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Seria hermoso morir Juntos (+18) Capi 4 20/2/14
NaruSaku v2.0 :: :: Fan Fic :: FF Cerrados
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Seria hermoso morir Juntos (+18) Capi 4 20/2/14
Hola a todos lo siento por no pasarme en tanto tiempo es que mi pc se le daño el disco duro y ya saben lo que eso significa en fin hoy les traigo esta historio, es sobre un libro de mi hermana, la historia me pareció interesenta asi que se los traigo a ustedes pero en narusaku, para los que hallan leido el libro sabran de que trata, le cambiare unas cosas pero conservara la misma sipsosis, tambien subire en la brebedad posible los capitulos de mi otro fic pero en que aun tengo que poner mi pc a punto bueno disfruten y comenten
- Spoiler:
- Prologo
Querido Saori:
Si todavía estuvieras aquí conmigo, me dirías que no me fuera. Me dirías que no me dejase llevar por la tristeza porque la vida es corta y, vayamos donde vayamos, siempre seremos los mismos. Pero yo no soy como tú. Pienso cada día en la última noche en que nos vimos. Yo te grité por culpa de esa música absurda que a ti tanto te gustaba y que a mí en cambio me recordaba un concierto de sartenes y chatarra. Yo te grité, tú te marchaste y nunca más nos volvimos a ver. Sin más. Ahora, lo único que te queda de mí son mis insultos, a los que quizá ya te habías acostumbrado. Por eso necesito decirte las cosas que nunca te dije. Las que no supe decirte porque entonces no tenía más que dieciséis años y pensaba que tendríamos todo el tiempo del mundo. Pensaba que lo nuestro sería un «para siempre». Cada vez que pienso en ti me acuerdo de esa música. He traducido todas las letras y me pregunto qué será lo que sucede en el lado oscuro de la luna. Es cierto. Detrás de la fachada luminosa y romántica que nosotros vemos, no hay más que tinieblas. Estoy convencida de que es así. Pero la oscuridad está bien. No te ciega, no te hace creer que el mundo es de colores.
Y lo de marcharse también está bien. He metido poquísimas cosas en la maleta, no quiero que los recuerdos me sigan. Me encantaría llevarme la Vespa conmigo, pero el viaje es demasiado largo. Me gustaría que me acompañases, pero eso también es imposible. Por eso voy a coger la vida como venga, con la esperanza de que deje de hacerme tanto daño.
Sakura
- Spoiler:
- Capitulo 1:
Ya sabes de qué va esto. Tú aceptas. Sin rechistar. Nosotros nos ocupamos del transporte y de la excavación, y luego te entregamos el dinero. Tus tierras volverán a estar como antes, no se notará nada. El hombre, bajo y moreno, de rostro curtido por el sol y por el tiempo, escrutó a Sasuke con desconfianza. Luego contempló por un instante la tierra, oscura, salpicada de olivos, y negó despacio con la cabeza.
—¿Qué es lo que no te parece bien, eh? —le urgió Sasuke con la voz alterada. Con solo veintidós años tenía el tono grave y ronco de los que acostumbran a fumar y a gritar. Su cuerpo nervioso no soportaba la falta de acción. Incluso cuando tenía que permanecer quieto, a la espera, no podía dejar de balancearse sobre los pies con impaciencia.
El hombre volvió a negar con la cabeza. —Quiero el dinero cuanto antes.
Sasuke se echó a reír y miró por encima del hombro. A poca distancia de ellos dos, a la entrada del camino que llevaba a la finca, estaba estacionado un enorme todoterreno negro, manchado del polvo del campo. Apoyado en una de las puertas estaba un chico de pelo rubio con las piernas cruzadas, aparentemente más joven que Sasuke. Llevaba vaqueros y camiseta, daba la impresión de que estuviera a punto de echar a correr detrás de un balón en mitad de aquellos campos con olor a flores y a tierra recién arada.
En lugar de eso, devolvió la mirada a Sasuke y alzó levemente el mentón, en una actitud más adulta de lo que aparentaba.
—Un trato es un trato, viejo estúpido —exclamó Sasuke con una sonrisa que en un instante se había convertido en una mueca torcida. Se echó mano al bolsillo trasero del pantalón, donde tenía la pistola. Sentía palpitaciones en los dedos.
—Mi mujer tiene que hacerse la operación cuanto antes —insistió el viejo—. No puedo esperar, no hay tiempo.
sasuke ignoró el tono suplicante y las lágrimas que asomaban a los ojos del agricultor. Siempre la misma historia. Todos tenían algún asunto que resolver, todos querían el dinero de inmediato. Pero ninguno tenía la mínima idea de lo que significaba manejar un negocio como aquel. sasuke no podía fiarse de nadie. Sacó la pistola y apuntó al viejo en la sien. Éste se irguió al instante.
—Vamos a ver si así te convenzo. Voy a abrirte un agujero en la cabeza y a meterte dentro una idea muy simple: nosotros no pagamos por adelantado.
—¡Sasuke! —gritó el chico junto al coche, enderezándose.
—¡Métete en tus asuntos! —chilló Sasuke a modo de respuesta—. Estoy hasta las narices de tratar con estos pedigüeños. Carguémonoslos a todos y quedémonos con sus tierras —añadió, mientras apretaba el cañón de la pistola contra la sien del agricultor
—¿Qué me dices? ¿Te parece bien? Os mando a ti y a tu mujer derechitos al otro barrio, así vosotros resolvéis vuestros problemas y nosotros, los nuestros. El hombre, que no se atrevía a moverse, escuchó el sonido de unos pasos rápidos sobre la grava. Un segundo después, el chico rubio estaba junto a ellos.
—¿Qué es lo que estás haciendo? —exclamó, mirando la pistola con
inquietud—. Madara ya te ha avisado, no hagas ninguna tontería. Al escuchar el nombre de su padre, Sasuke aflojó un poco la presión sobre el arma. Los nudillos recuperaron el color. Y el viejo, instintivamente, aprovechó para escapar. Echó a correr, como si creyera que podía alcanzar la casa antes de que el proyectil de Sasuke lo alcanzara a él. Como si los muros del lugar donde había nacido y crecido pudieran bastar para protegerlo.
—Maldito bastardo —dijo sasuke apuntándole. El chico rubio fue más rápido: con un movimiento de la mano desvió el brazo de Sasuke, que disparó al aire. La bala silbó y acabó clavándose en el tronco de un olivo cercano. Sasuke volvió a echarse a reír. Ver cómo aquel viejo corría a trompicones, con los pantalones probablemente mojados, lo ponía de buen humor.
