--- PLATOS ROTOS --- DESPEDIDA Y CIERRE (6/09/15)

I.

El teléfono sonó seis o siete veces antes de que Sakura pudiera responder. La llamada la sorprendió encima de la escalerilla, mientras le quitaba el polvo a la librería, como todos los lunes.

- ¿Sí? -  respondió agarrando el auricular apresuradamente.

El interlocutor al otro lado de la línea era una voz conocida.  Conforme la escuchaba,  el rostro de la pelirrosa fue adquiriendo expresión de cansancio y fastidio.

- Claro. Comprendo. Sí, por supuesto… En diez minutos estaré allí.

Colgó y suspiró.  Soltó el plumero y limpió el sudor en su frente con el dorso de la mano. Luego se quitó el delantal, se aseó, salió de casa y se dirigió a la academia.  

Otra vez Sarada se había peleado en clase.  Y otra vez Sakura se apostaba el cuello a que había sido con Bolt.  Era tan cotidiano que resultaba hasta aburrido.  Demonio de crío.  Le encantaba meterse con su niña, precisamente porque ella, de entre todos sus compañeros, era quien le ignoraba sistemáticamente cuando él trataba de llamar la atención.  Sarada tenía muchísima paciencia y era muy madura para su edad, así que se había convertido en su víctima predilecta, por ser la más difícil de provocar. La pequeña tenía aguante, pero todos tenemos un límite. Y cuando Sarada se enfadaba, se enfadaba de verdad.  No era como la pelirrosa, que pegaba un puñetazo y dos gritos y enseguida se le pasaba todo. Sarada era como su padre: silenciosa y distante;  pero cuando no aguantaba más, estallaba con todas sus fuerzas desde lo más profundo de su rencor.

Y el maldito Bolt era especialista en hacer estallar a todo el mundo.

Bueno, a todos, menos a Hinata,  su madre.  A Sakura le resultaban desesperantes esas reuniones en la oficina del director de la academia, porque nunca servían para nada.  Hinata se disculpaba y excusaba al niño, argumentando que el psicólogo infantil de la aldea le había diagnosticado un problema de hiperactividad.  Que por eso no podía concentrarse en los estudios y armaba jaleo en clase. Que no era culpa suya, vamos. Que estaba enfermito, el pobre.  Oh, por favor…  Un buen puñetazo en todo lo alto de la cabeza y se le hubiera quitado  la hiperactividad al instante.  Pero no. No hay que pegar a los niños.  Hay que ser comprensivos y hacerles razonar.  Ese era el estilo de Hinata.  Más o menos venía a decir siempre lo mismo: “Bolt, ¿no te das cuenta de que  lo que has hecho está mal? Pide  disculpas cariño, diles que no volverá a ocurrir”.  Y Bolt sonreía lastimero y ponía ojitos brillantes y decía con su voz de corderito lechal: “No volverá a ocurrir…. Yo… no sé por qué lo hice…no pude evitarlo…”. Había resultado ser un gran actor, el condenado niño.  En cuanto su madre giraba la cabeza les sacaba burla a Sakura y Sarada. Una vez incluso les enseñó el trasero cuando se iban. Para estrangularlo, al angelito.

La pelirrosa siempre salía de allí con una sensación frustrante, porque sabía que en menos de un mes, todos ellos repetirían la escenita con exactitud milimétrica. No era para tanto, pero le dolía por Sarada. Su pequeña no era muy sociable.  Tenía amigos, pero era reservada. Y las peleas continuas solo conseguían que cada vez lo fuera más.  No quería conflictos, así que se mantenía al margen en las actividades con los demás niños, para evitar interactuar con Bolt. No era que la chiquilla estuviese traumatizada ni nada de eso, pero la situación comenzaba a volverse crónica, y como Bolt nunca recibía un castigo o una buena bronca,  sus trastadas cada vez iban a peor.  Sakura lo había expresado así de claro más de una vez en la oficina del director, pero no hay mayor ciego que el que no quiere ver. Y como Hinata idolatraba a su hijo igual que idolatraba a su marido, era incapaz de ver faltas en ellos.  

