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Más allá de la guerra (TP) (Romance)
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Más allá de la guerra (TP) (Romance)
Os dejo este shot que escribí para el Torneo de Escritores, por si alguno no lo leyó o quiere leerlo ^^. Espero que lo disfrutéis tanto como a mi me gustó escribirlo. Un saludo ^^
Más allá de la guerra
- Spoiler:
- El primer rayo de sol de aquella mañana despertó a Mitsuki.
Parpadeó levemente y volvió a cerrar los ojos. Alguien acarició su rostro. Con estudiada delicadeza le tocaba el pelo y acto seguido la mejilla. Mitsuki bebía de esa caricia que tanto la reconfortaba. No quería despertarse, deseaba estar ahí, en ese estado, para siempre. La mano pasaba ahora por su cuello y volvía a ascender hasta su pelo. El sufrimiento que había padecido era tal que su corazón anhelaba desde hacía tiempo ese trato dulce y suave. La seguridad que le proporcionaban esas caricias era equiparable a la que tenía un niño en el útero de su madre. Sin embargo, lo bueno siempre es efímero y muy contra su voluntad, Mitsuki se despertó.
- Por fin has despertado, me tenías preocupado – Dijo el chico. Mitsuki estudió con detenimiento a aquel extraño de ojos y cabello negro. Aquel completo desconocido le dedicó una amable sonrisa – Soy Hayato. ¿Cuál es tu nombre?
Ella no respondió. “Un shinobi nunca da su nombre, o al menos su verdadero nombre”. Era una consigna que siempre le habían enseñado sus hermanos y los otros miembros de su clan. Con aquella pregunta, Mitsuki recordó de repente cómo había llegado a aquel lugar, a estar frente a aquel extraño que se llamaba Hayato.
Estaban en guerra. La guerra era el estado natural de aquel mundo. Por doquier, los clanes shinobis se enfrentaban por aumentar sus áreas de influencia y lograr más poder que sus rivales. Se forjaban alianzas y se destruían tratados de paz con tanta o más rapidez que los árboles cambiaban de hoja. Mitsuki no había conocido otra cosa que aquella guerra, la guerra que siempre habían mantenido.
Mitsuki volvió al campo de batalla por un instante. Llovía. La tormenta rugía. La noche aullaba. El viento gritaba. Las espadas, los shurikens, los kunai chocaban en una tormenta de armas de la que nadie podía refugiarse. Cuando el clan Uchiha y Senju chocaban, la tierra temblaba bajo sus pies y todo el País se hacía eco de sus guerras, guerras que nunca terminaban y cuyos orígenes se perdían desde el mismo inicio de los tiempos.
Ella seguía el líder del clan Senju en el que ella había nacido. Se enfrentaban al pérfido clan Uchiha que sólo buscaba el poder por encima de cualquier cosa. Las fuerzas estaban bastante equilibradas, y por esa razón el comandante Senju llamó a un equipo especial para intentar acabar con la vida del comandante Uchiha. Mitsuki formó parte de aquel comando.
Pudo revivir la batalla. En un momento dado una explosión de un jutsu enemigo la sorprendió y terminó arrojándola por los aires. Sus últimos recuerdos se remontaban a los cadáveres de sus compañeros regando la tierra mojada por la lluvia con su sangre, el sonido de los cuernos llamando a la retirada y después… nada. Debió perder la conciencia
- Soy Hayato Uchiha. Tú eres una Senju, pero quiero saber tu nombre.
- Eres… ¿mi enemigo? – preguntó al instante.
- Eso parece, aunque también soy la persona que te rescató de morir asfixiada bajo los cuerpos de tus compañeros. Soy el comandante al que pretendías matar – le sonrió.
Todo cuadró para Mitsuki en aquel momento. El brillo rojo que recordaba antes de quedarse dormida. El aspecto del muchacho y la natural aversión que sintió apenas verle. Aunque él la había curado. Era cierto que se recordaba tirada en el campo de batalla, como un cadáver más. Ella había visto a sus compañeros dar muerte a los heridos enemigos “por piedad” decían. Los Uchiha eran malvados. No podía salir nada bueno de ellos, pero aquél la había salvado en lugar de rematarla.
Finalmente, aceptó.
- Me llamo Mitsuki.
- Es un nombre precioso. Bien, Mitsuki, te recomiendo que descanses y te recuperes.
- ¿Sabes quién soy?
- ¿Que si sé que eres la hija del Hideyashu Senju, el líder de tu clan? Tranquila, no sé nada. Sólo decidí mostrar compasión por una moribunda en el campo de batalla. Eso es lo que saben mis superiores.
