--- PLATOS ROTOS --- DESPEDIDA Y CIERRE (6/09/15)

CAPÍTULO 5

I.

- ¡Oto-san!

En cuanto llegó de la escuela y lo avistó en el salón principal, Sarada corrió hacia su padre.  La niña se abrazó a su cintura con una gran sonrisa, gesto que Sasuke correspondió revolviéndole el pelo ligeramente, sin apenas cambiar su gesto serio de siempre.    

- ¡Fui la mejor de la clase en el examen de esta semana, Oto-san! – anunció la chiquilla mirándole con ojos brillantes.
- ¿Sí? ¿De qué trataba el examen?
- Lanzamientos de kunai – contestó llena de orgullo.

Sasuke asintió apenas.

- ¿Y en shuriken?

La expresión de Sarada cambió.

- No… en shuriken fui segunda… - murmuró en un tono mucho más bajo, agachando la cabeza. – La primera fue mi amiga Mei…
- ¿La hija de Ino? – consultó el moreno sin prestar la menor atención a los evidentes signos de vergüenza de la niña.

Ella asintió con aspecto triste mirando al suelo, pero su padre, al mirarla desde arriba, no pudo ver su expresión. Entonces Sarada recordó algo y le miró nuevamente con expectación.

- ¡Pero ella sabe lanzarlos desde hace mucho tiempo porque entrena a diario con su padre! – exclamó. - ¡Si tú me enseñaras a hacerlo, seguro que yo sería mejor!

Sasuke guardó silencio durante unos segundos.

- Yo siempre entrené solo y aún así conseguí el mejor. Nunca pedí ayuda. – argumentó con frialdad. – Probablemente solo tienes que esforzarte más.

El comentario cayó sobre la chiquilla como un jarro de agua fría.

- Entonces… ¿no vas a entrenar conmigo, Oto-san?
- Hoy no… acabo de terminar una misión muy larga y estoy cansado - respondió el moreno sin inmutarse, al tiempo que se deshacía del abrazo de su hija.

La niña se quedó de pie calladamente en medio de la habitación mientras su padre se recostaba sobre el tatami, frente a la mesa principal. Sakura, que había estado observando la escena desde el hueco de la puerta, no lo soportó más. Ver a su niña esforzarse por parecer fuerte y no aparentar tristeza frente a Sasuke era algo que la cabreaba bastante. ¿Se podía ser menos empático que su marido? ¡Por favor! Sin duda era la persona con menos tacto del planeta. A veces no sabía si era ciego o se lo hacía... La intuición de Naruto era más que correcta y Sasuke necesitaba ser consciente de ello. Resopló por lo bajo y se masajeó las sienes un instante antes de entrar en el cuarto.

- Ten en cuenta que papá está cansado ahora mismo… ¡pero tenéis todo el fin de semana para entrenar, hija! – sonrió hacia ella, haciendo que el rostro de Sarada se iluminara otra vez. - ¿Verdad que sí, querido? – preguntó con dulzura mientras se giraba hacia su marido y le dirigía una mirada asesina.

Sasuke palideció más de lo habitual.

- Eh… claro…sí. – Murmuró él. No le tenía miedo a su mujer, pero tampoco tenía ninguna gana de malgastar energías en otra discusión frontal de las suyas. – Este fin de semana.

Sakura guiñó un ojo a Sarada.

- ¿Ves, cariño? Solo un poco de paciencia. Cada cosa en su momento.

Sarada asintió.

- ¿Y sabes qué se me está ocurriendo…? – Sakura caviló en voz alta. – Podrías ir a ver a Mei y entrenar juntas el lanzamiento. Seguro que aprendéis algo la una de la otra. Ella estará feliz de pasar un rato contigo. Es tu mejor amiga, ¿verdad?

- Sí… - la niña sonrió. Mei era genial. Le encantaba jugar con ella. Era divertida y valiente como su madre, pero no estaba tan loca. Su carácter más tranquilo y observador la hacían diferente al resto de niños. Era prácticamente la única en quien confiaba.  

- En cuanto termine la tarea voy a su casa – anunció con determinación.

- Bueno… - Sakura miró por la ventana. – Quizás deberías ir ahora. Si te entretienes con la tarea se hará de noche y no podréis entrenar. Puedes hacerla luego.

Sarada miró dudosa a su padre, en busca de su aprobación. Él asintió ligeramente, apenas interesado en el asunto.

- ¡De acuerdo! – sonrió - ¡Volveré antes de la cena!
- Que te diviertas… - La despidió Sakura viéndola correr hacia la entrada y salir dando un portazo. No quería que estuviera presente por si acaso terminaban discutiendo, cosa habitual últimamente.

Luego observó a su marido, que hojeaba el periódico con tranquilidad.

- ¿Té? – consultó.
- Cerveza… - respondió él sin mirarla.
- Sí, mejor. – convino ella dirigiéndose a la cocina. - Creo que yo tomaré otra…

Dispuso dos botellines y un par de vasos sobre la mesa y se sentó en el suelo frente a él, al estilo japonés.

- ¿Qué tal tu misión? – le sonrió tratando de charlar de algo neutral para empezar.
- Bien - respondió él secamente, apoyado sobre un codo y sin levantar la vista del periódico. Desde luego era un conversador nato. Para darle un premio en elocuencia. O dos. Sakura respiró hondo y tomó un buen trago de su bebida. Mejor agarrar el toro por los cuernos. Con Sasuke no había otra manera.

- A ver… respecto a Sarada…el último problema en el colegio ha sido más serio que los anteriores. Por eso ha venido Naruto personalmente.

Al escuchar el nombre del rubio, Sasuke pareció interesarse un poco más por el asunto. Levantó la vista sin decir palabra.

- Al parecer, Sarada se esfuerza tanto por ser la primera de su clase, que su actitud llega a molestar a los otros niños. Creo que de algún modo, les genera envidia.

El moreno levantó una ceja y sonrió a medias.

- Si los demás son unos perdedores es su problema…

Sakura trató de mantener la calma.

- No son unos perdedores. Son niños de ocho años, solo eso. Tienen que jugar, distraerse, perder el tiempo con tonterías… no sólo entrenar y perseguir un objetivo día y noche.  Sarada se exige demasiado últimamente, y todo es para complacerte a tí.  Hace poco me preguntó si pasabas poco tiempo en casa porque ella no era lo bastante buena. – recordó con amargura. – No quise darle importancia… pensé que era una ocurrencia tonta, pero… creo que me equivoqué. Este asunto es complicado para ella.

- ¿Entonces resulta que el problema soy yo? – Sasuke parecía genuinamente sorprendido. – Qué estupidez… yo nunca le he exigido nada.
- Directamente no, es cierto – tuvo que reconocer Sakura. – Sin embargo, con tu actitud siempre le das a entender que tiene que esforzarse más. Hoy mismo, ¡acabas de regresar de un viaje de semanas y parece que ni te alegres de verla! ¡Que solo importe el maldito examen de kunais! ¿No podrías mostrarle afecto sin más, sin preguntarle por su rendimiento en clase? ¡Solo es una niña que ama a su padre!

Sasuke miró al techo como perdiendo la poca paciencia que tenía.

- Para el afecto ya te tiene a ti… sabes de sobra que esas cosas no se me dan bien.
- ¡Pues esfuérzate, maldita sea!- Sakura golpeó la mesa.

El moreno cada vez estaba más sorprendido.