Respiró hondo antes de llamar a la puerta del despacho. Podía escuchar al otro lado la vocecita nerviosa de Sarada acusando a Bolt de haber sido él quien le pegó primero.  

“Como siempre….”  Suspiró cerrando los ojos y abriendo la puerta.  Ya estaba harta y la reunión ni  siquiera había empezado.

Pero aquella mañana había una novedad. Hinata no había venido. En su lugar, de pie con los brazos cruzados y una expresión seria  dirigida a su hijo, estaba Naruto.

II.

Se quedó parada unos segundos en el hueco de la puerta. No esperaba encontrarse con el rubio y al principio se sintió un tanto descolocada. Naruto dirigió la mirada hacia ella y su expresión se relajó bastante, pero no llegó a sonreir y solamente  la saludó con un gesto de cabeza. Su mal humor era evidente.  Podía verse a kilómetros que él tampoco tenía ninguna gana de estar allí.  

- Buenos días… - saludó Sakura.  Enseguida Sarada corrió junto a ella y se colocó detrás, deseando esconderse de la vista de todos.  Que hubiera venido el propio Hokage a poner orden en sus problemas con Bolt le había puesto mucho más nerviosa de lo habitual.  Sintiéndose ya más protegida miró con furia a su compañero de clase.  Éste le devolvió la mirada con la misma silenciosa rabia, aunque hoy se le veía menos seguro de sí mismo.

- Buenos días, Sakura-san  - saludó el director. – Gracias a los dos por venir tan rápido.  Especialmente a usted, señor Hokage; imagino lo ocupado que debe de estar.

- La verdad es que no ando muy bien de tiempo… - confirmó el rubio - pero  Hinata se sentía indispuesta hoy y no ha podido salir de casa, así que por esta vez me  encargaré yo de este asunto. Solo les pido que acabemos cuanto antes. Tengo una reunión en menos de media hora.  

Todo esto lo dijo con el ceño fruncido y sin descruzar los brazos.  Sakura le miró de reojo bastante sorprendida por sus prisas y su mal humor. No era una actitud muy conciliadora para empezar. Esto, sumado al hecho de que su relación se había enfriado bastante en los últimos años, por las pocas ocasiones en que coincidían,  hizo que su antiguo compañero le pareciera un perfecto desconocido.  Con aquellas pocas frases Naruto dejó patente sin pretenderlo que quedaba poco o casi nada del muchacho alegre y despreocupado que solía ser.

- Por supuesto, señor Hokage… - sonrió apurado el director -  Bien, supongo que estará usted al tanto del problema de convivencia que tienen Bolt y Sarada…
- ¿Problema de convivencia? -  Naruto enarcó una ceja confundido.  Bolt se metía en líos constantemente, pero no tenía noticias de que estuviese enemistado con nadie en particular.
- Esta es la sexta vez que se pelean en lo que llevamos de curso… - intervino Sakura  perpleja - ¿No te lo ha contado Hinata?
- Bueno… - titubeó el rubio – Yo no puedo dedicarles mucho tiempo a la educación de los niños y ella es quien se encarga de todo lo relacionado con eso.  No suele darme detalles  a no ser que sea un problema importante.

La pelirrosa se sintió muy molesta de repente.  Lo que Bolt le hacía a Sarada era acoso y derribo desde hacía meses. No era una riña aislada ni una circunstancia puntual.  Se estaba cebando con ella y eso estaba teniendo consecuencias palpables en el carácter de su pequeña.  Y Hinata además de no ser capaz de hacer nada para arreglarlo, ni siquiera se lo mencionaba a su marido. ¿¿Cómo podía negar los problemas tan tranquilamente??¿No tenía sangre en las venas o qué?

