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Rotten. [2/?] (+18) [01/02/2017]
2 participantes
NaruSaku v2.0 :: :: Fan Fic
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Rotten. [2/?] (+18) [01/02/2017]
Hola a todos. Despues de mucho, mucho tiempo inactivo en este foro, he desidido regresar con esta nueva e interesante historia que les traigo. Antes de ir con ella, muchas gracias a todos por leer mi historia.
Espero que les guste y les paresca interesante, y continuen leyendola.
El cielo estaba oscuro, como un lienzo negro decorado por millares de hermosos y relucientes puntos que brillaban como adornos de cristal. La luna, majestuosa, vigilaba su reino, aprovechando de las horas que el cielo le pertenecía antes de tener que cederlo.
Las calles estaban vacías. El sonido de los insectos predominaba entre el tortuoso silencio natural de la noche. De vez en cuando, uno que otro gato derribaba un tarro metálico de basura, o se escuchaba ese indescriptible sonido de bolsas sonando. Entre todo eso, pasa desapercibido cada pisada con la que un hombre caminaba silenciosamente con un destino claro y fijo.
En un simple barrio, cuyos residentes gozaban de un buen pasar, había varias casas las cuales tenían una o dos luces encendidas y esto se notaba por la luz de las ventanas. La presencia de ese hombre fue notada rápidamente, y con cada paso que daba, las cámaras alrededor de la zona se ponían más énfasis en su persona.
Este joven se detuvo delante de una casa y sin pedir permiso, empujo con su mano hacia adelante una pequeña rejilla de un mínimo jardín delantero, para entrar y avanzar hacia la puerta principal. Con cada paso que dio, las cámaras al interior de la vivienda viraron en su dirección y mientras más se acercaba a la puerta de madera, aun mayor era el zoom con que enfocaban su rostro.
Llegó delante de la puerta y con una lentitud sospechosa, levantó su mano derecha y presionó dos veces el timbre de la casa. Segundos después, con fuerza la puerta se abrió y se asomó un alto hombre de cabello negro en punta y una fría mirada en unos fríos ojos. Este de traje azul oscuro y camisa blanca, con una corbata negra.
– ¿Quién eres tú?
– Buenas noches señor, aquí tiene su pedido. Dos emparedados estilo Texas, y una porción de patatas fritas con pescado. – habló aquel joven con un tono de voz rápido y alegre. Fingido, lo último, probablemente.
Se podía notar que le pagaban por hablar así, o más seguramente, no le pagaban si no lo hacía.
– ¿Pedido? – repitió el alto y delgado hombre, arqueando con duda una de sus cejas. – Un segundo. – retrocedió un paso y giró su cabeza hacia el interior de esa casa. – ¿Alguien ordeno unos emparedados y papas? – preguntó con un grito controlado.
– ¡No!
– Yo no.
– Lo siento, chico… – dijo el hombre, volviendo sus ojos hacia el joven en la puerta. – pero nadie…
No pudo terminar de hablar.
Sus ojos permanecieron abiertos y su cerebro proceso todo con la suficiente velocidad como para fruncir el ceño en una mueca de sorpresa, y también de extrañeza. Pero no lo suficiente como para moverse y evitar que una bala entrase por su frente y saliera de una muy fea forma por su nuca.
Al caer inevitablemente hacia atrás contra el suelo, el sonido producido fue suficiente para alertar al resto de las personas al interior. Dos hombres más estaban en la sala principal, bastante cerca de la puerta, y basto con asomarse un poco para ver el cuerpo de su compañero tendido en el suelo del pasillo sobre un charco rojo que cada vez aumentaba mas de tamaño, y con dos agujeros bastante feos en su cabeza por el cual uno de esos goteaban partes de lo que era su materia gris.
La mueca de extrañeza de sus rostros cambió por terror y alarma, llevando inmediatamente sus manos hacia el interior de su chaqueta de dónde sacaron una pistola negra y cargada. Levantaron su arma en sus manos y luego de fijar su blanco, dispararon, pero ya era tarde porque ya habían sido disparadas silenciosamente una camada de balas. Saliendo fuera del cañón con un objetivo directo, firme y segura durante su trayecto, golpeando directamente contra la frente de cada uno.