- ¡No te pedí tu compasión, ni tu piedad, ni nada! Soy una kunoichi, si mi sino era morir en aquel lugar con la espada en la mano, de grado lo habría aceptado.
- Nadie debería morir en un campo de batalla. Me pareció una crueldad que una flor tan bella se marchitara por la guerra.
- No te creo. Queréis exigirle a mi padre un rescate. Los Uchiha siempre hacéis algo para obtener algo. Sois malvados, bien lo sabemos nosotros.
- Por supuesto y los Senju sois los buenos. Hemos aprendido bien nuestro papel en la historia. Es verdad que siempre hacemos algo para obtener otro algo. Todo el mundo lo hace. Mira, Si deseas morir, te concederé el honor de hacerlo dándote una espada y te enfrentarás a mí.
Mitsuki se intentó poner en pie para coger su espada. No quería ser una prisionera, por más que lo negara, sabía que los pérfidos Uchiha siempre hacían algo para sacar algún rédito. Eran malvados, su padre siempre lo decía. Su abuelo siempre lo decía. No se podía hacer otra cosa más que odiarlos. Cualquiera lo diría.
No lo consiguió. Sintió un fuerte dolor en el costado, tanto que tuvo que volver a tumbarse. Hayato la ayudó a ponerse en pie mientras que le dijo:
- ¿Por qué no quieres confiar en mí? Te estoy diciendo que sólo quería ayudarte.
- ¿Por qué ibas a ayudarme? Somos enemigos.
- No. Nuestros apellidos son enemigos, tú no me has hecho nada. Además, alguien como tú, no podía morir en un sitio tan horrendo. Eres realmente hermosa. Nunca había visto una mujer con el sol el cabello. Tu chackra es el de una persona bondadosa, alguien que no ama la guerra, pero que sí ama a su familia. He de atender otras responsabilidades. Volveré a verte al anochecer si así lo deseas.
Mitsuki quedó muda por aquellas palabras.
“He de reconocerle que lleva razón en que no nos conocemos para considerarnos enemigos, además, nunca antes nadie me había dicho eso.”No se refería a los halagos a su belleza. De esos si recibía muchos, tantos como pretendientes para tomarla como esposa y convertirse en sucesores de su padre, quien no había sido bendecido más que con una hija.
Sin embargo, Hayato había sabido ver lo que había realmente en ella. No le gustaba la guerra. La detestaba. Sus hermanos habían muerto en la guerra. Miles de personas lo hacían a diario. Lo peor, era lo que él había dicho. No eran auténticos enemigos. No había ninguna ofensa entre ellos, solamente se llamaban de forma distinta y por esa razón debían pelear hasta matar al otro. “Pero bien podría estar metiéndote, los Uchiha son expertos en alterar la realidad con sus ojos, ¿por qué no con sus palabras” pensó con lógica. Él había sido el comandante enemigo y había liderado sus fuerzas a la victoria. Estaba cómodo en la guerra. Todos los hombres lo estaban.
Vinieron algunas ancianas de piel arrugada, ojos cerrados, y pelo completamente blanco, pequeñas y de carácter afable aunque algo autoritario para cambiarle las vendas y lavar su cuerpo. Mitsuki sólo se hacía una pregunta “Si es tan malo, porque es un Uchiha como me ha enseñado mi padre, ¿por qué no me mató como si hacen nuestros soldados con los Uchiha?”.
Su padre siempre le había explicado que Uchiha y Senju siempre se habían enfrentado. Desde que el mundo era mundo, ambos clanes mantenían posiciones contrariadas. Aunque cuando su padre se lo había referido y ella le había preguntado cuál era el auténtico motivo de aquel odio ancestral no había sabido responder nada más que los Uchiha llevaban el mal en sus ojos, los espejos del alma y que de la misma forma que en la naturaleza había cosas malas, los Uchiha eran malvados por naturaleza.
La vistieron con un sencillo kimono blanco. La peinaron. La ayudaron a ponerse en pie y ella seguía pensando por qué Hayato la había rescatado. Llegó la noche y él no acudió. Ella se quedó esperando a que viniera hasta que la llama de su lámpara se apagó y se quedó dormida.
Al día siguiente se volvió a repetir la visita de las ancianas curanderas. Volvió a pasar sola el día. Sólo recibió la visita de quienes la atendían y le llevaban la comida. Pasaron tres días más hasta que Mitsuki tomó la resolución de buscarle. Salió del cuarto donde había permanecido desde que despertara y anduvo por la casa. Lo cierto era que no sabía dónde se encontraba.