- Te estás alterando demasiado – murmuró.
- ¡Porque estoy harta! ¡Harta de acudir a la oficina del director cada vez que se pelea con Bolt! ¡Harta de preocuparme por lo mal que lo está pasando! Hago todo lo que está en mi mano para animarla, ¡pero ya es hora de que tú hagas algo también! Este fin de semana quiero que entrenes con ella, y luego llévala a comer algo o lo que se te ocurra. Cómprale un regalo, id a dar un paseo… cualquier cosa. Pero asegúrate de alejar de su mente la idea de que solo te importa su valor como ninja. Es tu hija, no un arma de guerra. ¿Está claro?

Sasuke observó a su vehemente esposa sin protestar. Ella solía exagerar en aquellos temas, pero insinuarlo solo serviría para enfadarla más. En cualquier caso, el Hokage no se hubiera tomado la molestia de venir hasta su casa por nada, por lo que tras recapacitar un momento, decidió confiar en el criterio de su mujer. Al fin y al cabo, no le estaba pidiendo la luna. Entrenar un rato y pasear con la niña era una petición fácil de satisfacer. Y si tanto le importaba…

- De acuerdo – aceptó encogiéndose de hombros.

Sakura se calmó un poco. Podría mostrar más interés, pero al menos estaba de acuerdo con ella. Seguro que Sarada se pondría contentísima. Ese pensamiento la hizo sonreír ligeramente.

- Gracias… Es muy importante para ella sentir que la quieres. – dijo en tono más conciliador. – Yo sé que demostrar afecto te cuesta mucho, que no te resulta natural. Yo puedo comprenderlo y siempre lo he asumido, pero ella es solo una niña…que adora a su padre.

Sasuke la miró a los ojos. Sakura había dejado a un lado el enfado y le miraba con cariño. Por un instante se sintió como un crío tonto al que hay que explicarle lo más básico cien millones de veces. Sonrió, riéndose de sí mismo. Debía ser desesperante para su mujer, pero ella no desistía, afortunadamente para él. Era tan cabezota. Las otras niñas que le “amaban” en su juventud se dieron por vencidas. Ella en cambio, siempre creyó en él. Le perdonó todo, le amó pese a todo, y ahora, le mostraba el camino para llegar al corazón de una niña. No creía que ninguna otra mujer hubiese tenido la paciencia y la inteligencia suficientes para hacer de él un padre de familia. Sabía que con cualquier otra mujer, su matrimonio hubiese resultado un desastre. Hubiera acabado siendo un viejo amargado, gruñón y solitario. Apreciaba toda la dedicación de su esposa, pero era incapaz de decírselo sin sentirse absurdamente débil. Tampoco le parecía necesario decirlo. Al parecer ella comprendía sin palabras, pero no podía pedirle lo mismo a Sarada. Sakura tenía razón. Tendría que hacer el esfuerzo.

- Y luego está el otro asunto… - continuó la rosa sonriendo. De repente estaba contenta. Incluso un poco nerviosa.
- ¿Qué asunto?
- ¡Quiero volver a trabajar! – exclamó con una gran sonrisa.

Sasuke guardó silencio durante unos instantes. Su expresión pensativa y seria dejó a su mujer bastante helada.

- ¿Es que no te parece bien? – tanteó desvaneciéndose poco a poco la alegre curva de sus labios.

El moreno se encogió de hombros.

- No… no me parece ni bien ni mal. Es que no lo entiendo.

Sakura frunció el ceño.

- ¿Qué no entiendes?

Su marido suspiró.

- Fuiste tú quien decidió dejarlo…y no necesitas el dinero…
- No lo hago por dinero. Y decidí dejarlo temporalmente.
- Según tus propias palabras, querías tiempo para estar con Sarada – argumentó él.
- Y quiero estar ahí para ella, desde luego. Pero ya es mayor, es independiente, no me necesita a su lado todo el santo día. Por eso había pensado trabajar a media jornada, para empezar.

La expresión aburrida de Sasuke no cambió un ápice.

- Haz lo que quieras… - murmuró con desgana.
- ¿Sería un esfuerzo sobrehumano pedirte que me apoyaras un poco en esto? ¡No hago otra cosa que limpiar y cocinar! ¡Necesito realizarme un poco! Hacer algo de más provecho que eso.

Sasuke volvió a encogerse de hombros.

- Pues hazlo. Es una decisión que no tiene nada que ver conmigo.

Tomó un trago de cerveza y volvió a leer el periódico. Sakura se quedó allí sentada, sintiéndose ninguneada, frustrada y sola otra vez. Daba igual la pasión que ella pusiera en cualquier cosa, la reacción de su marido siempre era tibia. No existía persona más apática en toda la faz de la tierra. Qué poca sangre tenía este hombre...  

Entonces, Sasuke cerró el periódico (parecía que tampoco le interesaba ya) y la miró nuevamente, con fijeza, a los ojos.

- ¿Qué? – inquirió Sakura, sospechando lo habitual.

Él señaló hacia el dormitorio de matrimonio con un gesto de cabeza.

- Ah, claro… - la rosa sonrió con fastidio. - ¿No estabas cansado? – su tono sonó a sarcasmo puro.
- No tanto…



Las bienvenidas de Sasuke no traían abrazos, ni carantoñas de tipo alguno, y los besos se limitaban exclusivamente al tiempo del acto sexual. Éste siempre tenía lugar, invariablemente, a las pocas horas de la llegada de su marido, que nunca perdonaba una noche sin tomar posesión del cuerpo de su esposa. Sakura también necesitaba desfogarse tras los periodos que pasaban separados, pero muchas veces le parecía más una obligación conyugal que un acto espontáneo de amor y cariño.  Noche tras noche, durante todas las que Sasuke permaneciera allí, tendrían sexo, con la sola excepción de que la rosa estuviese sangrando debido a su periodo, cosa que no ocurría a menudo.

Pese a toda su frialdad en el asunto emocional, en el plano físico Sasuke era mucho más apasionado de lo que cabría esperarse, aunque no por ello más generoso. Era un amante intenso que no se satisfacía fácilmente, y sabía qué resortes debía activar en Sakura para que ella dejara de lado las reticencias iniciales y se entregara por completo a sus deseos más oscuros. Ella, después del orgasmo, se sentía vacía. Incluso un poco tonta, por dejarse arrastrar del todo y sin oponer apenas resistencia a un acto en el que ponía todo su corazón en cada caricia y cada beso que daba a su marido, mientras que no podía evitar sentir que él la utilizaba como un recipiente en el que vaciaba su excitación. Sakura trataba que la unión de sus cuerpos fuera también la de sus corazones, pero pocas veces lo conseguía. Aquella tarde no fue una excepción.



II.


Naruto terminó su última reunión cuando ya había anochecido. Aquellos viejos del consejo iban a provocarle una úlcera. Qué gente más cabezota.

Era muy tarde cuando abrió la puerta de su casa, y en lugar del abrazo de Himawari, le recibió el silencio: los niños se habían acostado ya. Se dirigió al salón y allí encontró a Hinata tejiendo algo.

- Buenas noches – la saludó con un beso en la mejilla. - ¿Cómo te encuentras?

Ella sonrió con dulzura.

- Bien. Esta noche estoy bien, mi amor. Te estaba esperando para cenar juntos. – respondió dejando a un lado una bufanda a medio tejer. Se incorporó y le dio un abrazo y un beso suave en los labios. Naruto correspondió sujetándola por la cintura y intensificando el beso hasta que ella apartó su boca para tomar aire.

- Entonces, ¿no te duele la cabeza? – inquirió el rubio.