Esos tiros eran únicos porque no emitían sonido alguno, como si se tratara de una bendición para que nadie escuche el preludio de su final, o como una maldición para que nadie tenga el tiempo de asimilar que sus días llegaron a su fin y no hay nada que hacer para corregir eso. Un completo silencio, ausencia de cualquier sonido. Como la muerte misma.
Aun así, los otros disparos si emitían sonido y uno muy fuerte, como el de un disparo vamos. Eso fue suficiente para alertar de sobremanera al resto de los hombres que estaban al interior de esa casa. Todos vestidos de traje y todos armados. Y los que no habían caído aun, los que estaban bajando en esos momentos desde el primer piso, por supuesto que también lo estaban y con un calibre aun mayor.
Luego de que cada cuerpo cayera contra el suelo, sobraron segundos importantes para que el hombre avanzara y entrara. Plantándose en el centro de una sala amueblada con lo común y corriente, posando sus ojos por un momento en largo sofá azul frente a una enorme televisión de pantalla plana fijada en la pared y en donde se veía en ese momento lucha libre americana.
Cuatro hombres también de traje bajaron por las escaleras y comenzaron a disparar literalmente de inmediato. Algunos en la primera planta, otros se mantuvieron en la escalera y decidieron disparar con un poco mas de altura. Todos con la misma dirección pero sin apuntar demasiado puesto que las ametralladoras en sus manos no ameritaban eso. Lo compensaban con lo letal de cada ráfaga de cientos de decibeles.
El repartidor se lanzó rápidamente al suelo antes de que una bala lograra impactar contra su cuerpo, y si bien se puso a salvo, recibió el roce de una bala contra su hombro derecho, llevándose un mínimo pedazo de su cuerpo. Al caer y cubrirse con el sofá, el cual empezó a acumular agujeros con cada impacto de una bala en su contra, levantó su mano derecha con su pistola negra y plateada y reviso el cargador.
Cuatro hombres y siete balas. Tenía permitido usar tres balas con total libertad, pero cuatro de ellas tenían que impactar si o si y terminar con cualquier intento por mas mínimo de insurrección. Los segundos tampoco sobraban y en ese punto eran escasos, así que necesitaba moverse rápido.
Llevó su mano hasta su cabeza y de ella sacó una gorra roja que usaba, parte del traje como repartidor. Luego, en un movimiento rápido, lanzó con fuerza la gorra hacia su izquierda. Un movimiento repentino y pequeño, insignificante, el cual le dio milésimas de segundos en donde quienes disparaban desperdiciaron su atención en ese movimiento repentino.
Al levantarse y levantar su mano derecha, tres tiros silentes salieron de su arma y dos hombres cayeron con heridas mortales. Cuello y pecho, haciendo que aun más sangre comenzara a caer y ensuciara el suelo de fina y cara madera de la casa.
Ver caer a un compañero de ese modo, a tu lado, es un impacto de mayor o menor medida. Aun así, causa una pequeña distracción, segundos perfectos para que tres balas más salieran en secreto y viajaran hacia los dos hombres aun en pie. Dejando de estarlo al momento de recibir una bala contra su cuello o su pecho.
Las balas dejaron de gritar y el silencio, nuevamente, reino en ese callado y tranquilo barrio como había dejado de hacerlo.
El repartidor tomó un poco de aliento y se aseguro de que no hubiese nadie más que comenzara a dispararle. Al ver que no corría peligro de morir con kilos de plomo en su cuerpo, en silencio comenzó a caminar y a subir peldaño por peldaño en dirección al segundo piso. Intentando emitir el menos ruido posible luego de ese festival de disparos.
Al llegar al segundo piso, se encontró con un pequeño dilema que se resolvió por si solo con facilidad. Tres puertas en donde en solo una estaba lo que buscaba, y esa puerta era la única que tenia luz al interior.
