La Esposa de Siempre [18+] [15/03/13]

–Naruto. –le dijo Hinata. –tienes que tranquilizarte.

–¿Cómo puedo tranquilizarme? –Naruto, que había estado recorriendo de arriba a abajo la oficina durante más de diez minutos, se dio la vuelta y miró a Hinata. –Hace una semana que Sakura ha desaparecido. ¡Una semana! ¡Y ninguno de esos detectives puede saber dónde se encuentra!

–Enfadarte no sirve de nada.

–¡Yo no estoy enfadado! –gritó. Se fue a mirar por la ventana–. ¡Mira toda esta ciudad! Sakura puede estar en cualquier sitio, sola y desprotegida.

–Ni está desprotegida, ni ha desaparecido. Te ha dejado, Naruto. Eso es lo que me dijiste, ¿no?, que te dejó una nota.

–¿Y qué demuestra eso? Había estado enferma. Había sufrido un accidente. Se había dado un golpe en la cabeza... –le pegó una patada a una silla. –Si por lo menos supiera que está bien.

–Está bien.

–Eso tú no lo sabes.

Pero sí lo sabía. Sakura Uzumaki estaba todo lo bien que se podía esperar de una mujer que se pasaba el día llorando en el apartamento de Hinata.

Dos días antes, cuando Hinata llegó a casa, se encontró con que Sakura había hecho las maletas y decía que se iba a un hotel. Estuvo a punto de aplaudir aquella decisión, pero prevaleció el sentido común.

Si Sakura se quedaba sola, podría hacer cualquier cosa. A lo mejor cambiaba de opinión y decidía ir a ver a Naruto. O a lo mejor se encontraban en la calle. Manhattan era muy grande y las posibilidades de que se encontraran pequeñas, pero...

Hinata había sopesado las posibilidades. Tenía que esconder a Sakura un poco más de tiempo. Así que le había contado que Naruto le había retirado todo el dinero de sus cuentas.

–Te tendrás que quedar aquí un poco más de tiempo, querida. –le dijo, con una amable sonrisa.

Sakura no tuvo más remedio que aceptar.

El único problema era que las cosas no estaban saliendo como Hinata había pensado. Sabía que Naruto se quedaría destrozado, pero nunca se imagino que reaccionara de la manera que reaccionó.

Se puso frenético. Se volvió medio loco, cuando supo que su mujer se había ido. Llamó a la policía y contrató a detectives privados.

Y rechazó a Hinata cuando ésta quiso consolarlo. Lo miró. Estaba detrás de su mesa, con la cara apoyada en sus manos. Era increíble que pudiera estar tan triste por perder a una mujer tan normal y corriente como Sakura.

–Ridículo. –murmuró ella.

Naruto la miró.

–¿Qué es ridículo?

Hinata se sonrojó.

–Que la policía no la haya encontrado aún.

Naruto suspiró y se frotó la cara con las manos. No había dormido más de una hora, desde que Sakura se había marchado, y el cansancio se reflejaba en su rostro.

–Sakura dejó una nota, así que técnicamente no se la puede dar por desaparecida. Si no fuera porque tiene amnesia, no estaría buscándola.

–Ya no tiene amnesia. Recuerda todo.

Naruto la miró con los ojos entrecerrados.

–¿Y tú cómo lo sabes, Hinata?

–Bueno, pues... –tragó saliva e intentó buscar una respuesta. –Eso es lo que tú dijiste, que decía la nota.

–Sí, pero eso no quiere decir nada. –puso las manos en la mesa y echó para atrás la silla. –Kabuto me ha dicho que la memoria se recupera poco a poco. Seguro que no se acuerda de lo que de verdad es importante.

Naruto puso una cara que hizo que a Hinata se le revolviera el estómago.

–Al parecer tú tampoco recuerdas lo importante.

La mirada que le dirigió, la dejó sin aliento.

–Me gustaría que me explicaras eso. –le dijo, en un tono muy frío.

Hinata dudó. ¿Por qué no? Había llegado el momento de dejar las cosas claras.

