era pura incredulidad.
—¡No! —su respuesta sonó vergonzosamente forzada—. Sólo por... ahora —añadió, dando un profundo suspiro—. Tenemos casas más importantes de las que hablar.
—¿Cómo por ejemplo?
—Como, por ejemplo, de que creo que el juez conocía al asesino.
Había perplejidad en el rostro de Naruto. Cerró la puerta de Sakura y rodeó la camioneta hasta llegar al asiento del conductor. Se sentó frente al volante y puso el motor en marcha.
Volvía a caer una ligera llovizna, y encendió los limpiaparabrisas.
—Ya lo sé —dijo—. Pero ¿qué te hace pensar eso?
Se sentía bien. Había olvidado lo maravillosa que era la sensación de sentir todo ese poder en sus manos, de hacerse cargo de su propio destino. Hacía... ¿cuánto? ¿Siete años? Eso era prueba de que lo controlaba, de que no era uno de esos maníacos que habían terminado siendo esclavos de su propia compulsión. En los casi diez años que habían pasado desde que se había hecho cargo del problema de su padre, esta era la tercera vez que se había visto obligado a actuar. En total, cuatro veces en diez años.
Bien mirado, estaba justificadamente orgulloso de sí mismo. No había muchos hombres que lograran controlarse tan bien, no si conocían el subidón de adrenalina, la completa felicidad del acto. Y lo que era más importante: no había muchos hombres lo suficientemente inteligentes como para salir indemnes de ello.
Pero el viejo ya estaba fuera de circulación y Sakura había quedado libre. Ya nada se interponía en su camino. Ahora podía acudir a él.
Naruto estaba sentado en su cubículo, hojeando con calma los archivos y los extractos de cuentas que había sacado de la caja fuerte a prueba de incendios del armario de Sakura. Por fin lo metió todo en un sobre acolchado de gran tamaño y volvió a sentarse, frotándose los ojos. Joder. A esa mujer no le hacía falta el dinero. En realidad, cien de los grandes era una gran suma, pero Sakura no los necesitaba.
Pensó que debía de ser agradable estar en la situación de no necesitar una cantidad así. Había gente que cogía todo lo que podía, gente para la que ninguna suma resultaba nunca suficiente, aunque la gente así nunca se dedicaba en cuerpo y alma a aprender Un oficio bien remunerado para luego dedicarse con igual afán a trabajar ya ahorrar como locos. No, los que sólo iban tras del dinero lo robaban, cometían fraudes, se casaban con gente mucho mayor y luego, en un esfuerzo por deshacerse de ellos, manipulaban la gran cantidad de medicamentos a los que los ancianos parecían estar siempre condenados, pero nunca trabajaban para ganarse el dinero.
Era obvio que Sakura llevaba ahorrando la mayor parte de su sueldo desde que había empezado a trabajar. Lo invertía, y, por lo que Naruto podía ver, con gran acierto. No había invertido mucho en títulos del sector tecnológico, y los que había comprado los había vendido en cuanto empezaron a bajar en picado, cuando todavía podía sacarles algún beneficio.
Había apartado dinero contratando un plan de pensiones, pensando en el futuro. Acababa de cumplir veinticinco años, y, juntando todo lo que tenía, estaba a las puertas del club de los millonarios. Sin duda era una mujer inteligente. Y siendo tan inteligente, ¿iba a arriesgarlo todo por añadir otros cien mil dólares a su cuenta? El dinero era algo relativo. Si tenías un empleo por el que cobrabas el salario mínimo y a duras penas llegabas a final de mes, sin que te quedara nada para permitirte ni un pequeño capricho, cien mil dólares era una cantidad enorme. Naruto sabía de madres que habían matado a sus hijos por un seguro de vida de cinco mil. Pero si tenías en tu haber una cantidad muy superior a esos cien mil, en ese caso, y en comparación, la cifra no resultaba en absoluto impresionante. En este caso, el riesgo superaba con creces a las ganancias.
Así que ahí se desvanecía el posible móvil de Sakura. Bien.
—¿Has descubierto algo? —le pregunto su lugarteniente, deteniéndose frente a su escritorio.
—La mayordomo no lo hizo.
—Creía que era la primera de tu lista.
—El móvil se ha evaporado.
—¿Dinero? ¿Cómo se evapora el dinero?
—Tiene mucho. ¿Sabes cuánto gana un mayordomo?
El lugarteniente se rascó la nariz.
—Tengo la impresión de que más de lo que pensábamos.
—Gana más que tú y yo juntos.