Ella sonrió feliz por las atenciones de su marido y negó varias veces.

- Y… ¿los niños están dormidos...? – preguntó en un tono más juguetón.

Hinata se sonrojó y asintió en silencio, tratando de zafarse del abrazo, pero el rubio la tenía sujeta firmemente de la cintura.

- Entonces querida esposa… - rió relamiéndose burlón – esta noche no tienes excusa…

- ¡Naruto-kun! ¡Tienes que cenar!- trató de objetar ella.

- Nah…no tengo hambre…

La Hyuga emitió un chillido agudo cuando de pronto su marido la tomó en brazos y se dirigió presto al dormitorio. La timidez de Hinata no había mejorado nada con los años. Durante el sexo, se sentía incómoda ante las miradas de Naruto y prefería que apagaran la luz. Nunca jamás tomó la iniciativa. Sus caricias siempre eran delicadas, sus gemidos inaudibles, sus orgasmos rápidos como pájaros huidizos. En muchas ocasiones, el rubio apenas empezaba a divertirse cuando ella ya había terminado, lo cual le dejaba constantemente “a medias”, y a la larga resultaba frustrante. Más de una vez tuvo que terminar de aliviarse en el baño. Entre las jaquecas, las pastillas para dormir, y lo poco “abierta de mente” que era su esposa, el séptimo Hokage estaba bastante insatisfecho con su vida sexual. Trató mil veces de preguntarle a Hinata qué cosas le excitaban más, de que le indicara qué quería que él hiciera para aumentar su placer, incluso de bromear mientras yacían desnudos en la cama y así rebajar la tensión de su mujer, pero a ella le horrorizaba hablar del tema. Siempre decía que todo estaba bien, que era maravilloso y que lo había disfrutado mucho. Quizás fuera cierto, pero en su eterno afán por complacerle, Naruto nunca estaba seguro de si esa era la verdad o solo un halago que, tratando de hacerle sentir bien, únicamente conseguía aumentar sus dudas sobre la felicidad de su esposa.  

Aquella noche hubo suerte. Hinata aguantó lo suficiente como para permitir a Naruto un merecido desahogo, el primero de aquella semana. Tras besarla otra vez, se dejó caer a su lado en la cama con un largo suspiro. A los pocos segundos ella recostó su cabeza en el hueco del hombro de su marido, su postura favorita para dormir. Era bastante pegajosa para eso, cuando no tomaba pastillas (en esas ocasiones más que dormir, caía inconsciente), y el rubio amanecía a menudo con el brazo dormido por la falta de riego sanguíneo.

- ¿Cómo te ha ido el día? – le preguntó para evitar que ella se durmiera inmediatamente.
- Bien, muy bien. ¿Y tú?
- Psché… más o menos – torció el gesto al recordar a los viejos cabezotas y la conversación con Sakura por la mañana. – Le he prometido a Bolt que mañana voy a empezar a entrenarlo. Hay que cansarle, a ver si así no pierde tanta energía buscando problemas…
- Oh, ¿te refieres a sus peleas con Sarada Uchiha?
- Bueno, sí, en parte. Ese asunto creo que lo tengo también más o menos solucionado. – evitó instintivamente decirle que había hablado con Sakura. No había nada que ocultar en realidad, pero no quiso mencionarla. – Y tú…¿qué hiciste hoy?
- Una bufanda nueva para Bolt – sonrió ella acariciando su pecho.
- ¿Otra? – Naruto puso los ojos en blanco sin que ella pudiera verlo. Qué afición insana la de Hinata por las bufandas…
- Siempre las pierde…es un desastre de niño – rió ella.

El rubio sonrió también. Konoha debía estar llena de bufandas abandonadas. Le había tejido tantas que su padre empezaba a sospechar que Bolt las dejaba por ahí a propósito. No perdía otras prendas, como guantes, chaquetas y demás. Misteriosamente, solo las bufandas.

- ¿Y además de la bufanda… no hiciste nada hoy?
- Ya sabes, ayudar a los niños con sus tareas, cocinar…
- ¿No fuiste a ver a tu hermana? – tanteó el rubio.
- Hoy no… fui ayer.  

Ahora estaba claro. Era matemático. Siempre que Hinata visitaba a su familia, a las pocas horas decía que le dolía terriblemente la cabeza y a continuación tomaba los somníferos. Por eso ya estaba dormida la noche anterior. No era capaz de enfrentarse a su padre. Tras el valor que demostró en la guerra, todos los Hyuga dieron por supuesto que la princesa era merecedora de liderar el clan, pero no ocurrió así. La primogénita nunca quiso esa responsabilidad. Era demasiada presión para ella y nunca se consideró fuera buena candidata para eso.  Ella aspiraba a una vida tranquila como madre, esposa y ama de casa. No quería más. Había personas que florecían durante la guerra. Pero ella solo luchó porque no tenía otra opción, luchó para sobrevivir, para no ser una paria en aquél clan tan estricto. Después de combatir en la cuarta guerra, consideraba que había hecho su parte, y suplicó a su padre que la liberara de esa carga. Además tenía un problema añadido, algo que les ocurría a veces a algunos de sus parientes con su misma línea de sangre: había abusado tanto del byakugan, que cuando lo utilizaba durante cierto tiempo, comenzaban a palpitarle las sienes y terminaba con un dolor de cabeza tan horrible que parecía que le iba a estallar el cráneo. No podía ser una líder fuerte en esas condiciones.

Para su padre fue una decepción terrible. Montó en cólera, y después comenzó a ignorarla, así como a los hijos de ella. Centró toda su atención en Hanabi, quien resultó ser una líder nata, y en las reuniones familiares no hacía otra cosa que alabarla y enumerar todos sus logros, al mismo tiempo que apenas dirigía la palabra a sus propios nietos. Naruto estaba muy dolido también con aquella situación, pero nunca se entrometió en aquél problema porque su esposa le hizo prometerlo.  Durante mucho tiempo el rubio fue un paño de lágrimas. A la vuelta de la mansión Hyuga, Hinata lloraba amargamente, triste y deprimida por el rechazo de su propio padre, y lamentándose de lo injusto que era con ella. Su marido trató de animarla de cien maneras diferentes, pero de poco sirvió. Incluso le propuso dejar de visitar a su familia, pero ella no quiso, por su estrecha unión con Hanabi.
Llegó a un punto en que ya no supo qué hacer para detener su llanto. Simplemente se quedaba ahí, sin saber qué más palabras de aliento pronunciar, como autista, y cada vez más insensible al problema, porque poco a poco comenzó a molestarle que ella no fuera capaz de superar ese trauma. Hinata se dio cuenta de esto, y para no convertirse en un problema para su marido, prefirió tomar pastillas para dormir antes que llorar en sus brazos cada noche.

 III.


- ¡¡ Papá!!

Bolt saltó desde la puerta para ir a caer directamente sobre el abdomen de su dormido padre.

- ¡Ouch! – aulló Naruto pensando que se le habían reventado el hígado.
- ¡Es domingo, papá! ¡Vamos a entrenar! ¡Lo prometiste!

El niño le sacudía por el cuello del pijama mientras el Hokage trataba de recuperar el aliento.

- ¿Qué hora es…? – acertó a decir.  
- ¡¡Papá!! ¡A entrená papá! – Himawari trepó por sus piernas como una culebrilla y luego se encaramó a la espalda de su hermano. Ambos sonreían a más no poder.

Hinata abrió un ojo y echó un vistazo al despertador.

