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EL GUARDIAN SILENCIOSO (TP) one-shot, accion, mundo real 31/08/13
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EL GUARDIAN SILENCIOSO (TP) one-shot, accion, mundo real 31/08/13
una historia de las pocas que hice sin incluir personajes de naruto. me gusto mucho como quedo, y debo agregar que podia haberle dado mas detalles sino hubiera existido el limite de palabras en el concurso. saludos y comenten.
EL GUARDIAN SILENCIOSO:
Viajando, continuamente viajando se marcha uno de la guerra, de misma forma que ingresa a ella. Con esa sensación de suciedad en todo el cuerpo, que parece no nos abandonará hasta la muerte. Soy Harry Higgines, un caballero al servicio del duque de Nottingham. Nos encontramos marchando, a paso lento por un interminable desierto. Hacia un pequeño puerto en las ciudad de Acre. En el final de esta cruzada que el rey Ricardo, está disputando contra el Sultán Saladino.
A caballo, mi señor encabeza la pequeña columna. Sir Robert Bennett es quien comanda los restos de nuestras tropas. Decirle “tropas” a nuestro desafortunado grupo es menester de nombrarnos con dignidad y altivo orgullo. Mi señor es el único que conserva ese brillo magistral que el sol le da a las armaduras del cruzado. Nosotros, apenas recordamos la valiente fuerza que nos impulsaba a desembarcar en estos inhóspitos parajes, todo para que el cristianismo recuperase su lugar de origen.
Marchamos al norte, siempre hacia el norte por viento y arena. Somos uno de los tantos restos de un ejército que marchaba al Sudeste de Acre. Las escaramuzas no habían sido algo decisivo para suponer una victoria definitiva. Hasta una noche donde fuimos atacados. Nos dispersaron, y los cristianos ahora luchamos por sobrevivir.
De ese gran ejército, no quedó nadie al mando. Los generales escaparon. Ante la inminente masacre, simplemente dejaron todo atrás y huyeron cobijados por la oscuridad. Mi señor Robert no escapó como los demás. Tres grupos de artilleros que dejaron atrás sus balistas, 22 soldados milicia de infantería, 5 caballeros montados y 5 integrantes de los grupos cruzados de arquería fueron rescatados de las fauces del enemigo por la dirección y las órdenes del duque de Nottingham.
Sir Robert era un caballero de 47 años, cabellos castaños, ojos negros. Su aspecto siempre era la marca de su nobleza. Pocos tenían idea de quien era, solo su armadura y escudos reales nos daban el mapa para identificarlo entre un sinfín de condes, duques, reyes y demás nobles enzarzados en una empresa de fe. Aunque mis ojos han presenciados atrocidades, que poco deben tener relación con un ejército santo.
La tercera cruzada del cristianismo, no tuvo menos sangre, dolor y muerte que las anteriores. El rey Ricardo era un correcto general, al mando de sus fuerzas pudo tomar la ciudad de Acre y desde allí lanzar sus ofensivas que terminaron por la conquista de Jerusalén. Pero aun así huimos, nos vamos con el rabo entre las piernas de tierras infieles, por razones de mundana política.
-Harry….-me llama mi señor y acudo a él- que los hombres establezcan un campamento. Allí entre las dunas altas, utilizaremos la geografía como una empalizada y pasaremos la noche.
-Mi señor….-dijo otro de los caballeros acercándose- los infieles pueden estar tras nuestra huella. Debemos reunirnos con el grueso de nuestra tropa en Acre. Cabalgaremos toda la noche.
El indicativo “cabalgaremos toda la noche” era señal clara de dejar atrás los soldados a pie. Solo éramos 5 los que estábamos montados, solo 5 de 47 hombres. Los caballeros temían a los sarracenos de rastreo. Había una gran distancia por cubrir hasta la ciudad de Acre y el insondable desierto nos invitaba a la muerte. El duque de Nottingham no pareció afectado por esa virtual situación. Tal vez la reciente derrota de un ejército santo le había afectado su buen juicio, lo he visto en otros nobles. Vinieron a estas tierras ebrios de victorias, y ahora la sed de agua, era la única sensación constante.
-Los caballos están agotados….-anunció sin faltar a la verdad mi señor- esta noche será la última donde podremos buscar agua, comida y tal vez dormir. Nos esperan cuando menos 2 días hasta llegar a las costas. ¿Quiere enfrentar dos días sin agua por estos desiertos sargento?
El caballero realizó una reverencia y comprendió. Su visión de salvar el pellejo de los montados era corta. A caballo había más posibilidades, pero solo si había el suficiente agua para apostar a escapar de los infieles. Yo lo había conocido en batalla al sargento Gilbert. Era valiente y devoto, no temía morir sino que bregaba por la salud del Duque. No quería arriesgar la vida de su señor por unos simples plebeyos a pie.
Las siguientes horas, fueron de búsqueda y recolección. Algunos hombres se encargaron de cavar para encontrar agua dulce, otros hicieron un fuego que mi señor ordenó apagar apenas cayera la noche. Alguno más encontró carne en la cacería, que fue cocinada al punto de secarse. Lo que sobrara se conservaría para los días siguientes. Mi señor no dirigió ningún grupo en particular. Simplemente desmontó a su bello corcel y su única preocupación fue buscarle un buen cobijo cerca de campamento. Para luego darle ración de agua y algunas pasturas que con sus propios medios arrancó de un matorral. Acariciaba el morro de su caballo y susurraba palabras mientras sonreía. Yo lo observaba cada tanto, desde mi función que era limpiar y poner en condiciones las armas y armaduras. Dividir dagas y espadas cortas para armar a los artilleros y también probar la tensión de los arcos para que no fallen en cuanto los arqueros fueran a requerirlo. Me tomó tiempo hacerlo, ya que estaba falto de práctica. Esta tarea era de los escuderos, y yo hace años que no lo era.
Sir Robert era extraño entre los de alta alcurnia. Mis pensamientos volaron a la batalla sucedida al atardecer del día pasado. Los nobles rara vez iban al frente, y se refugiaban en retaguardia apenas la situación del combate desfavorecía. Pero Sir Robert y su caballería hicieron carga, una y otra vez con abnegado valor; contra las huestes de infieles que pudieron haber exterminado a todos los de infantería, dispersados luego del combate. Incluso defendieron a los artilleros, y escoltaron su retirada cuando las balistas ya no tuvieron más proyectiles por disparar.
Yo mismo lo vi combatir desde su blanco caballo. Espada en mano lanzado entre enemigos como un arcángel de la muerte. Los gritos, la sangre, los hombres que morían de ambos bandos y las flechas que como pájaros volaban surcando el arenoso aire. Sir Robert no se rindió en su afán de rescatar a los soldados que otros generales abandonaron a su suerte. Mi señor era extraño, no sabría si llamarlo audaz, o simplemente alguien cercano a la insania.
-¿Has rezado Harry? –Preguntó mi señor tomándome por sorpresa, pensando en la batalla pasada- ¿Le has pedido al piadoso padre celestial, que nos escolte a casa?
-Ayer he orado mi señor…-le dije sin poder ocultar la vergüenza de nuestra derrota- pero creo que Dios no estuvo con los cruzados.
-Por supuesto que no….-sonrió el duque sentándose junto a un simple caballero como yo- nuestro padre celestial no debe ser molestado por trivialidades.
-¿Trivialidades mi señor? –Respondí sin poder ocultar mi enojo- ¿Cuántas vidas se perdieron ayer? ¿20.000? ¿30.000?
-no culpes a Dios Harry, -sonrió el duque con cortesía- no culpes a Dios por errores de hombres. Estamos aquí por nuestra propia gloria, la de Inglaterra, Francia y demás aliados. Nunca culpes a Dios por ello. Ni creas que en su nombre manchamos nuestras manos.
