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III Torneo de Escritores. Segunda Ronda: 2 pasan directamente.
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III Torneo de Escritores. Segunda Ronda: 2 pasan directamente.
En esta ronda, dos escritores se han retirado, así que los dos que eran sus oponentes pasan directamente a la siguiente fase: Septimo Hokage y Arminius.
Seguramente no os guste la manera, pero ved el lado bueno, sois los primeros semifinalistas. Enhorabuena por eso (;
Aquí os dejo ambos shots, así que no dudéis en leerlos y comentarlos.
*Nota: en esta ronda, para todos era un requisito el límite de palabras entre 2.000 y 5.000.
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Género principal: Acción | Mundo Real | Personajes originales.
Autor: arminius.
- Spoiler:
- Viajando, continuamente viajando se marcha uno de la guerra, de misma forma que ingresa a ella. Con esa sensación de suciedad en todo el cuerpo, que parece no nos abandonará hasta la muerte. Soy Harry Higgines, un caballero al servicio del duque de Nottingham. Nos encontramos marchando, a paso lento por un interminable desierto. Hacia un pequeño puerto en las ciudad de Acre. En el final de esta cruzada que el rey Ricardo, está disputando contra el Sultán Saladino.
A caballo, mi señor encabeza la pequeña columna. Sir Robert Bennett es quien comanda los restos de nuestras tropas. Decirle “tropas” a nuestro desafortunado grupo es menester de nombrarnos con dignidad y altivo orgullo. Mi señor es el único que conserva ese brillo magistral que el sol le da a las armaduras del cruzado. Nosotros, apenas recordamos la valiente fuerza que nos impulsaba a desembarcar en estos inhóspitos parajes, todo para que el cristianismo recuperase su lugar de origen.
Marchamos al norte, siempre hacia el norte por viento y arena. Somos uno de los tantos restos de un ejército que marchaba al Sudeste de Acre. Las escaramuzas no habían sido algo decisivo para suponer una victoria definitiva. Hasta una noche donde fuimos atacados. Nos dispersaron, y los cristianos ahora luchamos por sobrevivir.
De ese gran ejército, no quedó nadie al mando. Los generales escaparon. Ante la inminente masacre, simplemente dejaron todo atrás y huyeron cobijados por la oscuridad. Mi señor Robert no escapó como los demás. Tres grupos de artilleros que dejaron atrás sus balistas, 22 soldados milicia de infantería, 5 caballeros montados y 5 integrantes de los grupos cruzados de arquería fueron rescatados de las fauces del enemigo por la dirección y las órdenes del duque de Nottingham.
Sir Robert era un caballero de 47 años, cabellos castaños, ojos negros. Su aspecto siempre era la marca de su nobleza. Pocos tenían idea de quien era, solo su armadura y escudos reales nos daban el mapa para identificarlo entre un sinfín de condes, duques, reyes y demás nobles enzarzados en una empresa de fe. Aunque mis ojos han presenciados atrocidades, que poco deben tener relación con un ejército santo.
La tercera cruzada del cristianismo, no tuvo menos sangre, dolor y muerte que las anteriores. El rey Ricardo era un correcto general, al mando de sus fuerzas pudo tomar la ciudad de Acre y desde allí lanzar sus ofensivas que terminaron por la conquista de Jerusalén. Pero aun así huimos, nos vamos con el rabo entre las piernas de tierras infieles, por razones de mundana política.
-Harry….-me llama mi señor y acudo a él- que los hombres establezcan un campamento. Allí entre las dunas altas, utilizaremos la geografía como una empalizada y pasaremos la noche.
-Mi señor….-dijo otro de los caballeros acercándose- los infieles pueden estar tras nuestra huella. Debemos reunirnos con el grueso de nuestra tropa en Acre. Cabalgaremos toda la noche.
El indicativo “cabalgaremos toda la noche” era señal clara de dejar atrás los soldados a pie. Solo éramos 5 los que estábamos montados, solo 5 de 47 hombres. Los caballeros temían a los sarracenos de rastreo. Había una gran distancia por cubrir hasta la ciudad de Acre y el insondable desierto nos invitaba a la muerte. El duque de Nottingham no pareció afectado por esa virtual situación. Tal vez la reciente derrota de un ejército santo le había afectado su buen juicio, lo he visto en otros nobles. Vinieron a estas tierras ebrios de victorias, y ahora la sed de agua, era la única sensación constante.
-Los caballos están agotados….-anunció sin faltar a la verdad mi señor- esta noche será la última donde podremos buscar agua, comida y tal vez dormir. Nos esperan cuando menos 2 días hasta llegar a las costas. ¿Quiere enfrentar dos días sin agua por estos desiertos sargento?
El caballero realizó una reverencia y comprendió. Su visión de salvar el pellejo de los montados era corta. A caballo había más posibilidades, pero solo si había el suficiente agua para apostar a escapar de los infieles. Yo lo había conocido en batalla al sargento Gilbert. Era valiente y devoto, no temía morir sino que bregaba por la salud del Duque. No quería arriesgar la vida de su señor por unos simples plebeyos a pie.
Las siguientes horas, fueron de búsqueda y recolección. Algunos hombres se encargaron de cavar para encontrar agua dulce, otros hicieron un fuego que mi señor ordenó apagar apenas cayera la noche. Alguno más encontró carne en la cacería, que fue cocinada al punto de secarse. Lo que sobrara se conservaría para los días siguientes. Mi señor no dirigió ningún grupo en particular. Simplemente desmontó a su bello corcel y su única preocupación fue buscarle un buen cobijo cerca de campamento. Para luego darle ración de agua y algunas pasturas que con sus propios medios arrancó de un matorral. Acariciaba el morro de su caballo y susurraba palabras mientras sonreía. Yo lo observaba cada tanto, desde mi función que era limpiar y poner en condiciones las armas y armaduras. Dividir dagas y espadas cortas para armar a los artilleros y también probar la tensión de los arcos para que no fallen en cuanto los arqueros fueran a requerirlo. Me tomó tiempo hacerlo, ya que estaba falto de práctica. Esta tarea era de los escuderos, y yo hace años que no lo era.
Sir Robert era extraño entre los de alta alcurnia. Mis pensamientos volaron a la batalla sucedida al atardecer del día pasado. Los nobles rara vez iban al frente, y se refugiaban en retaguardia apenas la situación del combate desfavorecía. Pero Sir Robert y su caballería hicieron carga, una y otra vez con abnegado valor; contra las huestes de infieles que pudieron haber exterminado a todos los de infantería, dispersados luego del combate. Incluso defendieron a los artilleros, y escoltaron su retirada cuando las balistas ya no tuvieron más proyectiles por disparar.
Yo mismo lo vi combatir desde su blanco caballo. Espada en mano lanzado entre enemigos como un arcángel de la muerte. Los gritos, la sangre, los hombres que morían de ambos bandos y las flechas que como pájaros volaban surcando el arenoso aire. Sir Robert no se rindió en su afán de rescatar a los soldados que otros generales abandonaron a su suerte. Mi señor era extraño, no sabría si llamarlo audaz, o simplemente alguien cercano a la insania.
-¿Has rezado Harry? –Preguntó mi señor tomándome por sorpresa, pensando en la batalla pasada- ¿Le has pedido al piadoso padre celestial, que nos escolte a casa?
-Ayer he orado mi señor…-le dije sin poder ocultar la vergüenza de nuestra derrota- pero creo que Dios no estuvo con los cruzados.
-Por supuesto que no….-sonrió el duque sentándose junto a un simple caballero como yo- nuestro padre celestial no debe ser molestado por trivialidades.
-¿Trivialidades mi señor? –Respondí sin poder ocultar mi enojo- ¿Cuántas vidas se perdieron ayer? ¿20.000? ¿30.000?