—¡No jodas!
—Eso es exactamente lo que pensé yo —dijo Naruto, sacudiendo la cabeza—. Sakura Haruno tenía todo que perder y, en comparación, no demasiado que ganar. En realidad casi nada, si tenemos en cuenta que ganaba más en un año trabajando para el juez de lo que él le ha dejado en su testamento. Así que ahí se queda el móvil. Y no sólo eso: Sakura tenía al viejo en gran estima.
El lugarteniente era un buen tipo y se fiaba de sus investigadores.
—Bien, ¿qué más tenemos?
—No mucho. Los vecinos no vieron nada, y todos tienen coartadas. Hasta ahora, la familia queda descartada. A menos que la autopsia nos devuelva una pistola humeante, esto no pinta bien.
—Todavía no han pasado ni veinticuatro horas.
Pero las veinticuatro horas estaban a punto de cumplirse y, normalmente, si los asesinatos no se resolvían rápidamente, no se resolvían.
—¿Y qué hay de los convictos de los que el juez había recibido amenazas de muerte? ¿No hay nada que nos lleve a alguno de ellos?
—Por lo que sabemos, ninguno está en esta zona. Uno está actualmente bajo la tutela del Estado y vive de los impuestos que pagamos los demás en el Saint Clair. Otro cumple condena en una cárcel federal. Sólo dos están libres, y uno de ellos vive en Eugene, Oregón y el último lugar conocido donde el otro fue localizado fue Chicago, y eso fue en enero — concluyó Naruto, dándole vuelta a una fotografía que tenía sobre el escritorio en la que aparecía un hombre corpulento con bigote—. Cad Jarmond. No creo que sea él.
—Pero es una posibilidad.
Naruto sacudió la cabeza.
—¿Crees que el juez Sarutobi habría dejado entrar a este hombre en su casa?
—No lo creo. Todas las puertas de la casa que dan al exterior tienen mirilla, así que el juez no abrió la puerta a ciegas. Sabía de quién se trataba.
—¿Qué números aparecían en los servicios de devolución de llamada y de rellamada?
—Comprobé el de rellamada desde todos los teléfonos de la casa. Nada sospechoso. La mayordomo llamó a su familia y los teléfonos que la víctima habría utilizado mostraban llamadas a su banquero, y otra a un viejo amigo, que también tiene una coartada. El de devolución de llamada resultó interesante. El teléfono de la biblioteca devolvió una llamada desde un teléfono público de La Galleria.
—¿Ha averiguado a qué hora tuvo lugar la llamada?
—Estamos trabajando para obtener una lista de todas las llamadas, tanto de las efectuadas desde la casa como de las recibidas. Pero no hay manera de saber quién la hizo.
Naruto sacudió la cabeza. La hora de la llamada les diría algunas cosas, como si había sido hecha poco antes de la hora del asesinato, pero eso era todo. La Galleria era un centro comercial muy concurrido. A menos que alguien llevara el pelo verde, un collar de púas y un traje de Bozo, o fuera desnudo, había muy pocas posibilidades de que alguien reparara en nadie. Las posibilidades de conseguir una huella dactilar viable del teléfono eran entre nulas e irrisorias. Aunque quizá las video cámaras de las tiendas cercanas que vigilaban las entradas a los establecimientos hubieran grabado algo. Valía la pena comprobarlo. Así se lo dijo al lugarteniente.
—Buena idea, Naruto —dijo, mirando su reloj—. Empieza con eso por la mañana. Por ahora vete a casa y duerme un poco. No has dormido en toda la noche, y hoy no has parado.
—He podido dormir unas tres horas de madrugada. Estoy bien—. Sus años en el ejército le habían enseñado cómo funcionar habiendo descansado mucho menos que eso, y durante más tiempo—. Pero creo que por hoy ya he terminado.
Definitivamente tenía otra cosa que hacer, algo que no creía poder seguir posponiendo por más tiempo. Lo mejor sería que se decidiera a dar el paso de una vez.
Esa noche, a las ocho, el Canal Meteorológico seguía en pantalla y Sakura llevaba casi cinco horas seguidas viendo pasar los mismos frentes. Nada había cambiado. Todavía tenía el estómago revuelto. Seguía repasando mentalmente todos los conocidos del juez, los vecinos, cualquiera a quien el juez no hubiera dudado en dejar entrar en casa. El problema era que conocía a mucha gente a la que ella no conocía. Sakura conocía a su círculo inmediato de amigos, los vecinos más cercanos y algunos de los demás, pero naturalmente el juez tenía viejos amigos del colegio, amigos de la práctica de la abogacía y amigotes de la facultad a los que ella nunca había conocido. Pero ¿por qué iba uno de ellos a querer matar al juez? El porqué era precisamente lo que la estaba volviendo loca.
