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Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
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Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
Cuando dos intrusos entran a robar en casa del juez Sarutobi, no pueden sospechar que se encontrarán con un mayordomo muy especial. La joven y hermosa Sakura Haruno, encargada del confort y la seguridad del juez, los reduce sin apenas despeinarse. Pero su pequeña hazaña no pasa inadvertida: la televisión se hace eco del suceso, y un hombre poderoso y peligrosamente obsesivo decide que esa mujer ha de ser suya, aunque para conseguirlo tenga que recurrir al asesinato. Los crímenes se suceden y Sakura ve tambalearse su tranquila y ordenada vida: no solo está en peligro mortal, sino que, además, se convierte ella misma en sospechosa. Y, para colmo, no puede evitar sentirse tremendamente atraída por el policía que lleva el caso.
- Spoiler:
- CAPÍTULO 1
El ventilador del techo se detuvo.
Sakura Haruno estaba tan acostumbrada al leve zumbido del ventilador que cuando dejó de oírlo se despertó inmediatamente. Entreabrió un ojo y echó un vistazo al despertador digital, pero no vio brillar en él ningún número rojo. Parpadeó, todavía adormilada y confundida, y entonces se dio cuenta de lo que ocurría.
Se había ido la luz. Vaya, genial.
Se giró hasta quedar tumbada boca arriba y escuchó. La noche estaba en silencio; no se oía el rugido del trueno que indicara el azote de una violenta tormenta de primavera en la zona, lo que habría explicado el corte del suministro eléctrico. Sakura no corría las cortinas por la noche ya que sus habitaciones daban a la parte de atrás, donde las plantas bajas contaban con vallas de privacidad, y desde las ventanas de su habitación pudo ver el débil resplandor de la luz de las estrellas.
No sólo no llovía, sino que el cielo ni siquiera estaba nublado. Quizá hubiera estallado un transformador o un accidente hubiera derribado un poste eléctrico. Había muchos factores que podían provocar un corte de electricidad.
Sakura suspiró, se sentó y buscó la linterna que guardaba en la mesita de noche. Fuera cual fuese la causa de aquel corte de luz, su trabajo era minimizar el efecto que ese imprevisto pudiera tener sobre el juez Sarutobi y asegurarse de que éste no sufriera las molestias más de lo necesario. El juez no tenía ninguna cita esa mañana, pero el anciano era muy quisquilloso sobre la hora en que tomaba el desayuno. Y no es que fuera irritable al respecto, pero lo cierto es que últimamente cualquier cambio en su rutina le molestaba incluso más que hacía un año. Tenía ochenta y cinco años. Se tenía bien merecido tomar su desayuno a la hora que quisiera.
Descolgó el teléfono. Era una línea de toma a tierra, por lo que el corte de electricidad no le afectaba. Los inalámbricos eran fantásticos, hasta que se iba la luz. Aparte de ése, Sakura se había asegurado de que unos cuantos teléfonos estratégicamente colocados en la casa principal fueran líneas de toma a tierra.
No oyó ningún tono de llamada.
Salió de la cama confundida y ligeramente preocupada. Sus dos habitaciones estaban situadas encima del garaje. El salón, que también comprendía la cocina, daba a la parte de delante, y su habitación y el baño a la de atrás. No encendió la linterna. Estaba en su casa y no necesitaba de ayuda para llegar a la otra habitación. Corrió las cortinas que cubrían las ventanas que daban a la calle y miró fuera.
Ninguna de las luces estratégicamente colocadas en el césped perfectamente cuidado del juez estaban encendidas, pero a la derecha, el suave resplandor de las luces de seguridad del vecino dibujaba largas y densas sombras sobre la hierba.
Eso quería decir que no había ningún corte de electricidad. Quizá hubiera saltado algún fusible, pero eso sólo habría afectado a parte de la casa, o a la planta baja, pero no a ambas. Sakura se quedó muy quieta, combinando lógica e intuición:
(A) Se había ido la luz.
(B) La línea telefónica estaba cortada.
(C) El vecino de al lado tenía luz.
La conclusión a la que llegó no requería demasiado esfuerzo: alguien había cortado los cables, y la única razón para hacer algo así era entrar en la casa.
Regresó corriendo al dormitorio, silenciosa como un gato sobre sus pies descalzos, y cogió su nueve milímetros automática de la mesita de noche. Maldita sea, tenía el móvil en el 4x4, que había dejado aparcado bajo el pórtico de la parte de atrás de la casa. Fue hacia la puerta a toda prisa después de considerar sólo brevemente la posibilidad de dar la vuelta a la casa para coger el móvil del coche. Su prioridad número uno era proteger al juez. Tenía que llegar hasta él y asegurarse de que estaba a salvo. Había recibido un par de creíbles amenazas de muerte durante su último año en el estrado, y aunque él siempre les había hecho caso omiso, Sakura no podía permitirse ser tan arrogante.
Su apartamento conectaba con la casa por una escalera, franqueada por puertas tanto en la parte baja como en lo alto. Tuvo que encender la linterna cuando empezó a bajar para no saltarse un escalón y tropezar, pero en cuanto llegó abajo apagó la luz. Se detuvo un instante para dejar que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad: y mientras tanto se quedó escuchando, aguzando los oídos para captar cualquier ruido extraño. Nada. En silencio giró la manilla y abrió la puerta poco a poco, centímetro a centímetro, con cada uno de los nervios del cuerpo en estado de alerta. No fue recibida por ningún ruido extraño, de manera que siguió adelante.
Se encontraba en un pequeño vestíbulo. A su izquierda estaba la puerta que daba al garaje. Sin hacer el menor ruido intentó abrirla, pero la encontró cerrada con llave. La siguiente puerta era la del cuarto de la lavadora, y justo al otro lado del vestíbulo estaba la cocina. El reloj a pilas de la cocina dejaba oír su monótono tic tac, que ahora se oía con fuerza ya que el zumbido de la nevera no amortiguaba su sonido. Sakura entró en la cocina y sintió el frío de la cerámica vidriada en las plantas de los pies. Rodeó el enorme office que ocupaba el centro del espacio y volvió a hacer una pausa antes de entrar en la sala de desayuno. Allí había más luz, gracias al inmenso ventanal circular que daba al jardín de rosas, pero eso quería decir que corría mayor peligro de ser vista si había algún intruso vigilando.
Llevaba un pijama de algodón azul celeste, un color que resultaba casi tan visible como el blanco. Sería un objetivo fácil. Era un riesgo que debía correr.
El corazón le golpeaba contra las costillas y Sakura inspiró lenta y profundamente para calmarse mientras intentaba controlar la adrenalina que le recorría el cuerpo a toda velocidad.
No podía permitir que el remolino de ansiedad la dominara. Tenía que controlado, mantener la cabeza fría y despejada, recordar su adiestramiento. Volvió a inspirar con profundidad y siguió adelante, minimizando su exposición pegándose a la pared cuanto pudo sin llegar a rozada. Despacio y tranquila, pensó. Paso a paso, colocando sus pies descalzos con cuidado para no perder el equilibrio, fue rodeando la habitación hasta llegar a la puerta que daba al vestíbulo trasero. De nuevo se detuvo a escuchar.
Silencio.
No. Un sonido amortiguado, tan leve que no llegó a estar segura de haberlo oído.
Esperó, conteniendo la respiración y desenfocando deliberadamente la mirada a fin de poder detectar cualquier movimiento con su visión periférica. El vestíbulo estaba vacío, pero un instante después volvió a oír aquel sonido, un poco más fuerte esta vez, que procedía de... ¿el solarium?
Además del comedor, la parte delantera de la casa albergaba dos solemnes salones. La cocina, el salón de desayuno, la biblioteca y el solarium estaban en la parte trasera. El solarium era una habitación esquinera, con dos de sus paredes compuestas básicamente de ventanas y de dos pares de puertas correderas de cristal que daban al patio. Sakura decidió que, si hubiera planeado entrar en la casa, habría escogido el solarium como el mejor punto de acceso. Evidentemente, alguien más había pensado lo mismo.
Avanzó furtivamente hasta el vestíbulo, se detuvo durante una décima de segundo y a continuación dio dos ligeros pasos que la llevaron hasta uno de los laterales del viejo y enorme buffet centenario que ahora se utilizaba para guardar manteles y servilletas. Apoyó una rodilla en la gruesa alfombra, quedando oculta por la masa del buffet, justo en el momento en que alguien salía de la biblioteca.
El hombre vestía ropa oscura y cargaba con algo grande y voluminoso. El terminal del ordenador, pensó Sakura, aunque el vestíbulo estaba demasiado oscuro para estar segura. El hombre llevó su carga al solarium y Sakura volvió a oír más ruidos amortiguados, muy semejantes al roce de zapatos sobre una alfombra.
El corazón le palpitaba en el pecho, aunque, por otro lado, estaba un poco aliviada. Sin duda, el intruso era un ladrón y no un criminal que tuviera como objetivo vengarse del juez. Aunque eso no significaba que no corrieran peligro. El ladrón podía ser violento, a pesar de que, hasta el momento, sus movimientos eran los de alguien concentrado en robar lo que pudiera y desaparecer después. Por cómo había cortado los cables de la luz y del teléfono, estaba claro que era organizado y metódico. Probablemente había cortado la electricidad para desactivar el sistema de alarma y después había hecho lo mismo con las líneas telefónicas como precaución añadida.
La pregunta era: ¿Qué debía hacer?
Sakura era muy consciente de que llevaba un arma en la mano, pero la situación no requería medidas mortales. Dispararía en caso de que fuera necesario hacerla para salvar la vida del juez, o la suya, pero no pensaba disparar a alguien porque se estuviera llevando un equipo electrónico. Sin embargo, eso no quería decir que estuviera pensando dejarle escapar.
También cabía la posibilidad de que el hombre fuera armado. Por norma los ladrones no llevaban armas porque, en caso de que la suerte no estuviera de su parte, la condena a prisión por robo a mano armada era mucho más rígida que por un simple robo. Pero el hecho de que la mayoría de ladrones no fueran armados no significaba que pudiera dar por hecho que éste no lo fuera.
Era un hombre corpulento. Por lo que Sakura había podido ver en la oscuridad del vestíbulo, se trataba de un hombre de un metro ochenta, y fornido. Probablemente podría enfrentarse a él cuerpo a cuerpo, a menos que fuera armado. En ese caso, todo el adiestramiento del mundo no sería suficiente para detener una bala. Su padre le había dicho que había una gran diferencia entre estar seguro de uno mismo y ser arrogante. La arrogancia provocaría que te mataran. Lo mejor sería pillarle por sorpresa, por la espalda, antes que arriesgarse a que le disparara.
Un susurro puso a Sakura sobre aviso, y se quedó quieta mientras el hombre entraba en el vestíbulo, recorriendo en dirección inversa el camino que llevaba del solarium a la biblioteca. Era un buen momento para pasar a la acción y cogerle cuando volviera a salir con los brazos llenos de objetos robados. Sakura dejó la linterna en el suelo y luego transfirió la pistola a su mano izquierda. Sin hacer ruido empezó a ponerse en pie.
Otro hombre salió del solarium.
Sakura se quedó helada, con la cabeza asomando por encima del buffet. El corazón le latía con enfermiza violencia, casi dejándola sin aliento. Al hombre le bastaba con mirar hacia donde ella estaba. El rostro de Sakura, pálido y claro en la oscuridad, resultaría claramente visible. El hombre no se detuvo, sino que siguió sigilosamente los pasos del primero hacia la biblioteca.
Sakura volvió a agazaparse Contra la pared, temblando de alivio. Inspiró varias veces, en silencio y profundamente, reteniendo el aire en los pulmones durante unos segundos para calmar los acelerados latidos de su corazón. Le había ido de muy poco. Un segundo más y el hombre la habría encontrado de pie, totalmente visible. El hecho de que fueran dos los hombres, y no uno, sin duda daba un cariz diferente a las cosas. Ahora Sakura corría doble riesgo, y sus posibilidades de éxito se habían reducido a la mitad. La mejor opción empezaba a ser salir sigilosamente hasta el 4x4 y llamar a la policía desde el móvil, suponiendo que consiguiera llegar hasta allí sin ser vista. Para Sakura el mayor problema era dejar a juez desprotegido. El juez no oía bien. Los ladrones podían entrar en su habitación antes de que él se diera cuenta. No tendría la menor oportunidad de esconderse.
El anciano era lo bastante valiente para luchar contra un intruso, lo que en el mejor de los casos le dejaría herido, y, en el peor, muerto. La misión de Sakura era asegurarse de que eso no ocurriera. Pero no podía hacerlo si estaba fuera hablando por teléfono.
Sintió un calambre nervioso que no tardó en calmarse. Había tomado una decisión; debía olvidarse de todo excepto de su adiestramiento. Desde la biblioteca llegaron sonidos apagados y un débil gruñido. A pesar de lo tensa que estaba, Sakura empezó a sonreír. Si estaban intentando levantar la televisión de cincuenta y cinco pulgadas, se las verían con más de lo que podían manejar y tendrían las manos ocupadas. Quizá no hubiera mejor momento que aquél para pillarles.
Sakura se levantó y entró sin hacer ruido en la biblioteca, pegando la espalda contra la pared situada junto a la puerta y echando un rapidísimo vistazo dentro. Uno de los ladrones llevaba entre los dientes un bolígrafo linterna, por lo que Sakura pudo ver que en efecto estaban viéndoselas y deseándolas con el enorme televisor. Benditos, también habían arruinado su visión nocturna, con lo que les era realmente difícil verla.
Sakura esperó y, tras unos cuantos gruñidos y una susurrada maldición, uno de los ladrones empezó a salir de la biblioteca de espaldas, utilizando las dos manos para agarrar un lado del televisor mientras el otro cargaba con el lado opuesto. Sakura casi podía oír cómo sus huesos crujían bajo el peso del aparato, y, gracias al fino rayo de luz proyectado por el bolígrafo linterna que iluminaba de pleno el rostro sudado del primer hombre, logró ver su expresión de esfuerzo. Aquello era pan comido.
Sakura sonrió. En cuanto el primer ladrón atravesó la puerta, Sakura tendió su pie descalzo y trabó con é,l el tobillo izquierdo del hombre, tirando de él hacia arriba. El ladrón soltó un grito de sorpresa y cayó de espaldas en el vestíbulo. El enorme televisor golpeó de lado contra el marco de la puerta y luego cayó hacia adelante. El hombre que estaba en el suelo soltó un grito de alarma, que se convirtió de pronto en un agudo chillido cuando el televisor le aplastó la pelvis y las piernas.
Su compañero agitó los brazos, intentando recuperar el equilibrio. Se le cayó el bolígrafo linterna de la boca y en mitad de la repentina oscuridad, se lanzó hacia adelante y dijo:
—¡Joder!
Sakura le ayudó, pivotando y soltándole un puñetazo en plena sien.
No pudo golpearle con todas sus fuerzas, ya que le había pillado en plena caída, pero bastó para clavarle los nudillos y dejarle tumbado inerte encima del televisor, lo que provocó nuevos gritos desde debajo del aparato. El hombre inconsciente se deslizó lentamente a un lado, desplomado y fláccido. Un golpe en la sien solía tener ese efecto.
—¿Sakura? ¿Qué ocurre? ¿Por qué no hay luz?
La voz del juez venía de lo alto de las escaleras traseras y se elevaba por encima de los gritos del hombre que había quedado inmovilizado de bajo del televisor. Considerando acertadamente que ninguno de los dos hombres iba a ir a ninguna parte en los minutos siguientes, Sakura fue hasta el pie de las escaleras.
—Han entrado dos hombres en la casa —dijo. Entre la sordera parcial del juez y los gritos de dolor, tuvo que chillar para asegurarse de que el juez la oyera—. Está todo controlado. Quédese ahí hasta que encuentre la linterna.
Lo último que necesitaba era que el juez intentara bajar a ayudarla y se cayera por las escaleras en la oscuridad.
Sakura cogió la linterna del suelo, junto al buffet, y luego volvió a las escaleras para alumbrar el descenso del juez, que éste ejecutó a una velocidad con la que puso en jaque sus ochenta y cinco años.