Deambuló por el pequeño asentamiento de los Uchiha. Los Shinobis no podían establecer grandes ciudades y carecían de recursos suficientes para construir grandes castillos como hacían los señores feudales. Debían vivir en el gran bosque del País del Fuego y allí servirse del bosque para vivir. Nadie la detuvo aunque era fácil de detectar que era una extraña. Su dorada melena del color del mediodía contrastaba con el negro azabache de todos los Uchiha.
Por más que buscó no le encontró. Ella fue encontrada. Se había sentado en las escaleras de un pequeño templete. Contemplaba jugar a los niños. Aquello siempre le había gustado. Los niños eran el futuro. Verles felices le hacía creíble la idea de que luchaban por un mañana mejor. El hecho de ver la posibilidad de que en un futuro esos niños fueran adultos y no combatieran era realmente alentador Aunque la realidad era distinta, porque cada vez con más frecuencia los niños eran reclutados y enviados a pelear. “¿Qué es lo que pasa para que unos seres tan inocentes como son los niños se conviertan en los adultos que tanto veneran a la guerra y a sus monstruosidades?”
- Estás aquí – la saludó en medio de sus reflexiones. Mitsuki levantó la cabeza y sonrió inconscientemente al verle, algo aliviada. Tenía que hablar con ella. Él le devolvió la sonrisa – He estado atendiendo otros asuntos, disculpa que no me presentara – Al verle, Mitsuki se dio cuenta cuánto se había enfadado con él por faltar a su promesa y no regresar. – Ahora que tenía tiempo libre quería volver a verte para saber cómo te encuentras.
- Bien, estoy mejor, cada día algo mejor, aunque las ancianas me han dicho que tardaré en curar. No te disculpes por no haber venido. Sé que habrá cosas más importantes que una prisionera.
- No sé si importante es la palabra correcta para definirlo. En cuanto he tenido un momento me he escapado para ir a verte. Lo siento, de verdad. Me he llevado un susto al no verte, suerte que seas tan diferente que tu presencia no pase desapercibida.
- He pensado en lo que me dijiste el otro día y creo que tengo que pedirte disculpas. Yo sí. Te juzgué anticipadamente. Aunque te pido disculpas por darte una sensación falsa sobre mí.
- ¿Falsa?
- Crees que soy una persona bondadosa, pero no lo soy. Creía que por ser miembro del Clan Senju la virtud estaba atesorada en mí, pero lo cierto es que albergo mucho odio contra los Uchiha y ni siquiera sé por qué, lo que lo hace más abominable.
- Una mala persona no se daría cuenta de ello. Tampoco creas que todos los míos son seres virtuosos. Nadie que participa en una guerra desconociendo el motivo puede considerarse mejor que otros.
- Te agradezco que me salvaras la vida. Es más de lo que pueden decir tus parientes a los que derrotamos en el campo de batalla… - se quedó callada durante unos minutos antes de preguntarle – Dijiste que mi chackra era el de una persona bondadosa, que por eso me salvaste, ¿pero cómo pudiste saberlo?
Hayato miró al horizonte y se quedó observando a los niños jugar.
- Parece que lo has olvidado… Mientras que tus compañeros se batían en retirada, tú, moribunda y desangrándote buscabas a los miembros de tu escuadrón desesperadamente. Les llamabas a voces. No te importaba que nosotros te escucháramos. Sólo querías protegerles. Eso te honra y por ese motivo me negué a que murieras ahí.
- Por eso soy tu prisionera.
- Oh, no, para los dirigentes del clan no tienes ningún valor, si es eso lo que te preocupa… Cosa distinta es que para mí seas importante.
- ¿Qué quieres decir?
- Hay muchas mujeres en el mundo, pero ninguna como tú. Llámame idealista, llámame estúpido, pero,… bueno, no importa – Se levantó y le tendió la mano – Vamos, te acompañaré a la casa de las viejas.
No le importó que se llamara Uchiha. Le cogió de la mano y se levantó. Se resintió del dolor que había estado amortiguando orgullosamente y le acompañó hasta el lugar en el que de momento vivía. En aquel momento, Mitsuki no supo que era prisionera y que su prisión no tenía más cadenas que las que ella misma se había dejado echar, que esa prisión, tema recurrente para los poetas, era el amor.