-no culpes a Dios Harry, -sonrió el duque con cortesía- no culpes a Dios por errores de hombres. Estamos aquí por nuestra propia gloria, la de Inglaterra, Francia y demás aliados. Nunca culpes a Dios por ello. Ni creas que en su nombre manchamos nuestras manos.
Y se quedó en silencio, dejándome hundido en pensamientos. Sus palabras eran como dagas profundas, atravesaban mi corazón cristiano y con rudeza revolvían el mal. Estaba enojado, furioso por lo que debió ser victoria y terminó en amarga derrota. ¿Acaso los ejércitos de Dios todopoderoso no debían siempre vencer? ¿Por qué Sir Robert, un honesto caballero cruzado cuestionaba el accionar de sus propias fuerzas? Quería preguntárselo, en serio lo quería. Deseaba encontrar una explicación que calmara mi atribulado corazón, de la amargura que deja siempre la derrota.
La noche por fin llegó, el fuego de la fogata fue extinguido para prevenir que la luz delatara nuestra posición al enemigo. Los hombres hacían guardia, de la infantería surgieron quienes sin orden alguna se dispusieron a la vigilancia. Sir Robert no les dijo nada, pero se sentía complacido. Los hombres de la infantería y también los artilleros no eran tontos, sabían que ese duque les había protegido aun sin necesitarlo. Sabían que montado en su caballo podría estar en dos días a salvo, dejándolos morir. Y sin embargo aquí estaba, tratando de llevarlos a todos. Tratando de protegerlos.
-Tranquilo mi hermano….-le escuché susurrar a mi señor, acariciando a su caballo que estaba recostado de lado junto a él- tranquilo….deja a tus patas descansar esta noche. –El animal lo miraba fijamente, en una infinita confianza con origen misterioso- saldremos de esto, juntos tú y yo mi estimado Catriel.
“Catriel”, pensé en silencio. Tiene el nombre de un arcángel. Sus crines blancas como la nieve le hacen parecer Pegaso. Montando en Catriel, Sir Robert era un rival que nunca quisiera enfrentar. Hablaba como un ángel, pero manejaba la espada cual demonio del oscuro averno. Yo estaba acurrucado en una manta para combatir el frio del desierto. Los hombres en su mayoría dormían abrazados, en grupos de dos o tres, para aprovechar el calor corporal. Los caballeros usaban a sus monturas, así como mi señor lo hacía, aunque no dormía en su caso particular.
-Hermoso nombre, para un hermoso animal. –Dije sin saber por qué- ¿hace cuánto tiempo…?
-Muchos años, -anunció con leve mueca de sonrisa, mientras seguía acariciando a su bestia- Catriel es mi guardián silencioso hace muchos años. Es mi escudo, es mi espada y también mi armadura.
Mi señor logró por fin que su equino se serenara, Catriel respiraba pacifico, lleno de confianza en su amo. Me dio cierta envidia ese animal a decir verdad, como podía abandonarse a la dirección de su señor y creer que todo estaría bien en la mañana. Nosotros los hombres, aun con vigilantes alrededor del campamento, dormíamos con un ojo abierto. Desconfiados de cada silbido del viento, desconfiados de las sombras que la luna dibujaba en conjunción con las dunas.
-¿Tiene familia teniente? –preguntó recostándose en su improvisado lecho Sir Robert.
-Mis padres solamente, -respondí entre susurros- muy ancianos vieron a su hijo partir hace años.
-¿y ninguna doncella le ha puesto cadenas a su corazón?
-No…..-dije sin pensar, y luego la deslumbrante belleza de Constance llegó a mi mente- bueno…existe una.
-Rezaré esta noche teniente…-me dijo- para que vuelva a ver a su dama.
-¿Y usted mi señor?
-La siempre encantadora Marion, que me hace el honor como mi esposa. –respondió el hombre- y tres hermosos hijos. Todas las noches he rezado a la salud de ellos, y para que en sus plegarias recuerden a su padre.
Eso me dejó perplejo. Mi señor no era un noble sin familia, no estaba aquí para morir por su fe y donar todas sus propiedades a la iglesia. No era un loco o un suicida al quedarse entre infantería y rezagados. Tenía una familia, deseaba volver a verla. ¿Por qué se había quedado a proteger simples plebeyos?
-Aun veo en sus ojos la misma duda…-indicó de pronto mi señor, ya que la luna nos permitía vernos en penumbras al menos- aun tiene la interrogante que no deja dormir. Suéltela de una vez teniente, así ambos podremos conciliar el sueño.
-¿Por qué se ha quedado atrás mi señor? –Señalé ante la venia a mi duda- ¿Por qué se arriesga a una segura muerte cuando usted es…?
-¿Un Duque? ¿Un noble? ¿Un hombre rico? –Sonrió con cierta ironía- ¿la vida de un Duque, no vale 46 vidas de soldados leales? ¿Esa es su pregunta?
Me dio vergüenza asentir en silencio, visto desde sus palabras parecía una ridiculez. Pero yo había visto a esos “señores” que comandaban 20.000 o 40.000 almas, salir huyendo y dejando la masacre a sus espaldas. Sir Robert Bennett, nunca entre los soldados le vimos cometer un exceso. Nunca le vimos descontrolarse en la ebriedad de una victoria. Nadie jamás, y esto incluía a los infieles enemigos, podría tener una sola queja sobre el Duque de Nottingham. Algo extraño en estos días de escudos cruzados y corazones negros como la noche más cerrada.
-soy un pecador teniente…-señaló mi señor seriamente- por la gracia de nuestro señor, solo intento redimir mis faltas.
No quería preguntar sus pecados, era impropio, era una falta de respeto a su investidura, a su rango como capitán, a su linaje y ¿por qué no? A todo lo que me inspiraba al verlo combatir como un guerrero de Dios. No quería preguntar, así que aguardé en silencio a que continuara, o diera por terminada la conversación.
-He matado, -dijo ante mi silencio cómplice- a muchos, habitantes de esta tierra.
-Eso no es pecado mi señor, - intenté darle consuelo- los clérigos han declarado que matar infieles no es…
-Teniente por amor a Dios….-me interrumpió bruscamente- tal vez ser soldados nos quita tiempo para la filosofía, pero matar es matar mi estimado….-señaló con un gracioso gesto de su mano- ¿acaso uno de los más sagrados mandamientos del cristianismo no profesa la imposibilidad de matar?
-Hacemos el trabajo de Dios…-dije ofendido, y al mismo tiempo me sentía un niño discutiéndole a Aristóteles.
-¿El trabajo de Dios?….-balbuceó casi riendo, lo cual me avergonzaba más- Harry, la mano de Dios nunca estará en el mango de algo como esto…..-acarició su espada como si fuera el lomo de un perro- Dios está dentro del corazón. El buen cristiano no es aquel que obedece a tontos, sino el dispuesto a dar pan al hambriento, agua al sediento y protección al débil. A cultivar la tierra de nuestra patria, a criar hijos que aprendan el amor al prójimo.
-recuperar tierra santa fue la prioridad de esta cruzada…
-no existe tierra más santa que donde está el hogar. –Contradijo Sir Robert con esos modos tan correctos- créame amigo mío. He visto el trono de dios, he visto palacios, riquezas y el lugar donde Jesucristo fue crucificado. Y aun así, no cambiaría todo lo visto por dos segundos de estar con mi familia.
-Entonces y perdone la pregunta mi señor…..-señalé con total impertinencia- ¿Qué está haciendo aquí en primer lugar? ¿Qué hace luchando con el ejército cruzado sino cree en nuestra causa?