—Déjame que al menos me divierta. De todas formas, no vamos a sacarle nada —concluyó con voz firme. Apuntó y comenzó a disparar de modo que las balas pasaron rozando al viejo sin llegar a darle, levantando nubecillas de polvo en torno a sus pies. Una mujer apareció en la puerta de la casa y se puso a gritar algo en un dialecto incomprensible.
—Fantástico —dijo el chico rubio—. Llamemos la atención de todo el vecindario. Se encaminó hacia el coche. —Date prisa, alguien llamará a la policía —añadió, apretando el paso.
—Me encantaría dispararle a algún madero —comentó Sasuke, alcanzándolo y abriendo la puerta del lado del copiloto.
—Y a mí a veces me gustaría dispararte a ti —murmuró el chico,
mientras se montaba en el asiento del conductor y encendía el motor. Salió del camino haciendo chirriar las ruedas del coche y dejando tras de sí una densa polvareda blanca. Sasuke encendió el equipo de música, subió el volumen al máximo y se puso a cantar con el brazo fuera de la ventanilla.
—Todavía no estás satisfecho, ¿a que no? —preguntó el chico rubio, con la mirada, dura y severa, puesta en la carretera. El otro no se tomó la molestia de contestarle. Se limitó a cantar más alto todavía. El coche desembocó en la carretera principal, alejándose de los olivares en dirección a la ciudad. Por las ventanillas abiertas se colaba la brisa del mar, siempre tan cortante en septiembre, siempre tan intensa después del calor veraniego.
—¿Qué es lo que piensas hacer ahora? —volvió a preguntar el chico, alzando la voz para hacerse oír por encima del ruido—. Has fastidiado cinco contactos de los cinco que teníamos. Madara no estará contento. Sasuke se calló. Después apagó el equipo de un manotazo violento.
—Madara, Madara, no haces más que nombrarlo. Es mi padre, no te olvides de eso. Y este negocio lo llevo yo —gritó, revolviéndose en su asiento—. De todas formas, sus métodos ya no funcionan. ¿No ves cómo apestan a rancio? ¡Hasta el olor se me mete en la garganta! Si sigue así, lo acabarán quitando de en medio. El chico apretó los labios.
—Él sabe lo que se hace. Al contrario que tú—dijo el rubio. Sasuke exhaló un profundo suspiro.
—Escucha, este sitio da asco. La gente está tan apegada a sus tierras que parece que te estén vendiendo su propia sangre.
—Puede que sea así.—Sasuke se rió. —Me gusta la idea. Pero en serio, deberíamos volver a nuestro territorio. Allí es todo más fácil, a la gente no le importa en absoluto tener un poco de mierda debajo del culo. Están acostumbrados —estaba cada vez más acalorado—. Podríamos encontrar un agujero en cualquier sitio.
—No. Tenemos a los otros clanes encima y Madara lo sabe —replicó el chico—. Debemos encontrar algún sitio donde deshacernos de los residuos y mantener el asunto en secreto.
—No lo será por mucho tiempo. Incluso los olivos tienen ojos y oídos.—dijo sasuke
—Lo sé, pero hasta que lo consigamos, llevamos ventaja a los demás—dijo el rubio ,Sasuke se llevó las manos a las sienes y cerró los ojos.
—La cabeza me está matando. Abrió la guantera del coche y empezó a revolver entre los documentos y demás trastos. Con una mano temblorosa, sacó una cajita de metal satinado.
—¿Qué estás haciendo? —inquirió el chico rubio mientras reanudaba la marcha. Vio que el otro había cogido un espejito sobre el que esparcía unos polvos blancos
—Joder—.Frenó con brusquedad y se quedó clavado en el arcén de la carretera desierta, junto a un campo baldío y desolado. El polvo blanco se había desparramado por todas partes. Sasuke puso cara de incredulidad, pero no le dio tiempo a reaccionar, el otro ya se había bajado del coche.
—¡Maldito gilipollas! —gritó, mientras se bajaba él también.
—Prometiste que lo dejarías —exclamó el chico—. ¡Estás fuera de control!
—Ya está bien de tanta historia —replico Sasuke—. Así no hay manera de controlar el estrés. De vez en cuando tengo que meterme, es mi forma de ponerme las pilas.
—Nos pones a todos en peligro —dijo el chico entre dientes. Los dos se miraron a los ojos, atravesados por una corriente de odio profunda y recíproca, un odio que había nacido años atrás, sobre los escombros de su infancia, sin que ninguno de los dos hubiera sido consciente de ello. Quizá hasta ese preciso momento
—Si no te hubiera detenido, habrías matado a ese viejo —continuó el chico. Sasuke escupió en el suelo y se metió las manos en los bolsillos del pantalón.
—Para nosotros, matar a alguien significa dos cosas: que te tienes que ocupar del cadáver —añadió el chico—, y que llamas la atención de la policía. No es tan difícil de entender. ¿Y qué habrías hecho después? ¿Habrías matado también a la mujer? Así no se puede trabajar, sasuke. Acabarás con todos nosotros, si es que antes no te echan.
—No me gusta tu tono. Tú no eres nadie —murmuró Sasuke lanzándole una mirada perversa. Se dio media vuelta, llegó a la puerta del coche y a continuación, se subió al asiento del conductor.
—Deberías recordar que aquí el jefe soy yo —gritó desde el interior. Luego puso el equipo de música a todo volumen y salió disparado, pasando bruscamente de la segunda marcha a la tercera. El chico rubio vio cómo se alejaba el coche y sacó la pistola del bolsillo trasero de los vaqueros. Guiñó un ojo, tenía el coche de Sasuke en el punto de mira. Habría bastado con disparar, agujerearle una rueda, esperar a que se saliera de la carretera y que el impacto lo dejara seco. Su pulso era firme, tenía una probabilidad de nueve entre diez.
En lugar de eso, el chico bajó el brazo con lentitud, vio cómo el coche giraba en una curva, y devolvió la pistola a su sitio. Del otro bolsillo
Sacó un reproductor de Mp3 y se colocó los auriculares, subiendo a tope el volumen de la música. En realidad, no existe el lado oscuro de la luna. De hecho, toda ella es oscura. Echó a andar despacio, inspirando al aire salobre y pensando que antes o después, no importaba cuándo, encontraría la forma de ajustar cuentas con la vida. Era sólo cuestión de saber esperar. En la sombra.
Última edición por Dark_naruto_uzumaki el Vie Feb 21, 2014 12:08 pm, editado 2 veces
Dark96- Consejo de escritores
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Re: Seria hermoso morir Juntos (+18) Capi 4 20/2/14
hola aqui les traigo dos capi mas, estoy planeando subir dos cada día, se daran cuenta que e introducido pocos personajes de naruto, y el motivo es que quiero que se conserve la esencia del tipico pueblo costeño italiano y cambiar los nombres tradicionales es como cambiar el ambiente, espero que les guste y comente para ver si sigo subiendo mas episodios
- Capitulo 2:
Capitulo 2
A Sakura, lo primero que le chocó de aquella ciudad desconocida fue su luz implacable.