- A ver si lo he entendido – replicó sarcástica. - Para tu mujer, venir a la oficina del director dos veces al mes porque su hijo le hace la vida imposible a una compañera hasta el punto en que la obliga a defenderse a golpes, no es un problema importante… Pues qué sorpresa – sonrió con amargura -  Quizás no es el niño quien tiene un problema entonces… – murmuró en voz más baja, pero Naruto la escuchó perfectamente.  
- Sakura… ¿Estás insinuando que la culpa de que nuestros hijos se peleen es de Hinata? – preguntó con un tono mucho más hostil.  La miró de frente con severidad  y a Sakura le costó sostenerle la mirada. Naruto le resultaba intimidante ahora, pero no pensaba salir de allí sin una solución esta vez.  Trató de calmarse y tragó saliva.  
- En parte sí – habló despacio y en tono tranquilo, pero firme. – Por supuesto que ella no ha iniciado esto, pero creo que Hinata es demasiado blanda con Bolt. Si el daño que le hace a Sarada tuviese consecuencias, haría tiempo que este problema habría dejado de existir.  Si nadie obliga a Bolt a responsabilizarse de sus actos ¿cómo esperas que el crío cambie de actitud?    

El rubio la escuchaba boquiabierto.  

- Primero criticas a mi mujer, ¿y ahora me dices que mi hijo es un acosador porque no lo estamos educando bien? – su voz sonó indignada y fría.  Sakura empezó a sospechar que con el rumbo que estaba tomando la discusión, seguramente no podrían llegar a buen puerto.  Naruto no aceptaba la crítica a su familia porque ella había sido, como de costumbre, demasiado frontal.  El rubio se había cerrado en banda y ya no escucharía. Conocía su testarudez a la hora de defender a los que amaba. Pero Sakura era igual o más testaruda, y no sentía que hubiese dicho nada de lo que tuviese que retractarse.

- Por favor, tranquilícense… - suplicó el director con aspecto asustado.  No quería verse en medio de una pelea entre aquellos dos – por favor, centrémonos en el problema que han tenido hoy los niños…


Naruto y Sakura se dirigieron una última mirada que echaba chispas, y finalmente prestaron atención a las palabras del tercer adulto.

- El caso es que hoy ha sido Sarada la que ha dado un paso más allá  en esta… escalada de… hostilidad… –  continuó el buen hombre tratando de dirigir el asunto a los hechos concretos.
 
La niña tensó el cuerpo al escuchar su nombre.

- ¿Qué ha pasado esta vez? – preguntó Sakura.
- Ha usado un jutsu contra Bolt dentro del aula.      
- ¡Porque en el recreo me había tirado a un charco! – se defendió la chiquilla con su fina vocecita.
- ¡Fue sin querer! – repondió el otro enseguida.
- ¡Mentiroso! – gritó Sarada.

Sakura la agarró del hombro autoritariamente.  Con eso la hizo callar, pero no reprimirle una pequeña sonrisa de satisfacción al observar el pelo chamuscado de aquél idiota. Durante el almuerzo la había tirado al barro a propósito, aunque disimulando muy bien, como siempre.  En lugar de lanzarse inmediatamente al contraataque físico, que es lo que Bolt quería,  se había pasado el resto del recreo limpiándose la ropa y urdiendo una venganza.  Así que  cuando volvieron al aula, se sentó en el pupitre detrás de él, y cuando nadie la miraba, hizo algunos sellos bajo la mesa.  Luego movió los labios como si fuese a silbar,  colocó dos deditos frente a su boca y susurró…

- Katón…

Fue un Katón muy pequeñito.  Lo había calculado perfectamente.  Apenas una llamita que fue a parar a la cabeza de Bolt sin que él se diera cuenta.  Pasaron varios segundos antes de que el niño de al lado olfateara algo quemándose y le preguntara al hijo del Hokage que porqué tenía fuego en la cabeza. Él había empezado a gritar como una nenita y a revolcarse por el suelo, chillando que no quería morir y que alguien hiciera algo…   Sarada, sin moverse de su sitio y poniendo cara de inocencia absoluta, había disfrutado como nunca viendo arder su pelo de pincho.  A ver si así aprendía a dejarla tranquila de una condenada vez. Pero que va…  En cuanto le echaron un cubo de agua por encima, se calmó y ató cabos, Bolt se giró hacia ella y se lanzó su cuello como un tigre. Sarada no le esquivó, sino que le enfrentó furiosamente.   De ahí fueron los dos rodando al suelo entre gruñidos y gritos; y del suelo… al despacho del director.