Se detuvo delante de la puerta y apuntó con su arma hacia la puerta, específicamente la manilla de esta y disparó. Reventándola por completo, haciendo que la puerta se abriera por si sola hacia adentro. Empujo esta y entró a la habitación, encontrándose de inmediato con un enorme grito.
– ¡No me mates, por favor! – rogó una joven y desesperada mujer, derramando lagrimas desde sus muy abiertos ojos.
Mirándolo con miedo, pánico, desesperación, así como impotencia con unos brillantes y cristalinos ojos verdes. Sacando cientos de fotos por segundos con esos, viendo al hombre que avanzó y que en su mano cargaba un arma, y en su cuerpo desprendía el olor a sangre y pólvora.
– ¡Por favor, te lo ruego! ¡Hare lo que…!
– Acabo de gastar mi última bala. – interrumpió el repartidor, deteniéndose delante de la chica arrinconada en una esquina. – No tengo planeado matarte tampoco.
– ¡¿Entonces qué vas a hacer conmigo?!
– Callarte.
Una vez dicho eso, el hombre le dio probablemente el golpe más fuerte y doloroso que alguna vez haya recibido en su vida. Suficiente como para nublarle la visión por un segundo, para luego terminar cayendo bruscamente de cabeza al suelo.
Luego, con cuidado y con un poco de dificultad debido a la inexperiencia, guardó su arma en su pantalón y levantó el poco peso muerto que representaba la delgada joven de rosada cabellera, posándola sobre su hombro con su cabeza colgando hacia su espalda.
– La tengo. – dijo, hablando con un teléfono blanco en su mano a la altura de su rostro.
El repartidor bajo las escaleras con cuidado de no tropezar con ningún cuerpo, o resbalar por culpa de los rojos charcos de sangre que se esparcían a través de todo el suelo.
Saliendo de la casa por una puerta que nunca fue cerrada, caminando hacia un automóvil blanco de cuatro puertas, estación fuera de esa vivienda. Metiendo sin mucho cuidado el inmóvil cuerpo de la joven en los asientos de atrás, para luego el subir en completo silencio al auto, sentándose en el asiento del copilo.
El automóvil partió y esa hermosa y fresca noche continuo, sin cambio alguno, con esa hermosa media luna que danzaba acompañada por las fraternal presencia de las estrellas que la rodeaban. Esa noche continuo en silencio, como si nada hubiese sucedido.
Continuara.
Espero que les guste y les paresca interesante, y continuen leyendola.
Parte 1/3.
Noche 1: El repartidor.
Noche 1: El repartidor.
El cielo estaba oscuro, como un lienzo negro decorado por millares de hermosos y relucientes puntos que brillaban como adornos de cristal. La luna, majestuosa, vigilaba su reino, aprovechando de las horas que el cielo le pertenecía antes de tener que cederlo.
Las calles estaban vacías. El sonido de los insectos predominaba entre el tortuoso silencio natural de la noche. De vez en cuando, uno que otro gato derribaba un tarro metálico de basura, o se escuchaba ese indescriptible sonido de bolsas sonando. Entre todo eso, pasa desapercibido cada pisada con la que un hombre caminaba silenciosamente con un destino claro y fijo.
En un simple barrio, cuyos residentes gozaban de un buen pasar, había varias casas las cuales tenían una o dos luces encendidas y esto se notaba por la luz de las ventanas. La presencia de ese hombre fue notada rápidamente, y con cada paso que daba, las cámaras alrededor de la zona se ponían más énfasis en su persona.
Este joven se detuvo delante de una casa y sin pedir permiso, empujo con su mano hacia adelante una pequeña rejilla de un mínimo jardín delantero, para entrar y avanzar hacia la puerta principal. Con cada paso que dio, las cámaras al interior de la vivienda viraron en su dirección y mientras más se acercaba a la puerta de madera, aun mayor era el zoom con que enfocaban su rostro.