Un sol fulgurante recortaba las sombras como si fuera una cuchilla, se reflejaba sobre la piedra blanca de las construcciones más antiguas, sobre los muros de piedra que bordeaban la costa formando malecones. La brisa limpia de septiembre también añadía luminosidad a las olas, al cielo, al rostro de la gente. El paisaje, barrido por el viento, era de una claridad cegadora.
Sakura se puso las gafas de sol y entornó los ojos. Durante el interminable viaje desde Milán, que habían dejado a su espalda con un regusto a nostalgia bajo un amanecer gris pálido, Sakura había contado las palabras que había pronunciado su padre, que conducía a su lado.
«Veinticinco.» —Casi hemos llegado. «Veintiocho.»
Kizashi Haruno, de profesión juez, no siempre había sido tan callado. Ahora la curvatura de la boca apuntaba hacia abajo, pero en tiempos se abría en una sonrisa luminosa o pronunciaba discursos acalorados.
De repente todo se acabó, bruscamente, sin previo aviso. Incluso el traslado había sido decidido usando el mínimo de las palabras necesarias, como si novecientos kilómetros fueran algo ridículo comparado con la distancia que se había creado entre ellos en casa. Entre él y su mujer, la madre de Sakura. Entre Sakura y ellos, sus padres.
El juez giró, siguiendo la voz metálica del navegador, y se encontraron en un barrio de edificios idénticos, alineados en orden como si fuese un laberinto de sentido único que obligara al padre y a la hija a describir un recorrido retorcido hasta llegar al portal adecuado. Sakura observó la que iba a ser su nueva casa. Eran las tres de la tarde y la calle estaba desierta. El asfalto mojado apestaba a pescado, como si hubiera habido un mercado allí. Mientras descargaban el equipaje, Sakura notó que había algunas personas asomadas a las ventanas y a los balcones que parecían estar disfrutando del espectáculo. Se sintió incómoda y agachó la cabeza, para evitar la mirada de aquellos extraños.
—¡Oiga! ¡Usted! —gritó una vieja desde el primer piso del edificio de enfrente. El juez se giró, mientras Sakura deseaba que se la tragase la tierra. —Tiene que llamar al portero para pedir las llaves —continuó la vieja, asegurándose con su tono de voz de que la noticia llegara a todo el vecindario
—. El dueño ha dicho que si tienen problemas lo pueden llamar a cualquier hora. Pero mejor después de las cuatro y media, que ahora está durmiendo.
—¡Gracias! —gritó el juez a modo de respuesta, esbozando una media sonrisa.
—¿Durmiendo? —susurró Sakura—. ¿Es que está enfermo?
El juez negó con la cabeza. —Aquí la siesta es sagrada.
Sakura se aproximó a la entrada y vio que la vieja la saludaba con la mano.
—Bueno, no para todos —comentó, aliviada de estar por fin a la sombra del portal del edificio. Subieron los cinco pisos a pie con una maleta cada uno, tras la espalda maciza del portero, que no cesó de contarles chismes no siempre comprensibles sobre la comunidad y el barrio. Sakura escuchó el sonido de aquel dialecto desconocido y se preguntó con cierto temor si en unos pocos meses ella también estaría hablando así.
—De noche no se puede aparcar aquí en la calle —decía el hombre—, porque tenemos el mercado del pescado y a las cinco de la mañana montan los puestos. Se llevan el coche y te multan.
—¿Un mercado? —preguntó Sakura con sequedad—. ¿Cada cuánto tiempo?
—Todos los días —respondió el portero—. Cuando queráis pescado fresco solo tenéis que bajar las escaleras, es comodísimo.
Sakura se abstuvo de replicar que en su casa se comía pescado tres veces al año como mucho. Y en cualquier caso, era pescado de ciudad, de ése que no huele mal y que se está quietecito en el congelador. El portero llegó jadeando al último piso, un rellano rebosante de macetas, e introdujo la llave en la cerradura de una de las dos puertas marrones y lustrosas. Sakura observó la de los vecinos: estaba segura de que alguien los observaba desde la mirilla. Se apostó para no ser vista y después siguió a su padre y al portero al interior del piso, cerrando la puerta tras de sí de un portazo.
—La terraza es una joyita —dijo el portero mientras subía las persianas de madera verde dejando que la luz blanca inundase las habitaciones y revelase los detalles. Había una cocina pequeña, un saloncito al que se accedía directamente desde la entrada y, atravesando una cortina de cuentas de colores se llegaba a la zona de los dormitorios, dos habitaciones pequeñas con un baño. Los radiadores estaban pintados de distintos colores: naranja, verde, rosa.
—Es una casa rara —comentó el juez, observando el papel estilo años setenta, estampado de flores amarillas, que cubría las paredes del dormitorio que daba a la terraza.
—El chico que vivía aquí —le informó el portero— también era un poco rarito, si entiende lo que quiero decir. Ahora se ha ido a Londres, pero el propietario no ha tenido tiempo de volver a pintar, ustedes tenían prisa y esto es lo que hay.
Sakura se asomó a la terraza y divisó un mar de tejados y antenas de televisión. Al fondo, apenas si se distinguía una sutil franja de mar, color azul brillante.
—¿Quieres quedarte esta habitación? —le preguntó el juez a su hija
—. Yo puedo dormir en la otra, no necesito mucho espacio.
Sakura asintió. Le gustaba el papel de pared con sus floripondios. Y, además, había un escritorio grande que le serviría para dibujar y pintar sin necesidad de tirarse en el suelo. El juez se despidió del portero no sin dificultad, prometiéndole que pronto le entregaría una lista de las cosas que iban a necesitar, desde alguien que se ocupara de la limpieza a alguna tienda que les trajese la compra. Le metió cinco euros en el bolsillo y finalmente consiguió desembarazarse de él.
El silencio los envolvió por unos pocos segundos, hasta que el timbre empezó a sonar con insistencia.
—Soy Antonia, la vecina —exclamó una voz desde el exterior. El juez fue a abrir y se encontró frente a una mujer baja y robusta, vestida con una bata de cuadros sin mangas y unas pantuflas verdes de suela de goma. En la mano llevaba un plato de loza blanca cubierto por un trapo de tela
—Les he escuchado llegar y he pensado que quizá tendrían hambre después del viaje. Entregó al juez el plato, que lo cogió con una sonrisa cansada.