Si por lo menos supiera por qué, pensaba Sakura, podría descubrir quién. ¿Por qué iba nadie a querer matarle, a no ser alguien que el juez hubiera condenado a prisión? Y si se trataba de un ex convicto, ¿por qué iba el juez a dejarle entrar en la casa, tomar asiento y relajarse? No, no lo habría hecho.
¿Por qué?
Sonó el teléfono y lo cogió, contenta de poder distraerse un poco. Quizá Tsunade necesitara algo que la mantuviera ocupada durante un par de horas.
—¿Ya ha cenado?
Sakura no necesitó que se identificara. La voz profunda de Naruto y su tono abrupto eran identificación más que suficiente.
—¿Cenado?, ¿O almorzado?
—Estaba durmiendo a la hora del almuerzo, ¿se acuerda?
—En ese caso, vamos a Milo's y comámonos una hamburguesa.
Sakura se pasó con esfuerzo la mano por el pelo. Necesitaba comer algo, pero todavía tenía el estómago hecho un nudo. Vaciló durante tanto rato que él dijo:
—¿Sakura?
—Estoy aquí. Es... es que no tengo hambre.
—De todos modos, prepárese. Estaré ahí en diez minutos.
Naruto colgó y Sakura se quedó mirando al teléfono boquiabierta. ¡Diez minutos!
A pesar de lo débil que se encontraba, en diez minutos se había vestido, se había lavado los dientes y la cara, y se estaba cepillando el pelo cuando Naruto llamó a la puerta.
—Tiene un aspecto horrible —fue su saludo.
—También usted está estupendo —respondió Sakura con frialdad, retrocediendo para dejarle entrar. Sólo porque estuviera vestida, eso no significaba que fuera a ir a ningún sitio con él. Al fin y al cabo, no llevaba puesto nada cuando él había llamado.
Naruto bajó la mirada y la posó en los pies desnudos de Sakura.
—Póngase unos zapatos. Y calcetines. Hay unos diez grados ahí afuera.
—No tengo hambre —repitió Sakura.
—En ese caso puede mirarme mientras cómo.
—Me abruma su amabilidad.
A pesar del sarcasmo, a pesar de todo, por primera vez durante el día Sakura se sorprendió sonriendo. No era una gran sonrisa, pero era auténtica. Naruto era como un tanque Sherman: no tenía el menor refinamiento, pero sí una fuerza increíble.
—Sí, lo sé. Sólo superada por el tamaño de mi... —se contuvo, echándole una rápida mirada— ego —concluyó, y Sakura podría haber jurado que las mejillas se le habían sonrojado. Evidentemente, se suponía que los policías no debían efectuar comentarios arriesgados a los sospechosos. Naruto se agachó y cogió sus zapatos y a continuación se los acercó. Sakura tuvo la impresión de que se los habría puesto él mismo si ella no lo hubiera hecho.
Se sentó en la cama y se puso los calcetines y los zapatos.
—Supongo que tiene hambre y que quiere hablar conmigo, así mata dos pájaros de un tiro.
Naruto se encogió de hombros.
—Puede suponer lo que le dé la gana.
Vaya, ¿qué demonios significaba esa respuesta? De hecho, también ella quería hablar con él sobre sus conclusiones acerca del asesinato del juez. No le importaba verle comer mientras hablaban. Pararon en recepción para coger la chaqueta que le tenían guardada. Era su pelliza Berber. Agradecida, se la puso cuando salieron del hotel. Había parado de llover, pero no hacía mucho porque las ramas de los árboles todavía goteaban. El asfalto estaba oscuro y reluciente.
Naruto la condujo hasta una furgoneta de color azul marino y no al coche que llevaba la vez anterior. La camioneta era su vivo retrato: con muy pocos extras pero potentísima. Al menos tenía reposapiés, de manera que Sakura pudo subir sin necesidad de ayuda. Naruto le abrió la puerta y esperó a que se hubiera acomodado en el asiento antes de cerrarla y rodear el vehículo hasta llegar al otro lado.