- Entonces en este caso es Sarada quien debería pedir disculpas, ¿no? – opinó Naruto con una sonrisa socarrona mirando a ambas.

Bolt sonrió triunfal desde detrás de su padre, y Sakura se agachó para poder mirar de frente a la niña.

- ¿Tú qué dices? – le preguntó en voz baja sujetándola por las manos - ¿Lo hiciste a propósito?

Sarada, a través de sus gafitas,  la miró con sus ojos oscuros y serios, buscando su complicidad.  Sabía que la pelirrosa confiaba en ella. Era una cría sincera.  Sakura siempre había elogiado su honestidad, decía que estaba orgullosa porque demostraba valor al decir la verdad aunque fuera difícil.  Así que finalmente, asintió despacio, mirando al suelo.  

- Pero no voy a pedir disculpas – repuso al instante. -  Él también me tiró al charco a propósito.  Si no se arrepiente, yo tampoco.

Sakura sonrió ligeramente ante ese orgullo Uchiha que tan bien conocía y miró a los demás.  

- Ya la habeis oído – dijo poniéndose en pie. – Si Bolt se disculpa, ella también.

Todo el mundo miró a Bolt, que intentó la estrategia habitual mirando a su padre:

- Pero papi… yo… no lo hice a propósito… fue sin querer… -  contestó con su vocecilla más triste.
- Oh, vamos Bolt… - protestó la pelirrosa llevándose una mano a la cara. Estaba perdiendo la paciencia -  No empieces con la misma canción de siempre…  

Naruto la miró con dureza de nuevo.

- ¿Crees que mi chico miente y la tuya no?

Ella solo le sostuvo la mirada con seriedad.  Quien calla, otorga.

- Vamos, dilo Sakura.  ¿Crees que Bolt lanzó a Sarada a un charco sin motivo?

Otra vez la mirada acusadora.

- ¿En serio eso es lo que crees? -  repitió cada vez más irritado.  

Finalmente se escuchó lo obvio:

- Sí.

El rubio se giró para mirarla de frente, con aspecto más que enfadado. Sakura no se acobardó lo más mínimo. Estaba dispuesta a defender a su pequeña igual que lo hacía él.

- Por favor,  ejem… tranquilicémonos… - intentaba poner paz el director nuevamente – No hay necesidad de alterarse tanto… Son cosas de niños…

Naruto respiró hondo tratando de calmarse también.

- Tiene razón.  No hay porqué ponerse violento – convino. Y luego añadió en un murmullo como para sí mismo  - Sobre todo por una niña que ni siquiera es tu hija…

Sakura sintió  entonces que la ira dominaba su cuerpo por completo. Así, a lo salvaje, en una fracción de segundo.

- ¿¿QUÉ HAS DICHO??

Si las miradas mataran, tened por seguro que Naruto hubiera muerto allí mismo.

En lugar de caer fulminado, levantó la cabeza con dignidad y le dirigió una mirada desprovista de toda emoción.  Supo que se había excedido con aquello, pero ya era tarde, y de todas formas, era simplemente, la pura realidad.

- Solo he dicho la verdad, Sakura.  Quizás sería mejor que fuese su padre quien estuviera aquí. Al fin y al cabo, Sarada no es tu hija.

La rosa no daba crédito a lo que estaba escuchando.  Cómo podía darle él, precisamente él, un golpe tan bajo. Era cruel, simple y llanamente cruel,  además de ni siquiera venir al caso. Por mucho que ella le hubiese cabreado con sus acusaciones,  aquello estaba completamente fuera de lugar.  No pudo evitar que los ojos se le humedecieran con lágrimas de rabia contenida.  

- ¿Y qué?  - escupió venenosamente.  Sus ojos verdes acuchillaron a Naruto con furia – La he educado como si lo fuera. La quiero como si lo fuera. No hacen falta lazos de sangre para ser buena madre.  Y nadie… ni siquiera tú, puede… puede juzgar…

Se le quebró la voz. No podía seguir. Los puños le temblaban y no sabía ni siquiera qué quería decirle. Se le quedó mirando llena de odio, y el rubio pareció preocuparse por primera vez desde que había llegado.
 