-la respuesta que busca, -definió con calma- la razón que busca esta recostado junto a mí. Es una razón a cuatro patas, un guardián silencioso. –no pude evitar mirar el caballo blanco, “Catriel”, su montura- Catriel no es un corcel cualquiera, hace algunos años, cuando yo apenas era un joven “potrillo”, este animal salvó mi vida. Tenía 16 años, hubo una revuelta en York donde habitaba parcialmente con mi padre. Intentaron matarme, y casi lo lograron porque herido caí a un rio embravecido que me arrastró corriente abajo por leguas. Nunca pude saber cuánto tiempo estuve inconsciente. Pero cuando desperté, el hocico de mi amigo intentaba revivirme. Mi cuerpo estaba herido, mi espíritu no quería quedarse en este mundo. Pero Catriel era extraordinario, se arrodilló ante mí y cargándome sangrante, terminó por llevarme entre los campos al encuentro de mi padre. Catriel salvó mi vida, aun cuando pudo dejarme morir. Ironías del destino, cuando el rey preparaba la expedición para venir a estas tierras. Mi dinero sirvió para salvar a mi familia de ser reclutados. Pero Catriel iba a ser tomado como montura. Se lo llevarían y…
-entonces usted….-susurré al fin comprendiendo- usted se alistó en la cruzada para…
-preferí morir con él, a dejarlo en manos de otro caballero que vaya uno a saber el trato que le daría. Catriel no es mi caballo, Catriel es mi amigo, mi hermano. ¿Acaso usted dejaría morir a su hermano en esta guerra?
-usted está arriesgando a Catriel al quedarse aquí….-intenté que razonara- si quiere salvarlo, debe irse a todo galope.
-tal vez lo haría, -dijo él seriamente- pero he matado a muchos sarracenos, he quitado demasiadas vidas por mi búsqueda de mantener salvo a Catriel. Es un pecado amigo mío, -sonrió apenas- y cuando tenga que presentarme ante el juicio de Dios, de nada valdrán las excusas. Catriel, un plebeyo, un caballero o un duque. Todos tenemos el mismo rango ante el todopoderoso. Nunca lo olvide amigo, no podrá justificar sus acciones como las órdenes de alguien más. Ahora duerma, lo necesitara mañana.
Dicho esto se giró de lado y dio por terminada la charla. Con sinceridad lo digo, no pude dormir esa noche. Yo Harry Higgines, un caballero con fe en cristo nuestro señor, no podía sacar de mi mente las palabras de Sir Robert. ¿Por qué? ¿Por qué sus creencias empequeñecían las mías? ¿Por qué ahora me parecía tan mundano lo que hasta hace poco era fundamental en mi mente? Imágenes de los hombres que maté aparecían para torturarme. Imágenes de los hombres y mujeres que sufrieron nuestra cruzada. ¿Cuánta gente pasaba hambre en Inglaterra por los cuantiosos impuestos del rey? ¿Cuánto hacia que no pisábamos nuestro hogar por esta guerra sin destino?
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Habíamos marchado desde muy temprano, la noche parecía haber revitalizado a los hombres y el solo hecho que Sir Robert continuara con nosotros, les daba fuerzas a los soldados. Atravesamos muchas dunas y algunos claros con árboles escasos. Se calculaban unos 2 días de marcha a galope de caballo y el doble a pie. El duque marchaba a nuestro paso, caminando y conduciendo a Catriel por las riendas. Lo hacía para mantenerlo descansado, además, las pesadas armaduras eran un problema para el trasporte. Sir Robert había recomendado a los caballeros dejar elementos de peso innecesarios. Aligerar las protecciones de las armaduras, era aligerar el peso de trasporte aunque en caso de batalla las posibilidades de sobrevivir se reducían drásticamente. El primer día fue del todo monótono, aunque se agradeció no haber tenido que pelear. La caballería de los sarracenos podían estar rastreándonos y si nos encontraban, sería difícil sobrevivirles.
Al medio día de la segunda jornada, entramos a un pasillo entre dos riscos y a la salida, nos encontramos de cara al combate. El capitán dio la orden de batalla. Los lanceros y las milicias formaron en línea doble con los arqueros por los flancos. Los artilleros habían estado ejerciendo práctica con los arcos para reforzar el número de tiradores y darnos una mejor oportunidad. Nosotros los caballeros, teníamos que mantener la formación cargando contra el enemigo que lograra fracturar nuestras líneas. Nos comportábamos como un ejército pequeño, los hombres de nuestro grupo habiendo comido y bebido agua fresca de un pozo, estaban dispuestos a presentar batalla, a no entregar sus vidas fácilmente. Sir Robert blandió su espada y dio un grito para aumentar nuestra moral, ante la inminente cercanía de la caballería sarracena:
-¡SEÑORES, NO LES PEDIRÉ QUE PELEEN POR SU REY, NO LES PEDIRÉ QUE PELEEN POR SU PAIS, NI POR EL DUQUE DE NOTTINGHAM! –Alentó a los lanceros y a todos nosotros- ¡HOY PELEAREMOS POR LO MAS ESENCIAL! ¡HOY PELEAREMOS POR NUESTRO DERECHO A REGRESAR A CASA! ¡NO QUEREMOS MAS GUERRA, PERO NO SEREMOS CORDEROS PARA ENVIAR A UN MATADERO!
¡SEEEEEEEEE! Fue el grito de todos nosotros y mientras golpeábamos nuestros escudos con las armas el enemigo envistió con fuerza. Los arqueros no estaban detrás de la infantería sino a los lados. Eso pudo verse como un error pero la estrategia era perfecta. Parte de la caballería sarracena envistió contra las lanzas sin resultados potables, pero la mayoría intentó rodearnos para degollarnos con sus cimitarras. Los lanceros veteranos estaban ubicados a los flancos de la columna y extendieron sus alabardas para evitar que el enemigo alcanzara la posición de los arqueros, obligándolos a rodear más ancha la posición. Mientras nuestras flechas reducían al enemigo, mientras algunos de ellos aun intentaban romper el frente de lanzas y valor. El líder del grupo con su mejor hueste rodeó nuestra posición para tomar a la columna por detrás. Allí lo esperábamos nosotros, los 5 caballeros y nuestro capitán.
El combate fue feroz, tal vez ellos esperaron que rompiéramos filas ante los primeros caídos o la embestida inicial. Pero ningún soldado iba a abandonar a Sir Robert después que él se sacrificara para quedarse por ellos. La columna se mantuvo firme en el frente y los arqueros retrocedieron de los lados al centro para dar muerte a los enemigos que trataran de atacar por detrás a la infantería. Yo enfrente a tres sarracenos. El primero cayó de su caballo por un certero golpe, pero los otros dos fueron duros de pelar. Ondulaban esas espadas curvas con salvajismo y era difícil prever sus movimientos. Mi espada larga era pesada, pero un golpe firme bastaba para derrotarlos. Me hirieron en un brazo, y también acertaron varios golpes que mi armadura salvó de ser directos. Finalmente acabe con ellos y enfile mi caballo hacia la posición del capitán que ya había derrotado a más de 5. Los caballeros combatimos en parejas, para cuidar nuestras espaldas, mi compañero murió al caer degollado y lejos de tener tiempo a lamentarme, entre gritos de muerte y sangre que salpicaba el paisaje, fui con el capitán para ser su pareja. Ya que él había iniciado solitario su pelea.
Para el guerrero en batalla, la pelea parece durar segundos, son decisiones cuya equivocación conlleva a la muerte. Para un caballero con armadura, caer de su montura es similar a morir, pocas veces se puede encontrar el tiempo para ponerse de pie con 50 kilos de acero en el cuerpo. Por eso generalmente tenemos escuderos para cubrirnos. Cayó otro de los 5 caballeros casi sobre el final, herido en varias zonas no pudo resistir hasta que los lanceros aliados acabaron con sus tres rivales. Los sarracenos que habían sido superiores en número, huyeron casi diezmados completamente. Sir Robert estaba exhausto, su cuerpo goteaba en rojo por la sangre del enemigo y la suya propia, pero aun así espoleó a Catriel y salió tras ellos. Intente seguirlo, los alcanzó algunos metros más allá y dio muerte a todos. Nosotros éramos 47 al inicio, ellos más de 80 con seguridad. Habíamos vencido por el momento. La persecución del Duque pudo parecer un acto sanguinario, y le costó una herida seria en el vientre. Pero tenía un sentido práctico, exterminar a los enemigos o nos delatarían con otros escuadrones.