–Quiero decir, que parece que has olvidado que tu matrimonio con Sakura estaba abocado al fracaso.

–¿Que estaba abocado al fracaso? –Naruto se puso de pie. –¿Por qué dices eso?

–¡Naruto, no pagues tu enfado conmigo!

–Sólo quiero una respuesta a una pregunta muy sencilla, Hinata. ¿Por qué piensas que mi matrimonió estaba abocado al fracaso?

–La verdad, parece que se te ha olvidado que te estabas divorciando. Y de cómo llegaste a esa decisión. Yo sé, mejor que nadie, lo mal que iban las cosas entre tú y Sakura.

–Pero lo que no sabes es lo mucho que la amaba–le contestó, apretando los dientes. –Y por lo que respecta al divorcio, eso ya era pasado...

–Porque perdió la memoria, sí, pero...

–¡Y un cuerno, porque perdió la memoria! –pegó un puñetazo en la mesa y los papeles salieron volando. –¡La amo! ¿No lo entiendes? Aunque haya recuperado la memoria, podríamos haber solucionado las cosas entre nosotros. Yo amaba a Sakura como ella era al principio y como era después del accidente. Tiene que haber una razón por la que ella haya cambiado. Y salí de la consulta del doctor Kabuto, dispuesto a hablar de eso con ella...

Se dio la vuelta. Hinata dudó un instante. A continuación se fue lentamente hacia donde Naruto estaba y le puso la mano en la espalda.

–Naruto, –le dijo. –tienes que aceptar lo que ha pasado.

–No lo acepto. ¿No lo entiendes?

–Sakura ya ha recuperado la memoria. Y ha decidido finalizar lo que iba a hacer antes de sufrir el accidente. Separarse de ti...

Naruto se dio la vuelta y la agarró de la muñeca.

–¿Y tú cómo sabes eso?

Hinata lo miró fijamente.

–Porque así es como ocurrió. –tartamudeó. –Tú me lo contaste...

–Nunca.

–¡Sí lo hiciste! ¡Me dijiste que te había pedido el divorcio!

–Te dije que habíamos acordado separamos. –Naruto la miraba con ojos tan fríos, como el hielo. –Nunca te dije que Sakura quería divorciarse de mí.

–Es posible que yo me imaginara... –Hinata miró la mano de Naruto, apretando su brazo. –Naruto, me estás haciendo daño.

–Lo siento. –le dijo, soltándola. –No sé en lo que estaba pensando.

–No importa. Lo entiendo.

–Ojalá hubiera llegado antes a casa.

–No puedes culpabilizarte.

–Ojalá hubieran estado allí los criados.

–Naruto, por favor, intenta tranquilizarte.

–Ni siquiera estaba Eiji. Tuvo que ir a cambiar el aceite a esa porquería de coche.

–Oh Naruto, me partes el corazón. Ojalá pudiera hacer algo por... ¿Qué haces?

Naruto se puso la chaqueta.

–Me voy a casa. Es mejor eso que hacer un agujero aquí en el suelo.

–¡No te vayas! Haré un té.

–Tengo que dormir un poco. Y tú tómate el día libre, si quieres.

–Pero no podemos dejar sola la oficina.

Naruto sonrió.

–Confía en mí, Hinata. Podemos.

–Pero...

Fue inútil protestar, porque ya se había ido. Hinata se fue a la mesa de Naruto y se sentó en su silla.

Maldijo a Sakura. Se había ido, pero no la había olvidado. Y era una amenaza mientras siguiera en Nueva York. Pero ella no era la mujer con la que tenía que estar Naruto.

Sakura pertenecía al pueblo de donde llegó.

Echó para atrás la silla y se fue hacia la puerta. Y cuanto antes se fuera, mejor.
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El apartamento de Hinata estaba en silencio.

–¿Sakura? –cerró la puerta y tiró su bolso en una silla. –¿Dónde estás, Sakura? Tenemos que hablar.

Y no era que quisiera hablar con ella. Le daría a aquella pobre chica un cheque, para que comprara un billete de autobús y se fuera de allí cuanto antes.