Sakura dio entonces media vuelta, haciendo un gesto a la niña de que la siguiera. Salió a zancadas y trató de alejarse cuanto antes de aquella maldita habitación. Sarada no la siguió inmediatamente.  La miró marcharse entre lágrimas, y sintió la misma rabia que ella. Luego levantó la vista hacia el Hokage con el mismo odio, y desde un rencor desafiante que a Naruto   le pareció bastante conocido, le dijo con su voz de niña de ocho años:

- Señor Hokage…
- ¿Sí?
- No tiene ni idea de lo que está diciendo.  Sakura no será mi madre biológica, pero es la mejor madre del mundo.

Y tras un segundo de duda, añadió:
 
- ¿Ah, sabe qué más pienso...?  Pienso que aunque sea el Hokage, ¡es usted un completo idiota!

Y antes de que el rubio pudiera salir de su asombro, ya había salido corriendo.

CAPÍTULO 2

I.

Sarada alcanzó a Sakura cuando ya salía de la academia.  Ajustó sus pasitos acelerados a las zancadas de ella y sin decirle nada le agarró de la mano.  Al sentir cómo aquellos deditos  apretaban suavemente los suyos, la pelirrosa volvió un poco en sí. Correspondió el dulce apretón y se detuvo, ya más calmada. Al girarse para mirarla pudo ver que su niña estaba realmente preocupada, y el motivo era que la pobre nunca antes la había visto perder los papeles así.  Ni siquiera en las más agrias discusiones con Sasuke se alteraba tanto como para llegar al punto de las lágrimas. Podía dar un puñetazo y partir la mesa, pero jamás huir llorando de una discusión difícil.  Y esto era algo completamente nuevo para la  pequeña.

- Mamá, no llores… ya no me pelearé más… - murmuró con un hilillo de voz.

Sakura sonrió y se limpió las lágrimas con la manga de la chaqueta.  Que la pobre criatura se sintiera culpable de sus lágrimas le encogió el corazón.

- No te preocupes, cariño. Ya no lloro, ¿ves? – volvió a sonreír y se puso en cuclillas hacia ella.  Le sujetó por la carita y le dio un beso en la mejilla, gesto que la niña correspondió  abrazándose con fuerza a su cuello.  Sakura cerró los ojos y acarició su pequeña espalda de arriba abajo mientras suspiraba largamente.  

- No escuches a ese idiota del Hokage – la consoló la chiquilla, haciéndola reír un poquito. -  Yo sé que eres la mejor madre del mundo...  

Sarada sabía de sobra que no era su hija biológica. La propia Sakura se lo había explicado muchas veces.  Pero no conocía otra cosa que el amor, la dedicación y la disciplina de la rosa desde que tenía memoria, así que poco le importaba aquella realidad; y por eso la llamaba mamá, con todo el cariño y respeto que la palabra implica.  

El parecido físico de la niña con su verdadera madre era tan evidente que solo con mirarla cualquiera que hubiese conocido a Karin sería capaz de adivinar que era hija suya.
Después de la guerra tanto Sakura como la pelirroja le habían expresado sus sentimientos a Sasuke.  En aquél entonces ambas tenían en común, además de su amor por el Uchiha, una debilidad tan absurda como inevitable: podían perdonarle cualquier cosa en cuanto él se mostrase mínimamente afectuoso. Hasta el punto de que cualquier cosa, incluía el intento de asesinato.  Habrá quien piense que este extremo es insano y quizás tenga razón.  Pero por algo se ha dicho siempre que el amor es ciego. En el caso concreto de las dos kunoichis, al parecer era ciego, manco y sordomudo.  
Sasuke siempre fue esquivo en temas amorosos ya que en realidad no tenía verdaderas ganas de mezclarse con nadie.   No obstante,  el deseo de restaurar su clan se iba convirtiendo lentamente en una prioridad, por lo que trató de ser cortés con ambas ya que llegado el momento, las dos podían ser buenas opciones.