Milo's era una hamburguesería tradicional de la zona de Birmingham y ofrecía lo que según la mayoría de los lugareños era la mejor hamburguesa del mundo y el mejor té con hielo. La hamburguesa no llevaba todas esas cosas tan de moda como lechuga, tomate y pepinillos, aunque sí se podía pedir con queso, pero llevaba una salsa oscura cuya composición resultaba casi indescifrable para las papilas. Así de sencillo: doble ración de carne, cebolla cortada y la salsa. Las hamburguesas rezumaban salsa. La gente compraba recipientes adicionales de salsa. Sumergían en ellos las patatas fritas picantes, se echaban más en las hamburguesas y la usaban en casa para aderezar sus propias hamburguesas.
Obviamente, una hamburguesa de Milo's era un plato pesado. Incluso aunque su estómago se hubiera mostrado cooperador, Sakura no se habría atrevido con aquel peligro.
Cuando Naruto le preguntó si estaba segura de que no quería nada, Sakura respondió «Estoy segura», y fue a esperarle en una mesa colocada junto a la pared. Cuando Naruto se reunió con ella, llevaba una bandeja con dos tazas grandes de papel de té con hielo, tres hamburguesas y dos raciones de patatas. La bandeja también estaba llena de pequeños recipientes de papel con ketchup y paquetitos de sal. Sakura se quedó mirando el botín sin dar crédito.
—Cuando dijo que tenía hambre, creía que se refería a un hambre normal, humana, no a que estaba tan hambriento como Kinkong el gorila.
Naruto dejó la bandeja en la mesa y se sentó frente a ella.
—Una parte es para usted. Espero que le guste la cebolla, porque a mí sí. Coma —dijo poniéndole delante una taza de té, una hamburguesa y una ración de patatas.
—¿Qué tiene que ver el hecho de que a usted le guste la cebolla con que a mí me guste o me deje de gustar? —murmuró Sakura, intentando convencer a su estómago para que se relajara. Realmente necesitaba comer, y normalmente le gustaban las hamburguesas de Milo's como al que más. Simplemente no estaba segura de poder tragar o de que, en caso de que lo lograra, fuera capaz de retener algo de comida en el estómago.
—En caso de que no pueda contenerme y la bese, no me gustaría que le diera asco mi aliento a cebolla.
Sin levantar la mirada, Naruto empezó a echar sal a sus patatas.
Así de simple. El mundo vaciló sobre su eje. Sakura echó un violento vistazo al restaurante, preguntándose si de algún modo había caído en algún universo alternativo.
—¿Qué ha dicho? —preguntó con desmayo. Sin duda, no le había oído bien.
—Ya me ha oído —dijo Naruto, levantando la mirada y resoplando—. Ojalá pudiera verse la cara. Actúa como si ningún hombre se hubiera sentido atraído por usted.
De acuerdo, pondría en jaque a un estómago revuelto. Tenía que hacer algo para darse tiempo y adaptarse a ese cambio repentino. Cogió una patata, la hundió en el ketchup y le dio un mordisco. El sabor picante y especiado le despertó las papilas de golpe. Se tomó su tiempo para masticar y tragar y así poder responder en un tono sereno.
—Digamos que muy pocos hombres podrían haberme dicho más claramente que no se sienten atraídos por mí.
—Cuando actúo con miedo, lo hago de golpe —dijo Naruto, quitándole el envoltorio a su primera hamburguesa. Le puso sal y le dio un gran mordisco.
Sakura se refugió en otra patata. Cuando ya llevaba tres o cuatro, decidió que necesitaba algo más grande, así que le quitó el envoltorio a su hamburguesa. El papel de estraza estaba manchado de salsa oscura, que goteaba por ambos lados del panecillo. Dio un bocado — Dios, qué delicia— mientras pensaba con detenimiento en lo que estaba ocurriendo. El cambio de Naruto era demasiado abrupto. Tenía que esconder algo. Ah, ya lo tenía.
—Usted cree que yo maté al juez —dijo—, pero no tiene ninguna prueba, así que piensa que si intima conmigo puede que se me escape algo incriminatorio.
—Buen intento —respondió Naruto, alzando hacia ella la mirada y clavándole sus duros y directos ojos azules de policía—. Mire, mi ex mujer le diría en un segundo que soy un gilipollas, y, joder, puede que tuviera razón. Le diré, para empezar, que no he sido buena compañía desde mi divorcio. Fue atroz, y superar algo así lleva su tiempo. No he querido volver a involucrarme con nadie excepto para...
Se detuvo y Sakura dijo, completando la frase:
—Por sexo.
—No iba a ser tan directo, pero, sí.