—¿Ladrones? ¿Has llamado a la policía?
—Todavía no. Han cortado el teléfono, y no he podido coger el móvil de la camioneta.
El juez llegó al final de la escalera y miró a su derecha, en dirección a todo aquel barullo. Sakura iluminó servicialmente la escena, y un segundo después el Juez se echó a reír:
—Creo que si me das esa pistola puedo tener controlados a estos dos mientras haces esa llamada.
Sakura le dio la pistola por la culata y luego arrancó el cable del teléfono del vestíbulo y se agachó sobre el ladrón que había quedado inconsciente. De los dos, aquél era el corpulento, y Sakura gruñó por el esfuerzo que requirió darle la vuelta. Rápidamente le puso los brazos a la espalda, le ató las muñecas con el cable del teléfono y a continuación le dobló la rodilla y le sujetó el tobillo a las muñecas. A menos que fuera extraordinariamente ágil saltando sobre un solo pie, y encima con una conmoción, nada más y nada menos, no iría a ninguna parte, tuviera o no una pistola apuntándole. Lo mismo podía decirse del tipo que había quedado aplastado bajo el televisor.
—Volveré enseguida —le dijo al juez, y le dio la linterna. Haciendo gala de su integral caballerosidad, el juez intentó devolvérsela.
—No, necesitarás luz.
—Las luces de la camioneta se encenderán cuando la desbloquee con el control remoto. No necesito más luz—le respondió Sakura, mirando a su alrededor—. Uno de ellos llevaba un bolígrafo linterna, pero se le cayó y no sé dónde está—. Hizo mi pausa antes de continuar—: De todos modos no me apetece tocarlo. Lo llevaba en la boca.
El juez volvió a reírse.
—A mí tampoco.
Sakura vio brillar en el reflejo de la luz de la linterna una chispa en los ojos del juez. ¡Vaya, así que estaba disfrutando con todo aquello! En realidad, y pensándolo bien, la jubilación podía resultar casi tan interesante como ocupar un estrado federal. El juez debía de estar sediento de aventura, o al menos de un poco de drama, y justo era eso lo que acababa de caerle limpiamente sobre las rodillas. Pasaría el mes siguiente contando los detalles de lo ocurrido sus amigotes.
Sakura le dejó a cargo de la custodia de la dos ladrones y volvió sobre sus pasos, cruzando el salón de desayuno y la cocina. Tenía las llaves en el bolso, de manera que se agarró con cuidado a la barandilla de la escalera mientras subía por ella, envuelta en una oscuridad casi total. Menos mal que había dejado abierta la puerta situada en lo alto de las escaleras. El pálido rectángulo le ayudó a orientarse un poco. En cuanto llegó a sus dependencias, dio la vuelta al office de la cocina y sacó otra linterna del cajón de un armario, luego fue a toda prisa a su dormitorio y cogió las llaves.
Gracias a la linterna, bajó las escaleras mucho más rápido que lo que había tardado en subidas. Abrió la puerta trasera y pulsó el botón «liberar» de su control remoto en cuanto salió al exterior. Las luces delanteras y traseras de su TrailBlazer con tracción en las cuatro ruedas se encendieron, así como las luces interiores del vehículo. Sakura cruzó rápidamente hasta la camioneta, sintiendo bajo sus pies descalzos el frío y la aspereza de las baldosas. Maldita sea, no se había acordado de ponerse zapatos mientras estaba arriba.
Se deslizó al asiento del conductor, cogió el diminuto móvil del posavasos donde lo guardaba, y pulso el botón «on», esperando con impaciencia mientras el aparato se activaba y pulsando a continuación los números con el pulgar mientras volvía cautelosamente sobre sus pasos por las baldosas y entraba de nuevo en la casa.
—Cero noventa y uno.
La voz que contestó era la de una mujer, sosegada y casi aburrida.
—Ha habido un robo en Briarwood Road, en el número dos mil setecientos trece —dijo Sakura, y empezó a explicar la situación, pero fue interrumpida por la voz de la operadora del
091.
—¿De dónde llama?
—De la misma dirección. Llamo desde un móvil porque han cortado la línea telefónica —aclaró, dando la vuelta al office de la cocina y entrando en el salón de desayuno.
—¿Está usted en la casa?
—Sí. Hay dos hombres...
—¿Siguen en la casa?
—Sí.
—¿Están armados?
—No lo sé. No he visto ningún arma, pero también han cortado la luz, de manera que no he podido ver en la oscuridad si iban armados.
—Señora, salga de la casa si puede. He mandado ya unidades de patrulla y deberían estar ahí en unos minutos, pero debe salir de la casa ahora.
—Envíe también una ambulancia —dijo Sakura, haciendo caso omiso del consejo de la operadora mientras entraba en el vestíbulo y añadía la luz de su linterna a la del juez, iluminando así a los dos hombres que yacían en el suelo. Sakura dudó de que ninguno de los dos fuera capaz de huir por su propio pie. Los gritos del que estaba aplastado por el televisor habían quedado reducidos a una mezcla de gemidos y maldiciones. El que se había llevado el puñetazo en la sien no se había movido.
—¿Una ambulancia?
—Un enorme televisor se le ha caído encima a uno de los ladrones y puede que le haya roto las piernas. El otro está inconsciente.
—¿Cómo? ¿Qué les ha caído un televisor encima?
—Sólo a uno de ellos —dijo Sakura, con estricta honestidad. Estaba empezando a disfrutar de la llamada—. Es un aparato de cincuenta y cinco pulgadas, muy pesado. Intentaban sacarlo entre los dos de la casa cuando uno de ellos tropezó y el televisor se le cayó encima. El otro fue a dar sobre él.
—¿Y el hombre sobre el que cayó el televisor está inconsciente?
—No, está consciente. Es el otro el que ha perdido la conciencia.
—¿Por qué está inconsciente?
—Le golpeé en la cabeza.
El juez Sarutobi miró a su alrededor y le sonrió, y logró darle su aprobación levantando el pulgar de la mano con la que sostenía la linterna.
—Entonces, ¿los dos hombres están incapacitados?
—Sí —respondió Sakura. Mientras hablaba, el tipo que estaba inconsciente movió un poco la cabeza y gimió—. Creo que está volviendo en sí. Acaba de moverse.
—Señora...
—Le he atado con el cable del teléfono —dijo.
Se produjo una pausa mínima.
—Voy a repetirle lo que me ha dicho para asegurarme de que lo he entendido bien. Un hombre estaba inconsciente, pero ahora está volviendo en sí, y usted le ha atado con el cable del teléfono.
—Correcto.
—El otro hombre está inmovilizado por un televisor de cincuenta y cinco pulgadas y puede que tenga las piernas rotas.
—Correcto.
—Genial—oyó decir Sakura a una voz de fondo.
La operadora del 091 mantuvo su tono de profesionalidad.
—Ya he enviado un equipo médico y dos ambulancias. ¿Hay algún otro herido?
—No.
—¿Tiene usted algún arma?
—Una. Una pistola.
—¿Tiene una pistola?
—El juez Sarutobi tiene la pistola.
—Le ruego que le diga que deje la pistola, señora.
—Por supuesto.
Ningún agente de policía en su sano juicio deseaba entrar en una casa en la que alguien llevaba una pistola en la mano. Sakura comunicó el mensaje al juez Sarutobi, que por un instante pareció rebelarse y que luego suspiró y metió la pistola en uno de los cajones del buffet. Teniendo en cuenta el estado de los dos ladrones, no era necesario apuntarles con una pistola, aunque hacerlo atrajera a su instinto de macho.
—Hemos metido la pistola en un cajón —informó Sakura.
—Gracias, señora. Las patrullas estarán ahí en cualquier momento. Querrán poner el arma a buen recaudo, de manera que le pido que cooperen.
—No hay problema. Ahora voy a la puerta a esperarles.
Dejó al juez Sarutobi vigilando a los cautivos, fue al vestíbulo principal y abrió una de las puertas dobles de cuatro metros y medio de altura justo cuando dos coches de policía de Mountain Brook con luces de emergencia en el techo entraban por la curva del camino y se detenían delante de los amplios escalones.
—Ya están aquí —informó a la operadora del servicio de emergencia, saliendo para que los oficiales pudieran verla. Los rayos de luz de unas potentes linternas juguetearon sobre ella, y Sakura levantó una mano para protegerse los ojos de la luz—. Gracias.
—Ha sido un placer serle de ayuda, señora.
Sakura terminó la llamada mientras dos policías de uniforme me acercaban a ella con las manos en el arma. Desde la radio de los coches llegaba un torrente de mensajes estáticos y entrecortados que Sakura no podía entender, y las luces giratorias de los coches daban al césped impecable el aspecto de una extraña y desierta discoteca. A la derecha, los focos exteriores de los Cheatwood se encendieron cuando los vecinos quisieron ver lo que ocurría.
Sakura intuyó que el vecindario entero no tardaría en despertarse, aunque sólo unos pocos serían tan obtusos como para investigar personalmente lo ocurrido. El resto utilizaría el teléfono para conseguir información.
—Hay una pistola en el buffet del vestíbulo —dijo, dando a los agentes esa información de sopetón. Ya estaban bastante nerviosos. No habían desenfundado las armas, pero todos tenían la mano en la pistola por si acaso—. Es mía. No sé si los ladrones van armados, pero ambos están incapacitados. El juez Sarutobi les está vigilando.
—¿Cómo se llama usted, señora? —le preguntó el más fornido de los dos mientras entraba por la puerta abierta de la casa, balanceando la luz de su linterna de lado a lado.
—Sakura Haruno. Soy la mayordomo del juez Sarutobi.
Sakura vio la mirada que intercambiaban los policías: ¿una mujer mayordomo? Estaba acostumbrada a esa reacción, pero lo único que dijo el agente fue:
—¿Juez?
—Hiruzen Sarutobi, juez federal retirado.
El oficial murmuró algo en la radio que llevaba colgada al hombro mientras Sakura les conducía por la oscura entrada, dejaban atrás la imponente escalera y llegaban al vestíbulo trasero. Los oficiales barrieron a los dos hombres que estaban en el suelo con la luz de sus linternas y también al hombre anciano, delgado y de pelo blanco que les vigilaba de pie a una distancia prudencial.
El ladrón al que Sakura había propinado el puñetazo ya había recuperado la conciencia, pero quedaba claro que no estaba al corriente de lo ocurrido. Parpadeó varias veces y logró balbucear «¿Qué ha ocurrido?», pero nadie se molestó en responderle. El que estaba debajo del televisor sollozaba y maldecía alternadamente, empujando el peso que tenía sobre las piernas, pero no tenía fuerzas suficientes y habría hecho mejor en limpiarse la nariz; al menos así habría conseguido algo.
—¿Qué le ha pasado a ése? —preguntó el oficial más alto, iluminando con su linterna la cara del que estaba atado.
—Le golpeé en la cabeza.
—¿Con qué? —preguntó, agachándose junto al hombre y sometiéndole a un rápido aunque detallado reconocimiento.
—Con el puño.
El oficial levantó la mirada sorprendido, y Sakura se encogió de hombros.
—Le di en la sien —explicó, y él asintió. Un golpe en la sien noquearía a KingKong. No añadió que se había entrenado durante horas para llegar a ser capaz de dar aquel puñetazo.
Elaboraría su respuesta en caso de que fuera necesario, pero hasta que un policía le preguntara específicamente por sus habilidades, Sakura y su cliente preferían mantener en privado la faceta de guardaespaldas que sus obligaciones incluían.
El registro se saldó con un cuchillo de una hoja de seis pulgadas que el hombre tenía escondido en una funda que llevada atada al tobillo.
—Se estaban llevando cosas por ahí —dijo Sakura, señalando a la puerta del solarium—.Hay puertas correderas de cristal y un patio fuera.
A lo lejos se oyó el ulular de sirenas, muchas sirenas, lo cual indicaba la llegada de una flota completa de policías y de personal médico. En poco tiempo la casa iba a llenarse de gente y Sakura todavía tenía cosas que hacer.
—Voy a sentarme allí para dejarles trabajar —dijo, señalando a las escaleras.
El policía asintió y Sakura se sentó en el cuarto escalón sobre sus pies descalzos. Lo más urgente era devolver la electricidad a la casa y luego el teléfono, aunque podían arreglárselas con el móvil. La alarma anti robo tenía una reserva de pilas, de manera que Sakura asumió que los ladrones también la habían manipulado, o al menos habían sido lo bastante inteligentes para burlarla. De cualquier modo, los de seguridad tendrían que comprobarlo todo. Probablemente también tendrían que remplazar las puertas correderas de cristal, aunque eso podía esperar hasta la mañana.
Con su lista de prioridades clara y firme en la cabeza y móvil en mano, Sakura llamó a
Alabama Power para informar de un corte en el suministro eléctrico. Un buen mayordomo memorizaba todos esos números pertinentes, y Sakura era una buena mayordomo.
Última edición por mariland el Vie Oct 25, 2013 9:30 am, editado 27 veces
mariland- Clan Suzaku
- Mensajes : 336
Edad : 30
En mi pequeño mundo feliz
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
si les gusta o no, comenten porfavor... es importante para saber si vale continuar con la historia.
cualquier comentario ayuda
gracias con cariño
cualquier comentario ayuda
gracias con cariño
mariland- Clan Suzaku
- Mensajes : 336
Edad : 30
En mi pequeño mundo feliz
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
se lee muy interesante
es la 1 ves que recuerde ke leo algo asi
espero conti no tardes
p.d. ntp poco a poco iran llegando los comentarios y lo lectores
asi pasa al principio
aki tienes a un lector xd
es la 1 ves que recuerde ke leo algo asi
espero conti no tardes
p.d. ntp poco a poco iran llegando los comentarios y lo lectores
asi pasa al principio
aki tienes a un lector xd
miguel-kun- Clan Seiryuu
- Mensajes : 3217
Edad : 33
con kelly kelly y sakura haciendo un trio XD
11019
Posesiones :
Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
Buenas, me acabo de leer el primer cap, la verdad me gusto mucho como Saku es tan calculadora y fuerte ^^
Quisiera ver más de la historia para ver donde aparece nuestro rubio :3
Conti!!!
Quisiera ver más de la historia para ver donde aparece nuestro rubio :3
Conti!!!
Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
m gusta la historia una sakura mayodormo XD !! ya quiero ver a naruto conti
sukiyaki- Novato
- Mensajes : 40
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Capitulo 2
- Spoiler:
- A las dos de la mañana la radió le alertó sobre la llamada de Briarwood. Naruto Uzumaki iba de camino a casa, pero la llamada sonaba mucho más interesante que lo que allí le esperaba, de modo que dio la vuelta a la camioneta y emprendió el camino de regreso a la Autopista 280. Los agentes de patrulla no habían pedido ningún investigador, pero, qué demonios, la llamada prometía y a su vida le vendría bien un poco de diversión, y en minutos llegó a Briarwood. No le costó dar con la dirección: era la casa donde estaban aparcados todos los vehículos con luces giratorias. Por eso era investigador: era capaz de dilucidar misterios como aquél. Bah.
Se colgó la placa del cinturón y cogió la chaqueta deportiva de la percha que colgaba del respaldo del asiento y se la puso por encima de la camiseta negra desteñida. Guardaba una corbata en el bolsillo de la chaqueta. No la cogió, ya que no llevaba ninguna camisa que ponerse encima de la camiseta. Esta vez tendría que optar por el look Miami Vice.
El surtido habitual de uniformes se arremolinaba allí: policías, bomberos, médicos, personal de ambulancia. Todas las ventanas de las casas colindantes estaban iluminadas y ocupadas por mirones, aunque sólo unos cuantos habían sido lo bastante curiosos para salir de sus casas y agruparse en la calle. Al fin y al cabo, eso era Briarwood Road, y Briarwood era sinónimo de antiguas fortunas.
Rock lee, el supervisor de turno, le saludó.
—¿Qué haces aquí, Naruto?
—Yo también te deseo unos buenos días. Iba de camino a casa y oí la llamada. Parecía prometer, así que aquí estoy. ¿Qué ha ocurrido?