La vida volvería a la normalidad. Naruto necesitaría consuelo, y ella estaría allí, para ofrecérselo.

¿Qué era eso?

El corazón le empezó a latir con fuerza, cuando vio la nota en la mesa de la cocina. Aquella hoja de papel doblado la llenó de preocupación.

Abrió la nota y la leyó.

Querida Hinata:

Has sido muy amable conmigo, pero no puedo seguir imponiendo mi presencia. De pronto me he acordado de que guardé algo de dinero en mi casa. Me voy a recogerlo y...

–No. –susurró Hinata. Dobló la nota. –No. –repitió, mientras corría hacia la puerta de su apartamento.
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Sakura no tardó mucho en encontrar lo que estaba buscando.

Los doscientos dólares que había ahorrado, estaban en la mesilla de noche, donde ella los había dejado. Los había dejado allí, para comprarle a Naruto un regalo de cumpleaños...

Confiando en que ese regalo pudiera cambiar la situación entre ellos.

Los ojos se le empañaron de lágrimas y se los restregó con el dorso de la mano. Era una estupidez pensar en eso. Eso pertenecía ya al pasado. Era el momento de pensar en su futuro.

Y en salir de la casa sin hacer el menor ruido.

Era una tontería, pero no quería encontrarse con nadie. A esa hora, un viernes, la señora Aoki estaría en el mercado. Eiji estaría en la cocina, viendo una de sus óperas favoritas.

Sakura subió la escalera, sin hacer ruido. Pensó que no iba a echar de menos aquella casa. Al único que iba a echar de menos era a Naruto. ¿Pero, para qué seguir enamorada de alguien que no estaba enamorado de ti?

Antes de sufrir el accidente, ya había asumido ese hecho. Había aceptado el divorcio. Y lo aceptaría otra vez. La angustia que había sentido por perder a su marido había sido comprensible, después de todo lo que había pasado entre ellos el fin de semana.

No, eso no había influido en nada. Había sido una mentira. Nunca le perdonaría a Naruto haberla engañado de aquella manera.

De pronto oyó la puerta de la calle. Sakura se sobresaltó, y creyó que sería la señora Aoki.

Pero no era el ama de llaves, sino Naruto.

Se quedaron mirándose el uno al otro, sin poderse decir una palabra. Fue Sakura la que primero se recuperó.

–Hola, Naruto. –le dijo. No le respondió, pero no tenía porqué. La expresión de su rostro era más elocuente que las palabras. –Supongo que te sorprende verme.

¿Sorprendido? Más que eso. Era un hombre que nunca se había quedado sin nada que decir. Pero allí estaba, mudo.

–¿Dónde diablos te has metido?

–No tienes que gritarme, Naruto. No estoy sorda.

–Gracias por la información. –le gritó. –y ahora respóndeme. ¿Dónde has estado?

–No he venido a discutir. –le respondió.

–¿No?

–No.

Naruto cerró la puerta de golpe.

–¿Y a qué has venido entonces? ¿Has venido a ver si me he subido por las paredes, tratando de saber dónde estabas, si estabas viva o muerta?

–Estoy bien, como puedes ver.

–¿Sí?

–Sí –respondió ella, y él dio unos pasos, para acercarse a ella.

–Pues que bien me has engañado.

–Ya te he dicho que no he venido a discutir.

Naruto se desabrochó la chaqueta y se puso las manos en la cadera.

–¿Me puedes decir entonces a qué has venido?

–He venido a recoger una cosa.

–¿Una cosa?

–Sí.

Naruto se cruzó de brazos.

–La verdad es que esta conversación no nos lleva a ningún sitio.

–Esto no es una conversación, es un interrogatorio.

–No lo es aún, pero si no me empiezas a dar respuestas claras, seguro que se va a convertir en un interrogatorio.

–Vine a recoger dinero que tenía guardado en...

Se mordió el labio. Eiji y Asuki aparecieron en el vestíbulo y se quedaron mirándolos. Naruto se dio la vuelta y los miró.