Y se quedó en silencio, dejándome hundido en pensamientos. Sus palabras eran como dagas profundas, atravesaban mi corazón cristiano y con rudeza revolvían el mal. Estaba enojado, furioso por lo que debió ser victoria y terminó en amarga derrota. ¿Acaso los ejércitos de Dios todopoderoso no debían siempre vencer? ¿Por qué Sir Robert, un honesto caballero cruzado cuestionaba el accionar de sus propias fuerzas? Quería preguntárselo, en serio lo quería. Deseaba encontrar una explicación que calmara mi atribulado corazón, de la amargura que deja siempre la derrota.
La noche por fin llegó, el fuego de la fogata fue extinguido para prevenir que la luz delatara nuestra posición al enemigo. Los hombres hacían guardia, de la infantería surgieron quienes sin orden alguna se dispusieron a la vigilancia. Sir Robert no les dijo nada, pero se sentía complacido. Los hombres de la infantería y también los artilleros no eran tontos, sabían que ese duque les había protegido aun sin necesitarlo. Sabían que montado en su caballo podría estar en dos días a salvo, dejándolos morir. Y sin embargo aquí estaba, tratando de llevarlos a todos. Tratando de protegerlos.
-Tranquilo mi hermano….-le escuché susurrar a mi señor, acariciando a su caballo que estaba recostado de lado junto a él- tranquilo….deja a tus patas descansar esta noche. –El animal lo miraba fijamente, en una infinita confianza con origen misterioso- saldremos de esto, juntos tú y yo mi estimado Catriel.
“Catriel”, pensé en silencio. Tiene el nombre de un arcángel. Sus crines blancas como la nieve le hacen parecer Pegaso. Montando en Catriel, Sir Robert era un rival que nunca quisiera enfrentar. Hablaba como un ángel, pero manejaba la espada cual demonio del oscuro averno. Yo estaba acurrucado en una manta para combatir el frio del desierto. Los hombres en su mayoría dormían abrazados, en grupos de dos o tres, para aprovechar el calor corporal. Los caballeros usaban a sus monturas, así como mi señor lo hacía, aunque no dormía en su caso particular.
-Hermoso nombre, para un hermoso animal. –Dije sin saber por qué- ¿hace cuánto tiempo…?
-Muchos años, -anunció con leve mueca de sonrisa, mientras seguía acariciando a su bestia- Catriel es mi guardián silencioso hace muchos años. Es mi escudo, es mi espada y también mi armadura.
Mi señor logró por fin que su equino se serenara, Catriel respiraba pacifico, lleno de confianza en su amo. Me dio cierta envidia ese animal a decir verdad, como podía abandonarse a la dirección de su señor y creer que todo estaría bien en la mañana. Nosotros los hombres, aun con vigilantes alrededor del campamento, dormíamos con un ojo abierto. Desconfiados de cada silbido del viento, desconfiados de las sombras que la luna dibujaba en conjunción con las dunas.
-¿Tiene familia teniente? –preguntó recostándose en su improvisado lecho Sir Robert.
-Mis padres solamente, -respondí entre susurros- muy ancianos vieron a su hijo partir hace años.
-¿y ninguna doncella le ha puesto cadenas a su corazón?
-No…..-dije sin pensar, y luego la deslumbrante belleza de Constance llegó a mi mente- bueno…existe una.
-Rezaré esta noche teniente…-me dijo- para que vuelva a ver a su dama.
-¿Y usted mi señor?
-La siempre encantadora Marion, que me hace el honor como mi esposa. –respondió el hombre- y tres hermosos hijos. Todas las noches he rezado a la salud de ellos, y para que en sus plegarias recuerden a su padre.
Eso me dejó perplejo. Mi señor no era un noble sin familia, no estaba aquí para morir por su fe y donar todas sus propiedades a la iglesia. No era un loco o un suicida al quedarse entre infantería y rezagados. Tenía una familia, deseaba volver a verla. ¿Por qué se había quedado a proteger simples plebeyos?
-Aun veo en sus ojos la misma duda…-indicó de pronto mi señor, ya que la luna nos permitía vernos en penumbras al menos- aun tiene la interrogante que no deja dormir. Suéltela de una vez teniente, así ambos podremos conciliar el sueño.
-¿Por qué se ha quedado atrás mi señor? –Señalé ante la venia a mi duda- ¿Por qué se arriesga a una segura muerte cuando usted es…?
-¿Un Duque? ¿Un noble? ¿Un hombre rico? –Sonrió con cierta ironía- ¿la vida de un Duque, no vale 46 vidas de soldados leales? ¿Esa es su pregunta?
Me dio vergüenza asentir en silencio, visto desde sus palabras parecía una ridiculez. Pero yo había visto a esos “señores” que comandaban 20.000 o 40.000 almas, salir huyendo y dejando la masacre a sus espaldas. Sir Robert Bennett, nunca entre los soldados le vimos cometer un exceso. Nunca le vimos descontrolarse en la ebriedad de una victoria. Nadie jamás, y esto incluía a los infieles enemigos, podría tener una sola queja sobre el Duque de Nottingham. Algo extraño en estos días de escudos cruzados y corazones negros como la noche más cerrada.
-soy un pecador teniente…-señaló mi señor seriamente- por la gracia de nuestro señor, solo intento redimir mis faltas.
No quería preguntar sus pecados, era impropio, era una falta de respeto a su investidura, a su rango como capitán, a su linaje y ¿por qué no? A todo lo que me inspiraba al verlo combatir como un guerrero de Dios. No quería preguntar, así que aguardé en silencio a que continuara, o diera por terminada la conversación.
-He matado, -dijo ante mi silencio cómplice- a muchos, habitantes de esta tierra.
-Eso no es pecado mi señor, - intenté darle consuelo- los clérigos han declarado que matar infieles no es…
-Teniente por amor a Dios….-me interrumpió bruscamente- tal vez ser soldados nos quita tiempo para la filosofía, pero matar es matar mi estimado….-señaló con un gracioso gesto de su mano- ¿acaso uno de los más sagrados mandamientos del cristianismo no profesa la imposibilidad de matar?
-Hacemos el trabajo de Dios…-dije ofendido, y al mismo tiempo me sentía un niño discutiéndole a Aristóteles.
-¿El trabajo de Dios?….-balbuceó casi riendo, lo cual me avergonzaba más- Harry, la mano de Dios nunca estará en el mango de algo como esto…..-acarició su espada como si fuera el lomo de un perro- Dios está dentro del corazón. El buen cristiano no es aquel que obedece a tontos, sino el dispuesto a dar pan al hambriento, agua al sediento y protección al débil. A cultivar la tierra de nuestra patria, a criar hijos que aprendan el amor al prójimo.
-recuperar tierra santa fue la prioridad de esta cruzada…
-no existe tierra más santa que donde está el hogar. –Contradijo Sir Robert con esos modos tan correctos- créame amigo mío. He visto el trono de dios, he visto palacios, riquezas y el lugar donde Jesucristo fue crucificado. Y aun así, no cambiaría todo lo visto por dos segundos de estar con mi familia.
-Entonces y perdone la pregunta mi señor…..-señalé con total impertinencia- ¿Qué está haciendo aquí en primer lugar? ¿Qué hace luchando con el ejército cruzado sino cree en nuestra causa?
-la respuesta que busca, -definió con calma- la razón que busca esta recostado junto a mí. Es una razón a cuatro patas, un guardián silencioso. –no pude evitar mirar el caballo blanco, “Catriel”, su montura- Catriel no es un corcel cualquiera, hace algunos años, cuando yo apenas era un joven “potrillo”, este animal salvó mi vida. Tenía 16 años, hubo una revuelta en York donde habitaba parcialmente con mi padre. Intentaron matarme, y casi lo lograron porque herido caí a un rio embravecido que me arrastró corriente abajo por leguas. Nunca pude saber cuánto tiempo estuve inconsciente. Pero cuando desperté, el hocico de mi amigo intentaba revivirme. Mi cuerpo estaba herido, mi espíritu no quería quedarse en este mundo. Pero Catriel era extraordinario, se arrodilló ante mí y cargándome sangrante, terminó por llevarme entre los campos al encuentro de mi padre. Catriel salvó mi vida, aun cuando pudo dejarme morir. Ironías del destino, cuando el rey preparaba la expedición para venir a estas tierras. Mi dinero sirvió para salvar a mi familia de ser reclutados. Pero Catriel iba a ser tomado como montura. Se lo llevarían y…
-entonces usted….-susurré al fin comprendiendo- usted se alistó en la cruzada para…
-preferí morir con él, a dejarlo en manos de otro caballero que vaya uno a saber el trato que le daría. Catriel no es mi caballo, Catriel es mi amigo, mi hermano. ¿Acaso usted dejaría morir a su hermano en esta guerra?
