Secretos descubiertos [+16] [C] 20/04/13 Capitulo 5 y 6

Naruto estaba sorprendido por el comportamiento de su hijo. Pero no debería haber aceptado llevar a Sakura a dar un paseo en barca. Y, sin embargo, allí estaban los tres, en una cala privada a poca distancia del castillo; Mina charlando sin parar mientras él remaba y Sakura intentando que el niño no se levantase.
Ver a Mina tan alegre, tan lleno de energía, era un bálsamo para su corazón. Y eso, además, aliviaba en parte su sentimiento de culpabilidad. Si no lo hubiera llevado a una zona asolada por las inundaciones el año anterior, el no habría contraído un virus que afectó a su hígado... intentando enseñarle a ser compasivo con sus compatriotas había arriesgado su vida y había estado a punto de perderlo.
Naruto no sabía si algún día podría perdonarse por ese error de juicio, pero estaría eternamente agradecido porque, al fin, Mina se estaba recuperando.
Entonces miró a Sakura. Y era a ella a quien debía darle ­las gracias.
Sakura le sonrió y, sin pensar, le devolvió la sonrisa.
—Creo que puedo ver esta cala desde mi dormitorio —murmuró Sakura, apartándose el pelo de la frente—. Es un sitio precioso.­
Sí, la había visto en el balcón por las mañanas, con aquel camisón que flotaba con la brisa... aquel día estaba vestida antes del amanecer. Según Temari, una espía muy capaz cuando era necesario, no había cambiado mu­cho desde que la conoció. Prefería el café al té y una hamburguesa en lugar de un filete de primera calidad.
Y se preguntó si seguiría murmurando en sueños.
—Siempre pensé que te gustaría —dijo Naruto, las pala­bras habían escapado de sus labios.
Cuando Sakura lo miró, sorprendida, siguió remando con más fuerza, esperando que la quemazón en los brazos evitase que dijera alguna tontería más. Su madre tenía más razón de la que pensaba: Sakura Haruno estaba afec­tándolo de nuevo.
—¿Si me levanto se volcará la barca, papá?
—Posiblemente, así que permanece sentado —dijo él.
Sonriendo, Sakura le pasó un brazo por los hombros, apretándolo contra su costado, y en ese momento, Naruto vio lo que no había visto hasta entonces... o lo que no quería ver: una madre con su hijo. Y el hijo tenía la radiante sonrisa de la madre.
Y se le encogió el estómago, como un ancla lanzada al fondo del océano.
Sakura no dejaba de pensar en la misteriosa mujer que había entrado en la habitación de Mina... para desaparecer, como si se hubiera esfumado. El incidente no tenía sentido y, a la luz del sol, empezaba a preguntarse si se lo habría imaginado.
—¿Qué nos ha preparado el chef? —preguntó Naruto, cuando estaban los tres sentados sobre una manta, en la Playa.
—No he mirado en la cesta, pero seguro que todo está riquísimo. Siempre lo está.
Naruto parecía otro hombre aquel día, aunque no podía explicar cuál era el cambio. No había querido que fuesen los tres a dar un paseo en barca, pero parecía estar pasándolo bien y ella, sin darse canta, empezaba a hacerse ilusiones. No sabía bien qué clase de ilusiones eran ésas o qué esperaba del futuro, pero ya no le parecía tan negro como unos días antes.
Según los médicos, se recuperaría en dos meses, pero si había pasado casi la mitad de ese tiempo. Entonces sintió un escalofrío. Un mes más y los médicos le darían de alta... ¿Y entonces qué? ¿Aceptaría Naruto que fuese parte de la vida de su hijo o tendría que volver a Kansas para seguir viviendo una vida solitaria, sin su hijo? ¿Y si podía seguir viéndolo, cómo iba a hacerlo sin decirle a Mina quién era?
Ésa era otra preocupación. ¿Cómo iba a hacerle en­tender al niño que había tenido que darlo en adopción cuando nació porque no podía cuidar de él?
Sakura sacudió la cabeza, angustiada. No parecía haber respuestas para todas esas preguntas. Además, tampoco podía confiar en Naruto, por mucho que ahora se mostrase más humano. Al fin y al cabo, él la había abandonado sin decir una palabra. Aunque hubiese tenido que ir a la guerra, aunque estuviese herido, si de verdad le hubiera importado, si hubiera sentido algo por ella, se habría puesto en contacto de alguna forma. Tenía cientos de emplea­dos y servidores a su alrededor.
Alguien debería haberse puesto en contacto con ella...
Pero él era un príncipe, Sakura no era nadie. Y los hombres de su posición se limitaban a jugar con las mujeres como ella.
Naruto la había deseado y eso era todo. No había esperado que el resultado de esa «aventura» fuera un hijo y, por supuesto, no iba a casarse con ella, así que no debía hacerse ilusiones.
Sakura llevó aire a sus pulmones y, al hacerlo, notó un aroma desconocido.
—¿Qué es ese olor?
—¿Delicado, dulce, afrutado? —le preguntó Naruto. —Hablas como un perfumista.
—El aroma viene de los viñedos —dijo él entonces, señalando hacia la izquierda—. Producimos una uva especial en esta zona del país. Y tenemos unos vinos estupendos.
—Huele muy bien —murmuró Sakura, abriendo la cesta y sacando unas servilletas con el escudo real—. Haz algo, príncipe —intentó sonreír, poniendo las servilletas en su mano.
—Siempre has sido una mujer muy exigente.
—¿Ah, sí?
—No — Naruto sacó una botella de vino de la cesta y es­tudió la etiqueta—. Al contrario. Tal vez si lo hubieras sido...
¿Qué estaba diciendo?, se preguntó Sara. ¿Que si le hubiera exigido más lo habría tenido?