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Los heridos no tenían esperanza. Del grupo que inició la retirada, de los 47 solo quedábamos 15. Muchos murieron en combate, otros por las hemorragias que esas malditas cimitarras causaban. No podíamos hacer más que rezar una plegaria a la eternidad de sus almas. Sir Robert ordenó a los que aun podíamos movernos sin lamentar serias heridas, que ayudáramos a enterrar los muertos. Hicimos montículos con las piedras sueltas en los riscos cercanos y cruces de madera para todos. Incluso los sarracenos tuvieron esa bondad aunque casi todos nos resistíamos a darles el mismo trato que a nuestros camaradas de armas. Sir Robert fue inflexible, pero no solo ordenó hacerlo sino que también ayudó con la tarea. Necesitábamos la fuerza de todos y los caballos necesitaban descansar.
Horas después, partimos cuando comenzaba oscurecer y todos habían tomado un descanso vital. Quedaban al menos dos días más hasta hallar las costas. Aunque nuestro desgraciado grupo se benefició de manera especial con el botín de la batalla. Solo quedábamos 15 hombres, pero todos montados por la gracia de nuestro señor Jesucristo, y los caballos árabes abandonados y sin dueño.
Galopamos por muchas horas, ocupando la mayor parte de la noche. Dimos nuestro mejor esfuerzo y solo tuvimos descanso cuando alcanzamos un oasis donde pudimos volver a beber agua fresca y por fin atender las heridas del día pasado. Dos soldados de la infantería tenían fiebre muy alta, su destino estaba sellado. Oramos por el descanso eterno de sus almas, y tuvimos que enterrarlos como a tantos. El hambre y la debilidad nos acechaban, ya casi no hablábamos entre nosotros presa de una angustia que nos calaba los huesos. Todos sabíamos, que no resistiríamos otro ataque sarraceno. Y quedaba casi medio día más de marcha como mínimo.
Mi señor Robert estaba pálido, sudaba copiosamente aun en la noche fría. Comenzaba a ganarle la fiebre y aunque se mantenía erguido sin demostrar sus dolencias, todos sabíamos que la herida profunda que le produjeron en la zona de las costillas había dejado una marca imborrable. La infección se cobraba una cuota, entre la sed y el hambre era menester reconocer que no parecíamos tener oportunidades de salvar la vida.
Dunas tras duna, a galope y por la noche para evitar a los rastreadores. En la madrugada del cuarto día. Alcanzamos a divisar el azul grandioso del mar. No soy un hombre temeroso, pero debo admitir que ver el mar renovó mi valor a la posibilidad de salvarnos. Mi señor aun montaba a Catriel, parecía que por fin podría regresar a nuestra amada Inglaterra. Tal vez mis padres aun no estarían muertos en su ancianidad, tal vez la familia Bennett esperaba con los brazos abiertos a mi señor el Duque de Nottingham. Como fuera, ver el mar nos devolvió vida.
-llegamos….-susurró débilmente Sir Robert- tan cerca, pero tan lejos.
No pude preguntar la razón de su comentario con desesperanza. Cuando alzamos la vista, al oeste el camino a la ciudad y al puerto por supuesto. Pero del otro lado se encontraban 4 escuadrones de Sarracenos llegando justo para alcanzarnos. Ya no podíamos luchar, y la persecución seria fructífera para el enemigo puesto que nuestros caballos estaban reventados. Estábamos muertos. A pesar de nuestras plegarias por un regreso a nuestra tierra, dios no había escuchado.
-Harry….-susurró mi señor mirándome con esfuerzo, pues su pálido rostro era clara muestra de que la fiebre lo había tomado al completo- si le pidiera su palabra de honor, como soldado y cristiano. ¿Serias capaz de otorgármela?
Lo miré con preocupación, estaba delirando seguramente. ¿Qué me pediría? ¿Un último esfuerzo? Todos estaban en su límite físico y espiritual, en mi caso no era la excepción lamentablemente.
-Mi señor….-le alenté a su pedido aunque estaba seguro que los sarracenos me impedirían cumplirle.
-mi herida en las costillas ha derivado en infección. –Como si hubiera sido un secreto- temo que no podre….continuar.
-llegaremos al puerto juntos mi señor…-intenté trasmitirle fuerzas pero el sonrió con ironía a mis palabras.
-ellos nos mataran a todos, -indicó sobre lo que yo había calculado- y no tengo intenciones de desperdiciar mi esfuerzo por salvarlos. Teniente, lleve a nuestra tropa por el camino hacia el puerto. Les daré tiempo.
-¿Cómo lo hará mi señor?
Sir Robert cabalgó hacia el camino descendiendo por la pendiente de arena. Todos le seguimos esperando un verdadero milagro. La caballería sarracena inició su embestida a lo lejos. Nos habían visto. Pero Sir Robert acaparó toda nuestra atención cuando desmontó a Catriel. Tabaleaba su paso, la fiebre le consumía.
-como su capitán le ordeno que me deje aquí. –dijo el hombre más valiente que he conocido- como su señor lo libero del deber a mi persona, y como su amigo mi estimado Harry….por favor….quiero que se monte en Catriel y lo lleve con bien hacia Nottingham.
-Mi señor…-interrumpió uno de los soldados visiblemente sorprendido- no lo dejaremos aquí. ¡No podemos dejarlo aquí!
-si se quedan….-anunció parándose en el medio del camino con la mirada hacia el enemigo- los infieles no tendrán que luchar honorablemente.
Los plebeyos no lo sabían, pero como caballero yo había visto muchos duelos entre nobles. Sir Robert apostaba a que los infieles enviaran tan solo a su capitán para luchar uno a uno. Fuera cual fuera el resultado, los enemigos perderían tiempo valiosos de persecución. Sir Robert nos daría escasos minutos, pero al menos tendríamos una mejor oportunidad. Simplemente hice el juramento de llevar su caballo hacia las tierras de Nottingham. Cambie de montura y todos recibieron la orden de continuar hacia el oeste. Subimos una pendiente por el camino y fui el único que miró hacia atrás. El único que vio como mi señor custodiaba el camino donde el enemigo se detuvo. Se fue quitando cada parte de su armadura hasta quedar solo con la ropa y el escudo familiar en su pecho. Eso y su espada larga.
Sir Robert Bennett…
Nunca lo podre olvidar. Tenía mirada de un tigre en batalla, pero era el más humano de los hombres cuando la tranquilidad lo permitía. Desafío al capitán de los escuadrones. Un noble que aceptó el combate desmontando y empuñando escudo con cimitarra larga. Lucharon como dos leones, hasta que mi señor fue herido en un muslo, pero asestó un feroz tajo en el pecho del árabe. Dos infieles más desmontaron furiosos, pero los movimientos torpes de mi señor proporcionales al cansancio y la infección no le impidieron empalar en su filo a uno, para en un audaz movimiento asesinar al otro con el arma de su compañero.
Catriel se volvía loco por ir con su amo. Apenas podía retenerlo desde mi posición en la altura del camino. Y de buena gana hubiera ido a ayudarlo si acaso no hubiera dado un palabra de honor para salvar al caballo. Lo vi caer finalmente, luego de recibir varios golpes de una horda que ya no respetaba el combate uno a uno. Furiosos por la muerte de su señor, acabaron con la vida de Sir Robert que aun ofreció terrible resistencia.
Fije mi rumbo por el camino hacia el oeste cuando los gritos de infieles surcaron el viento. Catriel cabalgó rápidamente y era como volar. Dejamos atrás la cruzada, la guerra, la muerte, y a Sir Robert Bennett. Duque de Nottingham, cristiano devoto, amigo personal y el hombre más valiente que había conocido.