Lee disimuló una sonrisa. La gente de la calle no tenía ni idea de lo divertido que era el trabajo de policía. Algunas facetas, como las que podían abocar a un policía a la bebida, eran siniestras y peligrosas, pero en general el trabajo era muy divertido. En pocas palabras, la gente estaba chalada.
—Los dos tipos sabían lo que hacían. Cortaron los cables de la luz y del teléfono e inhabilitaron el sistema de alarma. Al parecer pensaban que aquí vivía sólo un anciano, de modo que supusieron que nunca se despertaría. Pero resultó que tiene mayordomo. Los tipos listos transportaban una televisión de pantalla gigante cuando ella le puso la zancadilla al que iba delante. El tipo tropezó, el televisor se le cayó encima, y para asegurarse la aguafiestas le dio al otro un puñetazo en la cabeza mientras caía y lo dejó tieso. Luego lo ató con el cable del teléfono —concluyó Lee echándose a reír—. Ya ha vuelto en sí, pero no se aclara demasiado.
—¿Ella? —preguntó Naruto, pensando que Lee había utilizado el pronombre erróneo.
—Ella.
—¿Una mujer mayordomo?
—Eso dicen.
Naruto soltó un bufido.
—Ya, seguro.
El anciano podía tener a una mujer viviendo con él, pero dudaba de que fuera su mayordomo.
—Eso es lo que dicen e insisten en ello —dijo Lee, mirando a su alrededor—. Ya que estás aquí, ¿por qué no echas una mano a los chicos con las declaraciones y dejamos esto resuelto?
—Claro.
Fue a paso lento hacia la enorme casa. En el vestíbulo habían colocado lámparas a pilas y el charco de luz, unido a la congestión de gente, le indicaron el camino hasta la escena. Automáticamente, olisqueó el aire. Era una costumbre típica de un policía: ver si olía a alcohol o a hierba. ¿Cuál era el problema con las casas de la gente rica? Olían distinto, como si la madera que cubría las paredes fuera diferente de la madera corriente que se utilizaba para construir casas normales. Su olfato detectó flores frescas, abrillantador de muebles, un ligero aroma de comida suspendido en el aire, algún plato italiano, pero nada de alcohol ni de ningún tipo de humo, ni legal ni ilegal. Llegó hasta el vestíbulo y se quedó a un lado durante un minuto, estudiando la escena.
Un equipo de médicos estaba agachado alrededor del tipo tendido en el suelo; vio cerca de allí la carcasa de un enorme televisor roto. El tipo que estaba tumbado en el suelo gimoteaba y siguió haciéndolo mientras le inmovilizaban la pierna izquierda. Otro hombre, un tipo grande, estaba sentado en el suelo con las manos esposadas a la espalda. Respondía a las preguntas que le hacía un médico mientras le iluminaba los ojos con una linterna, pero estaba claro que todavía tenía pajaritos dándole vueltas alrededor de la cabeza.
Un anciano enjuto con una desordenada mata de pelo blanco estaba de pie a la izquierda, a un lado, prestando con calma declaración a un agente. Portaba su dignidad como una toga, a pesar de que iba en pijama y bata y llevaba zapatillas. Estaba pendiente de lo que ocurría a su alrededor incluso mientras contestaba a las preguntas del policía, como si quisiera asegurarse de que todo se manejaba correctamente.
A la derecha había unas escaleras. En el cuarto escalón estaba sentada una mujer con un pijama de fino algodón que hablaba por un móvil. Estaba descalza y tenía los pies muy juntos, perfectamente alineados. Tenía la densa mata de pelo rosa despeinada, como si acabara de salir de la cama. Bueno, probablemente así era. Dando una nueva muestra de su astuta capacidad detectivesca, Naruto dedujo que se trataba de la mayordomo, si no ¿cómo se explicaba que estuviera en pijama? Maldición, esa noche estaba sembrado.
Incluso en pijama, sin pizca de maquillaje y con el pelo hecho un desastre, era una mujer guapa. No, más que guapa. Era indudablemente hermosa. Por lo que Naruto podía ver, puede que le diera un ocho, y eso sin maquillaje. Quizá el dinero no comprara la felicidad, pero sin duda permitía a los viejos pagarse una zorrita de primera, suponiendo que todavía pudiera hacer algo más que vivir de recuerdos.
La rabia que tan bien conocía volvió a azuzarle. Naruto llevaba viviendo, durmiendo y comiendo con aquella rabia desde hacía ya dos años, y se daba perfecta cuenta de que no estaba siendo en absoluto justo con aquella mujer. Haber descubierto que su mujer era una zorra mentirosa y tramposa y haber pasado por un divorcio largo y amargo bastaba para agriarle el ánimo a cualquier hombre. Sin embargo, apartó la rabia a un lado para concentrarse en el trabajo. Eso era algo que conseguía hacer bien: el trabajo.
Se acercó a uno de los agentes. Era Sai: bastante joven, bastante nuevo y buenísimo, aunque tenía que ser realmente bueno para haber conseguido entrar en el departamento de policía de Mountain Brook. Sai estaba de pie a cargo del tipo fornido que llevaba las esposas y que había sufrido la conmoción, vigilándole mientras el médico le atendía.
—¿Necesitas que te eche una mano con las declaraciones?
Sai se giró, un poco sorprendido de verle. En aquella décima de segundo de despiste, el tipo que estaba en el suelo se lanzó hacia adelante, derribando al médico y poniéndose en pie con sorprendente agilidad. Sai se dio la vuelta, veloz como un gato, pero Naruto fue más rápido. Vio de reojo a la mujer ponerse en pie mientras él pivotaba sobre la base de su pie izquierdo y plantaba su bota derecha talla cuarenta y dos justo en el plexo solar del ladrón. Golpeó sólo con la fuerza necesaria para doblegar en dos al voluminoso tipo, que se había quedado sin respiración e intentaba recuperar el aliento. Sai se abalanzó sobre él antes de que el tipo llegara a caer al suelo y dos agentes acudieron en su ayuda.
Naruto después de asegurarse de que le tenían controlado, aunque, de hecho, el tipo todavía no podía respirar, Naruto se retiró y echó una mirada al médico, que estaba limpiándose la sangre de la nariz mientras se levantaba.
—Parece que no estaba tan malherido como intentaba hacemos creer.
—Eso parece —respondió el médico. Cogió una gasa de sus provisiones, se la llevó a la nariz y luego dio un profundo suspiro—. ¿Cree que ahora sí lo está?
—Sólo se ha quedado sin respiración. No le he dado muy fuerte.
Una patada bien dada podía llegar a producir una parada cardiaca, destrozar el esternón y provocar todo tipo de trastornos internos. Había tenido cuidado de no llegar siquiera a romperle las costillas al tipo.
Sai se incorporó, todavía jadeante.
—¿Todavía quieres ocuparte del papeleo, Naruto?
El papeleo era la cruz de la vida del policía. El «claro» de Naruto fue prueba de hasta qué punto estaba aburrido.
Sai señaló a la mujer con la barbilla. Se había sentado de nuevo en las escaleras y había vuelto a concentrarse en la conversación que mantenía por el móvil.
—Tómale declaración mientras metemos a Hulk en una unidad.
—Será un placer —murmuró Naruto, y realmente lo pensaba. Le había llamado la atención ver cómo ella se había movido cuando el ladrón intentaba escapar. No había chillado, ni tampoco había intentado apartarse a lo loco, sino que se había movido suavemente, con total equilibrio y fijando toda su atención en el ladrón. Si él no hubiera detenido al tipo, ella misma lo habría hecho, o al menos lo habría intentado, lo cual planteaba un montón de preguntas que Naruto deseaba hacerle.
Se acercó a las escaleras. Las lámparas a pilas estaban tras él y el rostro de Sakura quedaba totalmente expuesto a la luz. Ella seguía hablando por el móvil. Por su expresión estaba tranquila y concentrada, aunque levantó un dedo al ver acercarse a Naruto para indicarle que terminaría de hablar en un momento.
Naruto era policía y no estaba acostumbrado a que le hicieran esperar. Se sintió ligeramente irritado, aunque enseguida la situación le pareció en cierta medida divertida. Vaya, quizá sí era un idiota arrogante, como tanto le gustaba a su esposa repetírselo.
Además, aunque aquella mujer fuera el adorno del brazo de un anciano, era una alegría para la vista. Y ya que mirarla era todo un placer, Naruto no dejo de hacerlo, catalogando a la vez todos sus detalles: pelo rosa, debajo de los hombros, y ojos verde esmeralda. Si estuviera tomando nota de su descripción, tendría que especificar «rosa» y «verdes», pero eso no se ajustaba del todo a la verdad. Las luces se reflejaban en sus cabellos, dándoles un color parecido al de la sabrosa fresa, y sus ojos eran más oscuros. Calculó que tendría unos veintitantos, quizá treinta y pocos. Altura... metro sesenta y cinco, quizá sesenta y siete. Estuvo a punto de darle cuatro o cinco centímetros más, pero se dio cuenta de que en realidad parecía más alta debido a su porte casi militar. Peso: entre sesenta y sesenta y cinco kilos. Tenía la piel suave y perfecta, cuya cremosa textura le hizo pensar en la acción de lamer el helado de un cucurucho.
Sakura terminó su llamada y le tendió la mano.
—Gracias por esperar. Había llegado ya al final del sistema de marcación automática de la compañía eléctrica y no quería volver a empezar. Soy Sakura Haruno.
—Detective Uzumaki.
Sintió la mano de Sakura, pequeña y fría entre la suya, pero cuando se la apretó le sorprendió su fuerza.
—¿Podría darme una idea de lo que ha ocurrido aquí esta noche?
La mujer no tenía acento sureño. De hecho no era un acento que pudiera identificar. Sí, por supuesto que no podía identificarlo. La mujer no tenía ningún acento.
—Será un placer —respondió Sakura, indicándole las escaleras—. ¿Quiere sentarse?
Desde luego que quería, pero si lo hacía quedarían hombro con hombro, a buen seguro rozándose, y eso no era una buena idea mientras estaba de servicio. Desde que la había visto, había estado pensando un poco fuera de lugar, y eso no estaba bien. Se le dispararon los frenos mentales y se apartó del peligro, esforzándose por concentrarse en su trabajo.
—No, gracias. Me quedaré de pie —respondió mientras sacaba la libreta del bolsillo de la chaqueta y la abría por una página en blanco—: ¿Cómo se escribe su nombre?
—Sakura con «k», Haruno con «h».
—¿Fue usted quien descubrió que habían entrado en la casa?
—Sí.
—¿Sabe aproximadamente a qué hora fue eso?
—No, tengo un despertador eléctrico, aunque calculo que, desde que desperté, ha pasado una media hora.
—¿Qué la despertó? ¿Oyó algún ruido?
—No. Mis dependencias están situadas encima del garaje. Desde allí no puedo oír nada.
Cuando cortaron la electricidad, el ventilador que tengo en el techo de mi habitación se detuvo. Eso fue lo que me despertó.
—¿Qué ocurrió entonces?
Sakura relató el curso de los acontecimientos con la mayor concisión posible, aunque era perfectamente consciente de su fino pijama y de sus pies descalzos. Se arrepentía de no haberse puesto una bata y unas zapatillas o de haberse pasado un cepillo por el pelo. O incluso de no haberse sometido a una sesión completa de maquillaje y haberse puesto un salto de cama, un poco de perfume y haber colgado del cuello un cartel en el que pusiera «Estoy libre». Entonces podría llevarse al detective Uzumaki a sus dependencias y sentarlo a un lado de la cama mientras ella le contaba lo ocurrido.
Su propia estupidez la hizo sonreír para sus adentros, pero el corazón se le había acelerado al ver al detective y seguía latiendo a trompicones, a demasiada velocidad. Debido a algún capricho de la química o de la biología, o quizá a causa de una combinación de ambas, Sakura se había sentido físicamente atraída por él. Aquel repentino zumbido que le recordaba lo que hacía girar el mundo se presentaba en muy raras ocasiones, aunque hacía bastante que no lo había sentido, y, desde luego, nunca antes con tanta fuerza. Sakura disfrutó de ese secreto placer. Era como montar en la montaña rusa sin despegar los pies del suelo.
Miró la mano izquierda del detective. No llevaba anillo, aunque eso no significaba necesariamente que estuviera soltero, o que no tuviera pareja. Los hombres con ese aspecto muy raras veces estaban totalmente libres. Y no es que fuera guapo. Tenía el rostro un poco duro, y lleva el pelo rubio algo corto. Pero era uno de esos hombres que de algún modo parecían más machos que los hombres que le rodeaban, casi como si la testosterona le saliera a chorros por los poros, y no había duda de que eso era algo que las mujeres notaban. Además, tenía pinta de tener un cuerpo estupendo. La chaqueta que llevaba encima de la camiseta negra de algún modo lo disimulaba, pero Sakura había crecido rodeada de hombres para los que su condición física era prioridad número uno y conocía perfectamente cómo se movían y cómo se conducían. Desgraciadamente, también daba la sensación de que al detective Uzumaki iba a rompérsele la cara si sonreía. A Sakura podía gustarle su cuerpo, pero por lo que podía ver, su personalidad daba asco.
—¿Qué relación tiene usted con el juez Sarutobi? —preguntó el detective con un tono tan neutro que sonó casi falto de interés. Levantó la mirada hacia ella y su rostro quedó delineado por afiladas sombras que hacían imposible leer su expresión.
—Es mi jefe.
—¿A qué se dedica usted?
—Soy mayordomo.
—Mayordomo —dijo Naruto, como si nunca hubiera oído esa palabra.
—Estoy a cargo de la casa —explicó Sakura.
—¿Y eso comprende... ?
—Muchas cosas, como, por ejemplo, supervisar al resto de empleados, programar reparaciones y servicios, cocinar un poco, asegurarme de que la ropa del juez esté siempre limpia y sus zapatos brillantes, de que tenga el coche siempre a punto y limpio, pagar las facturas, y, en general, que no se le moleste con nada con lo que no quiera ser molestado.
—¿Hay más empleados?
—Ninguno a jornada completa. Cuento como empleados al servicio de limpieza, dos mujeres que vienen dos veces por semana; al jardinero, que trabaja tres días a la semana; al interino, que viene una vez por semana, y al cocinero, que viene de lunes a viernes, comida y cena.
—Ya veo —dijo Naruto mientras consultaba sus notas, como si estuviera revisando la lista detalladamente—. ¿Ser mayordomo también le obliga a estudiar artes marciales?
Ah. Sakura se preguntó cómo la habría descubierto. Naturalmente ella se había dado cuenta de aquella patada maravillosamente calculada con la que él había derribado al fornido ladrón, sabiendo al acto que también Uzumaki se entrenaba lo suyo.
—No —dijo Sakura con suavidad.
—¿Es acaso un interés que cultiva usted en su tiempo libre?
—No exactamente.
—¿Podría ser más específica?
—También soy guardaespaldas profesional —respondió Sakura, bajando la voz para no ser oída—. Al juez no le gusta que se sepa, pero ha recibido algunas amenazas de muerte en el pasado y su familia insistió para que contratara los servicios de alguien adiestrado en la seguridad personal.
Hasta el momento Naruto había sido un completo profesional, pero ahora la miraba con auténtico interés y cierta sorpresa.
—¿Alguna de esas amenazas ha sido reciente?
—No. En realidad no creo que el juez esté en peligro real. Llevo con él casi tres años y durante ese tiempo no ha recibido ninguna amenaza. Pero cuando estaba en el estrado, varias personas habían amenazado con matarle, y en particular su hija no se sentía tranquila con respecto a su seguridad.
Naruto volvió a echar un vistazo a sus notas.
—Entonces, su puñetazo no fue exactamente lo que se dice un golpe afortunado, ¿verdad?
Sakura sonrió levemente.
—Espero que no. Del mismo modo que su patada nada tuvo que ver con la suerte.
—¿Qué disciplina practica?
—Sobre todo karate, para mantenerme en forma.
—¿Qué cinturón?
—Marrón.
Naruto asintió brevemente.
—¿Algo más? Ha dicho usted «sobre todo».
—También practico kick-boxing. ¿Qué tiene esto que ver con la investigación?