Pasaban los días y fue recuperándose. Hayato le prometió que la visitaría con la frecuencia que le permitieran sus obligaciones, pero, o bien dejó de tener obligaciones, o bien Hayato hacía lo imposible para que, al menos, no pasara un día sin que se vieran, al menos, una vez.
Los días se convirtieron en semanas y llegó la primera luna llena que Mitsuki pasó junto Hayato. La joven se recuperó antes de lo que esperaba, pero cuanto más tiempo pasaba entre los Uchiha más convencida estaba deque los Senju se equivocaban en su opinión sobre ellos. Era una guerra, ambos bandos habían hecho cosas terribles, pero la carga no debía recaer exclusivamente sobre el Clan Uchiha. Hayato se encargaba de demostrarle que también había personas nobles y de buen corazón entre los suyos y sin saberlo, el uno fue ocupando el corazón del otro.
Mitsuki, al principio, lo atribuyó a que se debía a que era el único Uchiha con el que mantenía contacto, pero al descubrirse pensando en él con una sonrisa se sintió, por un lado, culpable y por otro se sintió realmente feliz. Era una sensación maravillosa. No sabía que le rondaba por la cabeza al joven. Empezó a cambiar su percepción de él. Dejó de ser el general que la había capturado, ahora lo veía como a un joven. Mitsuki se hacía a la idea de que los Senju no habían atacado porque ella estaba allí.
Aquella noche, los dos paseaban a la luz de la luna llena. Un mes había pasado desde que fuera encontrada por su enemigo y en un largo mes había comprobado que ni sus familiares eran el paradigma de virtud y que ni sus enemigos eran el paradigma de la maldad. Había luces y sombras e iluminadas por ellas estaba el sentimiento que entre los dos apareció. A ella le seguía pareciendo increíble que un hombre pudiera enamorarse de su enemiga, pero comprendió que Hayato no era un hombre normal.
Era una persona reflexiva, siempre meditaba sus palabras, pero era sincera. Prefería no decir nada a mentir, de ahí que antes pensara sobre la conveniencia de ello. Era amable y atento y la trataba con cariño. Se olvidaban de quién era cada uno. Mitsuki sabía que no todos los Uchiha veían bien tan buen trato con el enemigo. Ella era la hija de los Senju del Bosque. Sin embargo, Hayato se preocupaba porque no le faltara de nada y cada vez la confianza fue apareciendo entre ellos, como una flor que nadie esperaba que floreciera pero que ambos se habían encargado de cultivar. Siempre le sonreía. A veces, la joven kunoichi podía sentir la intensidad de los sentimientos que él le profesaba.
Daban largos paseos entre las casas del Clan. Mitsuki descubrió que el respeto que todo el mundo tenía al ninja no se debía nada más y nada menos a su padre, el líder de los Uchiha. Mitsuki no llegó a conocerle en todo aquel tiempo. Imaginaba que consentía a su hijo con aquel capricho, y cuando se veía como tal se sentía mal, por lo buen shinobi que se predicaba que era. Sin embargo, Mitsuki podía advertir que no amaba la guerra. No amaba las artes ninja, pero era de los mejores shinobis de su clan. Era bueno en todo lo que se proponía aunque, como descubrió posteriormente, sólo había una cosa que le gustara hacer y era sentarse y contemplar las estrellas. Según le contó, nació en mitad de una tragedia. Su madre murió en el parto justo en mitad de un ataque enemigo y mientras la casa ardía él vino al mundo. No en vano decían que aquella tragedia que le vio nacer había hecho de él una persona solitaria y melancólica.
Durante sus paseos mantenían muy interesantes conversaciones, algunas profundas, otras más baladíes y otras sobre ellos dos. Dijeran lo que dijeran, quizás fuese sólo con ella, pero mostraba sus sentimientos con una naturalidad y claridad diáfanas, tanto que, paradójicamente podían confundir.
Se detuvieron en el mismo templete donde hacía más de un mes, Mitsuki y Hayato se encontraron fuera de la casa de las curanderas. Se sentaron y gozando de la intimidad de la oscuridad sólo interrumpida por los cabellos de plata de la señora de la noche, la joven apoyó su cabeza sobre el hombro de él. Cuando consideraban que estaban a solas, mantenían aquellas muestras de afecto.
- Ya ha pasado un mes – señaló Hayato
- Sí… Hace un mes que estoy aquí.
- Y hace casi tres semanas que estás recuperada – completó el joven.
- Lo sé… pero sigo siendo tu prisionera. No nos engañemos.