Por mi parte, luego de casi 4 años regresé a mi hogar, no sin antes parar en las propiedades de mi señor y entregar a Catriel al cuidado de su familia. Volví a mi casa, me alejé de la milicia y me dedique al cultivo de la tierra. Me casé con mi adorada Constance, y recé todas las noches por el perdón a mis pecados. Pero por sobre todas las cosas, agradecí a mi guardián silencioso, aquel que me ha guiado fuera de la guerra. Aquel que seguramente estaba en el corazón del Duque. A mi amado y todopoderoso, Dios nuestro señor.
FIN.
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Género principal: Aventura | Mundo Ninja | Generación de Minato y Kushina.
El deshonor de la amistad.Género principal: Aventura | Mundo Ninja | Generación de Minato y Kushina.
Autor: Septimo Hokage.
- Spoiler:
- Nadie podría jurar que aquel amanecer era el de una época de guerra. Había trascurrido un mes desde entonces, y todavía no podía olvidarlo. Los reconfortantes brazos de su pareja no le sirvieron para conciliar el sueño, ni siquiera eso bastaba. La sensación de derrota era un revulsivo para el sueño.* * * Flash Back * * *
Un amanecer como aquel tuvo lugar hacía un mes. Aunque hacía varias horas que la aldea entera había despertado. Estaban en guerra. Las grandes naciones no habían vuelto a declararse la guerra desde la época de los Sannin, desde la Segunda Gran Guerra Shinobi. No obstante, al igual que sucediera en las otras ocasiones, las aspiraciones de los grandes países habían vuelto a colocarlos en posiciones enfrentadas y habían recurrido a la guerra como medio para solucionar sus conflictos.
No obstante, una pareja se resistía a abandonar la cama en la que habían pasado toda la noche, la única testigo del amor que se habían profesado. Ambos partirían a la batalla en cuanto el sol saliera por el este – y para eso cada vez faltaba menos – y había decidido pasar juntos la noche de antes.
- No me gusta que vayas tú sola a este tipo de misiones – se preocupó él.
- No tienes de qué preocuparte. Estaré bien, formo equipo con el legendario Colmillo Blanco de Konoha – le tranquilizó ella – Estaré bien, no te preocupes, Minato.
Minato seguía rodeándola con su brazo en actitud protectora, mientras que Kushina reposaba su cabeza sobre su pecho. Su larga melena del color del fuego, con la que a Minato le encantaba jugar en aquellos momentos tan íntimos, cubría gran parte de la cama. Ella pasaba su mano por el pecho de él, intentando escuchar latir su corazón.
- No quiero ir – le confesó él – Me gustaría estar junto a ti así. Para siempre. Kushina, te quiero. Te quiero mucho.
- Yo también, pero, soy una kunoichi de Konoha. Konoha es mi hogar y debo defenderlo. Además, algún día seré la esposa del Yondaime Hokage y debo ser fuerte.
- Bueno, para que yo sea Yondaime todavía falta mucho – le replicó él sonriendo.
- Todos en la aldea ya lo comentan. Sólo es cuestión de tiempo y de que termine esta maldita guerra de que el bueno de Hiruzen te nombre su sucesor.
- Puede ser, pero, tú, Kushina, eres la Jinchuuriki de Kyuubi. Deberías quedarte aquí, no marchar a la batalla.
Kushina se incorporó y le miró a los ojos dolida. Kushina había pasado buena parte de la guerra en Konoha. Sí, ayudando en las labores de intendencia y en la escuela –a Kushina le encantaban los niños, por raro que pareciera-. Pero muchos de sus amigos habían perecido en aquella guerra y estaba cansada de que la preservaran tanto. Era cierto que en su interior estuviera sellado el Kyuubi, pero no era menos cierto que ella fuera una más en Konoha. Nadie sabía de su secreto, sólo el Sandaime, su esposa y Minato.
- Deberías apoyarme, no darle la razón al Sandaime, Minato.
- Claro que te apoyo, es sólo que me preocupo por ti. Pero confío en ti y tienes razón en que no tenemos que tenerte escondida como si fueras un objeto. Mito-sama hizo grandes cosas y tú también puedes y debes, pero es pensar que estarás en peligro y…
- Eres un encanto… Si la gente supiera el moñas sensiblero que hay detrás de esa seria faceta – intentó picarle.
- Si la gente supiera la chica tierna, delicada y atenta que hay debajo de esa faceta tan violenta entenderían por qué me he enamorado de ti – le respondió a la pullita.
Kushina se agachó y una cortina roja formada por sus cabellos cubrió el beso que se dieron.
- Tenemos que irnos – se recordaron.
Ambos salieron de la cama y todavía compartieron el desayuno y el baño. No dijeron mucho, sólo se miraban. Tras desayunar se vistieron. Ambos se armaron con el chaleco de Konoha. Kushina se hizo una coleta. Se habría cortado el pelo para ir de misión, pero Minato le había pedido que no lo hiciera. A ella le encantaba que él le profesara tanto amor al pelo que de pequeña tantos problemas le había causado.
Al salir de casa, Minato cogió sus manos y la miró:
- Te quiero – le dijo él. Era cierto que Kushina iba a una misión secreta, pero Minato y el escuadrón que habían reunido se dirigían a una peligrosa misión al País del Rayo.
- Prométeme que volverás – le pidió ella.
Se lo prometieron con un beso, tras el cual, los dos tomaron caminos distintos. Kushina y Minato se separaron. Cada uno tomó una ruta distinta. Ella se encaminó hasta un punto aislado de la ciudad, tenía una misión que sólo el Hokage y Minato sabían.
Konoha estaba arriesgando mucho en aquella guerra por defender sus intereses y los del País del Fuego al que protegían. La guerra era un macabro juego de azar donde cada vez se exigían mayores apuestas, apuestas arriesgadas y peligrosas. Una de ésas era de las que formaba parte el equipo al que pertenecía Kusina.
Kushina Uzumaki llegó hasta el punto de encuentro, casi al mismo tiempo que el inteligente Izumi Yamanaka y el gran Yuka Akimichi. El líder de su escuadrón les estaba esperando. Sakumo Hatake era un hombre de un carácter afable y una sonrisa discreta que invitaba a la confianza. Era un gran ninja. Minato siempre le comparaba con los tres Sannin y su hijo, Kakashi, con tan sólo seis años de edad ya era gennin.
- Me alegra teneros bajo mi mando – les saludó - Soy Sakumo Hatake y habéis sido asignadas al Escuadrón Sorpresa para llevar a cabo una importante misión. De nuestro éxito depende que Konoha se posicione como clara vencedora en esta guerra. Posiblemente no seamos recordados en caso de lograr la victoria, pero si la logramos, el triunfo de la aldea estará próximo.
Aquéllas fueron las palabras más inspiradores que Kushina había escuchado desde hacía tiempo. Era el reflejo un código moral shinobi basado en la vida del ninja y en el honor. Muchos pensaban que no había honor en ocultarse en las sombras, pero Sakumo era de los que pensaba que sí, pudo observar Kushina. Ella también consideraba que el auténtico ninja se sacrificaba en la sombra para proteger a su familia, a su aldea, a su país. Su honor era lograr sobrevivir y seguir estando en la sombra porque venciendo salvaban miles de vidas.
- ¿Sabéis por qué estáis aquí?
Los tres shinobis negaron. Kushina tuvo que mentir. Minato se lo había contado. Se había decidido escoger a tres shinobis rápidos, ágiles y expertos en el sigilo para infiltrarse en la frontera con Suna y conseguir despejar un importante paso de montaña conocido como el Paso de los Huesos controlado y protegido por las fuerzas de Suna. El enemigo no esperaba el ataque, aunque eran muchos más escuadrones. Sin embargo, si obraban con diligencia, el sigilo y la celeridad multiplicarían su número. Si tomaban aquel paso conseguirían proteger su aldea y asegurarse una importante ruta de acceso al País del Viento. Para Konoha aquella posición era vital.