Llegó delante de la puerta y con una lentitud sospechosa, levantó su mano derecha y presionó dos veces el timbre de la casa. Segundos después, con fuerza la puerta se abrió y se asomó un alto hombre de cabello negro en punta y una fría mirada en unos fríos ojos. Este de traje azul oscuro y camisa blanca, con una corbata negra.
– ¿Quién eres tú?
– Buenas noches señor, aquí tiene su pedido. Dos emparedados estilo Texas, y una porción de patatas fritas con pescado. – habló aquel joven con un tono de voz rápido y alegre. Fingido, lo último, probablemente.
Se podía notar que le pagaban por hablar así, o más seguramente, no le pagaban si no lo hacía.
– ¿Pedido? – repitió el alto y delgado hombre, arqueando con duda una de sus cejas. – Un segundo. – retrocedió un paso y giró su cabeza hacia el interior de esa casa. – ¿Alguien ordeno unos emparedados y papas? – preguntó con un grito controlado.
– ¡No!
– Yo no.
– Lo siento, chico… – dijo el hombre, volviendo sus ojos hacia el joven en la puerta. – pero nadie…
No pudo terminar de hablar.
Sus ojos permanecieron abiertos y su cerebro proceso todo con la suficiente velocidad como para fruncir el ceño en una mueca de sorpresa, y también de extrañeza. Pero no lo suficiente como para moverse y evitar que una bala entrase por su frente y saliera de una muy fea forma por su nuca.
Al caer inevitablemente hacia atrás contra el suelo, el sonido producido fue suficiente para alertar al resto de las personas al interior. Dos hombres más estaban en la sala principal, bastante cerca de la puerta, y basto con asomarse un poco para ver el cuerpo de su compañero tendido en el suelo del pasillo sobre un charco rojo que cada vez aumentaba mas de tamaño, y con dos agujeros bastante feos en su cabeza por el cual uno de esos goteaban partes de lo que era su materia gris.
La mueca de extrañeza de sus rostros cambió por terror y alarma, llevando inmediatamente sus manos hacia el interior de su chaqueta de dónde sacaron una pistola negra y cargada. Levantaron su arma en sus manos y luego de fijar su blanco, dispararon, pero ya era tarde porque ya habían sido disparadas silenciosamente una camada de balas. Saliendo fuera del cañón con un objetivo directo, firme y segura durante su trayecto, golpeando directamente contra la frente de cada uno.
Esos tiros eran únicos porque no emitían sonido alguno, como si se tratara de una bendición para que nadie escuche el preludio de su final, o como una maldición para que nadie tenga el tiempo de asimilar que sus días llegaron a su fin y no hay nada que hacer para corregir eso. Un completo silencio, ausencia de cualquier sonido. Como la muerte misma.
Aun así, los otros disparos si emitían sonido y uno muy fuerte, como el de un disparo vamos. Eso fue suficiente para alertar de sobremanera al resto de los hombres que estaban al interior de esa casa. Todos vestidos de traje y todos armados. Y los que no habían caído aun, los que estaban bajando en esos momentos desde el primer piso, por supuesto que también lo estaban y con un calibre aun mayor.
Luego de que cada cuerpo cayera contra el suelo, sobraron segundos importantes para que el hombre avanzara y entrara. Plantándose en el centro de una sala amueblada con lo común y corriente, posando sus ojos por un momento en largo sofá azul frente a una enorme televisión de pantalla plana fijada en la pared y en donde se veía en ese momento lucha libre americana.
Cuatro hombres también de traje bajaron por las escaleras y comenzaron a disparar literalmente de inmediato. Algunos en la primera planta, otros se mantuvieron en la escalera y decidieron disparar con un poco mas de altura. Todos con la misma dirección pero sin apuntar demasiado puesto que las ametralladoras en sus manos no ameritaban eso. Lo compensaban con lo letal de cada ráfaga de cientos de decibeles.
El repartidor se lanzó rápidamente al suelo antes de que una bala lograra impactar contra su cuerpo, y si bien se puso a salvo, recibió el roce de una bala contra su hombro derecho, llevándose un mínimo pedazo de su cuerpo. Al caer y cubrirse con el sofá, el cual empezó a acumular agujeros con cada impacto de una bala en su contra, levantó su mano derecha con su pistola negra y plateada y reviso el cargador.