–¿Y bien? –les gritó. –¿Qué es lo que queréis?

–Nada señor –respondió Eiji. –Es que hemos oído el portazo y luego las voces... –miró a Asuki. –Bueno, nos vamos a la cocina.

–Mejor que eso, iros a dar una vuelta y dejadnos solos.

Eiji asintió, agarró a Asuki del brazo y se la llevó. Sakura, aprovechando aquella interrupción se fue hacia la puerta. Naruto estiró el brazo y la agarró de la muñeca.

–Déjame. –le pidió ella.

–Primero tienes que explicarme por qué viniste.

–Ya te lo he dicho, quería recoger el dinero que dejé en mi habitación. –levantó el mentón. –Tengo que admitir que es tuyo, pero...

Naruto lanzó un juramento, que la hizo enrojecer.

–¿Tu dinero? ¿Mi dinero? ¿De qué hablas? El dinero es dinero, nada más. Y siempre ha sido tuyo y mío.

–Lo que intento decirte es que ese dinero lo ahorré yo.

–¿Y para qué lo necesitabas?

–Para marcharme.

–¿Para marcharte? –repitió Naruto. –¿Sin tener la decencia siquiera de decírmelo a la cara?

–Ya te lo dije. –Sakura intentó soltarse. –Te dejé una nota.

–Ah, sí, dejaste una nota, diciéndome que habías recuperado la memoria y que querías divorciarte.

–Naruto, todo esto no tiene sentido. Ya te he dicho que no he venido a discutir.

–Está bien. Has venido a por el dinero que estuviste ahorrando, supongo que para marcharte en la primera ocasión que tuvieras.

Se movió con tanta rapidez, que no pudo esquivar el puñetazo que le dio en el hombro.

–Oye...

–¡Eres una rata! –lo miró fijamente a los ojos. –Ahorré ese dinero para comprarte un carburador el día de tu cumpleaños.

–¿Qué?

–Un carburador. Esa pieza que estabas buscando una vez en el catálogo.

–Un carburador Halley.

–Sí, sólo había que pedirlo para que te lo enviaran, en vez de andar de desguace en desguace.

–¿Y para qué me ibas a comprar un carburador?

–Pues porque pensé que si te lo regalaba para tu cumpleaños, a lo mejor podríamos recuperar la relación...

Se quedó mirándolo, arrepentida de haberle dicho casi que siempre le había amado. Con lágrimas en los ojos, se dio la vuelta y le dijo:

–Adiós, Naruto. Ya te diré dónde puedes enviar mis cosas. O mejor, regálalas a quien quieras.

Naruto la tomó en brazos y se la llevó a su estudio

–¿Estás loco? Suéltame...

–Tú no te vas a ninguna parte, hasta que no aclaremos esto. –le contestó él.

–No tenemos nada de qué hablar.

–¿No?

–No.

–¿Y por qué te preocupaba entonces recuperar la relación?

–Lo dije sin pensar en lo que decía. Además, eso ya no tiene importancia.

–¡Por supuesto que la tiene! –le puso las manos en la cara y la obligó a mirarlo. –¿De verdad que te importa nuestra relación?

–¡Siempre me ha importado, Naruto! –le gritó. –¿Te sientes mejor ahora? ¿No es suficiente comprobar que yo no pertenezco a tu círculo social?

–¿Pero de qué estás hablando?

–Pues de que yo no tengo tu posición, ni tu dinero, ni tus amigos. Te casaste conmigo sin pensarlo y un día te despertaste y te diste cuenta de que yo no encajaba en tu vida.

–Quieres decir, que un día me desperté y me di cuenta de que mi gitana se había convertido en una... una... –Naruto la soltó y se puso a caminar por la habitación. –¡No puedo describir en lo que te convertiste! Una mujer que se preocupaba más de otra gente que de mí, que quería convertir esta casa en un mausoleo, que ni siquiera me dejaba tocarla...

Se detuvo, al ver la angustia en los ojos de Sakura.