- Nunca lo has sido, has sido perfectamente capaz de irte cuando querías. Así te lo dije, de la misma manera que te dije que si querías pondría la espada en tu mano y lucharía contigo a muerte. Has tomado tus decisiones. Y me alegra que hayas decidido estar conmigo.
- ¿Cómo es posible que esto haya terminado pasando? – Preguntó ella.
- A veces, las cosas pasan sin más. ¿Te sientes mal por ella?
Mitsuki negó con un gesto.
- Entonces, con eso es suficiente… Aunque creo que veo cómo te sientes.
- Sí. Estar junto a ti…, por extraño que parezca, me gusta. Me hace sentir feliz. Me hace sentir bien, pero…, extraño a mi familia. Mi padre estará preocupado y además, tú y yo pertenecemos a mundos enfrentados.
- La historia de siempre, mientras Uchiha y Senju sigamos enfrentados, estas tierras seguirán siendo asoladas por nuestras guerras – comentó lacónico.
- Sí, desgraciadamente así es. Pero estar contigo me ha hecho descubrir que estamos equivocadas, ambas familias. Sé bien que las madres cuentan a sus hijos pequeños que si me rondan mucho los devoraré, y eso es lo que dicen las madres a nuestros niños.
- Quieres marcharte a casa – dedujo con rapidez.
- Sí. He de hacerlo, pero, ahora quiero regresar a casa por ti.
- Vaya,…, eso me deja descolocado. Has dicho que estás bien conmigo pero que anhelas volver a tu hogar por no estar conmigo.
La joven se agarró con fuerza a la manga del kimono oscuro de él. Luego le corrigió.
- No, por supuesto que no. Quiero volver a casa para explicarles cómo son realmente los Uchiha. Ambos bandos hemos cometido graves ofensas contra el rival, pero si entre tú y yo, ha surgido esto, quizás podríamos iniciar una era de paz. Piénsalo. Si tú y yo nos casáramos, además de estar juntos podríamos iniciar una alianza entre nuestros clanes. Podríamos poner fin a nuestra guerra particular.
- Estás pecando de optimista. Una unión entre nosotros no convendría a nadie. No, mientras que tu padre y el mío sigan pensando que tienen poder suficiente para ganarle la guerra al otro. Si mi padre ha consentido en tenerte hasta aquí es porque yo se lo he implorado.
- Pero, si habláramos en primer lugar con él…
- No funcionaría. Son muchos los Uchiha que han sido asesinados por los Senju y al revés. Nadie detendrá esta cadena, ni siquiera nuestro amor.
Mitsuki se sonrojó. A sus dieciséis años era la primera vez que le decían tan claramente que estaban enamorada de ella. Miró a la luna con tristeza.
- No puede ser tan difícil. El mundo tuvo que ser creado para algo más que para los seres humanos se enfrentarán eternamente por el poder, me niego a creer en eso.
- Eso es lo que me gusta pensar, pero sabemos que no. Esto que tú me has propuesto se lo dije a mi padre. Se rió de mí, aunque aceptó a no mandar ataques a tus gentes hasta saber la respuesta de tu padre. Dijo que lo hacía para demostrarme que éramos unos estúpidos, que nunca lo conseguiríamos y que nuestro destino era morir a manos del otro. Si quieres irte, puedes hacerlo. Nunca ha sido mi intención retenerte. Me gustaría creer que lo conseguirás.
Se quedó en silencio y tras pensarlo mejor le propuso:
- Hagamos una cosa: si tu padre acepta, independientemente de lo que diga tu padre, me uniré a ti y seré parte de tu familia. Nos volveremos a ver en el mismo lugar en el que mañana nos separemos dentro de un mes y me dirás qué has decidido.
- No será necesario. Lo conseguiré… Aunque tengo miedo. ¿Nos volveremos a ver? – Inquirió asustada.
- Por supuesto, siempre te encontraré, aunque la primera vez fueras tú la que lo hicieras en el campo de batalla.
La joven se separó de él y desoyendo todas las voces que le susurraban pensamientos racionales, que le pedían que se mantuviera serena y estática como el bosque al que pertenecía, se acercó a él y junto sus labios a los del joven. Fue la única ocasión en la que ella consiguió sorprenderle. Se dieron un corto beso que volvieron a repetir, guiados en aquella ocasión por la pasión que les embargaba.
Sintieron sus corazones revolucionarse para latir al mismo tiempo a gran velocidad. Dejaron de respirar. Sólo existía un ente, un nosotros, conformado por ellos dos. Todo lo que no fuera aquella entidad que formaban mediante aquel beso no les importaba. Sólo existían ellos dos y su amor.