- Las siete y media… niños… es demasiado temprano… - murmuró.
- ¡Ya ha salido es sol! ¡Es de día! ¡Hay que levantarse! – Bolt zarandeaba la cabeza de su padre en todas direcciones. Naruto aún no atinaba ni a oponer resistencia.

Su esposa se incorporó y se echó una yukata sobre los hombros.

- Vamos, ayudadme a preparar el desayuno…

Himawari la agarró de la mano y salió del dormitorio junto a ella dando saltitos, mientras tarareaba algo como “sayunar, sayunar…vamo a sayunar”. Naruto por fin sujetó con firmeza las manos de su hijo y le obligó a parar. Todo le daba vueltas.

- Necesito una ducha… - anunció con aspecto cansado.


Una hora más tarde, padre e hijo se encontraban en un área de entrenamiento cercana al bosque. El lugar era el mismo donde Kakashi puso a prueba al equipo 7 por primera vez y donde Naruto acabó atado a un poste con más hambre que el perro de un mendigo. Sonrió al recordar esa escena. Aquellos tiempos fueron divertidos.

- ¿Y bien? ¿Qué va a ser, papá? ¿El kage-bunshin? ¿El rasengan? No, no, ¡mejor! ¡Invoquemos a los sapos! – Bolt casi saltaba de excitación.
- Antes de cualquier cosa, hay que calentar un poco… no quiero que te lesiones – repuso el padre medio desperezándose y echando los brazos atrás con un bostezo.

El niño hizo una mueca de desagrado pero obedeció, haciendo girar sus articulaciones un poco y estirando los músculos.

- Vaya, qué casualidad, ¿no?  - sonó una voz tras ellos.

Ambos se giraron para descubrir a Sasuke y Sarada caminando tranquilamente hacia ambos.

Bolt expresó su desagrado con burla, haciendo gesto hacia Sarada como si vomitara por el asco de verla, y su padre sin más le pegó un capón en pleno centro de su rubia cabeza.

- Esas tonterías se han acabado – anunció con seriedad.

El chiquillo se rascó el chichón y se estuvo quieto.

- ¿Día en el campo? – sonrió el Hokage.
- Algo así – repuso el Uchiha. – Vamos a entrenar un poco.
- Es curioso, nosotros íbamos a hacer lo mismo… - continuó sonriendo Naruto.

Sasuke asintió en silencio y observó al rubio unos instantes, como midiéndose con él.

- Se me ocurre, que podríamos entrenar juntos, si os apetece.

Sarada instintivamente se escondió tras su padre. Aquella era una idea terrible. Tan feliz como estaba de tener a su oto-san todo el día para ella sola, y todo se arruinaba con la sola presencia de Bolt.

Al niño no le pareció mejor. Abrió los ojos como platos y miró a su padre expectante. Lo último que deseaba era tener que compartir su entrenamiento con la estirada esa.

Naruto a su vez observó al Uchiha, con una idea bastante clara de lo que Sasuke quería decir cuando hablaba de “entrenar”. Conociéndole, tenía bastante claro que lo que pretendía en realidad era intercambiar unos cuantos golpes con él. En definitiva, competir como siempre. Era una opción atractiva, un duelo con su eterno rival y presumir de fuerza ante su hijo… pero el rubio se había dado cuenta de la reacción de los críos. Además, eso no era lo que le había prometido a Bolt.

- Otro día, quizás – respondió al fin. – Hoy tenía otra idea en mente.
- Si tienes miedo lo comprendo – rió burlón el moreno.

Naruto sonrió con sarcasmo y se giró mientras hacía un gesto de despedida.

- Vamos al bosque, Bolt.

El crío suspiró aliviado y siguió a su padre hacia los árboles. Pensó en voltearse un momento y sacarle la lengua a Sarada, pero finalmente decidió que no. Sasuke podría verle y entonces las cosas se pondrían feas. Le daba mala espina ese tipo. Sacudió la cabeza y corrió sin mirar atrás.  

Una vez entre los árboles, Naruto saltó a una rama alta, situada unos cuatro metros sobre sus cabezas. A su hijo le costó tres intentos llegar a donde estaba él. Sus piernas aún no daban para tanto.

- ¿Qué vamos a hacer, papá? – sonrió lleno de motivación.
- Vamos a correr.
- ¿¡¿¡¿ Queeeeeeeee?!?!? – Bolt se enfadó de pronto. - ¿Sólo eso? – cruzó los brazos con fastidio. – Menuda basura de entrenamiento…

Naruto sonrió. Esperaba una reacción así.

- Correr es una de las cosas a las que más tiempo dedicarás como ninja… te lo garantizo. Tienes que correr para todo: para prestar ayuda a tiempo, para perseguir a un enemigo, incluso para huir. Si no corres, estás muerto.

El niño continuaba con la misma expresión de desacuerdo.

- ¡Venga! – Naruto saltó un par de árboles hacia adelante. - ¡Ven a por mí! ¡Imagina que soy un enemigo!

Bolt solo le miró de medio lado, con expresión de “¿En serio?”. Giró la cabeza con desgana y al hacerlo observó a Sarada lanzando shuriken con su padre. Eso, por poco que fuera, ya estaba mil veces mejor que…

¡CLONK!

Una piedra del tamaño de un puño le acertó en toda la cabeza.

- ¡Aaaaaaayyyy! – se llevó ambas manos a la sien muerto de dolor. - ¿Pero qué carajo…?

Al mirar a su padre se quedó boquiabierto.  El Hokage tenía otra piedra en la mano y estaba en posición de lanzársela mientras sonreía de oreja a oreja.

- ¿Papá pero qué demonios estás ha…?  

No terminó la frase porque tuvo que esquivar la segunda pedrada.

- ¿¿Te has vuelto loco o qué?? – aulló enfadadísimo.
- Te lo he dicho, soy tu enemigo – rió Naruto con aspecto de estar divirtiéndose de lo lindo. – Ven a por mí. Si me atrapas, esta noche cenamos donde tú quieras…
 

- ¡Ahora verás! ¡Te voy a apedrear yo también! – gruñó el crío lanzánse hacia adelante como una exhalación.

Bolt corrió durante horas. Entre las ramas de los árboles, saltando por las rocas, sobre la arena que se hundía bajo sus pies… Aunque saltó tras su padre con rabia durante toda la mañana, no le alcanzó. Naruto le provocaba de varias maneras. Cuando parecía que iba a conseguir atraparle, se esfumaba en una nube de humo y su hijo gruñía de frustración al descubrir que había perseguido un clon. Luego, oculto desde cualquier escondrijo, le lanzaba piedras hasta que no podía evitar reírse a carcajadas del enfado monumental del chiquillo y continuaba huyendo entre burlas y risas. Al saltar por las ramas, procuraba apoyarse en las más débiles, solo para que cuando Bolt hiciera lo mismo éstas se quebraran y le hicieran caer al suelo gritando de furia. Hubo un rato que en lugar de correr, se desplazó con las manos, agarrándose a los árboles como un mono, solo para demostrarle a su hijo lo lento y torpe que parecía comparado con él.

Bolt era explosivo. Con cada humillación, saltaba nuevamente como un tigre, pero se apagaba pronto. Aún no sabía siquiera mantener el ritmo durante una persecución, y por eso Naruto se dedicó a “motivarle” a su manera. Ya pasado el medio día sintió lástima del niño y decidió que para ser el primer día, ya estaba bien.  El chiquillo estaba parado recuperando el aliento, jadeando con las manos apoyadas por encima de las rodillas, cuando su padre se acercó a él con ánimo conciliador.