En cuanto a lo que le dijo a Sakura  cuando se marchó de la aldea, en su “viaje de redención”, el hecho era que no le había prometido nada en concreto. “Te veré cuando vuelva”  no quería decir que necesariamente fuesen a intimar como pareja en el futuro.  Su antigua compañera de equipo así lo entendió y no quiso presionarle.  Pensó que por el carácter reservado y distante de Sasuke, era mejor esperar a que él fuese aclarando sus ideas poco a poco. Karin por el contrario, siguió insistiendo con tozudez noche tras noche hasta que consiguió seducir a Sasuke en el plano físico. Por muy frío que aparentara ser el Uchiha, tenía las mismas necesidades carnales que cualquiera. Esto, sumado a que era novato en citas y lances románticos, resultó en que finalmente se dejara arrastrar por la atracción sexual como un quinceañero inexperto.  Después de aquél episodio intentó darle una oportunidad sentimental a Karin, pero bien sabía que ella siempre había sido demasiado Uzumaki. Demasiado como Naruto.  Como era de esperar, resultaron no ser compatibles. Acababan discutiendo a gritos por cualquier cosa, y aunque la muchacha  cedía por miedo a perderle, Sasuke se cansó pronto de aquello y cortó la relación sin muchos miramientos.

Después de un tiempo prudencial, Sakura se planteó volver a probar suerte.  Dudó al principio, ya que se sentía dolida por no haber sido la primera elección de Sasuke. Siempre pensó, erróneamente, que su relación era más profunda.  Pero también sabía que lo de Karin había sido primordialmente sexo, mientras que su propia relación con él era diferente a nivel personal.  No en vano habían trabajado en equipo desde niños.  Con buen criterio, trató de ser una amiga antes que una amante. No buscó acelerar las cosas, dándole al moreno su tiempo para ir afianzando el compromiso entre ambos poco a poco.  La estrategia funcionó, ya que aunque Sasuke fuese más bien insociable, al final del día nadie quiere estar completamente solo.  Al cabo de unos meses la aceptó como compañera, y no mucho tiempo más tarde, como prometida. Sakura se veía radiante en aquella época, igual que toda jovencita ilusionada que va tejiendo alegremente sus planes de boda.

Fue por entonces cuando Karin ya no pudo continuar ocultando su embarazo. Aunque usara ropa holgada, su barriga era prominente, y por otro lado, debía someterse a los controles prenatales rutinarios en el hospital.  Era imposible callarlo.

Le comunicó a Sasuke su decisión de tener al bebé ella sola. No pedía nada de él y ni de lejos se le pasaba por la cabeza la idea de hacerle chantaje emocional con el asunto de su paternidad.  Sabía que su oportunidad había pasado y que no era posible para ellos vivir como pareja.  Aun así, le ofrecía la oportunidad de tener una relación con su hija de la forma más natural posible, cosa que el moreno aceptó sin saber exactamente donde se estaba metiendo.  Sakura asumió la situación con normalidad, respetando sin reservas la decisión de ambos.

Pero, ¿saben qué? La vida es imprevisible.  De repente te da una bofetada y te arranca de tu apacible y planificada vida sin avisar siquiera.

Una semana después de dar a luz,  Karin  continuaba ingresada en el hospital, sin ser capaz de levantarse de la camilla debido al dolor y la fiebre.  La niña estaba completamente sana, pero su madre se iba apagando sin que ningún médico comprendiera bien porqué.  Sakura decidió entonces tomar cartas en el asunto y tratar de hallar el problema.  Repasó sus análisis y descubrió ciertas anomalías.  Las defensas de Karin estaban demasiado bajas y debido a ello los medicamentos no bastaban para que se recuperase con normalidad. Realizó varias pruebas complementarias y descubrió una infección latente en su sangre.  Un virus poco habitual oculto en sus glóbulos rojos, transmitido por alguno de los miles de mordiscos que tantas personas le dieron a lo largo de su vida.  Debía de haber estado ahí desde hacía años, pero con el estrés físico del parto, se había activado y atacado a su portadora. Sarada resultó no estar infectada, noticia que su madre recibió con alivio, pero después de esto, Sakura tuvo que comunicarle que no existía cura conocida contra su enfermedad.  