Así que estaba divorciado y el proceso había sido muy tremendo. Curarse de una herida como ésa era como curarse de cualquier otro trauma. Llevaba tiempo y no era fácil. Eso convertía a Naruto en objetivo de alto riesgo, aunque tampoco es que ella estuviera abierta a una relación.
—¿Cuánto hace de eso?
—Dos años desde que la pillé engañándome con otro y un año desde que terminó el proceso de divorcio.
—Vaya, qué atroz.
¿Qué clase de idiota engañaría a un hombre así? Y no es que ella tuviera ninguna base de juicio, pero si sus instintos femeninos hubieran sido gatos, en ese momento habrían estado todos ronroneando en respuesta a la testosterona que prácticamente podía oler en él.
—Sí, lo fue. Pero ya es agua pasada, quizá más de lo que imaginaba. Usted me atrae, intenté no darle importancia y no funcionó. Por cierto, ya he visto su extracto de cuentas y el registro de sus inversiones. No necesita el dinero del juez Sarutobi.
—Entonces ¿ya no soy sospechosa?
—Dejémoslo en que, por lo que a mí respecta, está fuera de toda sospecha.
Eso se merecía uno o dos bocados más a la hamburguesa, acompañados por una patata.
—Puede que haya gente que crea que le interesa mi dinero. Desde luego, el momento no puede ser más sospechoso.
—Usted lo ha dicho —admitió Naruto—. Gana usted casi tres veces mi sueldo, y la policía de Mountain Brook está bien pagada. Pero me parece que normalmente gana usted más que cualquiera de los hombres con los que sale, así que ya está acostumbrada.
—Los hombres con los que salgo no suelen ver primero mi extracto de cuentas —dijo Sakura con sequedad.
—Mire, el dinero me gusta, pero no ando muy necesitado. Además, el hecho de que una mujer gane más que yo no me altera el ego.
—Ya lo sé, ya me lo ha dicho. Tiene usted un ego enorme.
Ahí estaba de nuevo, esa pincelada de color en sus mejillas. Sakura observó fascinada cómo se desvanecía mientras Naruto se dedicaba a su segunda hamburguesa. A pesar de las circunstancias, estaba empezando a disfrutar.
Naruto se limpió la boca. —De acuerdo, me ha acusado de intentar acercarme a usted para poder obtener suficientes pruebas para acusarla de asesinato, lo que me parece un poco labor de incógnito, y de querer su dinero. ¿Algo más?
—Si se me ocurre algo más se lo haré saber.
—Bien, hágalo. Mientras tanto, en este lado de la mesa se siente mucha atracción. ¿Qué se siente en el suyo?
Definitivamente, tenía la delicadeza de un tanque. Por otro lado esa sinceridad tan brusca resultaba hasta cierto punto tranquilizadora: una mujer sabría siempre a qué atenerse con ese hombre, tanto para lo bueno como para lo malo. La gran pregunta era, ¿qué quería ella hacer al respecto?
La honradez de Naruto la obligaba a ser al menos tan directa y clara como él.
—Mi lado de la mesa está en una situación casi igual a la suya, aunque eso no signifique que sea una buena idea involucrarnos en nada serio.
Una típica sonrisa de hombre satisfecho se dibujó en los labios de Naruto.
—Involucrarnos es de lo único de lo que se trata. Hay millones de personas que trabajan muy duro para lograr involucrarse, que lo buscan activamente. Piense en todas las horas de trabajo duro invertidas en los bares de solteros.
—Nunca he estado en un bar de solteros. Eso debería decirle algo.
—Que nunca lo ha necesitado. Supongo que cada vez que no tiene usted a un hombre es porque no lo necesita.
Sakura no dijo nada y se quedó mirando fijamente la mesa. Se dio cuenta de que se había comido la mitad de la hamburguesa y todas las patatas. El método que Naruto había utilizado para distraerla sin duda había funcionado. Por otro lado, se sentía definitivamente mejor con algo de comida en el estómago, aunque fuera comida rápida. Casi podía notar cómo le subía el nivel de energía.
—Podemos ir todo lo despacio que usted quiera —dijo él—. No es un buen momento para usted, y yo también tengo un par de obstáculos en el camino. Sólo quería que supiera que me gusta —dijo, encogiéndose de hombros—. No tiene que pasar por esto sola, a menos que sea eso lo que quiere.
Oh, maldición. Lo había estado llevando muy bien, aparcando el dolor a un lado durante un rato. De pronto sus ojos empezaron a nadar y parpadeó rápidamente, intentando contener las lágrimas.