-usted está arriesgando a Catriel al quedarse aquí….-intenté que razonara- si quiere salvarlo, debe irse a todo galope.
-tal vez lo haría, -dijo él seriamente- pero he matado a muchos sarracenos, he quitado demasiadas vidas por mi búsqueda de mantener salvo a Catriel. Es un pecado amigo mío, -sonrió apenas- y cuando tenga que presentarme ante el juicio de Dios, de nada valdrán las excusas. Catriel, un plebeyo, un caballero o un duque. Todos tenemos el mismo rango ante el todopoderoso. Nunca lo olvide amigo, no podrá justificar sus acciones como las órdenes de alguien más. Ahora duerma, lo necesitara mañana.
Dicho esto se giró de lado y dio por terminada la charla. Con sinceridad lo digo, no pude dormir esa noche. Yo Harry Higgines, un caballero con fe en cristo nuestro señor, no podía sacar de mi mente las palabras de Sir Robert. ¿Por qué? ¿Por qué sus creencias empequeñecían las mías? ¿Por qué ahora me parecía tan mundano lo que hasta hace poco era fundamental en mi mente? Imágenes de los hombres que maté aparecían para torturarme. Imágenes de los hombres y mujeres que sufrieron nuestra cruzada. ¿Cuánta gente pasaba hambre en Inglaterra por los cuantiosos impuestos del rey? ¿Cuánto hacia que no pisábamos nuestro hogar por esta guerra sin destino?
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Habíamos marchado desde muy temprano, la noche parecía haber revitalizado a los hombres y el solo hecho que Sir Robert continuara con nosotros, les daba fuerzas a los soldados. Atravesamos muchas dunas y algunos claros con árboles escasos. Se calculaban unos 2 días de marcha a galope de caballo y el doble a pie. El duque marchaba a nuestro paso, caminando y conduciendo a Catriel por las riendas. Lo hacía para mantenerlo descansado, además, las pesadas armaduras eran un problema para el trasporte. Sir Robert había recomendado a los caballeros dejar elementos de peso innecesarios. Aligerar las protecciones de las armaduras, era aligerar el peso de trasporte aunque en caso de batalla las posibilidades de sobrevivir se reducían drásticamente. El primer día fue del todo monótono, aunque se agradeció no haber tenido que pelear. La caballería de los sarracenos podían estar rastreándonos y si nos encontraban, sería difícil sobrevivirles.
Al medio día de la segunda jornada, entramos a un pasillo entre dos riscos y a la salida, nos encontramos de cara al combate. El capitán dio la orden de batalla. Los lanceros y las milicias formaron en línea doble con los arqueros por los flancos. Los artilleros habían estado ejerciendo práctica con los arcos para reforzar el número de tiradores y darnos una mejor oportunidad. Nosotros los caballeros, teníamos que mantener la formación cargando contra el enemigo que lograra fracturar nuestras líneas. Nos comportábamos como un ejército pequeño, los hombres de nuestro grupo habiendo comido y bebido agua fresca de un pozo, estaban dispuestos a presentar batalla, a no entregar sus vidas fácilmente. Sir Robert blandió su espada y dio un grito para aumentar nuestra moral, ante la inminente cercanía de la caballería sarracena:
-¡SEÑORES, NO LES PEDIRE QUE PELEEN POR SU REY, NO LES PEDIRE QUE PELEEN POR SU PAIS, NI POR EL DUQUE DE NOTTINGHAM! –Alentó a los lanceros y a todos nosotros- ¡HOY PELEAREMOS POR LO MAS ESENCIAL! ¡HOY PELEAREMOS POR NUESTRO DERECHO A REGRESAR A CASA! ¡NO QUEREMOS MAS GUERRA, PERO NO SEREMOS CORDEROS PARA ENVIAR A UN MATADERO!
¡SEEEEEEEEE! Fue el grito de todos nosotros y mientras golpeábamos nuestros escudos con las armas el enemigo envistió con fuerza. Los arqueros no estaban detrás de la infantería sino a los lados. Eso pudo verse como un error pero la estrategia era perfecta. Parte de la caballería sarracena envistió contra las lanzas sin resultados potables, pero la mayoría intentó rodearnos para degollarnos con sus cimitarras. Los lanceros veteranos estaban ubicados a los flancos de la columna y extendieron sus alabardas para evitar que el enemigo alcanzara la posición de los arqueros, obligándolos a rodear más ancha la posición. Mientras nuestras flechas reducían al enemigo, mientras algunos de ellos aun intentaban romper el frente de lanzas y valor. El líder del grupo con su mejor hueste rodeó nuestra posición para tomar a la columna por detrás. Allí lo esperábamos nosotros, los 5 caballeros y nuestro capitán.
El combate fue feroz, tal vez ellos esperaron que rompiéramos filas ante los primeros caídos o la embestida inicial. Pero ningún soldado iba a abandonar a Sir Robert después que él se sacrificara para quedarse por ellos. La columna se mantuvo firme en el frente y los arqueros retrocedieron de los lados al centro para dar muerte a los enemigos que trataran de atacar por detrás a la infantería. Yo enfrenté a tres sarracenos. El primero cayó de su caballo por un certero golpe, pero los otros dos fueron duros de pelar. Ondulaban esas espadas curvas con salvajismo y era difícil prever sus movimientos. Mi espada larga era pesada, pero un golpe firme bastaba para derrotarlos. Me hirieron en un brazo, y también acertaron varios golpes que mi armadura salvó de ser directos. Finalmente acabe con ellos y enfilé mi caballo hacia la posición del capitán que ya había derrotado a más de 5. Los caballeros combatimos en parejas, para cuidar nuestras espaldas, mi compañero murió al caer degollado y lejos de tener tiempo a lamentarme, entre gritos de muerte y sangre que salpicaba el paisaje, fui con el capitán para ser su pareja. Ya que él había iniciado solitario su pelea.
Para el guerrero en batalla, la pelea parece durar segundos, son decisiones cuya equivocación conlleva a la muerte. Para un caballero con armadura, caer de su montura es similar a morir, pocas veces se puede encontrar el tiempo para ponerse de pie con 50 kilos de acero en el cuerpo. Por eso generalmente tenemos escuderos para cubrirnos. Cayó otro de los 5 caballeros casi sobre el final, herido en varias zonas no pudo resistir hasta que los lanceros aliados acabaron con sus tres rivales. Los sarracenos que habían sido superiores en número, huyeron casi diezmados completamente. Sir Robert estaba exhausto, su cuerpo goteaba en rojo por la sangre del enemigo y la suya propia, pero aun así espoleó a Catriel y salió tras ellos. Intenté seguirlo, los alcanzó algunos metros más allá y dio muerte a todos. Nosotros éramos 47 al inicio, ellos más de 80 con seguridad. Habíamos vencido por el momento. La persecución del Duque pudo parecer un acto sanguinario, y le costó una herida seria en el vientre. Pero tenía un sentido práctico, exterminar a los enemigos o nos delatarían con otros escuadrones.