- No era tan aburrido como pensabas, ¿eh? – rió - Lo has hecho muy bien, para ser el primer…

¡CLONK!

Bolt sonrió triunfal cuando le acertó a su padre en mitad de la frente.

- ¡Ja,ja! – le señaló con el dedo. - ¡Ahora estamos en paz!

Naruto se palpó el chichón y sonrió a su pesar. Demonio de crío…al final había conseguido pillarle con la guardia baja. Aunque bien pensado, se lo merecía. Al fin y al cabo, había empezado él.

- Vamos a casa… - suspiró revolviéndole el pelo a su hijo, mientras éste sonreía al ver que su padre no se enfadaba por el golpe. – Por hoy ya está bien.


IV.

A la mañana siguiente, la escuela fue muy dura para Bolt. Estaba tan cansado que apenas podía mantener los ojos abiertos para concentrarse en la lección. Durante la tercera hora, finalmente se quedó dormido y sus ronquidos fueron motivo de risa de todos sus compañeros durante el resto de la semana. Por supuesto, no se peleó con Sarada, ni hizo trastada alguna. Sencillamente no tenía ánimos para nada de eso. Solo quería que le dejaran tranquilo y volver a casa a echar la siesta lo más pronto posible. No terminó de recuperarse hasta dos o tres días después.

A partir de entonces, todos los lunes fueron un martirio para el primogénito Uzumaki. Poco a poco le fue cogiendo el ritmo y conseguía no quedarse dormido en clase, pero siempre llegaba con aspecto de haber recibido una paliza monumental, y en algunos casos, así era. Naruto no mostraba compasión, y aunque se divertían mucho, el entrenamiento era severo. Bolt seguía protestando porque no aprendía técnicas que utilizaran chakra, pero tenía que reconocer que en otros aspectos, como el taijutsu, el rastreo o el camuflaje, había mejorado bastante.

Sakura no tenía idea de cómo Naruto lo había conseguido, pero comprobó pese a su escepticismo inicial que las semanas pasaban y no recibía nuevas llamadas del colegio. Era un gran alivio para ella ver a su hija más tranquila, alegre y volviendo a ser la misma de siempre.  Además, las sesiones con su padre le estaban haciendo mucho bien a la niña. A poco interés que pusiera Sasuke, la pequeña celebraba cualquier muestra de afecto como si fuera maná caído del cielo.

La rosa por su parte, se incorporó al hospital en el turno de urgencias. Quería algo a tiempo parcial para poder seguir cuidando de su familia y era lo único que había disponible. Trabajar todas las noches no era algo que le ilusionara mucho, pero no iba a quejarse. Deseaba reincorporarse y allí estaba, adaptándose al nuevo ritmo de su rutina, ilusionada por poder ayudar de nuevo a personas que sufrían y proporcionarles consuelo y alivio. Aquello le hacía sentir muy bien, pero por otro lado, descubrió para su disgusto que los años de inactividad le habían hecho olvidar muchas cosas básicas de su profesión. Fue más duro de lo que pensaba al principio. Cometía errores tontos, aunque no graves, y le costó bastante tiempo recuperar su antiguo nivel.  Las tareas que requerían chakra le exigían mucha más concentración de la habitual, y se dedicaba a ello en cuerpo y alma para volver a ser la profesional que una vez fue.  Pese a todo, cuando caminaba en la mañana de vuelta a casa se sentía satisfecha y feliz.

En cuanto a su papel de ama de casa, cada vez le traía más sin cuidado.  Se esforzaba por tener la comida lista, la ropa limpia, la casa ordenada, pero las tareas se le iban atascando  sin que ella le diera demasiada importancia. ¿Qué había una pila de cacharros en el fregadero? Podía esperar hasta el día siguiente. ¿Qué se había quemado la comida? Pues ramen instantáneo. Para ella no era problemático, pero para su marido comenzó a serlo. Estaba acostumbrado (mal acostumbrado) a tener la casa impoluta y a su mujer siempre atenta a sus deseos. Le pareció que Sakura se estaba volviendo descuidada, y manifestó su desagrado varias veces. Sakura, sin embargo, no se inmutó.

- Si tanto te molesta que haya polvo sobre los libros de tu padre, puedes quitarlo tú mismo – le respondió un noche mientras agarraba su abrigo y se marchaba a trabajar.

Evidentemente, el polvo se quedó ahí hasta que una semana después Sakura tuvo tiempo de limpiarlo.  Sasuke prefería la situación anterior, pero en fin, era algo soportable.  El plano sexual, en cambio, le tenía bastante descontento.  Dormía solo, y debía esperar a que Sakura llegara en la mañana, desayunaran todos juntos y Sarada se marchase a la escuela para poder divertirse un rato con su mujer. Además, ella ya no le ponía al asunto el mismo interés. Ahora quería acabar cuanto antes, y no se esforzaba en complacerle como lo hacía antes. Cuando se metía por fin en la cama a las 9 de la mañana, la vencía el cansancio, y en su ranking de deseos en esas circunstancias, unas cuantas horas de sueño profundo andaban muy por delante de un tibio orgasmo mañanero.

Una mañana se negó a hacerlo.

Había tenido una guardia durísima. Hubo un incendio en un taller textil la tarde anterior y el hospital estaba repleto de trabajadores de la fábrica que se habían quemado por no poder salir a tiempo de allí. Muchos estaban en estado crítico. Sakura y el resto de personal tuvieron que emplearse a fondo durante toda la noche, mientras los enfermos gemían de dolor y por todas partes olía a carne quemada. Una mujer, abrasada completamente, murió por colapso multiorgánico después de que Sakura aplicara desesperadamente chakra durante horas en todos sus sistemas vitales. Hizo todo lo que pudo, pero no fue suficiente. Los daños eran demasiado extensos. Al comunicárselo al marido de la fallecida y verle derrumbarse y llorar arrodillado en el suelo, la pelirrosa no pudo evitar sentirse responsable. Sabía que nadie podría haber hecho más, pero aún así, el sentimiento era horrible.  

Llegó a casa deseando quitarse el olor a quemado del cuerpo y descansar. Ni siquiera desayunó. Preparó los platos para Sarada y Sasuke y mientras ellos comían se dio una ducha. Luego, sin ponerse el pijama siquiera, se metió en la cama y cerró los ojos tratando de olvidar el rostro desfigurado de aquella pobre mujer.

A los pocos minutos escuchó la puerta abrirse, y unos pasos silenciosos acercarse a la cama. Sasuke se tumbó a su lado y deslizó una mano hacia sus caderas.

- No… - murmuró ella girándose y dándole la espalda. – Hoy no…

Su marido hizo caso omiso. Deslizó sus dedos hacia el trasero de su esposa y buscó sigilosamente su entrepierna.

- He dicho que no, Sasuke – protestó ella alejando aquella mano de su cuerpo. – Estoy demasiado cansada hoy.  
- Vamos, no será mucho rato – insistió el Uchiha pegándose a su espalda y buscando ahora sus pechos.

Ella se giró bruscamente y le miró fija a los ojos con enfado.

- ¿Acaso no entiendes lo que digo? ¡No es no!

Sasuke aprovechó el movimiento de ella para colocarse encima.

- ¿Por qué tanto alboroto? Solo es lo mismo de siempre…¿Para qué estás desnuda si no?