—Nada. Era sólo curiosidad —confesó Naruto cerrando la pequeña libreta de notas—. Y no hay ninguna investigación. Simplemente estaba tomando una declaración preliminar. Todo aparece en el informe.
—¿Por qué no hay ninguna investigación? —preguntó Sakura indignada.
—Fueron sorprendidos en el acto, con objetos propiedad del juez Sarutobi en su camioneta. No hay nada que investigar. Lo único que queda por hacer es el papeleo.
Quizás para él sí, pero Sakura todavía tenía que vérselas con la compañía de seguros y hacer que repararan las puertas correderas del solarium, además de reemplazar el aparato de televisión roto. El juez, como todo hombre, estaba encantado con su pantalla gigante y ya había mencionado que esta vez estaba pensando en comprar una televisión de alta definición.
—¿Es necesario que conste en el informe que soy la guardaespaldas del juez? — preguntó.
Naruto estaba a punto de alejarse. Se detuvo y la miró desde arriba.
—¿Por qué lo pregunta?
Sakura bajó aún más la voz.
—El juez prefiere que sus amigos no lo sepan. Creo que le avergüenza que sus hijos le insistieran para que contratara a un guardaespaldas. De hecho, ahora resulta que es la envidia del grupo porque tiene una mujer mayordomo; pero ya puede imaginarse las bromas que le gastan. Además, si se ve amenazado de algún modo, me da cierta ventaja que nadie sepa que estoy entrenada para protegerle.
Naruto se golpeó la palma de la mano con la libreta con una expresión todavía ilegible en el rostro, pero entonces se encogió de hombros y dijo:
—No es relevante para el caso. Como ya le he dicho, era pura curiosidad.
Puede que él nunca sonriera, pero ella sí lo hacía. Le dedicó una amplia sonrisa de alivio.
—Gracias.
Naruto asintió y se alejó al tiempo que Sakura suspiraba, arrepentida. El envoltorio estaba bien, pero el contenido dejaba mucho que desear. No le importaba lo más mínimo ponerse pesada si conseguía los resultados deseados.
Dos llamadas más a la compañía telefónica se materializaron en una furgoneta de reparaciones y un hombre desgarbado que se puso manos a la obra sin ninguna prisa. Media hora más tarde, la casa volvió a la vida con un zumbido y el hombre se marchó.
Hostigar a la compañía telefónica ya resultó más complicado. La compañía, es decir, los desconocidos «ellos» que estaban a su cargo, habían dispuesto las cosas de tal modo que, o bien se dejaba un mensaje en el contestador, sacrificando la comodidad de hablar con un humano real en pos de ahorrar tiempo, o se podía tolerar ser puesto en espera durante una cantidad de tiempo obscena, con la esperanza de que algún supuesto humano quedara libre para poder hostigarle. Sakura era testaruda. Su móvil pesaba sólo unos gramos y disponía de todo el tiempo del mundo. Esperó, y por fin llegó el momento en que su insistencia se vio recompensada, justo antes de mediodía, con la aparición de una segunda furgoneta de reparaciones en la que iba él más preciado de los seres humanos: Alguien Que Podía Arreglar las Cosas.
Naturalmente, en cuanto la línea telefónica estuvo reparada, el teléfono se volvió loco.
Todos los amigos del juez se habían enterado de la aventura nocturna y querían una descripción con todo lujo de detalles. Algún entrometido llamó a Jiraiya, el hijo mayor del juez, que a su vez llamó a sus dos hermanos, Orochimaru y Tsunade. Al juez no le importaba demasiado que sus hijos se enteraran, pero arrugó la nariz de espanto cuando el número de su hija apareció en la pantalla del identificador de llamadas. Tsunade no sólo se preocupaba de su padre en exceso, sino que además tenía con mucho la personalidad más fuerte de sus tres hijos. Según Sakura, Tsunade era más fuerte que un tanque blindado. Por eso sentía una profunda simpatía por aquella mujer; Tsunade tenía buen corazón y, a pesar de lo implacable que era, siempre estaba de buen humor.
El agente de la compañía de seguros llegó mientras el juez seguía hablando con su hija, así que Sakura le mostró los desperfectos y ya estaba en proceso de darle la información pertinente para que rellenara a reclamación (incluso tenía el recibo de la compra de televisión del Juez, con lo que dejó totalmente impresionado al agente de seguros), cuando el juez Sarutobi entró deambulando en la diminuta oficina de Sakura, con aspecto de estar totalmente satisfecho consigo mismo.
La mañana resultó todavía mucho más que ajetreada. Por supuesto, no hubo manera de dormir más, pero lograr hacer algo fue casi igual de imposible. Sin electricidad Sakura no podía preparar el desayuno favorito del juez, tostada francesa con canela; tampoco podía hacer la colada, ni siquiera planchar el diario de la mañana para que la tinta no manchara los dedos del juez. Le sirvió cereales fríos, yogur desnatado y fruta fresca, desayuno que provocó en él una buena retahíla de gruñidos entre los que refunfuñaba que la comida sana iba a matarle.
Tampoco había café caliente, lo que no supuso ninguna alegría para ninguno de los dos. Una idea emprendedora envió a Sakura a la casa de los Cheatwoods, los vecinos de al lado, donde hizo un trato con Koharu, la cocinera: los entresijos de lo que había ocurrido la noche anterior a cambio de un termo de café recién hecho. Armada con cafeína, Sakura volvió a casa y calmó las turbulentas aguas. Tras su segunda taza estaba lista para volver a lidiar con los problemas del día.
—Adivina quién ha llamado —dijo.
—Tsunade —respondió Sakura.
—Después de ella. Gracias a Dios que entró la llamada o todavía seguiría hablando con ella. Un reportero de televisión quiere venir a hacernos una entrevista.
—¿Hacernos? —preguntó Sakura con la mirada en blanco.
—De hecho, es a ti en quien está interesado.
Sakura miró fijamente al juez, atónita.
—¿Por qué?
—Porque has desbaratado un robo, eres una mujer joven y encima eres una mayordomo. Quiere saberlo todo acerca de la labor del mayordomo. Dijo que sería un maravilloso reportaje de gran interés humano. Qué frase tan estúpida, ¿no le parece? «De interés humano». Como si hubiera alguna posibilidad de que pudiera interesar a los monos o las jirafas.
—Qué fantástico —dijo entusiasmado el agente de seguros—. ¿En que canal?
El juez arrugó los labios.
—No me acuerdo —dijo un instante después—. ¿De verdad importa? Pero estarán aquí mañana por la mañana, a las ocho.
Sakura ocultó su espanto. Su rutina diaria quedaría totalmente destruida por segundo día consecutivo. Sin embargo, el juez estaba evidentemente entusiasmado con la idea de que su mayordomo fuera entrevistada. Tanto él como sus amigos estaban retirados, de manera que no existía ninguna fuente de competitividad externa aparte de ellos mismos. Jugaban al póquer y al ajedrez, intercambiaban fanfarronadas y trataban de aventajarse unos a otros. Aquél iba a ser para él un gran golpe de efecto. E incluso si no lo era, Sakura no podía negarse. Por mucho que adorara al juez, nunca olvidaba que era su jefe.
—Estaré preparada —dijo mientras reorganizaba su día mentalmente para que todo saliera tan perfecto como fuera posible.
mariland- Clan Suzaku
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En mi pequeño mundo feliz
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
interesante quedo
el capitulo
sigue asi espero el proxmi no tardes
el capitulo
sigue asi espero el proxmi no tardes
miguel-kun- Clan Seiryuu
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con kelly kelly y sakura haciendo un trio XD
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
Guao mariland déjame felicitarte; me quito el sombrero; eres digna de admiración mira que llevar 3 fic tan bien echo es algo sorprenderte.
Esta muy bueno tu fic y SI continúalo a quien no le va a gustar si esta muy bueno.
Me agrada mucho la idea de una Sakura fuerte y decidida.
Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
Wow…Interesante.
Veremos qué pasará.
Espero la Conti Ansiosísísísíma.
Saludos,besos y abrazos.
Veremos qué pasará.
Espero la Conti Ansiosísísísíma.
Saludos,besos y abrazos.
NaruSaku-12- Sannin
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Uhm ~ Con Naru-kun en el inframundo visitando a Jiraiya y Mina&Kushi
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
Me pareció interesante, a primera vista ya se gustan owo
Espero la conti de verdad, quiero ver que sucede luego
Espero la conti de verdad, quiero ver que sucede luego
Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
He leído ambos capítulos. Los dos muy interesantes, me encanta ver a Sakura como una chica fuerte, segura de sí misma y con grandes habilidades. Su personalidad también me agrada y mira que la tiene complicada con Sarutobi. A pesar de ello ha respondido muy bien a los desafíos y a los cambios de rutina.
De Naruto, es un amargado, pero un amargado sexy. Ha dejado a la pelirosa con ganas de llevárselo a la habitación, jajaja. Ha visto a Sakura bonita, pero sin duda aún la afecta su relación anterior.
Me ha gustado mucho y en verdad quiero seguir esta historia. Gracias por el traerla.
De Naruto, es un amargado, pero un amargado sexy. Ha dejado a la pelirosa con ganas de llevárselo a la habitación, jajaja. Ha visto a Sakura bonita, pero sin duda aún la afecta su relación anterior.
Me ha gustado mucho y en verdad quiero seguir esta historia. Gracias por el traerla.
marifa- Sannin
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나는 코스타리카에 있어요.
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
me lei los 2 capitulos.. me gusto bastante, esta muy buena la idea. solo una pregunta es de un libro?
bueno espero la conti pronto. suerte y cuidate
bueno espero la conti pronto. suerte y cuidate
gonmax- Sannin
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Capitulo 3
- Spoiler:
- Siempre veía una de las cadenas locales por la mañana, mientras bebía su té caliente y leía la sección de economía del «Birmingham News». Le gustaba estar al corriente de los sucesos y de la vida política de la comunidad para poder hablar de ello con sus socios. De hecho, le interesaba mucho lo que ocurría en Birmingham y en sus alrededores. Ahí estaba su hogar; tenía un interés personal en el desarrollo de la zona.
Sin duda Mountain Brook gozaba de muy buena salud. Se sentía inmensamente orgulloso de que una pequeña ciudad situada justo al Sur de Birmingham tuviera el nivel de renta per cápita más alto de la nación. Parte de ello se debía a todos los médicos que vivían allí y tenían sus consultas en Birmingham y alrededores, que había pasado de ser una ciudad que vivía del acero a un importante centro médico, con un desproporcionado número de hospitales por número de habitantes.
Venía gente de todos los rincones del país y, sin duda, de todas partes de mundo para recibir tratamiento en los hospitales de Birmingham. Pero en Mountain Brook no sólo vivían médicos. Se instalaban allí profesionales de todo tipo. En Mountain Brook convivían las viejas fortunas y los nuevos ricos. Había pequeñas casas de jóvenes parejas que deseaban vivir en la Zona por el prestigio que ello suponía y también por la calidad del sistema educativo. También había mansiones y propiedades inmensas que dejaban boquiabiertos a los visitantes que las veían desde sus coches al pasar.
Su casa era su alegría y su orgullo: una belleza de tres pisos construida en piedra gris,
maravillosamente amueblada y conservada. Tenía cinco mil ochocientos metros cuadrados, seis dormitorios y ocho baños y un aseo. Las cuatro chimeneas eran auténticas, el mármol era italiano, el alfombrado Berber de cinco centímetros de grosor era el mejor que podía encontrarse en el mercado. La piscina había sido diseñada de forma que pareciera una maravillosa gruta, con una sutil iluminación subterránea yagua plateada que caracoleaba entre las piedras hasta caer suavemente en la piscina.
La casa estaba rodeada por dos hectáreas de terreno. Dos hectáreas era mucha tierra en Mountain Brook, donde el valor del suelo alcanzaba cotas astronómicas. La propiedad estaba totalmente protegida por un muro de piedra gris de tres metros de altura. Salvaguardaban el acceso a sus dominios unos enormes portones de hierro forjado y contaba con la protección del mejor sistema de seguridad: sensores de movimiento, cámaras y detectores de calor, así como las alarmas estándares por contacto y de rotura de cristales.
Si deseaba entrar en contacto con el mundo, era él quien iba en su busca. El mundo no
tenía permitido entrar a por él. Un servicio de jardinería se encargaba de la propiedad, y un equipo de mantenimiento de piscinas tenía la piscina resplandeciente. Había contratado a un cocinero que llegaba a las tres de la tarde y que le preparaba la cena, tras lo cual se iba sin dilación. Prefería estar solo por la mañana, con su taza de té y su periódico, y una magdalena inglesa. Las magdalenas eran comida civilizada, no como el asqueroso beicon, los huevos y las galletas que al parecer tanta gente prefería. Si metías una magdalena en el tostador no había nada que limpiar después, ni necesitaba a nadie que se la preparara.
En general, estaba muy satisfecho con su mundo. Pero estaba más satisfecho aún al deleitarse con el secreto de cómo había conseguido llegar donde estaba. Si se hubiera limitado a dejar que las cosas siguieran su curso nada de todo aquello le pertenecería. Pero había sido lo suficiente perspicaz para darse cuenta de que, si no se le controlaba, su padre habría tomado una cadena de decisiones erróneas que habrían terminado por completo con la empresa. No le había quedado más remedio que intervenir. Al principio su madre lo había pasado mal, pero al final de sus días se lo había tomado mejor; había vivido rodeada de lujos y comodidades hasta que, siete años más tarde, una enfermedad del corazón terminó con su vida.
Resultaba realmente reconfortante saber que uno podía actuar según era su deber. Los únicos límites que reconocía eran los que él mismo se imponía.
Mientras hojeaba el periódico, se oía la televisión como ruido de fondo. Tenía la capacidad de concentrarse en varias cosas a la vez; si daban alguna información interesante, se enteraría. Todas las mañanas, el canal de televisión daba un reportaje sin importancia y que él solía pasar por alto, aunque a veces daban algo marginalmente original, así que siempre estaba atento a lo que se decía.
—¿Se han preguntado ustedes alguna vez cómo sería tener mayordomo? —ronroneó la dulce voz del presentador matinal—. No es necesario pertenecer a la realeza. De hecho, hay un mayordomo empleado en una de las casas de Mountain Brook, y el mayordomo es... una mujer. A continuación, y tras la publicidad, les presentaré a la Super Mayordomo.
Levantó la mirada. El anuncio le había llamado la atención. ¿Un mayordomo? Bueno, eso no tenía nada de... interesante. Nunca se había planteado tener servicio interno porque consideraba totalmente intolerables ese tipo de intrusiones en su intimidad, aunque la idea de una mujer mayordomo se le antojó intrigante. A buen seguro la gente hablaría de ello, así que necesitaba estar atento al reportaje.
En cuanto terminaron los anuncios, el presentador dio paso a la introducción, y la pantalla ofreció un plano de una casa grande de estilo Tudor rodeada de exuberante vegetación y de un elaborado jardín de flores. El plano siguiente mostraba a una mujer joven y de pelo rosado, con elegantes pantalones negros, camisa blanca y una chaqueta negra ajustada que planchaba un... ¿periódico?
—Su nombre es Sakura Haruno —dijo el reportero—, y su día nada tiene que ver con el día laborable de cualquiera de ustedes.
—El calor fija la tinta, así no mancha los dedos ni ensucia la ropa —explicó la mujer con voz grave y vigorosa mientras pasaba la plancha por el papel, dedicando al reportero una breve mirada.
Se incorporó como si algo le hubiera picado, y siguió mirando sin parpadear a la pantalla. Sakura. Se llamaba Sakura. Un nombre tan perfecto como ella, clásico en vez de moderno o llamativo.
Tenía los ojos muy verdes y la piel pálida y suave. Se había apartado el pelo rosa y liso de la cara y se lo había recogido en la nuca con un moño perfecto. Tan electrizado estaba que no podía apartar los ojos de la imagen televisada. Era... perfecta. En muy contadas ocasiones había visto tanta perfección, y cuando eso ocurría, siempre se había propuesto adquirirla. La mujer simplemente era un poco exótica; no llamativa, ni voluptuosa, simplemente... perfecta.