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Los heridos no tenían esperanza. Del grupo que inició la retirada, de los 47 solo quedábamos 15. Muchos murieron en combate, otros por las hemorragias que esas malditas cimitarras causaban. No podíamos hacer más que rezar una plegaria a la eternidad de sus almas. Sir Robert ordenó a los que aun podíamos movernos sin lamentar serias heridas, que ayudáramos a enterrar los muertos. Hicimos montículos con las piedras sueltas en los riscos cercanos y cruces de madera para todos. Incluso los sarracenos tuvieron esa bondad aunque casi todos nos resistíamos a darles el mismo trato que a nuestros camaradas de armas. Sir Robert fue inflexible, pero no solo ordenó hacerlo sino que también ayudó con la tarea. Necesitábamos la fuerza de todos y los caballos necesitaban descansar.
Horas después, partimos cuando comenzaba oscurecer y todos habían tomado un descanso vital. Quedaban al menos dos días más hasta hallar las costas. Aunque nuestro desgraciado grupo se benefició de manera especial con el botín de la batalla. Solo quedábamos 15 hombres, pero todos montados por la gracia de nuestro señor Jesucristo, y los caballos árabes abandonados y sin dueño.
Galopamos por muchas horas, ocupando la mayor parte de la noche. Dimos nuestro mejor esfuerzo y solo tuvimos descanso cuando alcanzamos un oasis donde pudimos volver a beber agua fresca y por fin atender las heridas del día pasado. Dos soldados de la infantería tenían fiebre muy alta, su destino estaba sellado. Oramos por el descanso eterno de sus almas, y tuvimos que enterrarlos como a tantos. El hambre y la debilidad nos acechaban, ya casi no hablábamos entre nosotros presa de una angustia que nos calaba los huesos. Todos sabíamos, que no resistiríamos otro ataque sarraceno. Y quedaba casi medio día más de marcha como mínimo.
Mi señor Robert estaba pálido, sudaba copiosamente aun en la noche fría. Comenzaba a ganarle la fiebre y aunque se mantenía erguido sin demostrar sus dolencias, todos sabíamos que la herida profunda que le produjeron en la zona de las costillas había dejado una marca imborrable. La infección se cobraba una cuota, entre la sed y el hambre era menester reconocer que no parecíamos tener oportunidades de salvar la vida.
Dunas tras duna, a galope y por la noche para evitar a los rastreadores. En la madrugada del cuarto día. Alcanzamos a divisar el azul grandioso del mar. No soy un hombre temeroso, pero debo admitir que ver el mar renovó mi valor a la posibilidad de salvarnos. Mi señor aun montaba a Catriel, parecía que por fin podría regresar a nuestra amada Inglaterra. Tal vez mis padres aun no estarían muertos en su ancianidad, tal vez la familia Bennett esperaba con los brazos abiertos a mi señor el Duque de Nottingham. Como fuera, ver el mar nos devolvió vida.
-llegamos….-susurró débilmente Sir Robert- tan cerca, pero tan lejos.
No pude preguntar la razón de su comentario con desesperanza. Cuando alzamos la vista, al oeste el camino a la ciudad y al puerto por supuesto. Pero del otro lado se encontraban 4 escuadrones de Sarracenos llegando justo para alcanzarnos. Ya no podíamos luchar, y la persecución seria fructífera para el enemigo puesto que nuestros caballos estaban reventados. Estábamos muertos. A pesar de nuestras plegarias por un regreso a nuestra tierra, dios no había escuchado.
-Harry….-susurró mi señor mirándome con esfuerzo, pues su pálido rostro era clara muestra de que la fiebre lo había tomado al completo- si le pidiera su palabra de honor, como soldado y cristiano. ¿Serias capaz de otorgármela?
Lo miré con preocupación, estaba delirando seguramente. ¿Qué me pediría? ¿Un último esfuerzo? Todos estaban en su límite físico y espiritual, en mi caso no era la excepción lamentablemente.
-Mi señor….-le alenté a su pedido aunque estaba seguro que los sarracenos me impedirían cumplirle.
-mi herida en las costillas ha derivado en infección. –Como si hubiera sido un secreto- temo que no podre….continuar.
-llegaremos al puerto juntos mi señor…-intenté trasmitirle fuerzas pero el sonrió con ironía a mis palabras.
-ellos nos mataran a todos, -indicó sobre lo que yo había calculado- y no tengo intenciones de desperdiciar mi esfuerzo por salvarlos. Teniente, lleve a nuestra tropa por el camino hacia el puerto. Les daré tiempo.
-¿Cómo lo hará mi señor?
Sir Robert cabalgó hacia el camino descendiendo por la pendiente de arena. Todos le seguimos esperando un verdadero milagro. La caballería sarracena inició su embestida a lo lejos. Nos habían visto. Pero Sir Robert acaparó toda nuestra atención cuando desmontó a Catriel. Tabaleaba su paso, la fiebre le consumía.
-como su capitán le ordeno que me deje aquí. –dijo el hombre más valiente que he conocido- como su señor lo libero del deber a mi persona, y como su amigo mi estimado Harry….por favor….quiero que se monte en Catriel y lo lleve con bien hacia Nottingham.
-Mi señor…-interrumpió uno de los soldados visiblemente sorprendido- no lo dejaremos aquí. ¡No podemos dejarlo aquí!
-si se quedan….-anunció parándose en el medio del camino con la mirada hacia el enemigo- los infieles no tendrán que luchar honorablemente.
Los plebeyos no lo sabían, pero como caballero yo había visto muchos duelos entre nobles. Sir Robert apostaba a que los infieles enviaran tan solo a su capitán para luchar uno a uno. Fuera cual fuera el resultado, los enemigos perderían tiempo valiosos de persecución. Sir Robert nos daría escasos minutos, pero al menos tendríamos una mejor oportunidad. Simplemente hice el juramento de llevar su caballo hacia las tierras de Nottingham. Cambie de montura y todos recibieron la orden de continuar hacia el oeste. Subimos una pendiente por el camino y fui el único que miró hacia atrás. El único que vio como mi señor custodiaba el camino donde el enemigo se detuvo. Se fue quitando cada parte de su armadura hasta quedar solo con la ropa y el escudo familiar en su pecho. Eso y su espada larga.
Sir Robert Bennett…
Nunca lo podré olvidar. Tenía mirada de un tigre en batalla, pero era el más humano de los hombres cuando la tranquilidad lo permitía. Desafío al capitán de los escuadrones. Un noble que aceptó el combate desmontando y empuñando escudo con cimitarra larga. Lucharon como dos leones, hasta que mi señor fue herido en un muslo, pero asestó un feroz tajo en el pecho del árabe. Dos infieles más desmontaron furiosos, pero los movimientos torpes de mi señor proporcionales al cansancio y la infección no le impidieron empalar en su filo a uno, para en un audaz movimiento asesinar al otro con el arma de su compañero.
Catriel se volvía loco por ir con su amo. Apenas podía retenerlo desde mi posición en la altura del camino. Y de buena gana hubiera ido a ayudarlo si acaso no hubiera dado un palabra de honor para salvar al caballo. Lo vi caer finalmente, luego de recibir varios golpes de una horda que ya no respetaba el combate uno a uno. Furiosos por la muerte de su señor, acabaron con la vida de Sir Robert que aun ofreció terrible resistencia.
Fije mi rumbo por el camino hacia el oeste cuando los gritos de infieles surcaron el viento. Catriel cabalgó rápidamente y era como volar. Dejamos atrás la cruzada, la guerra, la muerte, y a Sir Robert Bennett. Duque de Nottingham, cristiano devoto, amigo personal y el hombre más valiente que había conocido.
Por mi parte, luego de casi 4 años regresé a mi hogar, no sin antes parar en las propiedades de mi señor y entregar a Catriel al cuidado de su familia. Volví a mi casa, me alejé de la milicia y me dedique al cultivo de la tierra. Me casé con mi adorada Constance, y recé todas las noches por el perdón a mis pecados. Pero por sobre todas las cosas, agradecí a mi guardián silencioso, aquel que me ha guiado fuera de la guerra. Aquel que seguramente estaba en el corazón del Duque. A mi amado y todopoderoso, Dios nuestro señor.
Amen.