Sakura se puso furiosa cuando el intentó inmovilizarla por las muñecas y hundió la cabeza entre sus senos. Con un giro rápido de su brazo  se zafó de su agarre y le dio una bofetada.

- Suéltame ahora mismo, Sasuke – exigió en tono glacial.

Su marido finalmente decidió parar. Se separó unos centímetros de ella apoyándose sobre las  palmas de las manos y la observó con expresión amenazante.

- Eres mi mujer. Tengo derecho. Si tan cansada estás, solo tienes que limitarte a abrir las piernas.

El gancho que le golpeó en plena mandíbula apenas un segundo después, le hizo rodar de lado por el suelo hasta chocar con la pared de la estancia. Sakura le observó jadeante, sentada sobre la cama al tiempo que se cubría con la sábana, enfurecida y asustada al mismo tiempo. El Uchiha no se movió durante algunos segundos.  Finalmente se incorporó despacio y le dedicó una silenciosa y larga mirada de odio terrible. La rosa tragó saliva sintiendo que su cuerpo comenzaba a temblar, pero le sostuvo la mirada para poder decirle mientras clavaba en él sus centelleantes ojos verdes:

- Si alguna vez vuelves a hacer algo así, te juro que te castraré mientras duermes.

CAPÍTULO 6

I.

A la mañana siguiente, después de un tenso desayuno en familia, Sakura se acostó. La novedad fue que Sasuke no fue a buscarla al dormitorio. El moreno no había pronunciado palabra durante el tiempo que los tres se sentaron juntos a la mesa, aunque eso tampoco tenía nada de extraordinario. Si tan solo su marido hubiese hecho el mínimo gesto de disculpa o arrepentimiento, si hubiera pronunciado un simple “lo siento” o un “lamento lo ocurrido”, ella se hubiese tragado el orgullo como siempre y se hubiese disculpado a su vez por el golpe que le dio. Pero nada. Como era previsible, el Uchiha la ignoró totalmente. Dos días más tarde volvió a marcharse a una nueva misión, pero en esta ocasión ni siquiera se molestó en decirle cuándo volvería.

Sakura, contrariamente a lo habitual, se alegró de perderlo de vista. Después de lo que había ocurrido no quería seguir teniéndole cerca. A los dos les vendría bien un tiempo separados; eso permitiría que se enfriasen los ánimos y cuando volvieran a verse ambos tendrían mejor disposición para hablar del tema, razonó la rosa dejando pasar el tiempo. Conforme pasaban los días, efectivamente, su ira y su preocupación fueron remitiendo y al fin se tranquilizó. Pero esa calma solo dejó paso a una certeza cruda, lúcida y triste. Sentada frente a su jardín después de toda una noche de trabajo, observando la luz de la mañana despertar lentamente a sus flores, la frase acudió a su mente sin más, emergiendo de la profundidad de su silencio con claridad cristalina.

“Sólo yo tiro de este carro.”

Hacía años que evitaba aquella verdad. Muchas veces asomaba, inoportuna, mientras limpiaba, cuando consolaba a Sarada, cuando dormía sola o cuando él masticaba mecánicamente, mirando a la nada, la comida especial que ella había tardado horas en preparar solo para hacerle sentir feliz en su vuelta a casa. Siempre había sacudido la cabeza ante esa evidencia. La negaba con la esperanza de que todo aquello, algún día, con paciencia, con cariño, con dedicación, mejoraría. Pero era evidente que solo había empeorado. Había soportado durante años la indiferencia de Sasuke, convenciéndose a sí misma de que aunque no lo demostrara, su marido la apreciaba y a su modo la quería. Repitiéndose una y otra vez que él supo ver su sacrificio y que lo valoraba. Celebrando cualquier mínimo avance en ese aspecto como algo grande, alentador y significativo. Llegó a pensar que la realidad era eso. Y ahora se sentía como la mayor idiota de la aldea de la Hoja. Solo una vez, solamente una maldita vez, se había negado a tener sexo con él en aquellos ocho largos años. ¿Y su marido, en lugar de aguantarse la polla entre los pantalones durante unas horas, pretendía que abriera las piernas para follársela como a una muñeca hinchable? Aquél pensamiento le dio ganas de vomitar. Esa sensación tan real y tan horrible no podía negarse ni con todas las toneladas de mentiras que había acumulado hasta ahora.

Una lágrima recorrió silenciosamente su mejilla cuando admitió en su fuero interno, por fin, que Sasuke nunca la quiso, y a pesar de todos sus esfuerzos, nunca la querría. Era una verdad terriblemente amarga que tragar. El suyo era un matrimonio muerto. No podía haber ninguna unión donde una de las partes actuaba como si la otra no existiera. O peor, como si la poseyera y tuviese el derecho de utilizarla como a cualquier otra pertenencia.

Acarició una pequeña rosa roja que se abría cerca de ella. Deslizó los dedos hacia el tallo y colocó la yema de su índice sobre una de sus espinas. Presionó hasta que un poco de sangre manó caliente, en gotas espesas, desde su mano hasta el suelo.

- La flor más tierna del rosal… - recordó una canción antigua - mientras me pinchaba, me enseñó una cosa: que una rosa, es una rosa…

Siempre pensó que ella sería la única mujer capaz de cambiar a Sasuke. Asumió todo lo que hubo que asumir. Sabía que el camino a su corazón no sería fácil. El Uchiha tenía mil espinas afiladas e hirientes. Pero si Naruto había conseguido traerle de vuelta y transformar su oscuridad en luz a base de esfuerzo, lealtad y cabezonería, ¿porqué no ella? Tan solo quería lo mejor para él… solo deseaba hacerle feliz…



II.


El teléfono sonó a las 10:15 de la mañana. El sonido retumbó en el silencio de la mansión vacía. Sakura abrió los ojos sobresaltada; hacía muy poco que se había acostado. Se incorporó de la cama torpemente y trató de llegar trastabillando a la habitación contigua antes de que se cortara la llamada.

- ¿Diga?

Al reconocer la voz de su interlocutor, su cara adquirió una expresión más relajada. Suspiró cansadamente. Aunque había cierto fastidio en su actitud, también había resignación.

- Comprendo… estaré ahí en veinte minutos, señor director.

Colgó, bostezó y estiró los brazos hacia arriba desperezándose un poco. Apenas había dormido una hora. Volvió al cuarto y mientras se vestía, calculó cuánto hacía que no la llamaban del colegio por una pelea de Sarada. Casi tres meses. En su cara se dibujó inconscientemente gesto de aprobación. Bueno, al menos la situación había mejorado bastante. Era demasiado bonito que durara para siempre. Al menos Naruto lo había intentado, y lo que fuera que hubiera hecho para controlar a su hijo, algo de efecto sí había tenido. Era mejor que nada.

Al llegar al despacho, encontró el escenario habitual: Hinata, Bolt, Sarada y el director. En esta ocasión, además, también estaba allí la hija pequeña de Naruto. Sakura entró a la estancia justo cuando Hinata explicaba que no había tenido tiempo de dejar a Himawari en la guardería, que esperaba que no fuera una molestia, que la niña se portaba muy bien, y blah, blah, blah, muchas excusas y mucho agachar la cabeza. Sarada miraba con odio a Bolt mientras sostenía contra sí un montón de trozos de papel arrugados y llenos de barro. El niño rubio, a diferencia de otras ocasiones, parecía enfadado también. Normalmente se reía y hacía ver que no pasaba nada, pero hoy estaba cruzado de brazos con expresión seria.