El corazón le latía aceleradamente y tuvo que tragar la saliva que se le había acumulado en la boca. Aquella mujer era elegante y pulcra, y sus movimientos, económicos y vigorosos.
Dudaba de que algo tan fútil como una carcajada hubiera jamás pasado por sus labios.
El siguiente plano mostró a su jefe: un señor mayor mediano y delgado de pelo blanco, con una pipa y un rostro enjuto y vivaz dominado por una nariz grande y ganchuda.
—No podría hacer nada sin ella —decía animadamente—. Sakura se ocupa de todos los detalles de la casa. Pase lo que pase, ella siempre lo tiene todo controlado.
—Sin duda lo tenía todo bajo control a principios de esta semana cuando hubo un robo aquí, en la casa —continuó el reportero—. Sin ayuda de nadie, Sakura frustró el robo haciendo tropezar a uno de los ladrones mientras llevaba una televisión de pantalla gigante.
El plano volvió a ella.
—La televisión pesaba mucho, y habían perdido el equilibrio —respondió Sakura con simple modestia.
Escalofríos de excitación le recorrieron la espalda mientras miraba y seguía escuchando, deseando volver a oírla hablar. Quería escuchar más su voz. El siguiente plano era de ella abriendo la puerta de atrás de un Mercedes clase S para su anciano jefe y a continuación dando la vuelta al vehículo para sentarse tras el volante.
—También es una experta conductora —entonó el reportero—, y ha tomado varios cursos de defensa personal.
—Me cuida —dijo el anciano, sonriendo de oreja a oreja—. Incluso a veces cocina para mí.
De nuevo la cámara mostrándola a ella.
—Mi trabajo es hacer que la vida de mi jefe sea lo más cómoda posible —explicó—. Si quiere el periódico a una hora determinada, lo tendrá a esa hora aunque tenga que levantarme a las tres de la mañana e ir a buscarlo en coche a algún sitio.
Nunca había envidiado a nadie, pero ahora envidiaba a aquel anciano. ¿Para qué necesitaba que alguien como ella cuidara de él? Estaría mucho mejor con una enfermera interna llamada Bruce o Helga. ¿Cómo podía apreciar el tesoro que tenía en ella, toda esa perfección? El reportero de nuevo:
—Ser mayordomo es una vocación altamente especializada y hay muy pocas mujeres que consigan hacerse un sitio en el gremio. Los mayordomos de primera clase estudian en una escuela de Inglaterra, y desde luego no son nada baratos. Sin embargo, para el juez Hiruzen Sarutobi, de Mountain Brook , el precio no tiene ninguna importancia.
—Es un miembro de la familia —dijo el anciano, y el último plano mostraba a Sakura sirviendo una bandeja de plata con el servicio para el café.
Ella tendría que estar aquí, pensó con violencia. Tendría que estar sirviéndole a él. Recordó el nombre del anciano: Hiruzen Sarutobi. ¿Así que el precio no importaba? Bien. Ya verían. La conseguiría, de un modo u otro.
El juez Sarutobi se dio una palmada de satisfacción en las rodillas.
—No ha estado mal el reportaje, ¿no te parece?
—Ha sido menos doloroso de lo que imaginé —respondió Sakura con sequedad mientras retiraba las cosas del desayuno—. Desde luego, tanto rato aquí para grabar sólo sesenta segundos que valieran la pena.
—Oh, ya sabes cómo es la televisión: filman rollos y rollos y luego lo descartan casi todo en la edición. Al menos no han dado mal ningún detalle. Cuando estaba en el estrado, cada vez que daba una entrevista o hacía alguna declaración, había como mínimo un detalle equivocado.
—¿Le dará el reportaje derecho al fanfarroneo durante su partida de póquer?
El juez parecía un poco avergonzado, aunque también encantado.
—Por lo menos durante dos semanas —confesó.
Sakura no pudo evitar una sonrisa.
—Entonces ha valido la pena.
El juez apagó el vídeo puesto que, naturalmente, había grabado el reportaje.
—Mandaré que me hagan algunas copias para los niños —dijo.
Sakura levantó la mirada.
—Yo puedo hacer las copias, si le parece bien. Mi aparato tiene dos cabezales.
—No empieces a usar tecnicismos conmigo —la avisó el juez, agitando la mano mientras sacaba la cinta del aparato—. Eso de «doble cabezal» suena a algo que tuviera que ser corregido por los equipos de cirujanos, y que, al hacerlo, uno de los cabezales fuera a morir en el intento. Creo que tengo una cinta virgen en la biblioteca.
—Yo tengo un montón de cintas vírgenes.
Sakura siempre tenía provisiones de cintas por si el juez necesitaba alguna.
El juez metió la cinta en la funda de cartón y escribió con cuidado «Entrevista de Sakura en televisión» en la tira adhesiva antes de darle la cinta a Sakura.
—Las echaré al correo hoy mismo. Y no olvide que hoy tiene la visita con el doctor a las dos.
El juez pareció a punto de rebelarse durante unos segundos.
—No entiendo por qué necesito volver a hacerme un análisis de sangre. He estado comiendo mejor, y el colesterol me debería haber bajado.
Había estado comiendo mejor de lo que creía; cuando le preparaba la tostada francesa,
Sakura había estado pendiente de eso. Además, El juez había accedido a comer un sustituto del beicon si podía seguir desayunando su tostada francesa.
También le servía fruta fresca todas las mañanas. En colaboración con la cocinera, se las había ingeniado para reducir drásticamente la cantidad de grasa de las comidas del juez sin que él sospechara nada. Engañarle requería un esfuerzo progresivo y constante.
—A las dos —volvió a decir Sakura—. y si vuelve a cancelar la cita se lo diré a Tsunade.
El juez se llevó las manos a la cintura.
—¿Saben tus padres la fiera que criaron?
—Por supuesto —respondió Sakura con aire satisfecho—. Mi padre me dio clases de fanfarroneo. Salí hecha una experta.
—Sabía que no tenía que contratarte —murmuró el juez mientras se retiraba a la seguridad de su biblioteca—. En cuanto vi en tu currículum que venías de una familia de militares, supe que me estaba metiendo en un lío.
De hecho, había sido su procedencia militar lo que le había decantado en su favor. El juez había sido Marine; había combatido en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. El hecho de que el padre de Sakura fuera coronel de Marines retirado, obligado a abandonar el servicio porque un accidente de coche le había dañado seriamente la cadera y la pierna izquierdas, había pesado mucho a la hora de decidirse por Sakura. Sakura suspiró. Mientras sacaba copias de la cinta también tendría que hacer otra para sus padres. Sus padres vivían en un lujosa villa para jubilados en Florida, y estarían encantados de poder enseñársela a todos sus amigos. Sakura no tenía la menor duda de que su madre enviaría copias a su hermana y a sus dos hermanos; entonces recibiría una llamada de al menos uno de sus hermanos, probablemente de ambos, diciéndole que tenían un amigo que quería salir con ella.
Lo bueno de eso era que estaba en Alabama, mientras que uno de sus hermanos vivía en California y el otro estaba destinado temporalmente en Texas. Salir con cualquier tipo que ellos conocieran era geográficamente imposible. Pero tenía veinticinco y todos estaban empezando a preocuparse visiblemente porque ella todavía no había mostrado el menor interés por casarse y ayudar a producir la siguiente generación familiar. Sakura sacudió la cabeza, sonriendo para sus adentros. Esperaba casarse algún día, pero hasta el momento estaba llevando adelante su Plan.
Aunque jamás dejaría al juez, era realista y sabía que él no viviría muchos años más. Ahí estaban todas las señales: Sakura podía conseguir que le bajara el colesterol, pero el juez ya había sufrido un grave ataque al corazón y su cardiólogo, un viejo amigo, se mostraba preocupado. Estaba visiblemente más frágil que hacía sólo seis meses. Aunque seguía totalmente lúcido, el invierno había sido testigo de una enfermedad tras otra, y cada una de ellas habían pasado factura a su cuerpo. Quizá le quedaran dos años buenos, pensó Sakura mientras se le llenaban los ojos de lágrimas, eso siempre y cuando no sufriera otro ataque al corazón.
Pero, después de que el juez muriera, Sakura quería tomarse un año sabático y viajar por el mundo. Por ser hija de militar, y acostumbrada a mudarse cada uno o dos años, había desarrollado una auténtica ansia por ver mundo. Como no tenía nada de masoquista, quería viajar cómodamente. Le gustaba su trabajo y algún día quería casarse y tener un hijo, quizá dos, pero antes deseaba poder dedicarse un año solamente a ella.
Su padre no lo entendía. Sus hermanos menos aún, puesto que constantemente eran enviados en misiones temporales a todos los rincones del mundo. Su hermana opinaba que estaba loca por no casarse cuando todavía era joven y guapa. Sólo su madre, o eso creía Sakura, comprendía las ganas de mundo de su hija pequeña.
Pero el plazo de su Plan dependía del juez Sarutobi, ya que, mientras él siguiera vivo, Sakura tenían la intención de cuidarle.
mariland- Clan Suzaku
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
que bien no tardaste en continuarlo.. me gusto el capi.. quien sera el que se obsesiono con ella??
espero ver la conti pronto. suerte y cuidate
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gonmax- Sannin
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
quien se obsesiono
con ella
me gusto el capitulo espero conti no tardes
con ella
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miguel-kun- Clan Seiryuu
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
Ya por aca leyendo este nuevo fic tuyo, qie esta muy interesante, y pinta para estar mejor. Conforme avance la historia.
Bueno al parecer tenemos un obsesivo que creo que pondra a Sakura en apuros y me huele a que puede que sea Sasuke, puede porque igual sea alguien mas, pero me intriga. Me gusta mucho el personaje de Sakura fuerte, decidida y que sea militar y sepa tantas cosas, y Naruto al parecer a sufrido mucho y por eso pinta con cara de pocos amigos, pero su estilio me ha encantado.
Conti!
Bueno al parecer tenemos un obsesivo que creo que pondra a Sakura en apuros y me huele a que puede que sea Sasuke, puede porque igual sea alguien mas, pero me intriga. Me gusta mucho el personaje de Sakura fuerte, decidida y que sea militar y sepa tantas cosas, y Naruto al parecer a sufrido mucho y por eso pinta con cara de pocos amigos, pero su estilio me ha encantado.
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hikari uzumaki- Sennin
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Morir por complacer (+18) Capitulo 4
- Spoiler:
- En cuanto sus quince minutos de fama hubieron quedado atrás y se hicieron todas las declaraciones y se firmó todo el papeleo, Sakura regresó encantada a su rutina. A media semana, las llamadas de todos los vecinos, amigos y familia del juez habían menguado, lo cual resultó ser una buena noticia, dada cuenta de que el miércoles era el día libre de Sakura. Normalmente era el día más flojo de la semana, el día en que poca cosa pasaba. Además del miércoles, Sakura disponía de medio día libre el sábado o el domingo, dependiendo de la agenda del juez. Se mostraba muy flexible a fin de adaptarse a sus necesidades, pero a cambio él era muy respetuoso con su tiempo libre.
En sus horas libres, y muy de vez en cuando, Sakura tenía alguna cita, pero siempre muy ocasionalmente, ya que no tenía la menor intención de que ninguna relación fuera más allá de algo meramente casual. También iba de compras y hacía «cosas de chicas», como se referían a ellas sus hermanos, y también entrenaba. Había instalado una serie de mancuernas en el sótano y había colgado un saco de boxeo. Se las ingeniaba para entrenar al menos media hora diaria, además de correr durante otra media hora.
Además del karate y del kick—boxing, iba a clases de judo y de tiro al arco y pasaba una hora a la semana practicando tiro en el campo de prácticas local. Era buena, pero quería ser aún mejor, incluso si se tenía a sí misma como única competidora.
Así que el miércoles, después de hacerse la pedicura por la mañana y de pintarse las uñas de un rosa oscuro y brillante, se fue a su hora habitual de entreno en un gimnasio privado. A los chicos puede que no les hiciera demasiada gracia recibir patadas de un pie desnudo con las uñas pintadas de un rosa irisado, pero la visión le alegró la mañana. Se podía simplemente dar patadas o también se podía dar patadas con estilo. Sakura siempre había preferido el estilo.
Después del entrenamiento, tras una ducha fresca y vigorizante, se invitó a sí misma a comer en Ichiraku, hizo algunas compras y luego se fue a practicar tiro a un campo al aire libre. Sólo los civiles lo utilizaban, ya que los policías tenían sus propias instalaciones. Había un campo cubierto, pero si se practicaba siempre a cubierto, cuando se disparaba fuera — como era su caso en Navidad, durante las competiciones contra los hombres de la familia—, las inclemencias del tiempo y los cambios de luz podían ser perjudiciales.
El día había amanecido cálido y primaveral, a pesar de que estaban sólo a mediados de marzo. Los árboles estaban en flor; la Forsythia y los Junquillos habían florecido desde hacía tiempo; la hierba de los jardines estaba verdeando y creciendo. Allí, en el soleado sur, el invierno era más breve, casi la mitad de largo de lo que supuestamente debía ser según el calendario. Podía hacer frío, podía haber nieve y hielo, pero en general el invierno sólo tocaba el sur ligeramente, lo justo para que los árboles de hoja caduca perdieran las hojas y la hierba se volviera marrón. Unas seis semanas después de ese sin sentido, normalmente a mediados de enero, los Junquillos empezaban a asomar sus verdes antenas y los árboles se llenaban ya de carnosos capullos. Los perales Bardford de pera blanca estaban en plena floración, rociando la hierba y algunos retazos de bosques con explosiones de color. En términos generales, aquél no era un mal lugar para vivir. Sakura todavía recordaba algunos de los destinos a los que había sido enviado su padre y donde ella había tenido la sensación de no haberse quitado el abrigo en seis meses seguidos. Exageraba, naturalmente, pero habían tenido que soportar algunos inviernos largos y fríos. Aunque hasta el momento el tiempo era perfecto.
Pagó la entrada y seleccionó la diana. Luego se puso las protecciones para los oídos y se dirigió a su banco. El campo de tiro había sido construido en una pendiente. Las balas que no daban en su marca quedaban enterradas en un banco de arcilla de siete metros de altura.
Había balas de heno repartidas por los alrededores como medida de precaución contra los disparos perdidos, aunque desde que Sakura había empezado a ir allí, nunca había visto ningún accidente. Los que iban hasta allí a practicar su puntería solían ser muy serios sobre cuestiones de seguridad y sabían muy bien lo que hacían. Iba por su cuarta diana cuando alguien se le acercó por la espalda y se quedó justo detrás de su hombro. Totalmente concentrada en lo que hacía, Sakura terminó de disparar, sacó el cartucho vacío y activó el mecanismo de devolución de diana antes de girarse hacia su visitante.
Sintió un pequeño impacto en el plexo solar en cuanto le reconoció. Se quitó las protecciones de los oídos.
—Detective —dijo, y entonces se dio cuenta de que no había manera de recordar su apellido—. Lo siento, pero no recuerdo su nombre.
—Uzumaki.
—Eso es. Lo siento —dijo de nuevo, y no ofreció ninguna excusa por haber estado tan confundida la otra noche. Así había sido, sobre todo por él, más que por los acontecimientos de la noche y por las llamadas telefónicas que había estado haciendo, pero desde luego no pensaba decírselo.
Él iba vestido de forma muy parecida a la noche del robo, aunque ya no llevaba la chaqueta y sí unas botas, vaqueros y una camiseta. La de ese día era azul. El tejido ajustado de la camiseta se adaptaba a sus hombros anchos, sus gruesos bíceps y la firmeza de sus voluminosos pectorales. No se había equivocado al evaluarlo: era un hombre fibroso sin llegar a ser musculoso.
Sakura iba a tenerlo difícil para mirarle a los ojos, ya que su mirada no deseaba subir tan arriba. De cuello para abajo, ese hombre era la definición de bombón.
La diana llegó hasta ellos por el cable automático. Naruto tendió la mano y la arrancó de la pinza, estudiando el dibujo.
—Llevo observándola desde que llegó. Es muy buena.
—Gracias —dijo Sakura mientras empezaba a recargar—. ¿Qué hace aquí? Los policías normalmente usan su propio campo.