Cuatro hombres y siete balas. Tenía permitido usar tres balas con total libertad, pero cuatro de ellas tenían que impactar si o si y terminar con cualquier intento por mas mínimo de insurrección. Los segundos tampoco sobraban y en ese punto eran escasos, así que necesitaba moverse rápido.
Llevó su mano hasta su cabeza y de ella sacó una gorra roja que usaba, parte del traje como repartidor. Luego, en un movimiento rápido, lanzó con fuerza la gorra hacia su izquierda. Un movimiento repentino y pequeño, insignificante, el cual le dio milésimas de segundos en donde quienes disparaban desperdiciaron su atención en ese movimiento repentino.
Al levantarse y levantar su mano derecha, tres tiros silentes salieron de su arma y dos hombres cayeron con heridas mortales. Cuello y pecho, haciendo que aun más sangre comenzara a caer y ensuciara el suelo de fina y cara madera de la casa.
Ver caer a un compañero de ese modo, a tu lado, es un impacto de mayor o menor medida. Aun así, causa una pequeña distracción, segundos perfectos para que tres balas más salieran en secreto y viajaran hacia los dos hombres aun en pie. Dejando de estarlo al momento de recibir una bala contra su cuello o su pecho.
Las balas dejaron de gritar y el silencio, nuevamente, reino en ese callado y tranquilo barrio como había dejado de hacerlo.
El repartidor tomó un poco de aliento y se aseguro de que no hubiese nadie más que comenzara a dispararle. Al ver que no corría peligro de morir con kilos de plomo en su cuerpo, en silencio comenzó a caminar y a subir peldaño por peldaño en dirección al segundo piso. Intentando emitir el menos ruido posible luego de ese festival de disparos.
Al llegar al segundo piso, se encontró con un pequeño dilema que se resolvió por si solo con facilidad. Tres puertas en donde en solo una estaba lo que buscaba, y esa puerta era la única que tenia luz al interior.
Se detuvo delante de la puerta y apuntó con su arma hacia la puerta, específicamente la manilla de esta y disparó. Reventándola por completo, haciendo que la puerta se abriera por si sola hacia adentro. Empujo esta y entró a la habitación, encontrándose de inmediato con un enorme grito.
– ¡No me mates, por favor! – rogó una joven y desesperada mujer, derramando lagrimas desde sus muy abiertos ojos.
Mirándolo con miedo, pánico, desesperación, así como impotencia con unos brillantes y cristalinos ojos verdes. Sacando cientos de fotos por segundos con esos, viendo al hombre que avanzó y que en su mano cargaba un arma, y en su cuerpo desprendía el olor a sangre y pólvora.
– ¡Por favor, te lo ruego! ¡Hare lo que…!
– Acabo de gastar mi última bala. – interrumpió el repartidor, deteniéndose delante de la chica arrinconada en una esquina. – No tengo planeado matarte tampoco.
– ¡¿Entonces qué vas a hacer conmigo?!
– Callarte.
Una vez dicho eso, el hombre le dio probablemente el golpe más fuerte y doloroso que alguna vez haya recibido en su vida. Suficiente como para nublarle la visión por un segundo, para luego terminar cayendo bruscamente de cabeza al suelo.
Luego, con cuidado y con un poco de dificultad debido a la inexperiencia, guardó su arma en su pantalón y levantó el poco peso muerto que representaba la delgada joven de rosada cabellera, posándola sobre su hombro con su cabeza colgando hacia su espalda.
– La tengo. – dijo, hablando con un teléfono blanco en su mano a la altura de su rostro.
El repartidor bajo las escaleras con cuidado de no tropezar con ningún cuerpo, o resbalar por culpa de los rojos charcos de sangre que se esparcían a través de todo el suelo.
Saliendo de la casa por una puerta que nunca fue cerrada, caminando hacia un automóvil blanco de cuatro puertas, estación fuera de esa vivienda. Metiendo sin mucho cuidado el inmóvil cuerpo de la joven en los asientos de atrás, para luego el subir en completo silencio al auto, sentándose en el asiento del copilo.