Se separaron. Él le acarició con el reverso de la mano su mejilla para luego poner su mano sobre el cuello de ella y volver a atraerla para sí. Mitsuki pudo sentir lo que era el amor. Le habían hablado mucho de un concepto que siempre la había parecido más de la literatura que de la vida real: el amor verdadero. En aquel momento creyó en la existencia de ese concepto. Era indescriptible la forma en la que algo tan sencillo como un beso podía cambiarlo todo. Como un beso podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Al día siguiente, Mitsuki se volvió a armar con su armadura, que volvía a estar limpia y resplandeciente. Cogió sus armas y abandonó la casa de las curanderas. Durante el breve paseo de la casa de las viejas a las afueras del asentamiento sintió cientos de miradas hostiles sobre ella y sobre el anagrama que llevaba grabado a fuego sobre el metal rojo de la armadura. Hayato la esperaba en la salida. Como habían acordado iría vendada durante buena parte del trayecto y no podría quitársela hasta que la hubiera dejado en territorio Senju.
La joven lo aceptó. Había pensado en su objetivo durante toda la noche y cada vez estaba más segura de que debía hacerlo. Algo más que su propio amor estaba en juego. Ahora tenía una causa noble por la que luchar, y no sólo los designios de grande del líder de su clan, de su bien amado padre al que siempre había venerado como a un dios todopoderoso. Se daba cuenta de que había cambiado en un mes más que en cuatro años desde que era una mujer.
Caminaron durante todo el día, el uno en compañía del otro. El padre de Hayato no era un incauto y si accedía a las pretensiones de su hijo, como le explicó éste, era por el amor que le tenía a su madre y a lo que Hayato simbolizaba. Por esa razón, viajaba vendada, para que no pudiera guiar a sus familiares a atacar a sus ancestrales enemigos. “Realmente, un shinobi podría emplear otras maneras de retroceder sobre sus pasos y más uno del Clan Senju, pero no es mi intención. No voy a retroceder, sé lo que tengo que hacer.” Era su único pensamiento.
A diferencia de otras veces, en aquella apenas conversaron. Mitsuki pudo comprender, aunque le doliera, que Hayato intentaba cumplir diligentemente con su misión, como siempre hacía e intentaba despedirse de ella de la manera que menos dolorosa le fuera. A pesar de que se había enamorado de un ideal al que había identificado con ella, sí que tenía miedo de sufrir al verla partir.
Cuando llegaron a su destino, Hayato, la cogió de los hombros y sin quitarle la venda le dijo con su voz amable, aunque esta vez impregnada de preocupación:
- Te quiero. Siempre te encontraré.
Acto seguido volvieron a besarse. Mitsuki se dejó llevar. No quería fuera el último beso, pero las palabras de Hayato, el hecho de que ya no estaba protegida del mundo real en aquel extraño paraje de felicidad aislada que había supuesto la estancia con los Uchiha, y la forma en la que le había tratado él le hicieron pensar que sí lo que era. La realidad cayó con la misma violencia que un jarro repleto de agua helada caía sobre un dormido. Fría y por sorpresa, se dio cuenta de que podía ser el último. Tuvo miedo y por ello disfrutó de los labios de su amado.
Escuchó cómo saltaba para esconderse entre las ramas de los árboles. Ella se quitó la venda y pudo ver que se encontraba en el campo de batalla donde había caído en manos de los Uchiha. Pudo deducir que el campamento estaba más lejos de lo que los planes de su comandante, cuando ella luchaba como una más en aquella estúpida guerra que ahora detestaba aún más, si era posible, habían previsto.
Miró hacia atrás, sin saber que sería la última vez que viera aquel bosque y emprendió la marcha hacia el hogar, hacia una promesa de un futuro mejor que dependía de convencer a su padre.
Al llegar la noche volvió a casa. Los centinelas mantenían sus posiciones, vigilando con ojo avizor a la llegada de cualquiera, amigo o enemigo, para responder en consecuencia. En cuanto la vieron abrieron las puertas de la muralla de madera que rodeaba todo el campamento y Mitsuki se sintió en casa. Por un lado se creyó a salvo, sin embargo, se sintió realmente preocupada.
Se repetía a sí misma que su padre era un buen hombre. Era algo estricto, pero siempre había sabido ser justo y honorable. La guerra le había hecho ser duro, pero la sabia y equitativa justicia que había repartido nunca habían provocado queja. Confiaba y rezaba a sus antepasados para que, verdaderamente, pudiera comenzar una nueva era.