- Buenos días… - saludó la pelirrosa al entrar.
- Buenos días, Sakura-san – saludó Hinata con una sonrisa avergonzada y una pequeña reverencia de cortesía. Siempre era tan correcta, pensó Sakura, siempre disculpándose incluso antes de empezar, aunque la culpa no fuera suya.


Sarada corrió a su lado con los ojos vidriosos y carita de frustración. Se la veía tan alterada que la rosa le abrazó instintivamente para calmarla.

- ¡Tú! – de repente Himawari chilló señalándola con el dedo.
- ¿Yo? – Sakura se quedó perpleja. La niña la miraba con los ojos como platos.
- ¡¡Ere tú!! – chilló otra vez la cría con una gran sonrisa. Parecía emocionadísima, como quien ve a un superhéroe.
- Hima, no hay que señalar así a la gente… es de mala educación… - Hinata la sujetó de la manita tratando de que bajara el dedo acusador y volvió a inclinarse hacia la rosa como disculpa.
- ¡Pero é la de mi libro! ¡É ella, mamá! – miró hacia su madre con los ojos brillantes.

Sakura esbozó una sonrisa. La chiquilla era tan espontánea que le resultó simpática enseguida.

- Eh… ¿Y quién soy yo, pequeña? - le sonrió con curiosidad.
- ¡La mujé busano!

Bolt no pudo evitar reir a carcajadas, Hinata de repente se volvió roja de la cabeza a los pies y Sakura sintió que la condenada niña le acababa de apuñalar con la más inocente de las sonrisas.

- Sa…Sakura-san… - Hinata hacía tantas reverencias que parecía que se iba a dar de cabeza contra el suelo. – Di…disculpa… los …los niños… ya sabes… no tienen malicia…

La rosa apretó el puño y levantó una ceja. De repente tenía una vena en la sien que parecía que iba a reventarle.

- Mujer… ¿gusano…? – repitió en tono glacial.
- ¡Siiii! – Himawari dio saltitos muy contenta - ¡Tú tiene busanitos que curan gente! ¿A que sí? – preguntó mirándola con admiración.

Entonces Sakura relajó el puño. Tuvo que reírse también. Menuda pieza, la niña… No había duda de a quién había salido.

- No… - carraspeó – Bueno… sí… a veces uso unos animalitos que curan gente, sí… pero no son gusanos. Son babosas del bosque sagrado – explicó con orgullo.

Los ojillos de Himawari brillaron mucho más.

- Uuuooohhhh…. Babosa de bosque… - repitió como si la pelirrosa acabara de subir veinte niveles en su escala de admiración.
- Pero… ¿Cómo sabes tú eso siendo tan chiquitina? – preguntó llena de curiosidad.
- Es por un libro de ilustraciones que le regaló Sai – Hinata respondió en su lugar. –Sakura-san aparece dibujada ahí, entre otros ninjas y kunoichis. Le gusta mucho escuchar esas historias.

Himawari asintió con aire de aprobación y sacó de su bolsillo un enorme caramelo.

- Mujé busano cura gente – dictaminó con seriedad mientras se lo llevaba a la boca y daba por zanjado el asunto.


- Bueno…. – Una gota de sudor recorrió la frente de la rosa. Mejor dejarlo correr. – Volviendo a nuestro… asunto… ¿Qué ha ocurrido esta vez? – preguntó mirando al director.

El súbito grito de Sarada no dejó que el buen hombre lo explicase.

- ¡Lo ha destrozado! ¡Todo mi trabajo de estas últimas semanas! – chilló mostrando el montón de papel mojado y roto.
- ¿Qué trabajo? ¿Tu tarea de investigación sobre Tsunade-sama? – preguntó Sakura. Conocía el asunto porque la niña había pasado varias tardes buscando información en la biblioteca y le había preguntado un montón de cosas sobre su maestra. Incluso habían ido juntas a visitarla para hacerle preguntas y añadir más datos a su informe. La verdad era que Sarada se había esforzado mucho.
- ¡Sí! ¡Exactamente! – se quitó las gafas para limpiarse las lágrimas de rabia. – Ya lo tenía listo… iba a entregarlo… pero… - dirigió una mirada asesina a Bolt – ¡Pero él me tiró al barro a propósito y se lió a patadas con todo mi trabajo!
- ¡Eso es mentira! – gritó entonces Bolt. - ¡Me empujaron! ¡Estaba jugando al fútbol y ella pasó por donde lanzaban la pelota! ¡Si hubiese mirado por donde iba no se habría mentido en medio!
- ¡Lo pateaste a posta! – contestó Sarada furiosa.
- ¡Estaba pateando el balón! ¡No fui el único! Los demás niños también pisaron tu trabajo! – se defendió él.
- ¡Mentiroso!

Los gritos de los críos se prolongaron aún un buen rato más, sin ningún resultado, evidentemente. Finalmente Sarada y Bolt volvieron a clase prometiendo, como siempre, no pelearse más. Para cuando salieron de la escuela, Hinata tenía una jaqueca terrible. Solo quería llegar a casa y acostarse. Curiosamente, era lo mismo que deseaba Sakura.

- ¡Adió mujé busano! – Himawari hizo un gesto de despedida ya en la calle.
- Son babosas… - suspiró cansada la ninja médico.
- ¡Adió mujé babosa! – sonrió la niña muy satisfecha de la exactitud de su nueva respuesta.
- Da igual… - Sakura murmuró en voz baja sacudiendo la cabeza. – No lo arregles más…

Dirigió sus pasos lentamente hacia su casa. En el camino, pasó frente a la torre del Hokage. Se detuvo y la observó unos instantes, dudando. Se mordió el labio. Quizás era mala idea, pero… ya que estaba allí…

- No creo que deba molestarle con esto – pensó en voz alta. – Pero dijo que tratara los problemas de Bolt directamente con él… - trataba de decidir mirando al edificio.
- No le quitaré mucho tiempo – se encogió de hombros y comenzó a caminar hacia la oficina de Naruto. – Y si está ocupado, lo dejaré correr…



III.

- Adelante.

Naruto respondió a los golpes en la puerta sin levantar la vista del montón de documentos que le estaban dejando el cerebro frito. Siempre le ponía de mal humor tanta burocracia.

- Buenos días… - Sakura entró tímidamente, casi sonrojada. Dentro de la gran oficina, con el atuendo oficial al completo, Naruto se veía diferente. Mucho más distante y serio. Casi intimidante.

El reconocimiento inequívoco de aquella voz femenina hizo que el rubio levantara la cabeza con sorpresa. Por un momento la observó como paralizado.

- Sa…Sakura… - parpadeó un par de veces mientras la miraba con cierta incredulidad. - ¿Qué te trae por aquí?

Ella avanzó hasta el centro de la estancia pero se mantuvo a una distancia considerable de él. En parte por respeto al Hokage, y en parte por su propia sensación de incomodidad. Los ojos azules de su antiguo compañero eran tan claros y directos que le daban la sensación de que estaba a punto de incordiar al Séptimo Hokage con un asunto absurdo.

- Yo… no quiero molestarte… - se disculpó con la mirada baja. ¿Qué era lo que de pronto le daba tanta vergüenza?
- No es molestia – repuso Naruto en tono neutral. – Como líder, debo atender a todos los aldeanos – aclaró, haciendo sentir a la muchacha como una campesina que pide audiencia al rey. - ¿Qué ocurre, Sakura?

Ella suspiró.

- Son los niños…
- Ah, claro. – sonrió sacudiendo la cabeza. – Debí suponerlo.