—Muchísimas gracias. No debería haberse molestado, nos hemos tomado un bocadillo por el camino. La mujer hizo un gesto de impaciencia.
—Tienen que ocuparse de una mudanza, ¿cómo van a arreglárselas solo con un bocadillo? —replicó—. Y encima, su mujer no está para cocinarles.
Sakura había permanecido escondida detrás de la cortinilla de cuentas, escuchando a hurtadillas. ¿Cómo es que aquella mujer sabía que su madre se había quedado en Milán? ¿Y por qué les traía la comida?
—Si necesitan cualquier cosa, no tienen más que llamar —continuó la señora Antonia, mientras asomaba la cabeza para echar una ojeada—.Casi siempre estoy en casa.
—Gracias de nuevo, señora, es usted muy amable —dijo el juez—. Le devolveré en seguida sus cosas —dijo el juez, cerrando la puerta con delicadeza, pero con mano firme. Mientras su padre se retiraba al cuarto de baño para darse una ducha, sakura se acercó a la mesa donde había dejado el obsequio de la vecina y levantó el trapo. Un intenso aroma a berenjena, salsa de tomate y albahaca le asaltó la nariz.
«Esto lleva por lo menos dos dedos de aceite», pensó, pero de todas maneras se dirigió a la cocina y hurgó en un cajón hasta dar con un
tenedor. Cada bocado que se llevaba a la boca tenía un sabor extraño, como a casa ajena, a sol, a frito. No se parecía en absoluto a aquello que había dejado atrás, ni siquiera los olores o la comida. De repente se sentía triste. Quizá había cometido una estupidez. Quizá habría hecho mejor quedándose con su madre, en Milán. En el instituto con sus compañeros. Salir huyendo hasta aquí con esa especie de oso que tenía como padre podía acabar de un modo desastroso. Pero quedarse allí tampoco habría sido posible.
Sakura cerró los ojos y repasó aquel día que había tenido lugar hacía cuatro semanas. Llovía y la mochila le pesaba, llevaba dentro al menos tres kilos de material de dibujo y libros de texto. Había echado a correr porque no llevaba paraguas, y después había decidido guarecerse en un portal. No debía de estar allí, sino sentada y calentita en su pupitre. Había estado vagando por el centro de la ciudad casi toda la mañana, sin propósito alguno, con la mirada puesta en los pies y los auriculares con la música a tope. ¿Por qué debería tener miedo a la muerte? No hay ningún motivo, antes o después hay que marcharse.
Había escuchado aquella estrofa de la canción «The great gig in the sky» por lo menos cien veces. Después, la lluvia la había obligado a guarecerse en un portal y a levantar la vista. En la acera de enfrente había un restaurante con un ventanal, a través del cual se veía gente comiendo. Su madre estaba sentada a una de las mesas, estaba sonriendo a un hombre. Un desconocido de cabello entrecano le daba de comer en la boca y le hablaba y, por lo que parecía, le hacía sonreír después de meses de depresión y silencio. Sakura no le había visto en su vida y en ese momento decidió que no quería volver a verlo nunca más. Con las lágrimas empapándole la cara y entremezclándose con las gotas de lluvia, había salido de allí corriendo, intentando interponer la mayor distancia entre ella y aquella escena repulsiva. Todavía recordaba la sensación del pelo, largo y rosado, pegándosele a la cara y al cuello como si fuese un manojo de algas, de las piernas que parecían no querer detenerse nunca.
Recordaba el sabor a vómito después de salir del baño, en su casa. Su padre le había preguntado qué le pasaba, con el rostro surcado de arrugas recientes, y Sakura había vuelto a vomitar. Se llevó a la boca otro trozo de berenjena a la parmesana para cubrir el recuerdo del regusto ácido mezclado con las lágrimas. En ese momento llamaron al portero automático.
—¿Es que no vamos a tener ni un momento de tranquilidad? —bufó, levantándose de un salto.
—Debe de ser el mensajero —dijo su padre desde el baño—. Estoy esperando un paquete. ¿Podrías bajar tú, por favor?
La idea de bajar y subir cinco pisos de escaleras no le apetecía para nada, pero no lo dijo. En lugar de eso, contestó y dijo al mensajero que esperase. Cuando abrió la puerta de la calle, vio una furgoneta y a dos hombre que estaban descargando algo voluminoso. Para bajarlo, lo deslizaron sobre sus dos ruedas por una pasarela apoyada sobre el pavimento. Sakura reprimió el impulso de ponerse a dar gritos de alegría mientras en su interior estallaban los fuegos artificiales. Incluso sonrió a la viejecita que todavía estaba asomada al balcón, empeñada en dar instrucciones a los dos transportistas.
Su Vespa. La vieja Vespa destartalada que no quiso mandar al desguace, que no quiso sustituir por un ciclomotor más moderno y manejable. Pensaba que no volvería a verla hasta Navidad.
Sakura se acercó a la Vespa y puso la mano sobre el acelerador, para asegurarse de que era la suya. Comprobó que la abolladura de la plancha delantera que Saori le había hecho años atrás seguía como la había dejado.
—¿Firma usted? —le preguntó uno de los hombres mientras le pasaba un recibo y un bolígrafo. Sakura escribió su nombre y apellido en la parte inferior del documento, y después empujó la Vespa hasta el portal. La sujetó a un poste con una cadena que tenía enrollada bajo el sillín, y después de mirarla unos segundos, corrió al piso subiendo las escaleras de dos en dos.
—¡Papá! El juez salió del baño con una toalla alrededor de la cintura. Estaba sonriendo.
—¿Qué pasa? ¿Ha llegado el paquete? Sakura dudó un segundo, luego lo abrazó impulsivamente. Llevaba meses sin hacerlo.
—Gracias —le dijo.
—Te hará falta —comentó él avergonzado, mientras se deshacía del abrazo—. Yo estaré muy ocupado, así tendrás independencia para ir y venir a tu antojo.
Sakura sabía cuánto absorbía el trabajo a su padre, sobre todo desde hacía un año. Por eso se limitó a asentir.
—¿Te molesta si voy a dar una vuelta?
—¿Ahora?
—Sí, mientras tú terminas de instalarte. Así no seré un estorbo.
Un minuto más tarde estaba conduciendo. Delante de ella se abrían calles desconocidas. Sabía en qué dirección estaba el mar por el olor, como si emanase de él una especie de fuerza magnética. Y, también, porque lo había visto desde la terraza. Era extraño orientarse así. Delante, el mar, detrás, el resto. Se podría seguir la costa hacia el sur o hacia el norte sin perderse nunca. Sakura observó las gaviotas que revoloteaban encima de ella y de pronto vio el paseo marítimo. A pesar de que hacía sol, el mar estaba revuelto. Era de un color azul rabioso salpicado de espuma blanca, que centelleaba como cuchillas veloces. Sakura imaginó la quietud y la oscuridad bajo las olas. Una quietud similar a la de la muerte, pero también repleta de vida y de energía. Sonrió. Sabía que acababa de encontrar un amigo.