El automóvil partió y esa hermosa y fresca noche continuo, sin cambio alguno, con esa hermosa media luna que danzaba acompañada por las fraternal presencia de las estrellas que la rodeaban. Esa noche continuo en silencio, como si nada hubiese sucedido.
Continuara.
Última edición por traxsho el Miér Feb 01, 2017 6:24 pm, editado 3 veces
traxsho- Consejo de escritores
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Re: Rotten. [2/?] (+18) [01/02/2017]
Whooo!! OoO me atrapaste dejando me intrigada de la emoción por lo que pasara después... Continua que me gusta lo que estas escribiendo. Saludos.
CerezoIntenso- Chunnin
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Re: Rotten. [2/?] (+18) [01/02/2017]
Parte 1/3.
Día 1: Perros.
Día 1: Perros.
Un parpadeo intermitente rojo y azul brillaba bastante poco si se comparaba con la intensa luz del sol en plena mañana. Las calles estaban aparentemente vacías, pero no por la falta de gente, más bien por el personal de policía que impedía que avanzaran en una zona específica en un simple y bien acomodado barrio residencial.
Muchos oficiales de policía probablemente de rango bajo se movían de un lado a otro, en especial al interior de una casa de dos plantas, todos concentrados en el trabajo que se encontraban haciendo. Al interior de la casa había un hombre en absoluto silencio, considerablemente mayor y bastante bien vestido en comparación al resto de las personas en ese lugar; oficiales de policía en su totalidad. Este hombre tenía el cabello gris claro y bastante corto, peinado por completo hacia atrás. Teniendo un rostro serio, con varias marcas que remarcaban un poco su edad. Estando de pie con sus manos apoyadas en su cintura, en medio de la sala principal de la casa, completamente rodeado por oficiales que trabajaban y hacían cosas a su propio ritmo.
Esa mañana era fresca, y el aire estaba particularmente húmedo. Algo extraño para la ciudad, pero no poco habitual. Al interior de la casa había una combinación de olores en el aire, mezclándose el olor a cobre de la sangre con el olor a pólvora que desprendían los cuerpos fundiéndose con ese olor acido causa de la descomposición. Respirar ahí dentro era un poco difícil, pero ese no era el primer rodeo del hombre y mucho menos la primera vez que veía un cadáver.
– ¿Dónde está Asuma? – preguntó el hombre el cual estaba con los ojos cerrados, con una expresión meditativa. Notándose que estaba reprimiendo bastantes cosas dentro. – ¡Que alguien me diga donde mierda está Asuma! – ordenó con un muy fuerte grito, con una naturalidad que indicaba una costumbre en que obedecieran a su palabra.
– Aquí estoy, aquí estoy.
El hombre se volteo hacia atrás y se pudo encontrar con un alto hombre de piel un poco más morena, de ojos neutros y calmados de color miel, teniendo el cabello corto y despeinado negro y una barba gruesa alrededor de la boca y por el borde de su mentón hasta sus patillas. Vistiendo bastante diferente en cuanto al precio de sus ropas, usando un traje simple y barato de color gris, una camisa blanca y una corbata roja brillante. Sosteniendo en su mano izquierda un vaso de café para llevar, y entre los dedos de su otra mano un cigarrillo encendido que seguramente no era el primero del día a pesar de ser las siete y algo.
– No tienes que gritar por toda la casa. – habló mientras avanzaba con el mismo tono de voz tranquilo que ocupo antes. – Esto es una escena del crimen, no sé si lo sabes.
– ¿Tienes idea de quienes son estos siete putos muertos? – preguntó el hombre tras unos segundos de mirar con arrogancia y silencio al hombre identificado como Asuma.
– Soy policía. – respondió Asuma, sin cambiar de tono y expresión. – Claro que sé quiénes son.
