La sonrisa condenada (One-shot) TP

He notado otra cosa peculiar en ella. No sonríe. Ni siquiera cuando Mashiro hace alguna de sus payasadas,  nunca sonríe.

La mayor parte de su tiempo parece sumergirse en sus pensamientos y con una mirada vacía se dedica a ver por la ventana hacia ningún punto en especial.

¿Cuándo comencé a observarla? Hemos sido compañeros por tres años ya… ¿Por qué esta repentina curiosidad hacía ella? No lo entiendo. Tampoco entiendo porque no lo he hecho antes. Pero se ha convertido en un hábito inconsciente.  Mirarla, solo mirarla. Aunque intentara evitarla, cuando entra al aula por las mañanas o se levanta para almorzar, mis ojos la siguen involuntariamente.  

La sensación cuando la observo me da una especie de escalofríos.

Mio Kouchi, clase 3-B, 17 años y de apariencia normal, mantiene un buen promedio en sus calificaciones y siempre lleva un gran almuerzo el cual come tan lentamente que desespera. No hay ni nada especial ni fuera de lo común en ella. Hay una chica así en todas las clases, del tipo introvertido. Nunca me gustaron ese tipo de chicas.

¿Por qué comencé a observarla?

Fue ese día, llovía fuerte y ella entro empapada al aula, como la gran mayoría. Mientras caminaba a su asiento, y al pasar frente al mío, de repente quedo estática. Solo se quedo parada allí, frente a mí… observándome fijamente con una expresión extraña en su rostro. Lo habrá hecho durante diez segundos.  Sin decir nada. Y finalmente tomo asiento y el resto del día fue muy normal. No habíamos cruzado miradas nunca más desde ese día. Ni siquiera recuerdo haber tenido algún tipo de conversación con ella en mi vida. Si me preguntan el porqué, no sabría contestar. Simplemente fue como darme cuenta de que ella también estaba allí con nosotros, que existía.

Parecía llevarse bien con las demás chicas del curso, pero solo eso. No tenía un grupo de amigas en específico y tampoco alguna mejor amiga con quien pasar el tiempo. Era del tipo de personas solitarias quienes disfrutaban su soledad, o al menos, esa impresión daba.
Y así transcurrían los días. Cualquiera se hubiese aburrido de esta persona, que nunca hablaba o expresara su estado de ánimo a través de sus gestos. ¿Por qué yo no?
Una tarde fui a la biblioteca, porque sabía que cada miércoles durante el tercer receso ella se encontraba allí. Me acerque un poco fingiendo buscar algún libro entre los estantes. Y entonces paso.

-¿Por qué me sigues?- pregunto en un susurro. Sin quitar su vista de los libros. Pensé que era la primera vez que escuchaba su voz y me puso nervioso.

-Solo busco un libro.- respondí  tratando de que sonara casual.

Giro su rostro para verme e hice lo mismo. Nuestras miradas se cruzaron por segunda vez. Tenía ojos grandes y negros, de un profundo negro. Su expresión de pronto reflejo tristeza.

-¿Recuerdas como leer?- volvió a susurrar.

Me descoloco totalmente. ¿Estaba bromeando? ¿Siendo sarcástica? Ella, ¿Mio? Con una expresión tan seria como esa…

Me asusto.

Retrocedí unos pasos y dirigí mi vista hacia los lomos de los libros. Pero ninguno tenía titulo, ni una sola letra. Nada. Era como una tétrica escena de película de terror, pero la estaba viviendo, era demasiado real. Hui de allí, como cualquiera hubiese hecho. Corrí mucho. Hasta que me quede sin aliento y deje de sentir las piernas. Parecieron kilómetros, pero cuando me di cuenta solo había corrido hasta llegar al campo de deportes.

¿Una alucinación? ¿Una broma pesada? No, demasiado real y complejo para que alguien hiciera eso al propósito. Mientras más intentaba encontrarle sentido a lo que acababa de vivir más se perdía. Solo ella me venía a la mente.

¿¡Qué rayos tiene esa chica!?

Y la vi de nuevo. Parada en el otro extremo de la cancha de futbol. Y deje de respirar. Ella comenzó a caminar lentamente hacia mí, tan lentamente que desesperaba, como todo lo que ella hacía. Había un silencio sepulcral en el lugar y podía escuchar cada paso que daba, como el césped se aplastaba debajo de las suelas negras de sus zapatos escolares, su ligera inhalación de aire y el modo en como exhalaba. Y su mirada… profunda y penetrante, observándome directamente a los ojos, sin siquiera parpadear, dejándome hipnotizado. Aunque quería salir de allí mis pies no se movían, aunque quería gritar, mi voz no salía, y tampoco podía dejar de mirarla. Solo mirarla.