Querido Saori:
Hoy he hablado con las olas. Creo que en el mar yacen todos nuestros secretos. Viven junto a los peces pero las redes no consiguen capturarlos. Y aunque lo consiguieran, los secretos morirían en cuanto fueran expuestos a la luz del sol. Porque se nutren de oscuridad y de silencio. Como yo.
Sakura
- Capitulo 3:
Capitulo 3
Las chicas y los chicos del grupo B del último curso observaron a la recién llegada con curiosidad.
Una desconocida de piel demasiado clara, como si nunca la hubiera rozado ni un rayo de sol, con el pelo rosado y ondulado, que hacía que sus ojos verdes parecieran más interesantes de lo que en realidad eran. Guapa no era, dictaminaron las chicas. Al menos no en el sentido estricto de la palabra. No llevaba maquillaje, salvo el esmalte desportillado de las uñas, color morado oscuro. No vestía de una forma rebuscada y parecía que no le gustasen demasiado los colores vivos: la falda por la rodilla era de color negro, al igual que la camiseta y las botas que llevaba a pesar de que todavía hacía calor.
No había sonreído a nadie de la clase. No había hablado demasiado, pero las pocas palabras que habían salido de sus labios las había pronunciado con un marcado acento del norte.
La Santoro, la profesora de Anatomía, la había invitado a que escogiera un pupitre y ella se había dirigido al fondo del aula, a la esquina más alejada de la ventana. Se llamaba Sakura Haruno. Sus dibujos no estaban nada mal, sobre todo los realizados a carboncillo. Y las notas que traía de su antiguo instituto indicaban que era una estudiante de las buenas.
—Hola —le susurró el chico sentado delante de ella, después de girarse—. Soy Kiba.
—Hola —respondió ella educadamente. En seguida apartó la mirada y se puso a hurgar en su mochila. Por un segundo, el chico le había mirado las tetas. Detestaba que los hombres hicieran eso. Se preguntó cómo habría reaccionado Kiba si en lugar de dirigirse a él mirándole a la cara, se hubiera puesto a charlar con su entrepierna.
Sakura extrajo el cuaderno de bocetos y el estuche. Inclinó la cabeza sobre la mesa y comenzó a dibujar, como les había pedido la profesora. Cuando dibujaba, encontraba un cierto sentido en las líneas negras que trazaba sobre el papel. Eran como calles que la guiaban hacia un lugar solitario, hecho a base de música, pero también de silencio, donde el rumor del resto de la gente, de la ciudad, del transcurrir de un tiempo que nunca sería futuro, desaparecía. No sabría precisar cuánto tiempo estuvo con la cabeza agachada, la mirada puesta en el folio, y el pelo cubriéndole la cara como si fuese una cortina.
—¡Eh! ¿Estás en este planeta? La voz la trajo de vuelta al presente. Miró hacia arriba y vio el rostro de una chica que parecía demasiado pequeña para estar en último curso. —Ha sonado el timbre del recreo. ¿Vienes a dar una vuelta? —preguntó a la vez que le tendía la mano—. Me llamo Ino, puedo ser tu guía turística, si tú quieres.
Sakura le estrechó la mano y asintió. Antes o después tendría que aprender a moverse en aquel instituto enorme y desconocido, por lo que decidió que lo de tener una guía no era mala idea. Le evitaría retrasos y hacer el ridículo.
—¿De dónde eres? —le preguntó Ino después de andar un rato por los pasillos, sorteando chicos y chicas como si estuvieran en un videojuego.
—Pensaba que normalmente eran los turistas los que hacían las preguntas a la guía —respondió Sakura con una sonrisa tirante. Ino no se percató de lo violento de la situación y se echó a reír. Una risa sana y vibrante.
—Tienes razón —exclamó—. ¿Qué es lo que quieres saber? ¿Dónde está el baño? ¿Quiénes son los camellos del instituto? ¿O quién es el chico más guapo?
—Venga, el chico más guapo —respondió Sakura, intuyendo que ésa era la respuesta más adecuada. Sabía que, evidentemente, Ino le iba a enseñar al chico más guapo en su opinión. Le siguió el juego; observar a los demás era preferible a ser observada. Bajaron a la planta baja y salieron al gran patio cuadrado, en cuyo centro crecía un único y mísero árbol. Hacía un sol de justicia pero a los estudiantes no parecía importarles, ya que todos estaban a plena luz y casi todos vestían ropa veraniega. De hecho, algunos iban en chanclas. Sakura pensó que su madre, antes de salir de casa para ir al instituto, le había contado por teléfono que en Milán estaba lloviendo a cántaros. El típico otoño, frío y húmedo.
—Ahí está. Se llama Shikamaru —susurró Ino, señalando con un gesto de los ojos a un chaval que estaba apoyado en una pared junto a unos amigos. Iban vestidos como de raperos, con vaqueros anchos y la gorra puesta de cualquier manera excepto la correcta.
—No está mal —comentó Sakura, aunque pensaba todo lo contrario. Demasiado bajo. Casi todos los chicos en el patio eran unos retacos. No es que ella fuese altísima, pero en cuestión de chicos, la altura le parecía importante. Y en cualquier caso no estaba interesada en ninguna relación que fuera más allá de ser compañeros de clase.
Ino continuó charlando, mientras iba señalando un chico por aquí, una chica por allá, refiriendo distintas anécdotas y noticias picantes. Por lo que parecía, en aquel instituto la privacidad no era un concepto demasiado extendido.
—¿Vamos dentro? Tengo calor —dijo Sakura en el preciso instante en que sonaba el timbre y el patio empezaba a vaciarse.
—Tenemos que volver sí o sí —suspiró Ino. Se encaminaron juntas hacia el interior, siguiendo la corriente—. Pero tu ropa no es la más adecuada. Aquí hace calor hasta octubre, me parece que has hecho el cambio de armario demasiado pronto.
Sakura se encogió de hombros. —No me gusta llevar los pies al aire.
—Y en la playa, ¿qué haces?, ¿vas con botas? —bromeó Ino. Sakura, irritada, se giró para mirarla a la cara, pero vio que la otra no lo decía con malicia. Era una broma inocente.
—No voy.
—¿Nunca? —preguntó Ino con incredulidad.
—Nunca.