EL GUARDIAN SILENCIOSO:
Viajando, continuamente viajando se marcha uno de la guerra, de misma forma que ingresa a ella. Con esa sensación de suciedad en todo el cuerpo, que parece no nos abandonará hasta la muerte. Soy Harry Higgines, un caballero al servicio del duque de Nottingham. Nos encontramos marchando, a paso lento por un interminable desierto. Hacia un pequeño puerto en las ciudad de Acre. En el final de esta cruzada que el rey Ricardo, está disputando contra el Sultán Saladino.
A caballo, mi señor encabeza la pequeña columna. Sir Robert Bennett es quien comanda los restos de nuestras tropas. Decirle “tropas” a nuestro desafortunado grupo es menester de nombrarnos con dignidad y altivo orgullo. Mi señor es el único que conserva ese brillo magistral que el sol le da a las armaduras del cruzado. Nosotros, apenas recordamos la valiente fuerza que nos impulsaba a desembarcar en estos inhóspitos parajes, todo para que el cristianismo recuperase su lugar de origen.
Marchamos al norte, siempre hacia el norte por viento y arena. Somos uno de los tantos restos de un ejército que marchaba al Sudeste de Acre. Las escaramuzas no habían sido algo decisivo para suponer una victoria definitiva. Hasta una noche donde fuimos atacados. Nos dispersaron, y los cristianos ahora luchamos por sobrevivir.
De ese gran ejército, no quedó nadie al mando. Los generales escaparon. Ante la inminente masacre, simplemente dejaron todo atrás y huyeron cobijados por la oscuridad. Mi señor Robert no escapó como los demás. Tres grupos de artilleros que dejaron atrás sus balistas, 22 soldados milicia de infantería, 5 caballeros montados y 5 integrantes de los grupos cruzados de arquería fueron rescatados de las fauces del enemigo por la dirección y las órdenes del duque de Nottingham.
Sir Robert era un caballero de 47 años, cabellos castaños, ojos negros. Su aspecto siempre era la marca de su nobleza. Pocos tenían idea de quien era, solo su armadura y escudos reales nos daban el mapa para identificarlo entre un sinfín de condes, duques, reyes y demás nobles enzarzados en una empresa de fe. Aunque mis ojos han presenciados atrocidades, que poco deben tener relación con un ejército santo.
La tercera cruzada del cristianismo, no tuvo menos sangre, dolor y muerte que las anteriores. El rey Ricardo era un correcto general, al mando de sus fuerzas pudo tomar la ciudad de Acre y desde allí lanzar sus ofensivas que terminaron por la conquista de Jerusalén. Pero aun así huimos, nos vamos con el rabo entre las piernas de tierras infieles, por razones de mundana política.
-Harry….-me llama mi señor y acudo a él- que los hombres establezcan un campamento. Allí entre las dunas altas, utilizaremos la geografía como una empalizada y pasaremos la noche.
-Mi señor….-dijo otro de los caballeros acercándose- los infieles pueden estar tras nuestra huella. Debemos reunirnos con el grueso de nuestra tropa en Acre. Cabalgaremos toda la noche.
El indicativo “cabalgaremos toda la noche” era señal clara de dejar atrás los soldados a pie. Solo éramos 5 los que estábamos montados, solo 5 de 47 hombres. Los caballeros temían a los sarracenos de rastreo. Había una gran distancia por cubrir hasta la ciudad de Acre y el insondable desierto nos invitaba a la muerte. El duque de Nottingham no pareció afectado por esa virtual situación. Tal vez la reciente derrota de un ejército santo le había afectado su buen juicio, lo he visto en otros nobles. Vinieron a estas tierras ebrios de victorias, y ahora la sed de agua, era la única sensación constante.
-Los caballos están agotados….-anunció sin faltar a la verdad mi señor- esta noche será la última donde podremos buscar agua, comida y tal vez dormir. Nos esperan cuando menos 2 días hasta llegar a las costas. ¿Quiere enfrentar dos días sin agua por estos desiertos sargento?
El caballero realizó una reverencia y comprendió. Su visión de salvar el pellejo de los montados era corta. A caballo había más posibilidades, pero solo si había el suficiente agua para apostar a escapar de los infieles. Yo lo había conocido en batalla al sargento Gilbert. Era valiente y devoto, no temía morir sino que bregaba por la salud del Duque. No quería arriesgar la vida de su señor por unos simples plebeyos a pie.
Las siguientes horas, fueron de búsqueda y recolección. Algunos hombres se encargaron de cavar para encontrar agua dulce, otros hicieron un fuego que mi señor ordenó apagar apenas cayera la noche. Alguno más encontró carne en la cacería, que fue cocinada al punto de secarse. Lo que sobrara se conservaría para los días siguientes. Mi señor no dirigió ningún grupo en particular. Simplemente desmontó a su bello corcel y su única preocupación fue buscarle un buen cobijo cerca de campamento. Para luego darle ración de agua y algunas pasturas que con sus propios medios arrancó de un matorral. Acariciaba el morro de su caballo y susurraba palabras mientras sonreía. Yo lo observaba cada tanto, desde mi función que era limpiar y poner en condiciones las armas y armaduras. Dividir dagas y espadas cortas para armar a los artilleros y también probar la tensión de los arcos para que no fallen en cuanto los arqueros fueran a requerirlo. Me tomó tiempo hacerlo, ya que estaba falto de práctica. Esta tarea era de los escuderos, y yo hace años que no lo era.
Sir Robert era extraño entre los de alta alcurnia. Mis pensamientos volaron a la batalla sucedida al atardecer del día pasado. Los nobles rara vez iban al frente, y se refugiaban en retaguardia apenas la situación del combate desfavorecía. Pero Sir Robert y su caballería hicieron carga, una y otra vez con abnegado valor; contra las huestes de infieles que pudieron haber exterminado a todos los de infantería, dispersados luego del combate. Incluso defendieron a los artilleros, y escoltaron su retirada cuando las balistas ya no tuvieron más proyectiles por disparar.
Yo mismo lo vi combatir desde su blanco caballo. Espada en mano lanzado entre enemigos como un arcángel de la muerte. Los gritos, la sangre, los hombres que morían de ambos bandos y las flechas que como pájaros volaban surcando el arenoso aire. Sir Robert no se rindió en su afán de rescatar a los soldados que otros generales abandonaron a su suerte. Mi señor era extraño, no sabría si llamarlo audaz, o simplemente alguien cercano a la insania.
-¿Has rezado Harry? –Preguntó mi señor tomándome por sorpresa, pensando en la batalla pasada- ¿Le has pedido al piadoso padre celestial, que nos escolte a casa?
-Ayer he orado mi señor…-le dije sin poder ocultar la vergüenza de nuestra derrota- pero creo que Dios no estuvo con los cruzados.
-Por supuesto que no….-sonrió el duque sentándose junto a un simple caballero como yo- nuestro padre celestial no debe ser molestado por trivialidades.
-¿Trivialidades mi señor? –Respondí sin poder ocultar mi enojo- ¿Cuántas vidas se perdieron ayer? ¿20.000? ¿30.000?
-no culpes a Dios Harry, -sonrió el duque con cortesía- no culpes a Dios por errores de hombres. Estamos aquí por nuestra propia gloria, la de Inglaterra, Francia y demás aliados. Nunca culpes a Dios por ello. Ni creas que en su nombre manchamos nuestras manos.
Y se quedó en silencio, dejándome hundido en pensamientos. Sus palabras eran como dagas profundas, atravesaban mi corazón cristiano y con rudeza revolvían el mal. Estaba enojado, furioso por lo que debió ser victoria y terminó en amarga derrota. ¿Acaso los ejércitos de Dios todopoderoso no debían siempre vencer? ¿Por qué Sir Robert, un honesto caballero cruzado cuestionaba el accionar de sus propias fuerzas? Quería preguntárselo, en serio lo quería. Deseaba encontrar una explicación que calmara mi atribulado corazón, de la amargura que deja siempre la derrota.