—Oh, vaya, no pretendía... Salgamos de aquí —soltó Naruto, empezando a recoger vasos y servilletas, tirando la basura a un cubo y dejando la bandeja encima. Sakura le siguió a ciegas fuera del restaurante y mientras iban hacia la camioneta, él le pasó el brazo por encima del hombro.
—Lo siento —le dijo, poniéndole un pañuelo en las manos.
Sakura se secó los ojos, apoyándose en la fuerza y en el calor de su cuerpo. Le gustó sentir el brazo de él rodeándola. Deseaba poner la cabeza en su hombro y llorar, pero en vez eso, soltó un profundo suspiro.
—Era un hombre muy dulce. Lloraré mucho por él cuando todo esto haya acabado. Naruto abrió la puerta y Sakura subió dentro e hizo ademán de buscar el cinturón de seguridad. Naruto la detuvo poniendo su mano sobre la de ella y metió el cuerpo dentro. Sakura no hizo ningún movimiento para evitar el beso. No quería evitarlo. Quería saber cómo besaba, a qué sabía. La boca de Naruto era cálida, el contacto ligero, casi amable, como si estuviera intentando confortala más que excitarla.
Duró unos dos segundos. Luego él ladeó la cabeza, separó los labios y la besó con más fuerza hasta meterle la lengua en la boca y lograr que ella le rodeara el cuello con los brazos. A Sakura se le destapó el fondo del estómago y su cuerpo enteró se tensó. Supo entonces que sus instintos ronroneantes no se equivocaban. Dios, aquel hombre sabía besar. Naruto levantó la cabeza y recorrió con la lengua el labio inferior de ella como si estuviera
saboreándola.
—Qué bueno —murmuró en voz baja, casi cavernosa.
—Sí, mucho —admitió Sakura. Su propia voz sonaba un poco velada.
—¿Quieres hacerlo otra vez?
—Mejor que no.
—Vale —dijo y volvió a besarla.
Aquel hombre era peligroso. Si no tenía cuidado, antes de que se diera cuenta estaría metida con él de lleno en un lío con todas las de la ley, quizá incluso antes del día siguiente.
Obviamente no era el momento indicado y tenía que recuperar el control antes de que fuera demasiado tarde. Después de no hacerle el menor caso, ahora Naruto avanzaba a toda velocidad en dirección contraria y Sakura estaba un poco aturdida.
Costó un poco, pero logró apartar la boca, jadeando en un intento por tomar aire.
—Luz roja, detective. Para.
También él jadeaba con fuerza, pero retrocedió.
—¿Permanentemente? —preguntó. La palabra era pura incredulidad.
—¡No! —su respuesta sonó vergonzosamente forzada—. Sólo por... ahora —añadió, dando un profundo suspiro—. Tenemos casas más importantes de las que hablar.
—¿Cómo por ejemplo?
—Como, por ejemplo, de que creo que el juez conocía al asesino.
Había perplejidad en el rostro de Naruto. Cerró la puerta de Sakura y rodeó la camioneta hasta llegar al asiento del conductor. Se sentó frente al volante y puso el motor en marcha.
Volvía a caer una ligera llovizna, y encendió los limpiaparabrisas.
—Ya lo sé —dijo—. Pero ¿qué te hace pensar eso?
mariland- Clan Suzaku
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
Al fin! Pense que Naruto nunca se iba a decidir a dar el paso y seguria con su actitud fria y distante, aunque creo que sigue siendo muy brusco al decir las cosas, supongo que asi es el mas que nada por lo que paso con su matrimonio, y Sakura le ha correspondido en parte.
Veamos como avanzan y si descubre que Sakura no es un simple mayordomo o ella misma se lo dice.
Por cierto que ese loco obsesivo, si que esta mal, ha matado antes, creo que tambien hay un pasado turbio por ahí, haber cual es su siguiente paso a dar y como tomara la cercania de Naruto con Sakura.
Conti!
Veamos como avanzan y si descubre que Sakura no es un simple mayordomo o ella misma se lo dice.
Por cierto que ese loco obsesivo, si que esta mal, ha matado antes, creo que tambien hay un pasado turbio por ahí, haber cual es su siguiente paso a dar y como tomara la cercania de Naruto con Sakura.
Conti!
hikari uzumaki- Sennin
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
por fin pensé que naruto no se iba ha rendir frente a lo que sentía con sakura ahora solo espero que entre los dos logren descubrir al asesino del juez sarutobi espero conti saludos
aduzumaki- Sennin
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