—¿Y qué es lo que haces en verano? Habían llegado a clase y el profesor ya estaba sentado a su mesa, así que se vieron obligadas a interrumpir su conversación y Sakura pudo volver a su sitio, a mirar las espaldas de los demás.
Era de noche cuando Sakura llegó a casa. Ya en el descansillo escuchó voces desconocidas junto a la de su padre, grave y profunda, provenientes del interior del piso. Abrió la puerta con cautela, como si temiese molestar a alguien o como si esperase, contra toda lógica, que nadie se percatase de su llegada.
—Estás aquí —le dijo su padre a modo de bienvenida. Estaba sentado en el sofá junto a un señor bigotudo, con traje y corbata, de aspecto bonachón a la vez que severo. De pie, curioseando entre los libros de las estanterías, había un chico de pelo rubio, con vaqueros y camisa celeste
—Ella es mi hija Sakura.
—Por suerte no se te parece —bromeó el hombre del bigote—. Soy Dario Leone, un viejo amigo de tu padre. —Él es mi hijo Paolo. —Se estrecharon la mano con cordialidad y a Sakura no le pasó desapercibida la sonrisa sincera del chico, que la observaba del mismo modo que antes había hecho con los libros: estudiándola minuciosamente. Al menos no le había mirado las tetas.
—¿Os quedáis a cenar? —preguntó el juez levantándose del sofá y dirigiéndose a la cocina, donde ya había una olla puesta a hervir.
—No queremos molestar —respondió Leone sin mucho convencimiento.
—No es ninguna molestia —replicó el juez desde la cocina—. Mi vecina se empeña en traerme la comida, está convencida de que moriré de hambre sin mi mujer. Los dos hombres se rieron.
—Bueno, si es cocina casera —concluyó Leone—, entonces es una oferta que no puedo rechazar.
Leone se reunió con su amigo para echarle una mano y Sakura, finalmente, se decidió a dejar caer la mochila al suelo. Sentía los ojos de
Paolo clavados en ella. Le devolvió la mirada un segundo, y a continuación empezó a poner la mesa para huir de una posible conversación.
—Tenéis unos libros un poco raros —comentó Paolo.
—No son todos nuestros —replicó Sakura, mientras sacaba el mantel de un cajón del mueble de la sala de estar—. Esos tan tristes con las tapas azules o granates y letras doradas son de mi padre. Esos tan divertidos sobre diseño o sobre juguetes años sesenta son del antiguo inquilino.
—Tu padre ha dicho que te gusta dibujar —dijo Paolo.
—Más o menos.
—Yo soy un negado para eso. Ni siquiera soy capaz de sostener un lápiz en la mano —comentó él—. De hecho, estoy haciendo el bachillerato tecnológico. Ya sabes, temas de contabilidad, cálculo y números, y muchas tablas con datos.
—Es lo que tiene usar el hemisferio izquierdo del cerebro, no es tu culpa. Paolo soltó una risita.
—Entonces, ¿qué te parece la ciudad? ¿Estás a gusto?
Sakura se encogió de hombros. Ya había respondido a demasiadas preguntas, estaba cansada de aquel interrogatorio. Y además, le daba la sensación de que Paolo quería ganarse su confianza demasiado rápido, como si sintiese que la amistad entre sus padres le autorizaba. Por eso se alegró de que los dos regresaran al salón trayendo consigo las bebidas y una fuente de pasta humeante. Puede que Paolo cerrase el pico mientras comía.
Y, como había previsto, su padre fue el que monopolizó la conversación. Después de un par de chistes, sakura dedujo que Leone era comisario de policía y no se sorprendió. Los amigos del juez solían encajar en ciertas categorías, todas ellas ligadas de alguna forma con su trabajo.
—En fin, yo digo que deberíamos volver a interrogar a ese agricultor—estaba diciendo al comisario, que llevaba casi cinco minutos rallando parmesano sobre su plato. Sakura pensó que, de seguir así, la montaña de queso acabaría sepultándolos a todos
—En mi opinión no nos ha dicho la verdad.
—Tú no conoces a la gente de esta zona, Kizashi —replicó Leone—. Si los presionas demasiado, se cierran en banda. Debemos andarnos con cuidado.
—¡Pero no tenemos tiempo! —exclamó el juez. Sakura notó que se le habían puesto rojas las orejas. Le sucedía cada vez que se acaloraba por algo. En los últimos tiempos, sólo cuando hablaba de trabajo
—Debemos actuar más rápido que ellos.
—Déjame terminar mi investigación —insistió Leone, mientras revolvía su plato, donde el queso se había convertido en una pasta blanca
—Te digo que esa gente no es de por aquí. Antes de hacer el próximo movimiento, debemos tener claro quiénes son y sobre todo quién los ha enviado. Mientras los dos discutían animadamente, Paolo se inclinó hacia Sakura.
—Se trata de una red de tráfico de residuos tóxicos —le dijo en voz baja—. Parece ser que se trata de un clan en busca de tierras para llevar a cabo vertidos ilegales. Se han puesto en contacto con varios agricultores y algunos incluso han sido amenazados.
—¿Ah, sí? —dijo ella, no demasiado interesada. En la medida de lo posible evitaba conocer los detalles del trabajo de su padre. Lo normal era que se tratase de crímenes espantosos que él creía que podía resolver, castigar o incluso prevenir. El hecho de que la mayoría de las veces no consiguiera hacer justicia no lo alteraba lo más mínimo. Era de esas personas que siempre caminan hacia delante; Sakura pensaba a menudo que quizá estuviese ciego, ciego por dentro, y que no quería ver la realidad tal y como era: injusta.
—Es algo grande, un pez gordo del norte, todavía no se sabe qué industrias están involucradas —añadió Paolo, dándoselas de experto—. Tu padre y el mío están siguiendo una pista para detener a los responsables antes de que pasen a la acción.
Sakura continuó masticando. —¿Es que tú también eres policía? —le preguntó sarcástica, antes incluso de tragarse el bocado.
—Puede —murmuró Paolo, orgulloso—. Cuando me gradúe, quiero entrar en la policía científica. Me gustaría seguir los pasos de mi padre, pero a mi manera.
—Qué emocionante —comentó ella. Paolo la miró con cara de desilusión.
—Eso no es lo que piensas, ¿verdad? —le preguntó—. A juzgar por tu cara no parece importarte ni lo más mínimo lo que digo —Paolo la observó con resentimiento—. Perdóname si he dado la impresión de querer invadir tu intimidad. Acabas de llegar y he pensado que te gustaría conocer a alguien.
Sakura, sonrojada, se escondió por un instante detrás del pelo, fingiendo que se lo peinaba con los dedos.
—No pretendía ser descortés —le dijo—. Y no creo en la justicia.