Mientras que Sakumo se lo explicaba, Kushina le estudiaba perfectamente. Nunca había estado con este legendario guerrero de la aldea escondida entre las hojas, pero conocía bien a su pequeño hijo y podía decir que ambos eran exactamente iguales. La esposa de Sakumo había muerto dando a luz al pequeño, pero, sin duda había sido un buen padre. Kushina le tenía un especial afecto a Kakashi. A pesar de ser un gennin de seis años, la trataba como si fuera su madre y a ella le encantaba aquella situación. Secretamente, estaba deseando formar una familia con Minato y aquellos anticipos solo hacían que se volviera más tierna.
Tras explicarles el cometido de su misión, Sakumo resumió:
- Es por ello que debemos dirigirnos al este. Debemos ser cautos y rápidos, pero a la vez, firmes y contundentes y golpear a nuestro enemigo con precisión. Debemos conseguir la victoria. Yo os guiaré a ella si me prestáis vuestra fuerza y respondéis a mi determinación con obediencia. A cambio mi comprometo a protegeros.
Como si fuera un guerrero del pasado, en ese momento, Sakumo agachó reverencialmente su cabeza. Era un pacto de caballeros, algo muy impropio en aquel mundo cada vez más salvaje y movido por la guerra y los intereses de los poderosos. Sin duda, era un hombre de otro siglo, demasiado bueno para aquellos tiempos. Era serio e inflexible pero también bondadoso y comprometido. Kushina empezaba a entender por qué el éxito de sus misiones: disciplina, determinación, honor y compañerismo.
Los tres ninjas a su cargo devolvieron el gesto. La aldea de la que provenía Kushina siempre había tenido sólidas tradiciones, o eso le habían dicho sus padres, porque ella nunca había conocido aquel lugar ya que habían vivido como nómadas.
Emprendieron la marcha hacia el País del Viento. El viaje era mucho más largo de lo que podía parecerse. A pesar de la relativa cercanía entre ambos puntos, no podían llegar al Paso de los Huesos y entrar por donde eran esperados. Debían llegar hasta el País del Viento a través del País del Río, remontarlo y penetrar en el desierto para luego tomar las montañas y atacar desde la retaguardia. El camino estaría seguramente vigilado.
Recorrieron los bosques que rodeaban Konoha con rapidez. No paraban más de lo necesario para recuperar fuerzas. Sakumo era un hombre inflexible pero se preocupaba por sus hombres. No le gustaba parar más del tiempo que fuera necesario pero paraba todas las veces que consideraba oportunas.
Eso hizo que el viaje por los bosques fuera mucho más rápido de lo que pudiera parecer. No notaron tanto el cansancio gracias a las buenas dotes de mando de su capitán.
A Kushina le encantaba correr por el bosque por dos razones y las dos estaban relacionadas con Minato. No podía dejar de pensar en el hombre al que amaba. Se preguntaba si estaría bien, aunque sabía que sí, le era imposible no plantearse esa pregunta. Imaginaba que él debía estar pasándolo mucho peor: tenía que liderar a más de cincuenta escuadrones y preocuparse por ella. Pero ella no le iba a decepcionar. Ella quiso ser Hokage y aunque a lo largo de los años, gracias al poder que había sellado en ella había prosperado como shinobi, el miedo de los dirigentes de la aldea había frustrado bastante su carrera. Quería demostrarles que aunque fuera un Jinchuuriki podía llevar una vida normal y sobre todo quería demostrárselo a sí misma.
El grupo fue avanzando hacia el sureste.
Aunque el Comillo Blanco no había comentado nada, la situación era bastante crítica. Llevaban tres meses de contiendas y de grandes batallas, pero la fuerza militar de Iwagakure, Sunagakure y Konohagakure estaba empatada. Minato había acudido con cincuenta escuadrones de refuerzo a defender el frente con Kumogakure, pues se rumoreaba que estaba interesada en participar. Ellos debían de asegurarse un importante paso. El problema de la belicosidad del Señor del Fuego era que incitaba a las otras aldeas a conspirar contra Konoha y en esos momentos la aldea tenía tres frentes abiertos. Si lograban su objetivo podrían acortar la guerra y asegurar la rendición de Suna.
Pronto los bosques dieron paso a colinas de hierba y grandes prados. Pudieron ver algunas aldeas. Por fortuna, el sacrificio de los shinobis aún mantenía la paz en el interior del país y solo las zonas fronterizas donde tenían lugar las batallas sufrían los efectos de la guerra. Kushina se alegró de ello aunque ella consideraba que si el mundo fuera gobernando por mujeres las guerras no tendrían la misma frecuencia y virulencia que lo tenían en aquel mundo machista gobernado por hombres. “Alguien que da la vida no se apresura tanto a quitarlas”.
En un par de días, alcanzaron la frontera con el País del Río. Kushina fue aprendiendo y conociendo a sus compañeros. Practicaron distintas estrategias y operaciones. Yuka y Sakumo eran guerreros que combatían directamente, Izumi prefería el combate a media distancia y Kushina era bastante eficiente el uso del taijutsu aunque su verdadera fuerza residía en su gran cantidad de chackra y su dominio del elemento fuuton.
Entre tanto, continuaron avanzando y por fin llegaron al País del Viento.
El País del Viento era un país un tanto extraño. Buena parte del país era un gran desierto. Era muy amplio en extensión, aunque buena parte del país estaba deshabitada. No obstante, existía un gran río que recorría de norte a sur todo el país hasta desembocar en un gran estuario miles de kilómetros debajo de su nacimiento. Era un río caudaloso y tenía muchos afluentes lo que convertía que amplias zonas de su ribera fueran auténticos vergeles que posibilitaran la vida humana. Aunque por todo el país existían pequeños núcleos de población repartidos en torno a los principales oasis o las zonas más habitables, las mayores ciudades se localizaban a lo largo del valle de dicho río.
Sunagakure se encontraba alejada del mismo, puesto que la aldea oculta había sido construida como principal fortaleza defensiva de todo el país. El País del Viento, al contrario que su aldea, era un país muy rico, quizás más que el País del Fuego. Los intereses económicos de las élites habían motivado que entrara en guerra con el País del Fuego. Los amplios valles del País del Fuego eran muy apetecibles para una sociedad que vivía en un gran país desértico.
Su viaje fue algo agotador, máxime si se tenía en cuenta que atravesaban un largo y yermo desierto cuyas temperaturas eran asfixiantemente altas por el día y gélidamente frías por la noche.
Viajaban evitando cualquier población. Tuvieron que cambiar su rutina de viaje. Su misión era alto secreto. Por el día procuraban descansar mientras que por la noche el movimiento era mucho mejor. Era más fácil desplazarse grandes distancias en plena noche, aunque hiciera un frío espantoso, con el que sólo el mero ejercicio de correr te protegía, que intentarlo por el día. La arena era un gran obstáculo.
Tras atravesar medio País del Viento tuvieron que retroceder sobre sus pasos, tal y como estaba previsto para poder llegar hasta el Paso de los Huesos. Las montañas que comunicaban el País del Fuego y el País del Viento eran altas. Estaban separadas por un amplio valle, donde se encontraba el pacífico País del Río, un protectorado del País del Fuego, pero que formaban parte del mismo conjunto geográfico. El Paso de los Huesos había siempre sido controlado por Sunagakure. En su poder estaba cambiarlo.
Sakumo reunió a su equipo a la entrada del Paso de los Huesos y les dio las instrucciones. Kushina las memorizó todas y se quedó con las líneas generales del plan.