—He venido con un amigo. Hoy es mi día libre, así que estoy sólo holgazaneando un poco.
Oh, vaya. Sakura no deseaba saber que el día libre del detective coincidía con el suyo. Él parecía bastante más amistoso, aunque todavía no había conseguido verle lo suficientemente relajado como para que en su cara se dibujara una sonrisa. Sakura le miró, estudiándolo rápidamente. A la luz del día, el rostro de Naruto todavía parecía rudo, como si hubiera sido modelado con una sierra mecánica en vez de con el cincel preciso de un escultor. Al menos se acababa de afeitar, aunque ello no hacía más que revelar aún con mayor claridad las líneas graníticas de la mandíbula y barbilla. Definitivamente no era un chico guapo. De hecho, no tenía nada de niño, ni guapo ni lo contrario.
—¿Tiene usted libres todos los miércoles?
¡Maldición! Se arrepintió de haberlo preguntado. No quería saberlo.
—No, he cambiado mi día libre con otro investigador. Tenía una misión especial que atender.
Gracias, Dios mío, pensó Sakura. Jamás había pedido una cita a ningún hombre, pero en el caso de Naruto podía caer en la tentación y hacerlo, a pesar de que él parecía tener la personalidad de una roca. Sakura era consciente de que no le haría ninguna gracia que un hombre saliera con ella sólo por su cuerpo, de manera que no pretendía caer en la misma ofensa.
—Podría haberles disparado.
Aquella declaración gruñida llegó acompañada de una repentina mirada directa que pilló a Sakura por sorpresa y a la que respondió con un leve parpadeo. Naruto tenía los ojos azules, y una expresión dura y afilada. Ojos de policía, unos ojos que no pasaban nada por alto. Él la estaba vigilando, estudiando su reacción. Sakura estaba tan perpleja que tardó un minuto en darse cuenta de que Naruto se refería a los ladrones.
—Sí, podría haberlo hecho —reconoció Sakura.
—¿Por qué no lo hizo?
—No me pareció que la situación requiriese el uso de la fuerza letal.
—Ambos iban armados con cuchillos.
—No lo sabía, y aunque lo hubiera sabido, no nos amenazaron, ni al juez ni a mí; ni siquiera subieron al piso de arriba. Si se hubiera dado una situación en la que hubiera creído que nuestras vidas corrían peligro, habría disparado —concluyó, haciendo una breve pausa—. Por cierto, gracias por no incluir nada referente a mi preparación en el informe.
—No era importante. Y no fui yo quien hizo el informe. El caso no era mío.
—Gracias de todos modos.
Los informes eran material de dominio público. El reportero de televisión habría pillado en menos de lo que canta un gallo su faceta de guardaespaldas profesional. Pero durante la entrevista no se habían hecho preguntas de ese tipo, y, desde luego, ni ella ni el juez Sarutobi habían sacado a relucir el tema. Ser la mayordomo del juez ya era bastante notable; no había necesidad de que el público supiera que además era su guardaespaldas. Si se llegaba a saber, Sakura no sólo quedaría en desventaja, sino que además atraería la atención de aquellos a los que intentaban evitar.
—Su forma de hablar —dijo Naruto sin apartar su dura mirada del rostro de Sakura—. ¿Antecedentes policiales?
¿Por qué tenía la impresión de que seguir la conversación de Naruto era siempre como perseguir a una liebre? Sin embargo, Sakura sabía perfectamente a lo que él se refería. La policía empleaba un lenguaje particular, con ciertos términos y frases, muy similar al de los militares. Al haber sido criada entre militares, todavía consideraba civiles al resto del mundo, y cuando estaba con ellos, automáticamente ajustaba su forma de hablar a un nivel más informal. Sin embargo, con el detective Uzumaki había caído automáticamente en las viejas formas.
Sakura sacudió la cabeza. —Militares.
—¿Era usted militar?
—No, mi padre. Y mis dos hermanos están en servicio activo. De modo que si digo algo omo «diana adquirida», lo he sacado de ellos.
—¿Qué cuerpo del ejército?
—Papá estaba en la Marina. Sasori está también en la Marina y Gaara en la Armada.
Naruto respondió con una breve inclinación.
—Yo fui Armada.
No dijo «estuve en la Armada», sino «fui Armada». Esa imperceptible diferencia en cuanto a la expresión parecía cubrir un gran abismo en términos de actitud. Algunos tipos se alistaban para poder estudiar; cumplían y luego lo dejaban. Los que se limitaban a decir que eran Armada eran los que estaban allí por vocación, los de carrera. Sin embargo, el detective Uzumaki era demasiado joven para haber pasado de los veinte a los treinta en el ejército, haber estudiado después en una academia de policía y haber escalado hasta la categoría de detective.
—¿Cuánto tiempo estuvo en el ejército?
—Ocho años.
Sakura digirió la noticia mientras colocaba otra diana en el clip y la enviaba a su puesto. Ocho años. ¿Por qué había dejado el servicio? Sabía que no le habían echado, porque de haber sufrido una expulsión deshonrosa no estaría en la policía de Mountain Brook. ¿Quizá hubiera resultado herido como su padre, y eso le había impedido continuar en activo? Sakura miró a Naruto y dio un repaso a aquel cuerpo fibroso y en forma. No, dudaba de que ésa fuera la respuesta.
No le conocía lo suficiente para preguntárselo, ni tampoco estaba segura de querer conocerle tan bien. No, se estaba mintiendo; definitivamente quería conocerle mejor, descubrir si bajo aquel rostro agrio y esos ojos de policía había algún resquicio de humor; aunque en este caso le convenía más no saberlo. Había algo en él —y no era sólo su cuerpo, aunque al verlo se le hacía la boca agua— que provocaba en ella una respuesta demasiado intensa. Era culpa de la maldita química, o de las hormonas, o de lo que fuera, pero Sakura sabía que aquel hombre podía conseguirla. A pesar de lo que su buen juicio le aconsejaba, Sakura intuía que Naruto podía atraerla y atraparla en una relación que interferiría a la vez en sus planes y en su trabajo.
Dicho esto, quizá fuera una idiota por no ir tras él. Quizá, a pesar de su amarga disposición, Naruto fuera un hombre al que ella pudiera amar. ¿Debía ceñirse a su Plan, o ir a por el pedazo de hombre que tenía al lado?
Decisiones, decisiones.
Reprimió una risa íntima. Ahí estaba ella, concentrada en toda aquella gimnasia mental, mientras que, por lo que sabía, él no sentía por ella la menor atracción. Podía estar casado y tener cinco hijos. Olvídalo, se aconsejó. En caso de que fuera soltero, y estuviera lo suficiente interesado por ella para dar un primer paso, entonces ella decidiría qué hacer.
Ya más tranquila, volvió a ponerse los protectores en las orejas y él hizo lo mismo. Cogió la pistola con la mano izquierda, cerró la derecha sobre la muñeca para asegurarla y, con calma, metódicamente, vació el cargador en la diana. Estaba acostumbrada a tener un público exigente —sus hermanos y su padre—, de manera que la presencia de Naruto no la molestaba.
Él volvió a quitarse los protectores mientras el cable de devolución automática enviaba la diana hacia ellos.
—Esta vez ha disparado con la izquierda.
Dios, no se le escapaba nada.
—Practico con la izquierda casi la mitad del tiempo.
—¿Por qué?
—Porque me tomo mi trabajo en serio. En una situación crítica, si tengo la derecha herida, todavía podría seguir protegiendo a la persona a mi cargo.
Naruto esperó hasta que la diana llegó hasta ellos y estudió atentamente el dibujo. Era casi tan buena con la izquierda como con la derecha.
—Entrena usted duro para enfrentarse a una amenaza que no cree que vaya a materializarse.
Sakura se encogió de hombros.
—No me pagan para que calcule los porcentajes. Me pagan para que esté preparada. Punto.
—¡Oye, Zorro!
Naruto recorrió con la mirada la fila de tiradores y levantó una mano en señal de reconocimiento.
—Creo que mi amigo está listo para marcharse.
—¿Zorro? —preguntó Sakura, sorprendida al oír aquel apodo.
—Es una larga historia —que desde luego no parecía tener demasiadas ganas de relatar—. Señorita Haruno —se despidió con una breve inclinación de cabeza y se alejó antes de que ella pudiera decir nada. Se reunió con un tipo fuerte que llevaba vaqueros, camiseta y una gorra de béisbol y que le mostró un montón de dianas de papel, a la vez que sacudía la cabeza con evidente enfado. El detective Uzumaki examinó la pistola, la volvió a cargar con destreza y a continuación fue hasta el cable y colocó una nueva diana.
Sakura no quiso mirar. Tenía que ocuparse de sus propias prácticas, de modo que disparó a tres dianas más con la izquierda, a distintas distancias, antes de dar por finalizada la sesión. Cuando miró a su alrededor, el detective Uzumaki y su amigo ya no estaban.
mariland- Clan Suzaku
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
Me encanta como es la actitud de saku, se ve el interés que le tiene a naru.
Y también el interés de el con ella, hasta ella se interesó por sus días libres jajajajajajaja
Espero la pareja avance más, conti!!!!!
Y también el interés de el con ella, hasta ella se interesó por sus días libres jajajajajajaja
Espero la pareja avance más, conti!!!!!
Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
jajaja a sakura le interesa naruto mas de lo que esperaba.. y a naruto mmm la verdad no se que pasa con el xD es demasiado inexpresivo..
espero la conti pronto. suerte y cuidate
espero la conti pronto. suerte y cuidate
gonmax- Sannin
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
me gusto
que tiene mucho interes de sakura a naruto
y viceversa
espero conti
que tiene mucho interes de sakura a naruto
y viceversa
espero conti
miguel-kun- Clan Seiryuu
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
Capitulo 5
- Spoiler:
- Después de haber dejado claro que la pistola nueva de Kiba era una basura, Naruto y su amigo fueron a la armería donde Kiba había comprado la pistola. Kiba le dio la paliza al dueño durante casi una hora sin el menor resultado: había comprado la pistola, estaba registrada a su nombre, el papeleo ya se había enviado el día en que la compró, de modo que su único recurso era recurrir al fabricante, a menos que quisiera revender la pistola a algún otro idiota inocente.
Entraron en un asador a tomar una cena temprana y algo de consuelo líquido.
—Pídeme una cerveza, ¿vale? —dijo Kiba, y salió hacia el baño. Naruto se sentó en un taburete frente a la barra e hizo los pedidos. Ya estaba tomando el café cuando Kiba regresó.
—Esa mujer con la que estabas hablando en el campo de tiro estaba muy buena —soltó
Kiba dejándose caer en el taburete junto al suyo—. ¿Te la estás tirando?
Naruto giró despacio la cabeza y miró a su amigo con absoluta frialdad, como si no le hubiera visto en la vida.
—¿Quién diablos eres, y por qué coño me iba a importar?
Kiba sonrió mostrando su apreciación.
—Esa ha sido buena. Muy buena. Casi me has asustado. ¿Te importa si la uso alguna vez?
—Haz lo que quieras.
—Entonces, ¿te la estás tirando o no?
—No.
—¿Por qué no? ¿Está casada o algo así?
—No, que yo sepa.
—Entonces, repito: ¿por qué no?
—No lo he intentado.
Kiba sacudió la cabeza y fue a coger su cerveza.
—Tienes que superarlo, tío. Has pasado por un divorcio duro, pero eso ya es historia. Ahora eres libre y tienes que pasar a la siguiente flor.
Kiba era ya todo un veterano. Tenía dos divorcios a la espalda y estaba a la búsqueda de la esposa número tres, de modo que Naruto ponía en duda cualquiera de los consejos que le daba sobre mujeres. A Kiba se le daba bien atraerlas, pero no conservarlas. Aunque, como además era un buen amigo, Naruto no dijo nada de todo eso.
—Dame tiempo —dijo con suavidad.
—Tío, ¡ya ha pasado un año!
—Entonces quizá necesite un año y medio. Además, ya salgo con mujeres.
Kiba soltó un bufido.
—Sí, citas que no llevan a nada.
—No quiero que lleven a nada. Sólo quiero sexo.
Naruto se quedó mirando su café malhumorado. Obviamente quería sexo, pero le resultaba un problema conseguirlo. Las mujeres que le ofrecían sexo de una noche sin ningún tipo de compromiso no eran el tipo de mujeres que le gustaban. Las mujeres que de verdad le atraían era el tipo de mujeres que iban en busca de una relación seria, y una relación era precisamente lo que no necesitaba en ese momento.
No es que no hubiera superado lo de Hinata. Se había olvidado de ella en cuanto descubrió que se estaba tirando a un médico del hospital donde trabajaba. Pero el divorcio había sido una pesadilla. Hinata había luchado por todo lo que podía conseguir, como si quisiera castigarle por atreverse a no desearla más. Naruto no entendía a las mujeres, o al menos no entendía a las mujeres como Hinata; si no quería que terminara con ella, ¿por qué follaba por ahí? ¿De verdad había creído que no iba a darle la patada si lo descubría? Pues sí, se la había dado, y ella había reaccionado con un sentido de la venganza rayano en la locura.
Naruto había intentado ser justo. Pero no tenía un pelo de tonto.
Lo primero que había hecho después de enterarse del lío de su mujer había sido sacar la mitad del dinero de su cuenta conjunta y abrir una cuenta en otro banco sólo a su nombre.
También había retirado su nombre de todas las cuentas de sus tarjetas de crédito, lo cual no afectó demasiado a Hinata, ya que ella tenía sus propias tarjetas de crédito. Pero en cuanto se enteró, Hinata se había vuelto loca de rabia.
Naruto suponía que se había enterado al intentar comprar algo con una de sus tarjetas después de que él la hubiera echado de casa, de manera que en eso había tomado la decisión acertada.
Naruto le dio de pleno cuando presentó la demanda de divorcio, pero ella, a su vez, presentó una contra demanda y lo pidió todo: la casa, el coche, los muebles, además de exigirle que pagara las facturas de la casa, del coche y de los muebles, a pesar de que ganaba más trabajando en la administración del hospital que él como policía, y encima quería una pensión.
El abogado que Hinata contrató era un tiburón experto en divorcios famoso por sus tácticas de tierra quemada. Lo único que le había salvado el cuello a Naruto era un abogado perspicaz y una juez aún más perspicaz que había leído a Hinata como un libro abierto.
Naruto había creído que estaba perdido cuando oyó que el juez era una mujer, pero su abogado sonrió y dijo:
—Esto va a ser divertido.
Naruto no calificaría de «divertidos» los procedimientos propios de un divorcio, pero en su caso los resultados habían sido un alivio. Debido a que no había niños de por medio, la juez lo había dividido todo en proporción directa a sus ingresos. Ninguno de los dos quería la casa, así que decidió que se vendiera, que se pagara la hipoteca y que los beneficios, si los había, fueran divididos entre ambos. Como Hinata ganaba el doble que él, Naruto obtendría el doble de los beneficios que ella, puesto que Hinata estaba en mejores condiciones para poder comprar otra casa. Naruto miró a Hinata cuando se dio a conocer la sentencia, y la vio enrojecer de rabia y de incredulidad. Desde luego aquello no era lo que ella había esperado, fuera lo que fuese. Hinata había empezado a susurrar enfurecida a su abogado, obligando a la juez a golpear con su martillo y a ordenarle que se callara.
Hinata se quedó con su coche, Naruto con su camioneta, y se repartieron los muebles de la casa. Él no quería la cama porque sospechaba que el médico de Hinata había estado allí con ella. Pero cuando compró otra casa y se instaló en ella, al menos tenía sillas en las que sentarse, una mesa y platos en los que comer, una televisión y una cama nueva en la que dormir. Cuando llegó el dinero de la venta de la casa, Naruto se había deshecho sistemáticamente de todo lo que había pertenecido a ambos. De su matrimonio no quedó ni una copa, ni una toalla, ni un solo tenedor.