—¡Sakura!
Su padre la reprendió con sequedad, en un momento de silencio imprevisto.
—Olvídalo —añadió ella, girándose hacia Paolo—. Mi padre no quiere que diga cosas así. De hecho, ni siquiera quiere que las piense. Por suerte, mi cerebro todavía no está dentro de su jurisdicción.
A continuación hubo unos instantes embarazosos, y Leone observó a su amigo con expresión interrogante. El juez se encogió de hombros y trató de sonreír.
—Adolescentes. Creen que conocen el mundo y, en realidad, ni siquiera se conocen a sí mismos. Leone se relajó.
—Ah, sí, y las mujeres ¡son tan complicadas! —exclamó mientras se servía vino—. Si tuviese una hija, también necesitaría el manual con las instrucciones.
Sakura los dejó hablar. También dejó que Paolo continuase dirigiéndole miradas extrañas durante el resto de la velada. Se limitó a ignorarle y, cuando le resultó posible, fue a encerrarse en su habitación con la excusa de que tenía deberes. Después de clase había estado dando vueltas con la Vespa durante el resto de la tarde, y ahora tenía que aprovechar las últimas horas del día para hacer los ejercicios de dibujo. Cogió el cuaderno de bocetos, afiló un lápiz graso y comenzó a deslizarlo sobre el papel con la perfección que la caracterizaba.
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Re: Seria hermoso morir Juntos (+18) Capi 4 20/2/14
hola aqui les traigo el capitulo 4, se que debi subir el 5 pero hoy me siento un poco mal, mañana en cambio subiré 3 capi mas que ya tengo casi terminados, respecto a los de los nombres se daran cuenta que no son muchos los personajes que interactúan con los protagonistas asi que me es un poco complicado colocar persoanjes de NS pero tratare de hacerlo la santoro ahora es shizune se me ocurrio agregarla mientras escribía asi que si leen los cai anteriores solo piensen que es shizune, bueno espero que lo difruten
- Capitulo 4:
Capitulo 4
¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz!
El cántico de los chicos terminó con un estruendo de aplausos y carcajadas. Sobre uno de los pupitres del centro de la clase había una tarta con velas y, dispuesta a soplarlas, shion, una chica de cabello rubio y corto que sonreía a sus compañeros y a la profesora Shizune. Sakura observaba las dieciocho llamitas desde su posición apartada y cuando se apagaron, sintió una punzada en el corazón. Dentro de poco también le tocaría a ella cumplir la mayoría de edad y podría decidir si quedarse o marcharse. Al menos en teoría.
—¿Vendrás a la fiesta, Sakura? —le preguntó Ino, agitando la tarjeta de invitación que Shion acababa de repartir en la clase.
—Quizá —respondió ella con vaguedad. Detestaba las fiestas, sobre todo las de cumpleaños, aunque no siempre había sido así.
—Deduzco que no —añadió Ino—. Deduzco que no eres la típica chica que va a la discoteca y demás eventos mundanos.
—Efectivamente, no —suspiró Sakura. Shion estaba cortando la tarta y distribuyendo las porciones en platos de plástico, mientras la profesora fingía estar enfadada porque le estaban restando tiempo a su clase. A juzgar por la sonrisa que iluminaba su cara, debía de ser una de esas Profesoras que se emocionaba siempre con el cumpleaños de sus alumnos.
—No vas a la playa y no vas a fiestas —continuó Ino con tono jovial y despreocupado—. Entonces, ¿qué haces para divertirte?
Parecía realmente interesada en el tema y Sakura se preguntó por qué. En el fondo, llevaban juntas en clase muy pocos días. Eran dos extrañas encerradas en un mismo lugar por pura casualidad. Pero Ino despertaba su curiosidad. Las pecas que tenía en la cara parecían fuegos artificiales. Toda su personalidad desprendía alegría, como si viviera en una navidad eterna, con la excitación de los regalos, de las sorpresas, de estar junto a las personas queridas. Por un segundo, Sakura la envidió.
—Me gusta dibujar y escuchar música.
—Ya, y a mí también. Pero yo me refería a lo que haces para divertirte con los demás. Ya sabes, con la gente, con nosotros, pobres mortales.
—Yo diría que nada. No conozco a nadie.
—Me conoces a mí.
—Es cierto, pero en el fondo no te conozco, ya sabes a lo que me refiero.
—Para nada —respondió Ino. El resto de la clase estaba coreando a gritos el nombre de Shizune y las dos chicas se distrajeron de su conversación para ver lo que estaba sucediendo.
—¡Porfa profe! —le suplicaba el imbécil de KIba. Un equipo de música portátil había aparecido de la nada—. ¡Solo cinco minutos, para celebrarlo!
—Ni hablar —se negó la profesora, entre risas. Luego se detuvo a pensarlo un momento—. Al menos que alguno de vosotros le apetezca entretenerse conmigo después de clase, para echarme una mano y poner orden en orden el aula del tercer piso. Un «noooooooo» unánime retumbó contra las paredes del aula. Sakura levantó la mano.
—Yo me quedo —anunció, y el coro se transformó en una nueva explosión de entusiasmo. Kiba encendió el equipo y puso un tema de house muy conocido, una música machacona que obligó a Shizune a refugiarse en su mesa, entre los papeles. Todos bailaban menos Sakura.
—¡La verdad es que estás como una cabra! —le gritó Ino, que brincaba a su lado—. El aula del tercero es una catacumba de la que no saldrás viva.
Ella se encogió de hombros mientras esbozaba una sonrisa. Volver a aquella casa ajena, sola, no era demasiado alentador. Así al menos tendría algo que hacer, fuera lo que fuera. Y quizá, con suerte, los demás la tacharían de empollona o de lameculos y mantendrían las distancias con ella. Era difícil acostumbrarse a aquel buen rollo que hacía que todos parecieran tan amigos.
—¿Haruno? —la llamó la profesora—. Ya que pareces tener un cociente intelectual más elevado que el de tus compañeros, ¿te importaría echarme una mano también con este listado? Será un minuto.
Sakura asintió y se acercó.
—Veamos, díctame las faltas de Uzumaki, dime las fechas exactas.
Mientras recorría con el dedo las líneas horizontales del listado, Sakura pensó que aquella tarea era completamente inútil. Desde principio de curso, Naruto Uzumaki no había ido a clase casi nunca. De hecho, ella nunca lo había visto. Se limito a dictar las fechas a la Santoro sin hacer preguntas.
—Se está pasando —comentó la profesora, mientras escribía con rapidez —. Sé que repitió un año en su antiguo instituto. Si sigue así, tendremos que avisar a la familia.