El rubio se recostó un poco sobre su butaca, en actitud más distendida.

- ¿Y bien…? – inquirió ante el silencio de la joven. - ¿Qué ha pasado?
- Bueno… - Sakura carraspeó. – En primer lugar, quiero agradecerte que tomaras cartas en el asunto. Bolt no había tenido conflictos con mi hija en estos tres últimos meses – explicó alzando los ojos hacia él. – No sé cómo lo has hecho, pero sea como sea, ahora Sarada está mucho más alegre, y yo más tranquila. Te doy las gracias de corazón, Naruto.

El Hokage solamente le sostuvo la mirada y asintió en silencio con expresión tranquila tratando de no manifestar emoción, aunque se sentía satisfecho de haber conseguido mejorar la situación. Y sobre todo, de que Sakura le reconociera algo. Era una sensación agridulce.

- El caso es que hoy… después de un tiempo en calma… Bolt ha destruido un trabajo que Sarada había tardado semanas en realizar.
- ¿Y crees que lo ha hecho a propósito? – consultó el rubio frunciendo el ceño levemente.

Sakura elevó ambas manos al frente enseguida, mostrando las palmas hacia él, a la defensiva.

- No, no… no estoy diciendo eso. Es posible que esta vez haya sido solo un accidente. Los niños jugaban al fútbol, ella pasaba por allí… y no sé cómo, todos los papeles de Sarada acabaron en el barro. Después de eso vino la pelea… y entonces me llamaron del colegio. Hinata estuvo allí… pero tú dijiste…que tratara estos asuntos personalmente contigo, así que…

Naruto se encogió de hombros.

- Estaba claro que lo bueno no dura para siempre… - sonrió, entrelazando los dedos y apoyando los antebrazos en la mesa. – Hablaré con mi hijo. Pero si ha sido un accidente, creo que por esta vez deberíamos dejarlo correr.

Sakura ladeó la cabeza con expresión dubitativa.

- Verás… - tragó saliva. ¿Por qué demonios le costaba tanto hablar? - Yo lo dejaría correr, si el accidente no hubiera tenido consecuencias, pero… Sarada trabajó durante semanas y ahora tiene que repetir toda la tarea… - aclaró. – No me parece justo para ella, la verdad… se ha esforzado mucho y… en fin… no va a darle tiempo a rehacerlo todo otra vez antes del plazo de entrega.
- ¿Cuándo es eso?
- La semana que viene.
- Ya veo…

Naruto se rascó la cabeza y miró hacia la ventana con un suspiro. Ser padre era un quebradero de cabeza continuo. Observó el horizonte a través del cristal tratando de encontrar alguna solución que compensara a Sarada de alguna forma. Ella le observó pensar en silencio, absorto completamente en el problema de los niños, mientras dejaba de lado por un momento todos los otros asuntos que debía resolver como Hokage, y que de seguro serían mil veces más importantes para la aldea que una incidencia escolar. Sintió un pequeño y amargo pinchazo en el pecho cuando no pudo, o no quiso, evitar el pensamiento de que Sasuke jamás sería capaz de algo así.

- A ver qué te parece – el rubio chasqueó los dedos con aspecto optimista.
- Te escucho.
- Creo que Bolt debería ayudar a Sarada a rehacer su trabajo – sonrió.

Sakura enarcó ambas cejas, entre la incredulidad y la risa.

- ¿Tienes la más remota idea de lo que estás diciendo? – preguntó con sarcasmo. - ¿Acaso quieres que se maten?
- Tranquila, no se matarán… - rió él.
- No… qué va. Tan solo se arrancarán los ojos – replicó Sakura con una sonrisa helada. – Es un suicidio dejarlos solos…
- Yo no he dicho que los dejemos solos – matizó Naruto.

Ella lo miró con una mezcla de preocupación, fatalismo y curiosidad. Cruzó los brazos con cierto fastidio.

- ¿Y qué es lo que estás diciendo, entonces?
- Que tú deberías vigilarlos.
- ¿¡Qué!? ¿Yo?
- ¡Claro! Tienes permiso para castigar a mi hijo cuando esté a tu cargo. Mientras esté en tu casa debe…
- ¿¿¿Qué lo meta en mi casa??? ¿Pero tú estás bien de la cabeza? ¡A Sarada le daría un infarto!

Naruto rió a carcajadas.

- Bueno, bueno… que tampoco es el anticristo… - rió. – Estás exagerando mucho, ¿no te parece? Solo son dos niños de ocho años. Unas cuantas tardes de trabajo en equipo podrían enseñarles varias cosas a los dos. A veces hay que unirse a compañeros que no nos agradan, por el bien de una misión. Es algo que tendrán que aprender tarde o temprano.

Sakura no descruzó los brazos y tampoco relajó la expresión. Continuaba vislumbrando el apocalipsis en el horizonte.

- Es una malísima idea – protestó con el ceño fruncido.
- Vamos, no lo es... – sonrió el Hokage. – Tú puedes encargarte bien de un crío así. Ya verás como no te resulta tan problemático. Puede que incluso te caiga bien.
- Lo dudo mucho… - replicó Sakura mirando al techo.
- Me encantaría hacerlo yo mismo, pero… - señaló los montones de papeles a su alrededor – para mí es imposible. De verdad que preferiría estar con los niños que aquí encerrado entre papeles – explicó con cara de resignación. - Tú tienes más tiempo libre…
- Yo también trabajo.
- Ah, cierto… me dijeron que volviste al hospital… - el rubio se quedó pensativo un momento. – Bueno, puedo pedirle a Hinata que lo haga ella… - murmuró.
- Mejor que no – cortó ella tajantemente – Yo me encargo. Ya me organizaré como sea.

Naruto sonrió triunfal. Sabía de sobra que Sakura no aceptaría eso.

- Pero igualmente, no les va a dar tiempo a terminar la tarea para dentro de una semana – la rosa continuaba con sus objeciones.
- Oh, eso es cierto… - la expresión del Hokage se oscureció un poco. Ambos se quedaron en silencio unos segundos.
- Quizás… - dijo al fin Sakura con cara de fastidio – puedo explicarle la situación al profesor y pedirle una prórroga…
- ¡Genial! – el rubio volvió a sonreír. - ¡Todo arreglado, entonces! Mañana al acabar la escuela enviaré a Bolt a tu casa.

Sakura pronunció un lánguido “De acuerdo…” mientras pensaba “No va a salir bien…”

Dio las gracias nuevamente al Hokage por su tiempo y se dirigió hacia la puerta. Cuando sostenía el pomo recordó algo.

- Naruto…
- ¿Sí? – el rubio levantó nuevamente la cabeza de los documentos.
- Lo de la mujer gusano… ¿ha sido idea tuya? – preguntó Sakura girándose un poco hacia él.
- ¿Qué? ¿Mujer gusano? ¿Qué es eso? – puso cara de no tener ni la más remota idea.
- Nada… olvídalo – suspiró la rosa. – Por cierto, tienes una hija muy simpática – se despidió con la mano y cerró la puerta tras de sí.

El rubio ya no disimuló una guasona sonrisa de oreja a oreja. Mujer gusano. Condenada Himawari, siempre soltaba todo lo que pensaba. Aún recordaba cuando lo dijo la primera vez al ver los dibujos de Sai. A Naruto le hizo tantísima gracia, que desde entonces él mismo comenzó a llamarla así cuando le contaba historias a su hija. Una pequeña venganza que no hacía daño a nadie. Salvo, quizás, a él mismo.