Los cuatro shinobis, avanzaron como sombras. Recorrieron con cautela el Paso de los Huesos. Estaban franqueados por dos grandes paredes de piedra que se alzaban hasta donde la vista apenas alcanzaba. Eran unas montañas altas y que intencionadamente, los defensores, habían hecho más altas aún al excavar la tierra del paso.
El Colmillo dio la orden de que aumentaran la precaución. Sus subordinados le hicieron caso en todo momento. Kushina iba la última. El primero era el miembro del Clan Akimichi, mientras que le seguían Sakumo y el miembro del Clan Yamanaka. Era una perfecta formación. Les permitiría defenderse de un ataque frontal y tenían al capitán en un lugar perfecto para defender la retaguardia y la vanguardia y para comunicarse con facilidad.
Pronto, dejaron de escuchar el silencio del desierto y fueron embargados por el silencio de las montañas, que era hosco y que desalentaba a cualquiera. Kushina pudo sentir como si cientos de ojos en las piedras les vieran. No obstante, no podía sentir a ningún enemigo encima de ellos. Su chackra era especial y le permitía sentir con gran precisión al enemigo. Era una habilidad innata de todo aquel que se llamara Uzumaki.
Su objetivo era, una vez llegados al Paso de los Huesos, tomar los distintos puestos de mando y a la vez acabar con sus vigilantes. Así podrían pedir a Konoha que mandara un destacamento para hacerse con el control del mismo. Hasta el momento habían cumplido con gran éxito la primera parte, la de llegar.
Kushina estaba emocionada, hacía mucho tiempo que no formaba parte de ninguna misión y ahora volvían a contar con ella. No estaba dispuesta a defraudar a nadie en la aldea, y mucho menos a sí misma. Por esa razón era quien mantenía su alerta al máximo, quien escuchaba con mayor atención y quien participaba más activamente. No les quitaba mérito a sus compañeros, solamente quería que se volviese a contar con ella. Si hacía bien su trabajo ahorraría muchas muertes. Confiaba en lo que Sakumo había dicho: si perseveraban obtendrían la victoria.
Mantuvieron aquella tensión hasta alcanzar el primer puesto, que no era sino la última defensa que contaba Sunagakure. Habían mandado muchos de sus efectivos a los primeros puestos. No esperaban a ningún enemigo y menos que fuera tan osado de enviar a un pequeño escuadrón a atacar por la retaguardia a todo un ejército de más de doscientos efectivos. Sin embargo, estaban diseminados a lo largo de diez pequeños fuertes y no esperaban ser atacados.
Sakumo dio la orden y lo rodearon. Era una pequeña torreta excavada en la roca, que seguramente sería mucho más grande de lo que parecía. Kushina ocupó su parte y casi al mismo tiempo que el resto de sus compañeros de equipo usó su chackra para poder escalar aquella pared de granito de la montaña. Corrieron por las paredes empleando sus mejores tácticas de sigilo.
La kunoichi del Clan Uzumaki llegó hasta la ventana de la torreta y se colgó del reposabrazos. Estaba siendo vigilada por un ninja que no cumplía su misión con toda la diligencia con la que debería hacerlo. Kushina extrajo su kunai y se lo lanzó al cuello. Antes de que se cayera al suelo y alertara a otros le agarró del chaleco y tiró de él haciendo que cayera al vacío. Sus compañeros de equipo la imitaron.
Entraron en la torreta. La última planta estaba custodiada por tres ninjas más, que no pudieron evitar el ataque. Como lobos hambrientos, Sakumo y Yuka Akimichi cayeron sobre ellos abatiéndolos al instante mientras que Kushina e Izumi empezaban a descender para evitar que el ruido pusiera en aviso a otros.
El equipo fue realmente hábil. Repitieron su silencioso ataque, como el del astuto cazador que esperaba al último momento en las silenciosas sombras al acecho y cuando atacaba no había posibilidad de defensa. Kushina abatió a tres ninjas más.
En unos minutos la batalla se trasladó al piso de abajo hasta la primera planta. Se toparon con los mensajeros que enviaban el capitán de aquel baluarte. Les dieron muerte a todos, inmisericordemente. Fue mucho más cruenta de lo que Kushina esperaba, aunque era normal por otra parte. Estaban defendiendo su vida y su aldea. “Si yo estuviera en esa situación, creo que haría lo mismo. No dejaría que ningunos extraños atacaran una de las defensas de mi país, de mi gente, sin dar mi vida en el intento”
Yuka e Izumi peleaban formando un dúo bastante eficiente. Recurrían a las tácticas que durante años los miembros de sus clanes habían compartido para defenderse mutuamente y que tan interesante hizo en su momento su anexión a Konoha. Kushina cumplía con su parte del plan y atacaba empleando ataques a distancia. Sakumo era quien encarnizaba el combate de cuerpo a cuerpo y no resultaba extraño que su hoja corta ya estuviese manchada de sangre, al igual que buena parte de su armadura de jounnin.
Sin embargo, los shinobis de Konoha, a pesar de ser pocos valían por cuatro enemigos. La prueba era que les quintuplicaban en número y habían reducido las defensas del enemigo hasta que finalmente el capitán de la guarnición entró a pelear. Era un shinobi bastante poderoso. Sakumo fue su enemigo.
Kushina quedó realmente impactada por su actitud. Sakumo volvió a hacerle una reverencia antes de combatir contra él, como si fuera un auténtico samurái del lejano País del Hierro, quizás algo hubiera aprendido de ellos. Su enemigo no se anduvo por las ramas. No respetó su gesto, sino que le atacó directamente arrojándole un shuriken de desproporcionado tamaño.
Sakumo interpuso su hoja y saltó por los aires. Con la misma velocidad que el viento, Sakumo liberó parte de su chackra. La joven se quedó totalmente alucinada. Era blanco. El chackra no podía verse salvo por aquello usuarios que, o bien eran legendarios ninjas del nivel de Jiraiya-sensei, o bien, eran como ella, ninjas con una capacidad sensorial innata excelente, que hacía envidiar a los mejores shinobis.
El padre de Kakashi se movía con una agilidad sorprendente y su kenjutsu era digno de admirar. Le atacó con una serie de fintas mortalmente rápidas, tanto que parecía que danzaba sobre el aire levitando hasta que en un pestañeo se colocó detrás de él y con su espada le remató, no sin antes decirle:
- Perdóname por arrebatarte la vida. Nos veremos pronto.- Según sabía la pelirroja, era la despedida formal de todos los samuráis. “Veo que Minato tenía razón en lo que se refería a Sakumo. ¿Será su hijo igual?” Se preguntó recordando lo que Minato le había contado.
El Colmillo Blanco extrajo su espada y miró a sus hombres.
- Lo habéis hecho bien. Estoy orgulloso de vosotros. Cumplisteis con vuestro cometido.
- Sin embargo, la batalla no ha terminado – explicó Yuka.
- No, probablemente se empeore – recordó Izumi – Según fuimos informados por el cuartel general de espionaje, mandan y reciben mensajes cada media hora. Tenemos media hora, posiblemente mucho menos, antes de que envíen mensajes y no sean respondidos y el enemigo se preocupe.
- Entonces no podemos desfallecer. Será agotador,- reconoció Kushina – pero Konoha depende de nosotros. No pienso fallarle a mi familia, no pienso fallarle a mi aldea.
- Ésa es la actitud, Kushina-san – coincidió con ella el líder de su escuadrón.
- Gracias, Hatake-sama.
- Vamos, compañeros, hemos aún de acabar con nueve puestos más.
Puesto a puesto, fueron repitiendo su estrategia. Comenzaron a sentir el cansancio del viaje y de la pelea. Peleaban contra enemigos más fuertes y mejor preparados y contra el tiempo. Cuanto más tiempo pasara más crecía la probabilidad de ser descubiertos. Ellos solo eran cuatro. Kushina comenzó a entender por qué Minato se había preocupado. No dudaba de ella, sino que temía que aquella misión era demasiado grande sólo para cuatro ninjas. No obstante los puestos, con más o menos facilidad iban siendo tomados.