La noche por fin llegó, el fuego de la fogata fue extinguido para prevenir que la luz delatara nuestra posición al enemigo. Los hombres hacían guardia, de la infantería surgieron quienes sin orden alguna se dispusieron a la vigilancia. Sir Robert no les dijo nada, pero se sentía complacido. Los hombres de la infantería y también los artilleros no eran tontos, sabían que ese duque les había protegido aun sin necesitarlo. Sabían que montado en su caballo podría estar en dos días a salvo, dejándolos morir. Y sin embargo aquí estaba, tratando de llevarlos a todos. Tratando de protegerlos.
-Tranquilo mi hermano….-le escuché susurrar a mi señor, acariciando a su caballo que estaba recostado de lado junto a él- tranquilo….deja a tus patas descansar esta noche. –El animal lo miraba fijamente, en una infinita confianza con origen misterioso- saldremos de esto, juntos tú y yo mi estimado Catriel.
“Catriel”, pensé en silencio. Tiene el nombre de un arcángel. Sus crines blancas como la nieve le hacen parecer Pegaso. Montando en Catriel, Sir Robert era un rival que nunca quisiera enfrentar. Hablaba como un ángel, pero manejaba la espada cual demonio del oscuro averno. Yo estaba acurrucado en una manta para combatir el frio del desierto. Los hombres en su mayoría dormían abrazados, en grupos de dos o tres, para aprovechar el calor corporal. Los caballeros usaban a sus monturas, así como mi señor lo hacía, aunque no dormía en su caso particular.
-Hermoso nombre, para un hermoso animal. –Dije sin saber por qué- ¿hace cuánto tiempo…?
-Muchos años, -anunció con leve mueca de sonrisa, mientras seguía acariciando a su bestia- Catriel es mi guardián silencioso hace muchos años. Es mi escudo, es mi espada y también mi armadura.
Mi señor logró por fin que su equino se serenara, Catriel respiraba pacifico, lleno de confianza en su amo. Me dio cierta envidia ese animal a decir verdad, como podía abandonarse a la dirección de su señor y creer que todo estaría bien en la mañana. Nosotros los hombres, aun con vigilantes alrededor del campamento, dormíamos con un ojo abierto. Desconfiados de cada silbido del viento, desconfiados de las sombras que la luna dibujaba en conjunción con las dunas.
-¿Tiene familia teniente? –preguntó recostándose en su improvisado lecho Sir Robert.
-Mis padres solamente, -respondí entre susurros- muy ancianos vieron a su hijo partir hace años.
-¿y ninguna doncella le ha puesto cadenas a su corazón?
-No…..-dije sin pensar, y luego la deslumbrante belleza de Constance llegó a mi mente- bueno…existe una.
-Rezaré esta noche teniente…-me dijo- para que vuelva a ver a su dama.
-¿Y usted mi señor?
-La siempre encantadora Marion, que me hace el honor como mi esposa. –respondió el hombre- y tres hermosos hijos. Todas las noches he rezado a la salud de ellos, y para que en sus plegarias recuerden a su padre.
Eso me dejó perplejo. Mi señor no era un noble sin familia, no estaba aquí para morir por su fe y donar todas sus propiedades a la iglesia. No era un loco o un suicida al quedarse entre infantería y rezagados. Tenía una familia, deseaba volver a verla. ¿Por qué se había quedado a proteger simples plebeyos?
-Aun veo en sus ojos la misma duda…-indicó de pronto mi señor, ya que la luna nos permitía vernos en penumbras al menos- aun tiene la interrogante que no deja dormir. Suéltela de una vez teniente, así ambos podremos conciliar el sueño.
-¿Por qué se ha quedado atrás mi señor? –Señalé ante la venia a mi duda- ¿Por qué se arriesga a una segura muerte cuando usted es…?
-¿Un Duque? ¿Un noble? ¿Un hombre rico? –Sonrió con cierta ironía- ¿la vida de un Duque, no vale 46 vidas de soldados leales? ¿Esa es su pregunta?
Me dio vergüenza asentir en silencio, visto desde sus palabras parecía una ridiculez. Pero yo había visto a esos “señores” que comandaban 20.000 o 40.000 almas, salir huyendo y dejando la masacre a sus espaldas. Sir Robert Bennett, nunca entre los soldados le vimos cometer un exceso. Nunca le vimos descontrolarse en la ebriedad de una victoria. Nadie jamás, y esto incluía a los infieles enemigos, podría tener una sola queja sobre el Duque de Nottingham. Algo extraño en estos días de escudos cruzados y corazones negros como la noche más cerrada.
-soy un pecador teniente…-señaló mi señor seriamente- por la gracia de nuestro señor, solo intento redimir mis faltas.
No quería preguntar sus pecados, era impropio, era una falta de respeto a su investidura, a su rango como capitán, a su linaje y ¿por qué no? A todo lo que me inspiraba al verlo combatir como un guerrero de Dios. No quería preguntar, así que aguardé en silencio a que continuara, o diera por terminada la conversación.
-He matado, -dijo ante mi silencio cómplice- a muchos, habitantes de esta tierra.
-Eso no es pecado mi señor, - intenté darle consuelo- los clérigos han declarado que matar infieles no es…
-Teniente por amor a Dios….-me interrumpió bruscamente- tal vez ser soldados nos quita tiempo para la filosofía, pero matar es matar mi estimado….-señaló con un gracioso gesto de su mano- ¿acaso uno de los más sagrados mandamientos del cristianismo no profesa la imposibilidad de matar?
-Hacemos el trabajo de Dios…-dije ofendido, y al mismo tiempo me sentía un niño discutiéndole a Aristóteles.
-¿El trabajo de Dios?….-balbuceó casi riendo, lo cual me avergonzaba más- Harry, la mano de Dios nunca estará en el mango de algo como esto…..-acarició su espada como si fuera el lomo de un perro- Dios está dentro del corazón. El buen cristiano no es aquel que obedece a tontos, sino el dispuesto a dar pan al hambriento, agua al sediento y protección al débil. A cultivar la tierra de nuestra patria, a criar hijos que aprendan el amor al prójimo.
-recuperar tierra santa fue la prioridad de esta cruzada…
-no existe tierra más santa que donde está el hogar. –Contradijo Sir Robert con esos modos tan correctos- créame amigo mío. He visto el trono de dios, he visto palacios, riquezas y el lugar donde Jesucristo fue crucificado. Y aun así, no cambiaría todo lo visto por dos segundos de estar con mi familia.
-Entonces y perdone la pregunta mi señor…..-señalé con total impertinencia- ¿Qué está haciendo aquí en primer lugar? ¿Qué hace luchando con el ejército cruzado sino cree en nuestra causa?
-la respuesta que busca, -definió con calma- la razón que busca esta recostado junto a mí. Es una razón a cuatro patas, un guardián silencioso. –no pude evitar mirar el caballo blanco, “Catriel”, su montura- Catriel no es un corcel cualquiera, hace algunos años, cuando yo apenas era un joven “potrillo”, este animal salvó mi vida. Tenía 16 años, hubo una revuelta en York donde habitaba parcialmente con mi padre. Intentaron matarme, y casi lo lograron porque herido caí a un rio embravecido que me arrastró corriente abajo por leguas. Nunca pude saber cuánto tiempo estuve inconsciente. Pero cuando desperté, el hocico de mi amigo intentaba revivirme. Mi cuerpo estaba herido, mi espíritu no quería quedarse en este mundo. Pero Catriel era extraordinario, se arrodilló ante mí y cargándome sangrante, terminó por llevarme entre los campos al encuentro de mi padre. Catriel salvó mi vida, aun cuando pudo dejarme morir. Ironías del destino, cuando el rey preparaba la expedición para venir a estas tierras. Mi dinero sirvió para salvar a mi familia de ser reclutados. Pero Catriel iba a ser tomado como montura. Se lo llevarían y…
-entonces usted….-susurré al fin comprendiendo- usted se alistó en la cruzada para…
-preferí morir con él, a dejarlo en manos de otro caballero que vaya uno a saber el trato que le daría. Catriel no es mi caballo, Catriel es mi amigo, mi hermano. ¿Acaso usted dejaría morir a su hermano en esta guerra?