–Porque... porque... –Sakura tomó aliento. Tenía que decirle toda la verdad. –porque me daba vergüenza de como... como era, cada vez que hacíamos el amor.

–¿Vergüenza de qué?

–Ella nunca dijo nada, nunca se refirió a eso. Yo nunca le hubiera contado algo tan íntimo. –juntó sus manos, para controlar su temblor. –Pero me dijo que algunas cosas que hacía, o decía en la cama, podrían ser una grosería...

–¿Quién te dijo eso?

–Y yo intenté hacer lo que ella me dijo. Ser la esposa que tú te mereces.

–¿Quién te dijo eso, Sakura? –pero antes de que ella se lo contara, él ya lo sabía. –¿Quién te dijo que tú no eras la esposa que yo quiero?

–Hinata. –susurró Sakura. –Trató de ayudarme para que yo cambiara, pero no pude.

Naruto la abrazó.

–Escúchame. –le dijo. –Y mírame, para que sepas que lo que te vaya decir es verdad. –esperó a que ella lo mirara. –Yo nunca he querido que tú cambiaras. Te quiero como eres.

–Pero Hinata me dijo...

–Mintió.

–¿Por qué? ¿Por qué iba a mentir? Fue muy amable conmigo. Incluso esta semana, cuando no tenía ningún sitio donde ir, me ha dejado su apartamento.

Los ojos de Naruto se inyectaron en sangre.

–¿Has estado toda esta semana con Hinata? ¿Y yo he estado poniendo patas arriba esta ciudad para encontrarte, y ella sabía dónde estabas?

–Sí. Después de contarme lo del divorcio y de que yo recuperara la memoria... –Sakura tomó aliento. –¿Trataste de localizarme?

Naruto la abrazó.

–Casi pierdo la cabeza. –le dijo. –No sabes lo que te amo.

Sakura suspiró. Levantó sus brazos y se los puso en el cuello.

–No, tendrás que decírmelo.

–Te quiero y siempre te querré. –le dijo Naruto.

Justo en ese momento, la puerta se abrió.

–¿Señor Uzumaki? –dijo la señora Aoki. –¿Está usted...? –se quedó sorprendida al ver a Sakura. –Señora Uzumaki, no sabía que hubiera vuelto. Siento mucho molestarles, pero...

Hinata apartó al ama de llaves y entró en la habitación.

–Naruto. –dijo. –He visto a Sakura, y creo que tienes que saber. –se quedó pálida, pero al instante recuperó su color. –Ya veo que está aquí. Naruto, no sé lo que te ha contado, pero todo es mentira.

Naruto puso el brazo sobre el hombro de Sakura. La expresión en su mirada era bastante elocuente.

–Si fueras un hombre, te rompería la cabeza y disfrutaría mientras lo estuviera haciendo.

–Por favor, Naruto, puedo explicártelo...

–¡Fuera!

–Esta chiquilla no es para ti. Ella es... es...

Naruto soltó a Sakura y dio unos pasos.

–¡Eres una perra mentirosa! Te juro que como te vuelva a ver, no respondo de mis actos. ¡Fuera de mi casa y de mi vida!

Hinata se puso muy estirada y le respondió:

–¡Algún día te arrepentirás de haberme perdido! Pero será demasiado tarde. Te doy la última oportunidad...

Pero no pudo terminar la frase, porque la señora Aoki la agarró del cuello de la chaqueta y la sacó de la habitación. Cerró la puerta del estudio, se oyó un grito y luego se oyó abrir y cerrar la puerta de la calle. Y luego, silencio.

–¿Naruto? –Sakura miró a su marido. –¿No le habrá hecho daño?

Naruto la levantó en brazos.

–No lo sé, ni me importa. Pero después de ver lo que he visto, me cuidaré mucho de no enfadarme con la señora Aoki.

Sakura se echó a reír.

–¿Hace mucho que no te digo que te amo, señor Uzumaki?

Naruto sonrió también.

–Bienvenida a casa, señora Uzumaki.

Y al cabo de un rato, no tuvieron que decir nada más.