Le gustaba el instituto desierto. Sakura caminaba por los pasillos y escuchaba el resonar de sus pasos sobre las baldosas. Las puertas estaban cerradas, las luces apagadas, el silencio envolvía el pasar del tiempo y discurría sin la obligación de marcar las horas con un timbrazo automático. Era agradable pensar que aquellas habitaciones, aquellas sillas gastadas, continuaban existiendo aun cuando nadie las veía. Acabó de comerse el bocadillo que había comprado en el bar de enfrente del instituto y siguió las indicaciones de la profesora. La escalera estaba al fondo del segundo piso. Normalmente, un banco situado delante del primer escalón impedía el acceso, pero ahora había sido retirado. Las habitaciones del tercer piso servían para almacenar y archivar los trabajos de los estudiantes, sobre todo aquellos realizados para los exámenes finales del último curso, y para guardar las grandes escenografías diseñadas para la obra de teatro anual. Se respiraba un olor a polvo, pintura seca y arcilla. Sakura inspiró con fuerza y se sintió en su salsa. La única puerta abierta, en mitad del pasillo a oscuras, dejaba pasar una rendija de luz, indicándole la localización de la profesora Shizune.
—Hola, Sakura —le dijo cuando la escuchó llegar. Estaba luchando contra un montón de cartulinas enrolladas que se retorcían como
anguilas y no paraban de caerse del escritorio—. Éste es nuestro pequeño museo —le explicó, divertida.
Tres de las paredes estaban cubiertas de estanterías hasta el techo. En sus baldas había esculturas apiñadas en varios tamaños, planchas de bajorrelieves, grabados en cobre y otros muchos cachivaches no identificados. La cuarta pared estaba ocupada por dos ventanas desde las que se divisaba el mar. No era la pequeña franja que se veía desde la terraza de su casa, marcada por las antenas de televisión, sino una gran extensión de agua que llagaba hasta el horizonte.
—Es precioso, ¿a que si? —comentó la profesora siguiendo su mirada—. Siempre he pensado que es una verdadera pena no utilizar estas habitaciones como aulas.
—Puede que nuestras obras de artes se merezcan una vista hermosa más que nosotros —replicó Sakura, y Shizune se echó a reír, creyendo que estaba de broma.
—Pongámonos a trabajar y en un par de horas habremos acabado. Hay que seleccionar las cosas más viejas para tirarlas y hacer sitio a las nuevas. Para las cartulinas tenemos ese archivador con láminas protectoras de plástico —le explicó—. Tira al suelo los trabajos que tengan más de cinco años. Y también los que te parezcan horripilantes —añadió, guiñándole el ojo.
Sakura selecciono una pared y comenzó a revolver en los estantes más bajos. Llenándose de inmediato las manos de polvo.
Arrojó casi todo en medio de la habitación; muchos trabajos databan antes del año 2000, llevaban la firma de chicos que ahora ya serían adultos, tendrían una carrera, se abrían casado. Imaginó que tipo de personas podrían haber sido de adolecentes y, por un segundo, fue como si escuchara sus risas, conservadas en aquellos pasillos para siempre.
—Si pudieran hablar —dijo Sakura—, sabríamos la historia de todos los antiguos alumnos. Sus amores, sus penas. Shizune alzó la vista para mirarla.
—Te parecerá extraño, pero en mi trabajo he aprendido que, en el fondo, los chicos son todos iguales —comentó—. Las generaciones pasan pero los amores y las penas son siempre más o menos los mismos.
«No para todos», pensó Sakura. Y se dio cuenta de cuán anónimos los estudiantes debían de parecer a los profesores, los unos sentados en sus pupitres y los otros entronados en su tarima. Cada uno de ellos no era más que un apellido, una nota, un recorrido de cinco años que terminaba apresuradamente, puede que sin dejar rastro. «El tiempo todo lo borra. El tiempo todo lo cura. Y también captura los peores momentos como si fueran pequeñas gotas de ámbar», pensó con amargura. Las esculturas eran horripilantes. Mascaras deformes de mirada vacía que Sakura eliminó sin piedad. Seguro que ningún escultor había salido de aquel instituto. A veces, la arcilla se deshacía entre las manos por los puntos más frágiles: nariz, orejas, labios.
En el fondo de un estante, oculto entre el polvo y la penumbra, Sakura encontró algo interesante: una pequeña tortuga que parecía de verdad, congelada en el blanco de la escayola, con las patas rugosas y las uñas trabajadas al detalle. Le dio la vuelta y vio que tenía grabado en la panza lo siguiente: «„„El tiempo todo lo da y todo lo quita‟‟, Giordano Bruno. L.D. 1997 5°C».
Sin preguntar a la profesora, que quizá no lo hubiera permitido, desempolvó la tortuga con delicadeza y se la metió en el bolsillo de la sudadera. Le pareció un buen presagio, un amuleto para su nueva vida. Las dos horas pasaron lentamente y, cuando por fin terminaron, el sol se estaba poniendo. Sakura antes de salir, echó una ojeada el mar, que se había oscurecido preparándose para el ocaso. Era majestuoso, de un tono de azul profundo entre la negrura de la noche y la luminosidad del día. La hora en la que la luz mostraba el camino ablandando las sombras.
—He notado que eres una gran apasionada del arte —le dijo Shizune antes de despedirse, junto a la entrada del instituto—. Si tienes tiempo libre, podrías realizar un voluntariado en el museo municipal de arte contemporáneo. Es pequeño pero bonito.
La mirada de Sakura se iluminó.
—¿Lo dice de verdad? Me encantaría.
—Bueno, entonces déjate caer por allí alguna vez —continuó la profesora, contenta—. Yo voy todos los martes, puedo informarte y asignarte un turno.
Cuando Sakura se subió a la Vespa aceleró sin abatir la patilla, como le había enseñado Saori. La moto dio un pequeño bote que hizo rechinar la carrocería y derrapó justo antes de meterse en la calle. Condujo bordeando la costa y dio un rodeo para llegar a casa. El olor a sal era tan intenso que se quedaba prendido en el cuerpo. «El tiempo te da y te quita», pensó. Puede que para ella hubiera llegado el momento de recibir.
Querido Saori:
Uno se siente más solo con tanta gente alrededor. Todos te hablan, te preguntan, te tocan. Pero ninguno sabe qué escondes, que hay dentro de ti, detrás de tu cara, tu pelo, tu ropa. ¿Cómo es posible estar tan cerca de los demás y a la vez tan lejos? El único que siento junto a mi corazón eres tú y sin embargo, no puedo verte, ni tocarte, no preguntarte cómo estás. ¿Cómo estás? Me lo pregunto a menudo. Y también me pregunto si tú también te sientes tan solo.
Sakura
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