-¿Por qué?...- volvió a susurrar. Y mostraba su expresión triste.

Estaba a dos pasos de mí. Y de pronto me di cuenta de lo que había en ella, lo extraño que tanto me llamaba la atención y no entendía. Aquello que me descolocaba.

Entendí su tristeza y corte la distancia un paso más.

-¿Por qué?...- pregunte. Y sus ojos se cristalizaron llenándose de lágrimas.

Era la primera vez que veía una expresión tan triste en el rostro de alguien, era la primera vez que veía una expresión en ella.

-Es la condena de mi alma…- respondió con un hilo de voz. Provocándome un escalofrió que atravesó mi espalda.

Y volví a perderme. Estaba llorando igual que ella, y no encontraba sentido  a la situación. De nuevo, las ganas de huir de allí me devoraban. Como si no debiera escuchar ninguna palabra más de ella.

Miedo.

-¿Tú… estas viva?- no entendí mi propia pregunta pero quise hacerla. Extendí mi mano hasta tocar su mejilla, sentí su piel arder bajo la mía y la humedad de sus lagrimas mojo mis dedos.

Abrió su boca, pero parecía no poder articular palabra. Durante un minuto el silencio volvió a reinar. Hasta que ella lo rompió.

-¿Recuerdas la vida?... ¿Recuerdas… quién eres?- Su voz lleno mi mente haciendo eco en cada rincón de esta. ¡Qué tontería está diciendo! ¡Ella está loca! Y yo más por seguir su juego.

Pero no pude recordar.

¿Cómo llegue a la escuela esta mañana? ¿Qué comí durante el almuerzo? ¿Cómo llegue al campo de deportes?

Las únicas escenas que venían a mi mente eran sobre este lugar, siguiéndola, mirándola, solo mirándola, como si fuese una existencia vacía que no tenía algo físico a lo que aferrarse. ¿Comí siquiera esta semana? No tenía hambre, ni sed, ni frío… pero mi piel estaba helada, por eso cuando la toque a ella la sentí arder. Tenía frío me sentía desaparecer. Ella…ella… debe saber que estoy aquí, ella debe mirarme o al menos sentirme porque… porque… sino…

Retrocedí dos pasos y supe que preguntar y porque lo hacía.

-Yo… ¿Estoy vivo?-

Tampoco pude reconocer el sonido de mi propia voz.

-No…-

Retrocedí un paso más. Y ya no tenía preguntas. Pero ella si las tenía.

-¿Por qué me sigues?- cuestiono nuevamente.

-Porque puedes verme… porque lloras por mí patética alma que te necesita para sentirse viva nuevamente al menos por un segundo.-

-Yo… yo… siempre te he observado.- admitió, y sus lágrimas salieron con más fuerza.- Pero… debes irte.-

Lo sabía. Mio, ella fue mi compañera por tres años. Ese día, llovía fuerte y ella entro empapada al aula, como la gran mayoría. Ese día en que me observo fijamente con esa expresión extraña en el rostro. Ese día en que se quedo diez segundos contemplando un asiento vacío. Ese momento en que me aferre a esa mirada tratando de existir al menos de esa forma. Porque… ¿Cómo puedo dejar este mundo tan repentinamente? Tenía miedo.
Entonces supe porque ella podía verme, entendí su condena desde el primer segundo. Porque ella era como yo, pero completamente diferente. Ambos solo tratábamos de prolongar nuestra existencia aunque sea unos segundos más.

-¿Me mostraras el camino?... Mio.- suplique, por última vez a alguien.

Asintió en silencio. Y volvió a clavarme la mirada. Pero esta vez fue diferente, el sentimiento que sus ojos daban era diferente. Seco sus lágrimas lentamente. Sonrió. Una amplia y brillante sonrisa.

Amplia, bella y brillante. Es lo último que recuerdo de ese mundo. Y me pregunte cuantos hubo antes de mí y cuantos habrá después, cuantos deberán pasar por lo que yo pase solo para ver esa sonrisa.

“Solo aquellas almas en pena podrán verte sonreír y cuando lo hagan se irán de este mundo. Esa es la condena de tu alma, la condena de tu sonrisa.”