– ¡Son los putos “Siete Monstruos Ocultos en la Niebla”! – gritó mientras continuó hablando, ignorando por completo las palabras que le dio el hombre a su lado. – Así es como se hacen llamar estos estúpidos idiotas, y según los rumores que circulaban, son lo mejor de lo mejor.
– “Eran”. – corrigió Asuma para luego beber un sorbo de su café. Girando sus ojos para notar cómo se había ganado la completa atención del hombre con ese comentario. – Ellos eran lo mejor de lo mejor.
– ¿Sabes cuánto dinero cobraban por este trabajo? Siete mil dólares al mes, y yo les pagaba porque no me es un problema hacerlo. El dinero nunca ha sido un problema. – pausó por un segundo, cerrando sus ojos e inclinando un poco su cabeza hacia adelante. – Puedes decirme… ¡¿Quién mato a estos siete hijos de perra, y donde esta mi hija?! – explotó iracundamente, abriendo sus enfurecidos ojos para voltearse a ver al inmutable oficial.
– Haremos todo para encontrar a la señorita Haruno, señor. Usted lo sabe. – respondió el oficial llamado Asuma, cerrando sus ojos y dándole una muy larga calada a su vaso de café.
– Más vale que así sea. – contestó el hombre, con un volumen un poco más bajo pero igual de furioso. – Quiero al responsable de todo esto, Asuma. – literalmente susurró eso. – Lo quiero de rodillas, o mejor aún, con sus rodillas rotas y con muchas uñas menos. Frente a mí y a mi arma. – pausó por un segundo y la rabia comenzó a salir visiblemente. – Pero aun más importante… ¡quiero a mi hija!
– Ya se lo dije, señor. – respondió el policial, mirando fijamente a los ojos al enfurecido hombre. – Haremos todo lo posible por encontrar a su hija.
Habiendo finalizado esa conversación, el hombre se dio la media vuelta y comenzó a caminar en dirección a la puerta abierta de la casa. Gruñendo levemente al tener que pasar sobre una enorme mancha de sangre seca en medio del corto pasillo que consistía en la entrada de la casa. Al salir a la calle, respiró un poco del aire contaminado pero fresco, y se vio inmediatamente alcanzado por un grupo de guardias de seguridad que velaban por la integridad del hombre.
Estos de traje oscuro y gafas de sol, evidentemente armados de forma ilegal. Escoltándolo a un lujoso automóvil de color negro, con cristales polarizados, abriéndole la puerta del pasajero atrás para que el hombre entrara.
– Quiero una reunión de los Cinco grandes, ahora, ya. – habló el hombre inmediatamente después de subir a su automóvil y acomodarse en el asiento trasero de en medio. – Obviamente, uno de esos bastardos está involucrado detrás de todo esto.
– Señor… – habló un pelirrojo de ojos verdes. Uno de los dos tipos que escoltaron al auto a ese hombre, y que se encontraba sentado en el asiento de copiloto adelante. – ¿Usted cree que sea una buena idea convocar una reunión con las cinco cabezas, en un momento complejo para la familia como lo es este?
– Haz lo que te dije. – respondió el jefe sin paciencia en su voz. – Sakura es vital para mis negocios y para que el imperio Haruno siga creciendo como lo ha hecho estos años. Sin ella y sus ojos, no estaríamos donde estoy ahora… y mucho menos ustedes, los Yamanaka, estarían en el lugar privilegiado donde se encuentran. – cerró sus ojos, sin embargo sus ojos aun ardían. – ¡Así qué haz lo que te dije!
– ¡Si, señor! – respondió el subordinado de aquel hombre. – Y, señor… ¿cuál es la orden para actuar sobre la señorita Haruno?
– Por el momento, los perros la buscaran pero con lo corrupto que son todos, dudo que se pueda hacer algo. – contestó el jefe con un tono de voz mucho más calmado. – Un millón por Sakura, viva, claro. Diez millones más si traen al bastardo que se la llevo.
Continuará.
traxsho- Consejo de escritores
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Re: Rotten. [2/?] (+18) [01/02/2017]
Sigue, esta muy interesante. Saludos!
CerezoIntenso- Chunnin
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