-------FIN DEL CAPITULO------

Cinco años más tarde.

–¿Ami? ¿Sora? ¿Dónde están?

Sakura suspiró, al oír las risas de los niños, que estaban en la cocina de la casa de campo.

–El coche de papá va a aparecer por esa carretera en cualquier momento, así que será mejor que salgáis cuanto antes. Está bien, contaré hasta tres, y como no salgáis, seré yo la que entre a buscaros. Uno, dos y...

–Aquí estoy mamá.

Una niña con el pelo rosa y los ojos de un color azul entró corriendo en el salón.

–Así me gusta que sea mi hija. –la abrazó y le dio un beso. –¿Dónde está tu hermano?

–Aquí estoy mamá. –gritó, y extendió sus regordetes bracitos de tres años, para abrazarla.

–¿Va a venir pronto papá?

–Sí, hijo. Siéntate y ponte las botas.

Sora se sentó al lado de su hermana.

–Me va a traer un camión. –le dijo. –Con ruedas y un volante.

Sakura se echó a reír. Su hijo era el vivo retrato de su padre, con el mismo pelo rubio pero con los ojos verdes, al igual que los de ella. También le encantaban los coches, como a su padre.

–Ya está. –dijo Sakura. –Y ahora a arriba...

–No. –dijo Ami.

–No. –repitió Sora.

–Ya sé que hace frío fuera, y que hay nieve, pero...

De pronto se oyó la bocina de un coche. Los niños salieron corriendo hacia la puerta, con los trajes de nieve puestos. La puerta se abrió y apareció Naruto.

–Hola. –dijo, agachándose y con los brazos abiertos. Los niños le abrazaron y le dieron un beso. –¿Me habéis echado de menos?

–Pero si sólo te has ido un día. –le dijo Ami riendo. –Pero te he echado mucho de menos. –le susurró.

–Y yo también. –dijo Sora y le dio otro beso en la cara. –¿Me has traído el camión?

–Vamos a ver. –dijo Naruto, como si estuviera tratando de recordar. –¿Le he traído a Sora el camión? Yo creo que sí. –sacó un paquete del Land Rover y se lo dio a su hijo. –A lo mejor también hay algo para Ami aquí. –su hija empezó a abrir la caja que su padre le dio. –Y creo que también puede haber algo por aquí para...

Naruto miró a Sakura, que estaba apoyada en el quicio de la puerta. Después de nueve años de matrimonio y dos niños, estaba más guapa que nunca.

–Hola, esposa. –le dijo.

–Hola, esposo. –respondió Sakura sonriendo.

Subió las escaleras lentamente, sin apartar sus ojos de ella y cuando llegó al porche, le dio un beso y la abrazó.

–Parece que has estado fuera un año. –le susurró. Naruto la besó otra vez.

–Lo sé. La próxima vez que tenga que ir a la ciudad os venís conmigo.

–Una idea estupenda. ¿Qué tal el apartamento?

–Bien. La señora Aoki te manda recuerdos. Te he traído algo.

Sakura se quedó mirando la cajita y sonrió.

–¿A qué acierto lo que es?

–Seguro. Si no lo adivinas a la tercera, tendrás que pagar una multa.

Era una caja azul, pequeña. La había comprado en Tiffany's

–¿Una mesa? –preguntó en tono inocente.

–Inténtalo de nuevo.

–¿Una secadora?

–Para nada, último intento.

–Una lavadora.

–Tendrás que pagar una multa.

–Vale, pero déjame verlo.

–No, hasta que no pagues.

–¿Y cómo te lo vas a cobrar?

Naruto acercó sus labios al oído de su mujer, y le dijo cómo se lo iba a cobrar. Ella se echó a reír y le dio un beso en el cuello.

–No está mal. ¿Cuándo?

–Esta noche. Después de que los niños se hayan ido a la cama. Encenderé el fuego, abriré una botella de champaña.

Sakura abrazó a su marido.

–Te quiero.

–Y yo también, gitanita –le susurró.

Y todos juntos se metieron en casa y cerraron la puerta.