Karin Uzumaki peleó con dignidad y buen ánimo.  No se lamentó en ningún momento, y aguantó todo lo que su cuerpo humanamente pudo soportar.  Unos días antes de morir, cuando su final ya era terrible y evidente, agarró con fuerza la mano de Sakura y le suplicó que cuidara de su pequeña.  Quería que Sarada estuviera con su padre, pero sabía perfectamente que Sasuke no estaba hecho para cambiar pañales y contar cuentos.  Así que se lo pidió a ella. Confiaba en que alguien como Sakura podría responsabilizarse de un bebé, y lo que era aún más importante: darle el cariño y la educación que todo niño necesita. La pelirrosa le juró en su lecho de muerte, de nuevo sin reparo alguno, que la criaría como si fuese su propia hija.

Pocas semanas tras el entierro de Karin, Sakura y Sasuke aceleraron sus planes y celebraron una boda discreta y rápida, sin grandes banquetes ni docenas de invitados, para poder atender juntos a su inesperado bebé de la mejor forma posible.



II.

Naruto salió del despacho del director diez minutos después que Sakura.  Ya que la jornada lectiva aún no había terminado, dejó a Bolt en clase, no sin advertirle antes de que esa noche tendrían una conversación en casa.  Tras informarse más pormenorizadamente de la situación en la escuela, tuvo que admitir en su fuero interno que su primogénito causaba más problemas de los que su mujer podía ocuparse. Hinata era tan dulce que no sabía cómo enfrentar la situación por miedo a hacerle daño a su hijo, y aunque Naruto se había dado cuenta hacía tiempo, no creyó nunca que eso pudiese convertirse en algo realmente preocupante. Eran las simples travesuras de un crío hiperactivo al que no se le presta suficiente atención, igual que él hizo a su edad, salvando las distancias. Por supuesto, ambos padres se ocupaban de él tanto como de su hermana.  El problema de Bolt era que tenía demasiada energía. Mucha más que su padre y su madre juntos actualmente.  Era capaz de agotar a cualquiera.  Naruto intentaba dedicarle todo el tiempo posible, pero debido a su cargo político, su tiempo y paciencia al final de la jornada laboral era bastante escaso.  

Y tampoco es que el chiquillo fuese el diablo. No era tan malo.  En realidad, a ojos de su padre no era malo en absoluto, y no era que se estuviera engañando mucho al respecto. No era un niño perfecto, obediente, adorable o tranquilo y nunca lo sería. Eso lo tenía muy claro.   Pero lo conocía bien, mejor que nadie en realidad, y sabía que tenía un corazón noble y generoso, además de indomable. Por eso último, y para fastidio de todos, solamente demostraba su verdadera valía en muy contadas ocasiones. Le gustaba más tomarle el pelo a todo el mundo para demostrar lo listo que era que ser un corderito manso y atontado.   Naruto sonrió para sus adentros.   Era algo que no quería cambiar de él. Su alma rebelde.  Pero tras la discusión con Sakura y la posterior charla a solas con el director, decidió que las cosas estaban yendo demasiado lejos.  Tenía que ocuparse él mismo de encauzarlo mejor antes de que Bolt hiciera algo que realmente tuvieran que lamentar.

- Buenos días señor Hokage – le saludó un ANBU  a la entrada de su despacho.  

El rubio hizo un gesto educado de cabeza y entró a la estancia intentando concentrarse en sus tareas inmediatas.  No tendría un día fácil.