Aunque, muy a su pesar, en el fondo de su corazón, sabía que albergaba demasiadas esperanzas y que estaba siendo optimista, pero había leído de pequeña cientos de historias de hombres que con su mera voluntad podían cambiar el rumbo.
La escoltaron hasta su residencia, hasta el lugar donde había nacido, donde se había criado y donde había vivido los mejores momentos de su vida. Mientras subía las escaleras de madera, ya sola, observada por los centinelas que la habían acompañado, se sintió llena de alegría. Quizás Hayato había sido atento con ella, hasta el punto de que tal dedicación había hecho que se enamorara de él, pero no había dejado de ser una prisionera. Estar libre y entre sus parientes que esperaba que entendieran y valoraran su propuesta era lo mejor que le podía pasar en aquellos instantes.
- Padre, madre – saludó a sus padres cuando abrió las puertas de la sala en la que se encontraban cenando. Siempre habían cenado todos juntos. Era una costumbre familiar que a su padre le parecía necesario mantener, ayudaba a unir a la familia, decía.
Como esperaba, sus padres dejaron lo que estaban haciendo y corrieron a abrazarla.
- Ha sido el peor mes de mi vida – dijo su madre llorando de alegría.
- No sabíamos que te harían esos malnacidos.- dijo su padre con alegría contenida.
Antes de su captura a Mitsuki aquella palabra le hubiera dado igual, le hubiera parecido una más, sin embargo, en aquella ocasión, tras haber convivido con los Uchiha, y sabiendo sus defectos, le pareció mal. Se sentó en la mesa y su padre le ofreció una taza de té. Ella la aceptó y bebió mientras escuchó a sus padres expresar cuánto se alegraban de volver a tenerla entre ella.
Su madre trajo enseguida la cena. Mitsuki volvió a comer la comida de su madre tras un mes. Era un sencillo bol de arroz con frutos secos, de aquella época del año.
- Estoy perfectamente. Fueron atentos y me respetaron. Estoy sana y salva. Me encontraron en el campo de batalla del que escapó Sejumaru cuando vio que la batalla se ponía en nuestra contra.
- Sejumaru fue debidamente reprendido por ello – respondió su padre tajante.
Mitsuki siempre había sido obediente con su padre. Las buenas hijas debían serlo, eso siempre le habían dicho. “Pero se equivoca. Hayato es bueno y él me ama. Sólo es cuestión de tiempo que entre otros Senju y Uchihas surja primero la paz, luego la amistad y por qué no, la unión” Estaba convencida de ello. Era una kunoichi por obligación, pero, ¿y si sus hijos podían vivir en un futuro donde no fuesen necesarios los ninjas?
- Fue un comandante Uchiha el que me encontró entre los cadáveres de mis compañeros y decidió salvarme, ¡más de lo que ha hecho alguno de los miembros de nuestra familia!
- Los Uchiha son nuestros enemigos – respondió frío su padre.
- No,… o lo son porque nosotros queremos. ¿Por qué luchamos tan intensamente? ¿Por qué ese odio irracional? ¿No sería mejor que fuésemos aliados y que no muriésemos a manos de los otros? ¿No es mejor la paz que la guerra?
- Esposo, hija, no discutáis – intentó serenarlos su madre.
- No escucharé las sucias mentiras que esos perros han metido en tu cabeza. Los Uchiha son malvados por naturaleza. Sólo desean el poder y no se preocupan más que por ellos.
- Lo mismo que nosotros, ¿por qué ese odio hacia los Uchiha?
- Mi padre murió asesinado por uno de ellos. Nuestros hermanos han sido asesinados por ellos. Me has decepcionado, Mitsuki, pasas un mes con el enemigo y olvidas los lazos de sangre que te unen a nosotros.
- ¡No los he olvidado! Los tengo muy presentes, de hecho – le respondió – Pero no puedo compartir, ahora no, esa visión de los Uchiha – Mitsuki se mordió la lengua y evitó decirle en aquel momento la idea que tenía, primero debía hacerle entender que los Uchiha no eran tan malos cómo parecían.
- Hija mía, estás cansada y has pasado demasiado tiempo entre nuestros enemigos. Comprendo que no entiendes la gravedad de lo que dices. Ve a la cama y descansa – le ordenó.
- Pero.
- ¡Hija!- la llamó su madre – ¡Ve a tus aposentos, obedece a tu padre!