-usted está arriesgando a Catriel al quedarse aquí….-intenté que razonara- si quiere salvarlo, debe irse a todo galope.
-tal vez lo haría, -dijo él seriamente- pero he matado a muchos sarracenos, he quitado demasiadas vidas por mi búsqueda de mantener salvo a Catriel. Es un pecado amigo mío, -sonrió apenas- y cuando tenga que presentarme ante el juicio de Dios, de nada valdrán las excusas. Catriel, un plebeyo, un caballero o un duque. Todos tenemos el mismo rango ante el todopoderoso. Nunca lo olvide amigo, no podrá justificar sus acciones como las órdenes de alguien más. Ahora duerma, lo necesitara mañana.
Dicho esto se giró de lado y dio por terminada la charla. Con sinceridad lo digo, no pude dormir esa noche. Yo Harry Higgines, un caballero con fe en cristo nuestro señor, no podía sacar de mi mente las palabras de Sir Robert. ¿Por qué? ¿Por qué sus creencias empequeñecían las mías? ¿Por qué ahora me parecía tan mundano lo que hasta hace poco era fundamental en mi mente? Imágenes de los hombres que maté aparecían para torturarme. Imágenes de los hombres y mujeres que sufrieron nuestra cruzada. ¿Cuánta gente pasaba hambre en Inglaterra por los cuantiosos impuestos del rey? ¿Cuánto hacia que no pisábamos nuestro hogar por esta guerra sin destino?
////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////
Habíamos marchado desde muy temprano, la noche parecía haber revitalizado a los hombres y el solo hecho que Sir Robert continuara con nosotros, les daba fuerzas a los soldados. Atravesamos muchas dunas y algunos claros con árboles escasos. Se calculaban unos 2 días de marcha a galope de caballo y el doble a pie. El duque marchaba a nuestro paso, caminando y conduciendo a Catriel por las riendas. Lo hacía para mantenerlo descansado, además, las pesadas armaduras eran un problema para el trasporte. Sir Robert había recomendado a los caballeros dejar elementos de peso innecesarios. Aligerar las protecciones de las armaduras, era aligerar el peso de trasporte aunque en caso de batalla las posibilidades de sobrevivir se reducían drásticamente. El primer día fue del todo monótono, aunque se agradeció no haber tenido que pelear. La caballería de los sarracenos podían estar rastreándonos y si nos encontraban, sería difícil sobrevivirles.
Al medio día de la segunda jornada, entramos a un pasillo entre dos riscos y a la salida, nos encontramos de cara al combate. El capitán dio la orden de batalla. Los lanceros y las milicias formaron en línea doble con los arqueros por los flancos. Los artilleros habían estado ejerciendo práctica con los arcos para reforzar el número de tiradores y darnos una mejor oportunidad. Nosotros los caballeros, teníamos que mantener la formación cargando contra el enemigo que lograra fracturar nuestras líneas. Nos comportábamos como un ejército pequeño, los hombres de nuestro grupo habiendo comido y bebido agua fresca de un pozo, estaban dispuestos a presentar batalla, a no entregar sus vidas fácilmente. Sir Robert blandió su espada y dio un grito para aumentar nuestra moral, ante la inminente cercanía de la caballería sarracena:
-¡SEÑORES, NO LES PEDIRE QUE PELEEN POR SU REY, NO LES PEDIRE QUE PELEEN POR SU PAIS, NI POR EL DUQUE DE NOTTINGHAM! –Alentó a los lanceros y a todos nosotros- ¡HOY PELEAREMOS POR LO MAS ESENCIAL! ¡HOY PELEAREMOS POR NUESTRO DERECHO A REGRESAR A CASA! ¡NO QUEREMOS MAS GUERRA, PERO NO SEREMOS CORDEROS PARA ENVIAR A UN MATADERO!
¡SEEEEEEEEE! Fue el grito de todos nosotros y mientras golpeábamos nuestros escudos con las armas el enemigo envistió con fuerza. Los arqueros no estaban detrás de la infantería sino a los lados. Eso pudo verse como un error pero la estrategia era perfecta. Parte de la caballería sarracena envistió contra las lanzas sin resultados potables, pero la mayoría intentó rodearnos para degollarnos con sus cimitarras. Los lanceros veteranos estaban ubicados a los flancos de la columna y extendieron sus alabardas para evitar que el enemigo alcanzara la posición de los arqueros, obligándolos a rodear más ancha la posición. Mientras nuestras flechas reducían al enemigo, mientras algunos de ellos aun intentaban romper el frente de lanzas y valor. El líder del grupo con su mejor hueste rodeó nuestra posición para tomar a la columna por detrás. Allí lo esperábamos nosotros, los 5 caballeros y nuestro capitán.
El combate fue feroz, tal vez ellos esperaron que rompiéramos filas ante los primeros caídos o la embestida inicial. Pero ningún soldado iba a abandonar a Sir Robert después que él se sacrificara para quedarse por ellos. La columna se mantuvo firme en el frente y los arqueros retrocedieron de los lados al centro para dar muerte a los enemigos que trataran de atacar por detrás a la infantería. Yo enfrenté a tres sarracenos. El primero cayó de su caballo por un certero golpe, pero los otros dos fueron duros de pelar. Ondulaban esas espadas curvas con salvajismo y era difícil prever sus movimientos. Mi espada larga era pesada, pero un golpe firme bastaba para derrotarlos. Me hirieron en un brazo, y también acertaron varios golpes que mi armadura salvó de ser directos. Finalmente acabe con ellos y enfilé mi caballo hacia la posición del capitán que ya había derrotado a más de 5. Los caballeros combatimos en parejas, para cuidar nuestras espaldas, mi compañero murió al caer degollado y lejos de tener tiempo a lamentarme, entre gritos de muerte y sangre que salpicaba el paisaje, fui con el capitán para ser su pareja. Ya que él había iniciado solitario su pelea.
Para el guerrero en batalla, la pelea parece durar segundos, son decisiones cuya equivocación conlleva a la muerte. Para un caballero con armadura, caer de su montura es similar a morir, pocas veces se puede encontrar el tiempo para ponerse de pie con 50 kilos de acero en el cuerpo. Por eso generalmente tenemos escuderos para cubrirnos. Cayó otro de los 5 caballeros casi sobre el final, herido en varias zonas no pudo resistir hasta que los lanceros aliados acabaron con sus tres rivales. Los sarracenos que habían sido superiores en número, huyeron casi diezmados completamente. Sir Robert estaba exhausto, su cuerpo goteaba en rojo por la sangre del enemigo y la suya propia, pero aun así espoleó a Catriel y salió tras ellos. Intenté seguirlo, los alcanzó algunos metros más allá y dio muerte a todos. Nosotros éramos 47 al inicio, ellos más de 80 con seguridad. Habíamos vencido por el momento. La persecución del Duque pudo parecer un acto sanguinario, y le costó una herida seria en el vientre. Pero tenía un sentido práctico, exterminar a los enemigos o nos delatarían con otros escuadrones.
//////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////////
Los heridos no tenían esperanza. Del grupo que inició la retirada, de los 47 solo quedábamos 15. Muchos murieron en combate, otros por las hemorragias que esas malditas cimitarras causaban. No podíamos hacer más que rezar una plegaria a la eternidad de sus almas. Sir Robert ordenó a los que aun podíamos movernos sin lamentar serias heridas, que ayudáramos a enterrar los muertos. Hicimos montículos con las piedras sueltas en los riscos cercanos y cruces de madera para todos. Incluso los sarracenos tuvieron esa bondad aunque casi todos nos resistíamos a darles el mismo trato que a nuestros camaradas de armas. Sir Robert fue inflexible, pero no solo ordenó hacerlo sino que también ayudó con la tarea. Necesitábamos la fuerza de todos y los caballos necesitaban descansar.