Kushina era la encargada de sellar sus entradas con una útil técnica importada de su clan y que sólo ella y Minato conocían y por tanto sólo ellos podrían deshacer. Así se aseguraban que en caso de perderlos, el enemigo no pudiera reutilizarlos. A cada minuto que pasaba, la joven sentía que Minato estaba con ella, no en vano llevaba su kunai. Se lo había dado para que lo empleara en caso de estar en una situación complicada y él acudiría en su ayuda. Sabía invocar a Minato, pero no quería, era su misión e iba hacerlo sola.
La misión que estaban desenvolviendo era cada vez más difícil. La sangre iba cubriéndoles y se mezclaba con el sudor de su frente, de su piel que expresaba el cansancio de su piel y de su propia sangre. No podían evitar ser superados pero su fuerza de voluntad era todavía una espada y un escudo a tener en cuenta por el enemigo. El único que no parecía desfallecer era el padre de Kakashi. Kushina le envidiaba su disciplina y su educación seria y formal le convertían en una máquina ajena al cansancio. La joven sabía que no era la única que pensaba con temor hasta cuándo iba a aguantar aquella máquina.
Al caer sólo quedan tres puestos. Aunque el enemigo ya les había detectado. Había ocurrido al caer el cuarto puerto. A Yuka se le había escapado un enemigo que había sido perseguido por Kushina. Sin embargo, antes de ser abatido por un shuriken del miembro del Clan Uzumaki había conseguido dar la alerta. Quizás fuera algo rudimentario, pero al encender una enorme pira había alertado a los otros tres destacamentos de su presencia. “El muy maldito ha tenido que morir con la antorcha en la mano”
- ¡Estamos perdidos! – exclamó preocupado Izumi.
- Tranquilízate Yamanaka-san – le pidió Sakumo – Hemos llegado muy lejos para fallar. Hemos de considerar nuestra estrategia. ¿Habéis pensado algo? – Les preguntó.
- Tú eres el líder, confiamos en ti – aceptó Yuka.
Kushina no sabía si hablar. La situación se había complicado. El enemigo se acercaba a su posición. Iban a aplastarlos. Enviarían a una fuerza considerable, lo suficiente para garantizar que evitarían cualquier cosa que comprometiese la seguridad del País del Viento y de Sunagakure. No quería morir en un sitio como aquél, pero no era una cobarde y lo primero era conseguir su objetivo. Tenía que pensar algo.
En su mano jugaba con el kunai de Minato, nervioas. “Úsalo si es necesario. Nada ni nadie se interpondrá entre tú y yo. Eso te lo prometo, amor mío. Confío en ti, pero vas a una misión peligrosa, al menos llévalo contigo y yo acudiré si te es necesario” Podía pedirle ayuda a Minato. Él siempre la ayudaría y aunque el ejército enemigo tuviera más de treinta o cuarenta enemigos él bien podría abatirlos a todos. Pero sabía que estaba liderando otra misión. Era el Rayo Amarillo de Konoh, al fin y al cabo. No, no puedo depender de él. Vamos, piensa, Kushina, tiene que haber algo más que puedas hacer
Golpeó con fuerza la mesa de operaciones que contemplaba el mapa que había del Paso de los Huesos. Sólo tres puestos les habían faltado, pensaba con amargura, realmente enfadada. Quizás fuese una misión difícil pero ella pensaba como Minato: no había misiones grandes, sólo shinobis pequeños…
- ¡Claro! – Exclamó al verlo.
- ¿Qué sucede, Uzumaki-san? – le preguntó el honorable Sakumo, que en todo el momento había repetido su especial y arcaico sistema de lucha, basado en el honor y en el respeto al contrario.
- Da igual cuántos sean, si tiramos las paredes sobre ellos podremos acabar fácilmente con el escuadrón enemigo. Es una opción desesperada pero si sale bien nada se interpondrá entre nosotros y los tres fueres que nos quedan.
- Podría resultar… - consideró él -, pero es muy peligroso. Debemos preparar nuestra emboscada.- Ordenó con seriedad – Escuchad atentamente…
Y el enemigo llegó. Más de treinta pero menos de cincuenta. Kushina, Sakumo, Yuka e Izumi les esperaron desafiantes. Dispuestos a provocarles. Sin embargo, el capitán enemigo mantuvo a sus hombres bien formados. No echaron a correr. Era obvio que los cuatro shinobis de Konoha habían preparado una trampa.
- Sois muy listos, ninjas de Konoha. Habéis entrado en territorio enemigo y nos habéis atacado por la espalda, seréis recordados por vuestro arriesgado y estúpido ataque. No deberías haber subestimado nuestro poder, Comillo Blanco, mataste a Sasomi y a Momoi de la Arena Roja, pero no somos tan estúpidos. Sabemos qué habéis hecho con esos sellos explosivos – señaló a la pared.
- Lo sé, noble enemigo, y he de reconocer vuestra victoria a día de hoy.
“¡¿Qué?!” pensó Kushina. Aquél no era el plan.
- ¡Podemos lograrlo, si seguimos la estrategia de Kushina-san! – exclamó Yuka, el más confundido.
- ¿Para qué te tomaste la molestia de colocar las trampas? – preguntó enfadado Izumi – Somos shinobis de Konoha, será un orgullo morir en este glorioso ataque.
- No tienes por qué hacerlo por mí… Puede que yo sea…
Sin dejar de mirar al enemigo les dijo:
- No podía echar vuestras vidas a perder. Sois jóvenes y esta guerra no merece que muráis aquí. Volvemos a casa – les explicó – Fue demasiado peligroso y mi orgullo demasiado grande como para solicitar dos escuadrones. Me arrepiento de ello, pero seguís estando bajo mis órdenes y no toleraré ninguna insubordinación: ¡nos retiramos!
- ¡Cómo si os fuésemos a dejar!
Realizó el sello con sus manos y antes de que pudieran oponerse los sellos explosivos que tan inteligentemente habían colocado en las paredes del estrecho paso hicieron su trabajo. Las paredes comenzaron a explotar. Las rocas comenzaron a caer de las paredes del Paso de los Huesos. El enemigo estaba alerta pero no pudo evitar verse sorprendido cuando la montaña cayó sobre ellos.
Kushina quiso correr en dirección opuesta, atravesar aquella tormenta de rocas para escabullirse entre los enemigos y correr para tomar los otros tres baluarte, pero algo la empujó a seguir las órdenes de Sakumo.* * * Fin del Flash Back * * *
Cada vez que, un mes después, se acordaba, Kushina no podía evitar sentirse realmente mal. Habían fracasado. El precio de la derrota era que Konoha había perdido una importante baza estratégica que hubiera sido muy útil. Ellos llevaban encima la deshonra de haber fracasado, pero el peso de todos la responsabilidad y de toda la deshonra había recaído sobre Sakumo Hatake.
Kushina no sabía si culparle como había hecho toda la aldea o darle las gracias. Habían sobrevivido de una misión suicida y ella estaba ahora con Minato, compartiendo el mismo lecho, abrazados, gracias a él. Sí, estaba enfadad por haber perdido, pero no podía pagarlo con alguien que había aceptado esa responsabilidad. Era tal su carácter estoico, que no había dicho nada. Sólo había aceptado su penitencia con resignación.
Alguien llamó a la ventana. Minato se despertó tan rápido como un gamo. Era de sueño ligero, observó ella. Se puso los calzoncillos y abrió la ventana. Era un ANBU. ¿Otra vez hemos de partir al campo de batalla? se maldijo.
- Minato-sama, Kushina-san… Kaskashi Hatake nos ha advertido. Vengo a informaros de que Sakumo Hatake… se ha suicidado.
FIN.
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