Tras aquella conversación, en las semanas siguientes, Mitsuki intentó hablar con su padre, pero éste no le hacía caso. La evitaba y aquello se podía notar. Por más que la joven intentaba buscar un hueco en el tiempo tan requerido y escaso del líder del clan, éste no se lo dedicaba.
Lo peor no fue que su padre la evitara y su madre dejara de tener la misma confianza. Lo peor fue que fue condenada al ostracismo entre sus parientes. Seguían tratándola con respeto, pero Mitsuki podía ver en sus ojos cómo trataban de evadirla. Le llegaban falsos rumores con ella y el Clan Uchiha de protagonistas. Algunos ponían su honor en entredicho, otros decían que era una traidora y otros, muy pocos, pedían que se la expulsara. Lo peor era que simplemente había vuelto presa. Ni siquiera había comentado cuál era su verdadera intención.
Al principio se la excluyó de las misiones, luego sus amigas dejaron de visitarla y finalmente se convirtió en un mero despojo, menos aún que una piedra. Dejaron de contar con ella en su casa, en su aldea y en su familia. “Nadie sabe que le amo y me hacen esto porque pienso que los Uchiha no son los demonios que creemos o queremos que sean”
A medida que pasaba el tiempo y se acercaba el mes que Hayato le había propuesto para reencontrarse. En aquel largo y triste mes comprendió una verdad que nadie conseguiría destruir: el futuro de los Senju y los Uchiha estaba bañado por una profecía de sangre. Nadie, nunca, podría acabar con esa maldición y sólo muerte y dolor dejarían a su paso. Las guerras no se acabarían. Los Senju odiaban a muerte a los Uchiha y viceversa. Era un odio visceral e injustificado que lo anegaba todo como si se tratara de un sucia y ponzoñosa marea negra que lo ahogaba todo, hasta el amor.
Por esa razón, transcurrido un mes, Mitsuki, escapó para siempre de su aldea. No le temblaron los pies como si hubiera sucedido antes de la batalla. No miró atrás, como sí que hizo cuando partía al campo de batalla. Buscaba el amor y era guiada por el mismo, frente a la guerra a la que la obligaban a ir y no quería encontrar y tenía miedo de dejar su hogar. Desanduvo sus pasos con cautela, comprobando que nadie la seguía y tras medio día de marcha por el espeso y enorme bosque rodeaba a los dos clanes y que era la morada y principal campo de batalla de sus guerras, se reencontraron.
Hayato estaba esperándola pacientemente sentado en una roca. No tenía miedo de ser atacado, aunque fuera diferente al concepto que se podía tener de aquel Clan, sí que mostraba aquella actitud pagada de sí misma de todos los Uchiha.
Se lanzaron el uno a los brazos del otro y después se besaron y se volvieron a besar y no dijeron nada. Sólo se besaron y abrazaron con tal afecto que no les hizo falta hablar para saberlo. Cuando se separaron, Hayato le preguntó:
- ¿Qué ha sucedido?
- ¿Todavía me amas? – le preguntó ella.
- Sí, más que ayer, pero no menos que mañana. ¿Podremos casarnos?
- Sí, porque vamos a dejar estas tierras.
- ¿Cómo?
- Mi familia nunca entendería esta unión. No la aceptarían y te matarían. A mí, sólo por pensar que los Uchiha no son como dicen me han condenado a un mes de aislamiento. De la misma forma, los Uchiha tampoco acogerían nuestro amor, por eso, quiero decirte esto: si quieres volver con tus parientes, hazlo, lo entenderé, yo regresaré a casa, pero si me quieres tanto como yo a ti, por favor, ven conmigo.
- ¿A dónde?
- Eso da igual mientras estemos juntos.
Hayato sonrió:
- Estoy harto de esta guerra. Creo que desde que te conocí aprendí el significado de lo que era la guerra. La guerra es no estar junto a las personas que amas y la muerte. Te quiero, te quiero mucho, Mitsuki.
- Y yo a ti.
Los dos se abrazaron. Mitsuki y Hayato podrían estar juntos, pero dejaron de llamarse Senju y Uchiha, en aquella época no había esperanza para sus familias. Por esa razón, conociendo y viendo que por encima de los odios sin fundamento y del ojo por ojo había personas, personas buenas o personas menos buenas, pero que merecían ser cuanto menos respetadas. Del respeto y la admiración del uno nació el amor de la otra.
No se tenían nada más que el uno al otro… y un futuro para los dos.
FIN
Septimo Hokage- Consejo de escritores
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