Horas después, partimos cuando comenzaba oscurecer y todos habían tomado un descanso vital. Quedaban al menos dos días más hasta hallar las costas. Aunque nuestro desgraciado grupo se benefició de manera especial con el botín de la batalla. Solo quedábamos 15 hombres, pero todos montados por la gracia de nuestro señor Jesucristo, y los caballos árabes abandonados y sin dueño.
Galopamos por muchas horas, ocupando la mayor parte de la noche. Dimos nuestro mejor esfuerzo y solo tuvimos descanso cuando alcanzamos un oasis donde pudimos volver a beber agua fresca y por fin atender las heridas del día pasado. Dos soldados de la infantería tenían fiebre muy alta, su destino estaba sellado. Oramos por el descanso eterno de sus almas, y tuvimos que enterrarlos como a tantos. El hambre y la debilidad nos acechaban, ya casi no hablábamos entre nosotros presa de una angustia que nos calaba los huesos. Todos sabíamos, que no resistiríamos otro ataque sarraceno. Y quedaba casi medio día más de marcha como mínimo.
Mi señor Robert estaba pálido, sudaba copiosamente aun en la noche fría. Comenzaba a ganarle la fiebre y aunque se mantenía erguido sin demostrar sus dolencias, todos sabíamos que la herida profunda que le produjeron en la zona de las costillas había dejado una marca imborrable. La infección se cobraba una cuota, entre la sed y el hambre era menester reconocer que no parecíamos tener oportunidades de salvar la vida.
Dunas tras duna, a galope y por la noche para evitar a los rastreadores. En la madrugada del cuarto día. Alcanzamos a divisar el azul grandioso del mar. No soy un hombre temeroso, pero debo admitir que ver el mar renovó mi valor a la posibilidad de salvarnos. Mi señor aun montaba a Catriel, parecía que por fin podría regresar a nuestra amada Inglaterra. Tal vez mis padres aun no estarían muertos en su ancianidad, tal vez la familia Bennett esperaba con los brazos abiertos a mi señor el Duque de Nottingham. Como fuera, ver el mar nos devolvió vida.
-llegamos….-susurró débilmente Sir Robert- tan cerca, pero tan lejos.
No pude preguntar la razón de su comentario con desesperanza. Cuando alzamos la vista, al oeste el camino a la ciudad y al puerto por supuesto. Pero del otro lado se encontraban 4 escuadrones de Sarracenos llegando justo para alcanzarnos. Ya no podíamos luchar, y la persecución seria fructífera para el enemigo puesto que nuestros caballos estaban reventados. Estábamos muertos. A pesar de nuestras plegarias por un regreso a nuestra tierra, dios no había escuchado.
-Harry….-susurró mi señor mirándome con esfuerzo, pues su pálido rostro era clara muestra de que la fiebre lo había tomado al completo- si le pidiera su palabra de honor, como soldado y cristiano. ¿Serias capaz de otorgármela?
Lo miré con preocupación, estaba delirando seguramente. ¿Qué me pediría? ¿Un último esfuerzo? Todos estaban en su límite físico y espiritual, en mi caso no era la excepción lamentablemente.
-Mi señor….-le alenté a su pedido aunque estaba seguro que los sarracenos me impedirían cumplirle.
-mi herida en las costillas ha derivado en infección. –Como si hubiera sido un secreto- temo que no podre….continuar.
-llegaremos al puerto juntos mi señor…-intenté trasmitirle fuerzas pero el sonrió con ironía a mis palabras.
-ellos nos mataran a todos, -indicó sobre lo que yo había calculado- y no tengo intenciones de desperdiciar mi esfuerzo por salvarlos. Teniente, lleve a nuestra tropa por el camino hacia el puerto. Les daré tiempo.
-¿Cómo lo hará mi señor?
Sir Robert cabalgó hacia el camino descendiendo por la pendiente de arena. Todos le seguimos esperando un verdadero milagro. La caballería sarracena inició su embestida a lo lejos. Nos habían visto. Pero Sir Robert acaparó toda nuestra atención cuando desmontó a Catriel. Tabaleaba su paso, la fiebre le consumía.
-como su capitán le ordeno que me deje aquí. –dijo el hombre más valiente que he conocido- como su señor lo libero del deber a mi persona, y como su amigo mi estimado Harry….por favor….quiero que se monte en Catriel y lo lleve con bien hacia Nottingham.
-Mi señor…-interrumpió uno de los soldados visiblemente sorprendido- no lo dejaremos aquí. ¡No podemos dejarlo aquí!
-si se quedan….-anunció parándose en el medio del camino con la mirada hacia el enemigo- los infieles no tendrán que luchar honorablemente.
Los plebeyos no lo sabían, pero como caballero yo había visto muchos duelos entre nobles. Sir Robert apostaba a que los infieles enviaran tan solo a su capitán para luchar uno a uno. Fuera cual fuera el resultado, los enemigos perderían tiempo valiosos de persecución. Sir Robert nos daría escasos minutos, pero al menos tendríamos una mejor oportunidad. Simplemente hice el juramento de llevar su caballo hacia las tierras de Nottingham. Cambie de montura y todos recibieron la orden de continuar hacia el oeste. Subimos una pendiente por el camino y fui el único que miró hacia atrás. El único que vio como mi señor custodiaba el camino donde el enemigo se detuvo. Se fue quitando cada parte de su armadura hasta quedar solo con la ropa y el escudo familiar en su pecho. Eso y su espada larga.
Sir Robert Bennett…
Nunca lo podré olvidar. Tenía mirada de un tigre en batalla, pero era el más humano de los hombres cuando la tranquilidad lo permitía. Desafío al capitán de los escuadrones. Un noble que aceptó el combate desmontando y empuñando escudo con cimitarra larga. Lucharon como dos leones, hasta que mi señor fue herido en un muslo, pero asestó un feroz tajo en el pecho del árabe. Dos infieles más desmontaron furiosos, pero los movimientos torpes de mi señor proporcionales al cansancio y la infección no le impidieron empalar en su filo a uno, para en un audaz movimiento asesinar al otro con el arma de su compañero.
Catriel se volvía loco por ir con su amo. Apenas podía retenerlo desde mi posición en la altura del camino. Y de buena gana hubiera ido a ayudarlo si acaso no hubiera dado un palabra de honor para salvar al caballo. Lo vi caer finalmente, luego de recibir varios golpes de una horda que ya no respetaba el combate uno a uno. Furiosos por la muerte de su señor, acabaron con la vida de Sir Robert que aun ofreció terrible resistencia.
Fije mi rumbo por el camino hacia el oeste cuando los gritos de infieles surcaron el viento. Catriel cabalgó rápidamente y era como volar. Dejamos atrás la cruzada, la guerra, la muerte, y a Sir Robert Bennett. Duque de Nottingham, cristiano devoto, amigo personal y el hombre más valiente que había conocido.
Por mi parte, luego de casi 4 años regresé a mi hogar, no sin antes parar en las propiedades de mi señor y entregar a Catriel al cuidado de su familia. Volví a mi casa, me alejé de la milicia y me dedique al cultivo de la tierra. Me casé con mi adorada Constance, y recé todas las noches por el perdón a mis pecados. Pero por sobre todas las cosas, agradecí a mi guardián silencioso, aquel que me ha guiado fuera de la guerra. Aquel que seguramente estaba en el corazón del Duque. A mi amado y todopoderoso, Dios nuestro señor.
Amen.
arminius- Clan Seiryuu
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Re: EL GUARDIAN SILENCIOSO (TP) one-shot, accion, mundo real 31/08/13
Esto es amor al arte de la escritura sin duda alguna, esa narración inigualable del buen arminius, mis aplausos para ti, es por estos fics que yo volví a este foro, me da esperanza.
Ese conde es un gran ser humano y no payasadas, pero cabe retratar que no creo en dios. Y felicidades.
Ese conde es un gran ser humano y no payasadas, pero cabe retratar que no creo en dios. Y felicidades.
Zoro17- Novato
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