Lo único que deseaba era quitarse el mal sabor de boca con la misma facilidad con la que se había deshecho de sus pertenencias. Lo peor era que Hinata había llegado a hacerle dudar de su propio juicio. La había amado y esperaba pasar el resto de su vida con ella. Lo tenían todo calculado: aunque él tenía un buen puesto en el departamento de policía de Mountain Brook, y los oficiales de Mountain Brook eran los mejor pagados del estado, en cuanto ella consiguiera el título en administración de hospitales y lograra un puesto con un buen sueldo, cosa que había conseguido con asombrosa rapidez, el plan era que él dejara el cuerpo de policía y empezara la carrera de medicina. Viéndolo desde la distancia, Naruto se preguntaba si Hinata sentía alguna especie de atracción especial por los médicos. Él había recibido educación médica en la Armada y le encantaba el reto que suponía la práctica de la medicina, pero tras dos años trabajando en Mountain Brook se había dado cuenta de que le encantaba ser policía, mucho más de lo que jamás disfrutaría trabajando como médico.
Quizá fue entonces cuando Hinata había empezado a alejarse, justo en el momento en que él había cambiado de ambición. Quizá lo que deseaba eran montones de dólares y una brillante vida social, y cuando él no le suministró ninguna de las dos cosas, ella se sintió libre para buscadas en otro sitio. Pero Naruto había creído que ella le amaba, independientemente de que en la mano tuviera un bisturí o una pistola. ¿Cómo no había visto que algo no iba bien? ¿Y si volvía a cometer el mismo error? Tenía un don para tomad e la medida a cualquier sospechoso inmediatamente, pero cuando se trataba de su propia esposa, menudo inútil. Ahora ya no podía fiarse de sí mismo: podía volver a escoger a alguien como Hinata y estar igual de ciego hasta que le abofeteara en plena cara con sus infidelidades.
—Vuelves a darle vueltas —dijo Kiba.
—Se me da bien —murmuró Naruto.
—Bueno, la práctica hace la perfección. Oye, no me extraña. Ni siquiera te has pedido una cerveza. Yo también estaría dándole vueltas si tuviera que conformarme con café.
—Tomaré una cerveza cuando comamos. Tengo que conducir, ¿recuerdas?
—Hablando de comer, tengo hambre —dijo Kiba, mirando a su alrededor y viendo una mesa vacía—. Venga, sentémonos allí y comamos algo—. Cogió su cerveza y bajó del taburete. Naruto cogió su café, señaló al camarero la mesa en la que iban a instalarse y se reunió allí con Kiba.
—¿Dónde la conociste? —preguntó Kiba.
—¿A quién?
—¿A quién? —le imitó Kiba —. ¿A quién va a ser? A la mujer del campo de tiro. A la que llevaba la pistola y tenía un culo fantástico. Por cierto, casi me da un infarto cuando he visto como lo llevaba embutido en esos vaqueros.
—La semana pasada hubo un robo en la casa donde trabaja. Le tomé declaración.
—¿La conociste la semana pasada? Entonces todavía hay esperanza. ¿Vas a invitada a salir?
—No.
—¿Por qué no, demonios? —quiso saber Kiba, levantando la voz.
La camarera se acercó y Kiba se interrumpió para coger la carta y abrirla. Naruto pidió una hamburguesa, patatas fritas y una cerveza. Después de pensado cuidadosamente, Kiba pidió lo mismo. En cuanto la camarera se fue, Kiba se inclinó sobre la mesa y repitió:
—¿Por qué no?
—Dios, eres como un disco rayado —dijo Naruto irritado.
—¿No la encuentras sexy?
Naruto suspiró.
—Sí, la encuentro sexy.
De hecho, la encontraba más que sexy; la palabra era «abrasadora». El problema era que ya había sufrido quemaduras de tercer grado en las guerras de las relaciones, y no le quedaba piel para poder dejársela en otro fracaso. Al menos, por el momento. Sabía que, siendo humano, llegaría la hora en que tendría bastante piel nueva para arriesgarse a acercarla a una nueva llama, pero ese instante todavía no había llegado.
—¡Entonces invítala a salir! Lo peor que puede pasar es que te diga que no.
—No es de las de una noche.
—Entonces ve a por dos.
—Una noche significa que no hay ningún tipo de compromiso. Dos es ya una relación, y eso es precisamente lo que no quiero.
—Puede que no, pero es exactamente lo que necesitas. Cuando uno se cae de un caballo, vuelve a montar enseguida, sin pensarlo dos veces. Móntate en este caballo, amigo, y cabalga.
Naruto soltó un gruñido.
—Déjalo ya, ¿vale?
—Vale, vale —dijo Kiba, dibujando algunas líneas en el vaho de su jarra y volviendo a mirar a Naruto —. ¿Te importa si la invito a salir?
Naruto estuvo tentado de estamparle la cabeza contra la mesa.
—No, joder, no me importa.
Sospechaba que era ahí donde Kiba había querido llegar desde el principio, asegurándose de que tenía el campo libre.
—Vale, sólo quería estar seguro. ¿Cómo se llama?
—Sakura Haruno.
—¿Aparece en el listín? ¿Tienes su número?
—No lo sé, y no.
—¿No le pediste su teléfono? Creía que tenías que tenerlo para tus archivos, o para lo que sea.
—Tiene dependencias privadas en la casa donde trabaja. No sé si también tiene algún número privado, aunque probablemente lo tenga.
—¿Trabaja en la casa? ¿La casa de quién? ¿Dónde? ¿A qué se dedica?
A veces, por su forma de acribillar a preguntas a quien tenía delante, hablar con Kiba era como conversar con una ametralladora.
—Es mayordomo, y trabaja para un juez federal retirado.
—Creía que habías dicho que su apellido era Haruno y no Mayordomo.
—Kiba. A ver si prestas atención. Es mayordomo, como en una mansión inglesa. Con una servilleta en el brazo, y esas cosas.
—No jodas —soltó Kiba, echándose hacia atrás, perplejo—. No sabía que hubiera mayordomos en Alabama. Ah, vale, estamos hablando de Mountain Brook.
—Exacto.
—Una mayordomo. Qué pasada, ¿no? No sabía que las mujeres pudieran ser mayordomos. ¿No tendría que ser una mayordoma?
A pesar de sí mismo, Naruto sonrió.
—No. No creo que exista el femenino de «mayordomo». Ocurre como con «piloto».
El cerebro de liebre de Kiba ya estaba en otra cosa.
—Entonces, ¿puedo llamarla al teléfono del viejo juez? ¿Cómo se llama?
—Hiruzen Sarutobi.
—¿Sale su número en el listín?
—No lo sé, y si no está, no, no pienso sacarlo de los archivos para dártelo.
—Menudo amigo estás hecho. ¿Por qué no?
—Porque si no aparece en el listín, es porque quiere mantenerlo en privado y no pienso causarle problemas dándoselo a tipos que van a llamarla para invitarla a salir.
—¡Ajá!
—¿Ajá qué?
—¡Que ella te interesa!
Naruto miró fijamente.
—Tu cerebro es como un escáner —dijo irónico. La camarera dejó las cervezas delante de ellos y Naruto dio un trago energetizante.
—Por eso soy tan bueno con los ordenadores. Siempre voy un paso por delante.
—En este caso no hay ningún «por delante».
—Y una mierda. La encuentras atractiva y no piensas darme su teléfono. La prueba acaba de ser entregada y el fiscal no tiene más preguntas.
—Por mucho que me agobies no vas a conseguir que te dé su teléfono. Joder, por lo que sé, está en el listín. Ni siquiera lo has mirado.
—¿De qué me sirve tener un amigo policía si no me facilita información interna?
—Para pedirle que le eche un vistazo a una mierda de pistola cuando ya la has comprado y para que te confirme que es una mierda.
La rápida sonrisa de Kiba se dejó ver de pronto.
—Bueno, también para eso, pero no cambies de tema. Estoy en plena misión contigo. Esa mujer te atrae. Fuiste a hablar con ella a pesar de que, según tus propias palabras, sabes que no es la típica que busca rollo de una noche. Amigo mío, puede que todavía no te hayas enterado, pero estás en vías de recuperación. Antes de que te des cuenta, le estarás sonriendo desde la otra punta de la mesa del desayuno.
—No sonrío—dijo Naruto, aunque tenía que hacer esfuerzos por no hacerlo.
—Bueno, entonces la estarás mirando amenazadoramente desde la otra punta de la mesa del desayuno. No me refiero a eso.
Naruto cejó en su empeño de convencer a Kiba de nada.
—Vale, tienes razón. Me pone tan caliente que cada vez que la veo podría caminar sobre tres piernas.
—Ahora estás hablando.
—Te partiré la espalda y te cortaré las piernas si la llamas.
—¡Ese es mi chico!
—¿Por qué tardan tanto esas hamburguesas?
Naruto miró a su alrededor y, justo en ese momento, la camarera llegó con dos bandejas casi llenas de picantes patatas fritas.
Kiba miró fijamente a Naruto y sacudió la cabeza con aire compungido.
—No tienes remedio, Naruto. No, no lo tienes.
—Eso he oído.
Sakura volvió a casa cansada y animada después de una dura sesión con su instructor de karate. El juez Sarutobi había salido a cenar, como solía hacer todos los miércoles para que Sakura no tuviera que atenderle, a sabiendas de que eso sería precisamente lo que ella haría en caso de que él decidiera no salir. Sakura recorrió rápidamente la casa para asegurarse de que todas las ventanas estaban bien cerradas y luego subió a sus dependencias.
El juez le había dejado el correo en la mesita que estaba junto a la puerta que daba a las escaleras. Sakura lo hojeó mientras subía las escaleras: un ejemplar del «Consumer Reports», un par de catálogos y una carta.
Dejó el correo encima de su pequeña mesa de cocina de dos plazas, metió un tazón de agua en el microondas y a continuación se fue al dormitorio y se desnudó. Se había duchado después del entreno, pero todavía sentía la ropa pegajosa. Suspiró de alivio cuando el ventilador del techo le envió una oleada de aire frío que le refrescó la piel desnuda. Había entrenado dos veces durante el día y esa noche iba a tener que mimarse. Tenía planeado hacerse una limpieza de cutis, además de darse un largo y relajante baño de espuma con esencia de lavanda.
Empezó a llenar la bañera, echó en el agua un sobre de sales de baño y luego se puso un albornoz y volvió a la cocina, donde metió una bolsita de té verde Salada en el tazón de agua caliente. Mientras el té iba tiñendo el agua, hojeó los catálogos de venta por correo y luego los tiró a la basura. El primer sorbo de té fue delicioso. Dio un suspiro, se sentó y abrió la carta.
Querida Señorita Haruno:
Quisiera ofrecerle empleo en mi casa, desempeñando el mismo puesto que ahora ocupa. Tengo una gran propiedad que a buen seguro se beneficiaría de su competente gestión, aunque creo que el beneficio sería mutuo. Sea cual sea su salario en este momento, lo aumentaré en diez mil dólares. Por favor, llámeme para comunicarme su decisión.
Vaya, qué interesante. No se sintió tentada, pero de todos modos le resultaba interesante. Miró el remite. Procedía de una calle de Mountain Brook. A juzgar por la fecha, colocada en la esquina superior de la carta, debía de haber sido enviada justo después de que el remitente hubiera visto el reportaje en televisión. En realidad no había esperado recibir otras ofertas de empleo. Se sentía halagada, pero no tenía la menor intención de abandonar al juez, por mucho dinero que le ofrecieran.
La oferta merecía atención inmediata, así que Sakura descolgó el teléfono y marco el número que aparecía en la carta. Después de dos tonos saltó un contestador y una suave voz masculina grabada dijo: «Ha llamado al 6785. Por favor, deje su mensaje».
Sakura vaciló. No le gustaba dejar mensajes, pero la gente que tenía contestadores automáticos normalmente esperaba que los demás los utilizaran.
—Soy Sakura Haruno. Gracias por su oferta de empleo, pero estoy muy feliz con mi actual situación y no preveo abandonada. Gracias de nuevo.
Colgó y cogió el tazón de té, y en ese momento se acordó del agua de la bañera. Corrió al cuarto de baño, donde encontró el agua a un buen nivel y humeante: perfecto. Después de cerrar los grifos, encendió el CD Bose, dejó el albornoz en el suelo y se metió en el agua, conteniendo el aliento en cuanto se sumergió hasta la barbilla. El agua caliente se puso manos a la obra sobre sus cansados músculos. Casi podía sentir cómo la tensión salía de ellos a borbotones. Los suaves acordes del CD de meditación llenaban el baño con el lento y relajante sonido del piano y de los instrumentos de cuerda. Tras otro sorbo de té, se echó hacia atrás y cerró los ojos, feliz y satisfecha.
«Soy Sakura Haruno». Detuvo la grabación, pulsó replay, y volvió a escuchar. «Soy Saka Haruno».
Su voz sonaba como en la televisión, grave y cálida. Había estado escuchando junto al contestador automático mientras ella dejaba el mensaje. «Soy Sakura Haruno».
No podía creer que hubiera rechazado su oferta. ¡Diez mil dólares! Pero eso era prueba de su lealtad, y la lealtad era una preciosa mercancía. Sería así de leal con él en cuanto la tuviera en casa.
«Soy Sakura Haruno».
Tenía un gran talento para hacer que la gente cambiara de opinión y disponer las cosas para su propia satisfacción. Así que ella no preveía abandonar su puesto actual. Ya se encargaría él de eso.
mariland- Clan Suzaku
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
ahora si se ven las cosas por parte de naruto xD
me parece que desde ahora las cosas cambian. ya se descarto la oferta del loco que se obsesiono con ella. ahora solo hay que esperar para ver que hace este sujeto para poder atraerla..
espero la conti pronto. suerte y cuidate
me parece que desde ahora las cosas cambian. ya se descarto la oferta del loco que se obsesiono con ella. ahora solo hay que esperar para ver que hace este sujeto para poder atraerla..
espero la conti pronto. suerte y cuidate
gonmax- Sannin
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
vaya no me hubiera esperado algo
asi buena conti espero
el proximo no tardes
asi buena conti espero
el proximo no tardes
miguel-kun- Clan Seiryuu
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con kelly kelly y sakura haciendo un trio XD
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Re: Morir por complacer act 24/10/13 (+18) Capitulo 25 /30
Me encanta el hecho de que naru también se siente atraído, y kiba se dio cuenta de ello xD
Ahora le hará la vida imposible, vamos naru da el primer paso
Saku sigue disfrutando, pero no se que pensar... Creo que ahora la pasara mal o.o
Espero la conti ^^
PD: Se que no te lo he dicho antes, pero te falta algo en el FF, que son las clasificaciones
En este caso como dice allí, solo es la fecha de actualización :3
Chau!!!
Ahora le hará la vida imposible, vamos naru da el primer paso
Saku sigue disfrutando, pero no se que pensar... Creo que ahora la pasara mal o.o
Espero la conti ^^
PD: Se que no te lo he dicho antes, pero te falta algo en el FF, que son las clasificaciones
Layla-chan escribió:
5. Poned fecha de actualización del Último Capítulo (al lado del título, o en la descripción). Debe actualizarse cada vez que se postee un nuevo capítulo.
Ejemplo :
Puedes ponerlo en la descripcion, asi: (solo la fecha)
Alma Pirata [TP](Cap 17 Primera parte)<--titulo
Tres amigos de la infancia, y un tesoro inimaginable [14/11/08] <--descripcion.
O al lado del titulo, así: (poniendo actualizado el: y pones la fecha)
[+13] La nueva historia (CAP. 7) actualizado el 15/11/08 <--Titulo
romance - celos - suspenso - y mucho NARUSAKU!!...<--descripcion
En este caso como dice allí, solo es la fecha de actualización :3
Chau!!!