- Ah, por fin has vuelto… - murmuró Shikamaru levantando la vista por un instante de los documentos que estaba revisando.
- La cosa se complicó un poco – respondió encogiéndose de hombros sin darle más importancia.  Se dispuso a tomar asiento y miró las montañas de documentos desparramados a su alrededor.  Aborrecía el papeleo.  Por mucho que Sizune organizara su mesa mil veces, él era incapaz de aclararse con los millones de formularios, solicitudes, trámites y demás burocracia.  Si ya nunca consiguió tener los cuadernos organizados de niño en la academia ninja, ¿cómo no iba a perder ahora papeles importantes cada dos por tres? Hacía años que Shikamaru había ordenado guardarlo todo por duplicado, y ni por ésas.  Naruto era un desastre total en ese aspecto por mucho interés que le pusiera. Que se lo ponía, ¿eh?  Era consciente de la importancia de esa parte de su trabajo y se esforzaba en hacerlo bien.  Pero es que se sentía como un inútil total.  Dios no le había llamado  por el camino de la lectura comprensiva, y algunos días en que trataba de descifrar textos legales dudaba de que aquello fuese su propio idioma.  Normalmente terminaba lanzándolo todo por los aires de una patada a la mesa y pegando gritos desquiciados por pura desesperación.  Al tercer o cuarto grito solía aparecer Shikamaru al rescate, con su andar pausado y su expresión resignada. El Nara nunca tardó más de diez minutos en señalarle una solución obvia a cualquier “gran problema”.  Se había convertido en una persona imprescindible para él debido a su extrema inteligencia. Pero lo que más le agradecía Naruto era que jamás lo hizo sentir como el tonto que él mismo creía que era a veces.  


-   -  ¿Has conseguido lo que te pedí?  - le preguntó.

El Nara le miró de reojo.

- ¿Tú qué crees? -  repuso un tanto burlón.  

En el rostro del Hokage apareció una sonrisa satisfecha.

- No sé qué haría sin ti, Shikamaru… - suspiró aliviado – has salvado la reunión de hoy.

Aquél día en concreto tocaba lidiar con los ancianos del consejo. Ese tipo de negociaciones eran siempre las más pesadas para el séptimo Hokage ya que la visión que él tenía de la nueva Konoha y de las relaciones actuales con otros países chocaban de frente contra las obsoletas convicciones de los viejos.  Le resultaba más difícil hacerles entender sus nuevas ideas y reformas que cualquier otra cosa que hubiese hecho hasta el momento.  Los antiguos consejeros vivían aún en la época en que todos eran enemigos de todos.  No eran capaces de adaptarse a un periodo de paz generalizada y ponían todo tipo de obstáculos cada vez que él proponía entablar nuevas relaciones comerciales o intercambios de cualquier tipo con personas ajenas al país del fuego.  Eso le ponía de los nervios.  Había conseguido disipar el odio en los corazones de miles de shinobis legendarios y no era capaz de quitarle el polvo a los pensamientos de unos pocos viejos decrépitos.  Con frecuencia tenían que recurrir a antiguos tratados y leyes archivadas en la biblioteca para justificar su postura.  Solo si los viejos confirmaban que algún otro líder respetable había  hecho en el pasado algo similar a lo que proponía Naruto, le daban su apoyo, aunque poniendo muchas pegas.  Utilizar los viejos textos también había sido idea de Shikamaru, ya que como su inteligente consejero solía decir, “la historia siempre se repite”.

Aquella tarde recurrieron a eso mismo nuevamente, y por fortuna les volvió a funcionar.  No  ocurría todas las veces, y en cualquier caso, la tediosa discusión sobre los detalles del asunto se extendía durante horas.  Naruto salía de la sala de reuniones mentalmente agotado, muchas veces con dolor de cabeza, y con ganas solo de llegar a casa, cenar tranquilo y dejar de ser Hokage hasta el día siguiente.  

- Ya regresé… - saludó suavemente mientras se descalzaba en la entrada de la mansión Hyuga.  Descorrió con pesadez la puerta de madera y antes de que pusiera un pie en el tatami, una niña le saltó al cuello.
- ¡¡¡PAPÁ!!! – chilló Himawari con carita de felicidad absoluta - ¡Bienvenido papá!  

Lo llenó de besos y el rubio la abrazó sonriendo con un cansado suspiro. Ella trepó ágilmente por sus hombros como un monito  y se sentó a horcajadas sobre él como hacía siempre.

- ¡Arre caballo! – gritó tirándole un poco del pelo - ¡Arre, arre caballitooooo!

Empezaba el último asalto del día.