Morir por complacer (capitulo 6)
- capitulo 6:
- La mañana siguiente, mientras servía el desayuno, Sakura le dijo al juez:—Ayer recibí una carta con una oferta de empleo. Deben de haber visto el reportaje en la televisión.Por alguna razón, el juez Sarutobi estudiaba su tostada francesa con evidente desconfianza. Se había puesto las gafas y se había inclinado sobre el plato para verla mejor.—¿Qué son estos puntos rojos? —preguntó.—Canela. Así es como se hacen las tostadas francesas con canela.—Ya. El médico dice que me ha bajado el colesterol en veinte puntos. El sustituto del beicon no lo habría hecho disminuir tanto, así que sé que le estás haciendo algo a mi comida.—¿Qué puede hacerse con una tostada francesa? —preguntó Sakura retóricamente.—Quizá no sea la tostada francesa. Quizá estés manipulando todo lo demás.Sakura sonrió mientras le ponía delante un cuenco de fresas recién cortadas.—Lo hago todo como siempre —mintió alegremente.—Ya —volvió a decir el juez—. ¿Sabe ese maricón soplapollas que está intentando alejarte de mí que si lo lograra estaría metiendo en su casa a una tirana?Sakura reprimió una carcajada.—¿Maricón soplapollas?El juez era un ejemplo tan claro de la vieja escuela que a Sakura no le sorprendería oírle emplear la palabra «vil» para describir a alguien. Oírle utilizar ese tipo de jerga era casi lo mismo que imaginar a los jueces de la Corte Suprema marcándose un rap en las escaleras del Capitolio.—Mis nietos.—Ah.Los dos hijos de Tsunade tenían trece y quince años. Eso lo explicaba todo.—Lo siguiente que harás será darme de comer tofu —refunfuñó el juez, volviendo a sus sospechas sobre la comida. Empezó a comerse la tostada Francesa, puntos rojos incluidos. Sakura tuvo que disimular una sonrisa, ya que la cocinera llevaba varios meses preparando al juez tofu que disfrazaba con gran maña.—¿Y qué es exactamente el tofu?—Requesón y suero, menos el suero. Requesón de soja, para ser más exactos.—Suena asqueroso —dijo el juez estudiando el falso beicon—. Mi beicon no estará hecho de tofu, ¿verdad?—No creo. Me parece que es simplemente carne falsa.—Ah, entonces vale.Sakura le habría dado un beso en su blanca cabeza si eso no hubiera ido contra la normativa de su educación. El juez siguió comiendo su falsa carne mientras seguía atento a no toparse con ninguna porción intrusa de tofu.—¿Qué le has dicho al soplapollas?—Le he dado las gracias por su oferta, pero le he dicho que estoy muy feliz con mi actual puesto.—¿Y dices que te vio en la televisión?Los brillantes ojos del juez centellearon tras los cristales de sus gafas.—Seguro, a menos que alguno de sus amigos le haya dado mi nombre.—No sería uno de ellos, ¿verdad? —preguntó él con desconfianza.—No, no he reconocido su nombre.—Quizá se trate de un guapo joven que se enamoró de ti en cuanto te vio.Sakura a duras penas reprimió un bufido de incredulidad.—La gente que ofrece un puesto de trabajo a alguien sin conocer sus cualificaciones y sin pedir referencias es idiota.—No te cortes, Sakura. Cuéntame cómo te sientes de verdad.Esta vez Sakura se echó a reír, porque esa frase también tenía que ser obra de Asuma.—Al menos deberías dejar que te hiciera una entrevista —le dijo el juez, sorprendiéndola.Sakura dejó de hacer lo que estaba haciendo y le miró fijamente.—¿Por qué?—Porque yo ya estoy viejo y no me quedan muchos años. Puede que ésta sea para ti una buena oportunidad, y quizá hasta te ofrezca un sueldo mejor.—Ya lo ha hecho, pero da igual. A no ser que usted me eche, tengo intención de quedarme aquí hasta que usted ya no esté.—Pero más dinero te ayudaría con tu Plan.Sakura le había hablado de que planeaba tomarse un año sabático y viajar por el mundo, y él se había entusiasmado con la idea y se había puesto a estudiar el atlas mundial, buscando cosas en diferentes países que, según creía, podían ser de interés para ella.—Mi Plan está en perfecta forma, y de todos modos la gente es más importante que los planes.—Disculpa a este anciano por meterse en tu vida, pero eres una jovencita adorable. ¿Qué hay del matrimonio? ¿Y de la familia?—También espero llegar a eso, aunque todavía no. Y si no me caso nunca, la verdad es que disfruto de mi vida y me encanta la profesión que escogido. Estoy feliz conmigo misma, que no es poco.—No, no lo es. De hecho, es un don muy poco frecuente —concluyó el juez con una amable sonrisa mientras la estudiaba—. Cuando te cases, y date cuenta de que he dicho«cuándo» y no «si», porque algún día encontrarás a un hombre que será lo suficientemente listo como para no dejarte escapar, ese hombre debería arrodillarse todos los días y dar gracias a Dios por su buena suerte.Sakura estuvo a punto de abrazarle. En vez de eso, sonrió y dijo:—Eso es un cumplido encantador. Gracias. ¿Cree que seguirá sintiéndose así si le doy de comer tofu?—Sabrá que lo hace por su bien.A pesar de su galante respuesta, el juez volvió a mirar su plato vacío.—Se lo prometo: nada de tofu en su tostada francesa.El juez suspiró aliviado y empezó a comer su cuenco de fresas, sin intentar obtener una promesa más extensa. Era lo bastante perspicaz para que, con su omisión, ella se diera cuenta de que él sospechaba que ya estaba siendo contaminado con tofu y de que se sometía con gran elegancia siempre y cuando su querida tostada francesa quedara intacta.Después del almuerzo, Sakura recibió la llamada en parte esperada de uno de sus hermanos.Era Gaara, que llamaba desde Texas.—Hola, cariño. Me ha encantado la cinta. Se te aprecia mejor. Ninguno de estos tipos puede creer que seas mi hermana, y todos quieren que te los presente.—Ni soñarlo —dijo Sakura con una sonrisa.—¿Por qué no? Admito que hay algunos a los que no les presentaría ni a mi peor enemiga, pero hay un par que no están mal.—¿He mencionado lo orgullosa que estoy de mi medallón? — preguntó Sakura dulcemente.—Ni se te ocurra.—Me parece que saco el tema cada vez que tengo una cita.—No tengo mucho tiempo —dijo él apresuradamente—. En la nota que acompañaba a la cinta, mamá decía que habías abortado un robo con un buen puñetazo.—No fue un buen puñetazo. Fue un derechazo a la sien.—Ay. Buena chica, dando duro.—Gracias.Teniendo en cuenta que venía de un Ranger de la Armada, aquello era un gran cumplido—. Esperaba que tú o Sasori llamarais, quizá ambos, cuando vierais la cinta.—Probablemente Sasori todavía no la haya visto. No está en el país.No había más que decir. Sakura había crecido en una familia de militares y sabía lo que eso significaba. Sasori era lo que se conocía como un Force Recon: había estado en Afganistán, luego de regreso a California, y sólo Dios y el Pentágono sabían dónde estaba en ese momento. Bueno, probablemente Gaara lo supiera. Sasori y él tenían sus métodos para comunicarse.—¿y qué pasa contigo?—Sigo en Texas.—Ya lo sé —dijo Sakura entornando los ojos, exasperada, sabiendo que él la había oído utilizar aquel tono de voz lo suficiente para visualizar sus ojos entornados.—Seguiré aquí hasta que las vacas vuelvan a casa. Me estoy oxidando por falta de actividad.«Hasta que las vacas vuelvan a casa» era el código que utilizaban para decir que ese mismo día le enviaban a un nuevo destino, puesto que las vacas volvían a casa todas las tardes. Sakura no se molestó en preguntar dónde le enviaban. Aunque, de todos modos, él tampoco iba a decírselo.—¿Has hablado con mamá y con papá?—Anoche. Están bien.Lo que quería decir que también a ellos les había dicho que le enviaban a un nuevo destino. Sakura suspiró, frotándose la frente. Desde el once de septiembre, la congoja estaba presente en todas las familias de militares, pero Sasori y Gaara eran ambos oficiales de carrera, y muy buenos en su trabajo. Luchar contra terroristas no era como luchar en una guerra convencional, en la que la infantería perdía o ganaba territorio. Esta guerra en particular requería la habilidad y la cautela de las fuerzas especiales, que atacaban con gran rapidez y contundencia para desaparecer de inmediato.—Cuídate, y no te tropieces con tus enormes pies.Ése era el código que ella utilizaba para decirle «Te quiero, ten cuidado».—Tú también, Saku.A pesar de lo preocupada que estaba, cuando colgó Sakura sonrió. No podía haber tenido dos hermanos mejores, incluso a pesar de que cuando eran niños, ambos la volvían loca. Sakura había sido el chicarrón de la familia, mientras su hermana Karin les miraba armar jaleo sin ocultar su desdén, y aunque Sakura era mucho más pequeña, eso no le había impedido integrarse en los partidos de fútbol americano de sus hermanos, colarse en sus excursiones de pesca, o defenderse con sus pequeños puños cuando intentaban hacerla enfadar o cuando se burlaban de ella. En resumen, Sakura había sido la peste, y ellos la querían igualmente.Oyó el leve repiqueteo que indicaba que se había abierto una puerta, y miró su reloj: las dos en punto. Como marcaba su horario, el juez salía a dar su paseo después de comer. A la vuelta, se detendría en el buzón y cogería el correo; luego querría un café recién hecho mientras se sentaba en la biblioteca y revisaba el botín del día. El juez adoraba el correo, incluso la propaganda, y hojeaba todos los catálogos. Según decía, la jubilación tenía algo bueno: le daba tiempo para leer cosas que no eran importantes.Sakura conectó la cafetera y preparó la bandeja. La cocinera, levantó la mirada de la gelatina de tomate que estaba preparando.—¿Ya es la hora?—Como un reloj—. Sakura hizo una pausa antes de volver a hablar—. Hoy ha preguntado por el tofu.—Entonces va estar buscándolo en la comida ¿no? Hoy voy a ser creativa y no voy a ponerle tofu. Veamos, para cenar voy a hacerle espárragos a la plancha, patatas y zanahorias enanas asadas y una costilla de cordero. No habrá nada que se parezca al tofu ni de lejos — dijo, echando un vistazo a los panecillos que tenía en el horno—. ¿Cómo tiene el colesterol?—Le ha bajado veinte puntos.Se sonrieron con satisfacción. Trabajar conjuntamente para hacer comer platos saludables a alguien que se resistía a la idea era mucho más divertido que dar de comer ese tipo de comida a alguien que de hecho deseaba comer saludablemente.Cuando Sakura oyó el repiqueteo de la puerta que indicaba el regreso del juez, sirvió el café y llenó un pequeño jarro de cuatro tazas para que pudiera volver a llenar su taza si lo deseaba. En la bandeja también había un plato con finas rodajas de manzanas Granny Smith, un delicioso jarabe de caramelo bajo en grasa y unas cuantas galletas de trigo, por si al juez le entraban ganas de picar. Antes de la llegada de Sakura a la casa, su pequeño tentempié de la tarde solía constar de un pastelito de chocolate o un par de donuts Krispy Kreme. Había sido toda una batalla obligarle a que renunciara a los donuts, una batalla en la que además Sakura estaba de su parte. Renunciar a los Krispy Kreme era una verdadera tortura.—¿Sakura?En vez de dirigirse a la biblioteca, el juez iba de camino a la cocina. La cocinera y ella intercambiaron miradas de confusión. Entonces Sakura dijo:—Estoy aquí, señor —y fue hacia la puerta.Además del habitual montón de revistas, catálogos, facturas y cartas, el juez llevaba un pequeño paquete.—Ha llegado esto para ti.Normalmente dejaba el correo que llegaba para Sakura en la mesita del vestíbulo.—Qué raro —dijo ella, cogiendo la bandeja—. No he pedido nada.—No tiene remite. Esto no me gusta nada. Podría ser un paquete bomba.Varios años atrás, un juez de la zona de Birmingham había sido asesinado por una carta bomba. Eso provocó que todos los jueces se volvieran muy cautelosos cuando recibían paquetes sospechosos. Las cartas con ántrax recibidas en Florida, y luego en Nueva York y Washington, no habían sido de mucha ayuda.—¿Por qué iba nadie a enviarme una carta bomba? —preguntó Sakura mientras llevaba la bandeja por el pasillo y el juez le seguía con su correo y el paquete.Sakura dejó el servicio del café en el escritorio del juez, donde a él gustaba, pero, en vez de sentarse, el juez puso su correo sobre el escritorio y se quedó de pie con el paquete en la mano, mirándolo sin saber qué hacer. Normalmente Sakura nunca habría su correo hasta que llegaba la noche y se encerraba en sus dependencias, pero se dio cuenta de que el juez no se relajaría hasta saber que el paquete no contenía nada letal.—¿Vemos de qué se trata? —preguntó Sakura, tendiendo la mano para cogerlo.Cuál fue su sorpresa cuando el juez no le dio el paquete.—Quizá deberíamos llamar a la brigada de explosivos.Sakura no se rió. Si el juez estaba tan alarmado, el asunto no tenía nada de gracioso.—Si hubiera sido una bomba, ¿no habría estallado cuando lo cogió del buzón?—No, porque si fuera sensible al movimiento jamás habría pasado por el sistema de correos. Las cartas bomba utilizan dispositivos activables por presión o por fricción.—Entonces tomémoslo con calma. ¿Quién me conoce que pudiera enviarme algo a esta dirección?—Nunca debimos haber hecho el reportaje en televisión —dijo el juez, sacudiendo la cabeza—. Ha despertado a todos los lunáticos.—Primero alguien intenta contratarme, y ahora alguien me manda paquetes. ¿Deberíamos meterlo en agua?Quizá fue esa pregunta, y la visión de ambos sumergiendo el paquete en la bañera y llamando a la brigada de explosivos, pero de pronto el juez se relajó y sonrió un poco.—Estoy siendo un poco paranoico, ¿verdad? Si alguien recibiera un paquete bomba, sería yo.—Con los tiempos que corren más vale irse con cuidado.El juez suspiró.—¿Me dejas que lo abra por ti?Sakura se mordió el labio. Era su deber protegerle y no al contrario. Pero él formaba parte de la generación que había aprendido que los hombres protegían a las mujeres, y se daba cuenta que para él aquello era importante.—Por favor —insistió el juez.Ella asintió, más conmovida de lo que alcanzaba a expresar.—Sí, por supuesto.El juez se alejó de ella, cogió un abridor de cartas y con sumo cuidado cortó la cinta de embalar que sellaba las costuras de la pequeña caja. Sakura se sorprendió a sí misma conteniendo el aliento cuando el juez abrió las solapas, pero no ocurrió nada.El contenido de la caja estaba envuelto en papel marrón. El juez tiró del papel y miró dentro. Una leve expresión de confusión se le dibujó en el rostro.—¿Qué es?—Un pequeño joyero.Dejó el paquete encima de la mesa y sacó una caja pequeña y plana de unos cuatro centímetros cuadrados. Era blanca y llevaba el nombre de la tienda grabado en oro. El juez la agitó, pero no se oyó nada.—Creo que podemos decir sin temor a equivocamos que definitivamente no se trata de ninguna bomba —dijo el juez, entregándole la caja.Sakura abrió la tapa y levantó una fina capa de algodón. Y allí, sobre una nueva capa de algodón, había un colgante en forma de lágrima, en la que pequeños diamantes rodeaban un rojo rubí. La cadena estaba fijada para que no tintineara al agitarla. Ambos se quedaron mirando fijamente el colgante. Era precioso, aunque inquietante.¿Quién podía enviarle una exquisita pieza de joyería como ésa?—Parece cara.El juez Sarutobi se mostró de acuerdo.—Debe de costar unos dos mil dólares. Naturalmente sólo es una suposición, pero el rubí es bueno.—¿Quién diantre puede enviarme joyas caras?Sin salir de su asombro, Sakura cogió la caja marrón y arrancó la capa de papel del fondo. Una pequeña tarjeta blanca cayó al suelo.—Ajá.Se agachó y cogió la tarjeta, dándole la vuelta para leer lo que había escrito en una cara. Volvió a darle la vuelta para ver la otra cara, pero estaba en blanco.—¿Dice quién la envía?Sakura sacudió la cabeza.—Me están entrando escalofríos.El juez vio que había algo escrito en la tarjeta.—¿Qué dice?Sakura levantó la mirada, y sus ojos verdes revelaron claramente la confusión y la inquietud que la embargaban. Entregó la tarjeta al juez.—Dice: «Una pequeña muestra de mi estima». Pero, ¿quién la envía?
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Lun Nov 04, 2024 10:55 am por Layla
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