Pero ella no era así. Ella creía que el amor era un regalo. Si Naruto la hubiese amado, habría seguido haciéndolo a pesar del tiempo y la distancia, como lo amaba ella.
Esa idea la sorprendió. ¿Seguía enamorada de Naruto? Cinco años antes le había hecho daño, pero esa vez, teniendo a Mina a su lado, podría destruirla. Además, era una persona arrogante y la odiaba. ¿Cómo podía amar a un hombre así?
Podía amarlo porque ella conocía al hombre que había bajo esa máscara, le dijo una vocecita interior. Y era un hombre valiente, bueno, honesto.
Ningún otro la había hecho sentirse tan querida. Entonces Naruto la quería de eso estaba segura, tal vez no como lo quería ella, pero la había querido.
Y su traidor corazón no podía olvidarlo.
—Papá, ven aquí —lo llamó Mina—. He encontrado algo.
—Espero que no sea una serpiente —dijo Sakura asustada.
Naruto se levantó, riendo.
—En Konaha no hay serpientes. Ven, vamos a ver qué ha encontrado.
Luego tiró de su mano para ayudarla a levantarse. Sakura esperaba que la soltase de inmediato, pero no lo hizo. Siguió apretando su mano hasta que llegaron al lado de su hijo.
Su hijo.
Sakura no dejaba de preguntarse cómo habría sido su sida si Naruto no se hubiera marchado, si se hubieran ca­sado, si fueran una familia.
Pero no lo eran. A pesar de sus fantasías, Naruto ya no era el hombre al que ella había conocido. Y según su propia admisión, su relación no había tenido importancia alguna. Él pertenecía a una familia real y ellos se casaban con la realeza; las universitarias norteamericanas no eran más que un pasatiempo.
Y, por lo tanto, debería dejar de hacerse ilusiones.
—¿Qué has encontrado, hijo?
—Esto —contestó el niño, señalando algo con el dedo—. ¿Tú crees que me morderá?
Naruto se inclinó para tomar una diminuta tortuga que de inmediato se escondió en su caparazón.
—¿Qué le has hecho?
—No le he hecho nada, Mina. Es que la hemos asustado. Pero no te morderá a menos que pongas el dedo en su boca... es una tortuga de mar.
Mina miraba el animal con cara de asombro.
—Sal de ahí —le dijo, tocando el caparazón—. No voy a hacerte daño, soy bueno.
A Sakura se le encogió el corazón. ¿Cuántos momentos como aquél se habría perdido?
—¿Es la primera vez que ves una tortuga?
—Sí —contestó Mina, sin dejar de mirar al animal—. ¿Puedo quedármela, papá?
—No creo que le gustase vivir en el castillo. A las tortugas les gusta el agua.
—Pero tenemos el mejor castillo del mundo.
—Una tortuga es un animal salvaje, cariño. Su castillo, su hogar está aquí, en el mar.
—Pero yo sería bueno con ella.
Para suavizar su negativa, Naruto le puso una mano en el hombro.
—¿A ti te gustaría que alguien te arrancase de tu casa, de tu familia?
Sakura escuchaba la conversación, angustiada. Aunque temía no conseguir nunca la custodia del niño, ¿no estaba ella pensando hacer exactamente eso?
—No —admitió Mina—. Yo no quiero dejarte nunca, papá.
Y, aunque su corazón de madre sangraba, Sara supo entonces que no podría apartar a Mina de su padre. Konaha era su país, allí estaba su gente, su familia.
—Tienes un buen corazón, hijo mío —dijo Naruto, apre­tándolo contra su pecho—. Algún día serás un buen go­bernante.
«De tal palo, tal astilla». Como tenía que ser. Y ella, aunque era la madre de Mina, no era más que una extraña.
Pensar eso era tan terrible, tan doloroso, que Sakura tuvo que hacer un esfuerzo para no caer de rodillas sobre la arena.
Poco después los tres, junto con la tortuga de Mina como acompañante temporal, se sentaron sobre la manta para comer. Sakura tomó un sándwich de salmón con crema de queso y suspiró, encantada. Aunque le pesaba el corazón, su estómago parecía decidido a aprovechar aquellas «vacaciones».
—Deberías probar esto, Mina. Está delicioso.
—No tengo ganas. Me duele un poco el estómago —dijo el niño.
El salmón quedó olvidado de inmediato y Sakura le puso la mano en la frente al niño.
—No tiene fiebre —murmuró, mirando a Naruto.
—¿Estás cansado? —le preguntó su padre.
—No, pero no tengo hambre.
—¿Entonces por qué no juegas con tu tortuga mientras Sakura y yo terminamos de comer?
—Bueno.
—Pero si te sigue doliendo el estómago, dímelo de in­mediato.
—No quiero que venga el doctor Kakashi—protestó el niño entonces—. No me gusta que me pinche.
¿Qué podían decir a eso? El pobre niño había sufrido ya más que suficiente.
Nico se alejó hacia la orilla acariciando a su tortuga y Sakura miró a Naruto, preocupada.
—No suele portarse así, ¿verdad?
—No, en absoluto. Y la verdad es que me preocupa un poco.
—Yo también estoy preocupada, Naruto, pero por otras razones —dijo Sakura entonces—. Tengo que hacerte una pregunta... o más bien, contarte, algo.
—¿Sobre Mina?
Sakura respiró profundamente, sin saber muy bien cómo iba a tocar el tema.
—Sobre esas extrañas recaídas. ¿Has pensado alguna vez que alguien podría querer hacerle daño?
—¿De qué estás hablando?
Ella aguantó su fiera mirada. Una amenaza para el heredero del trono era un tema muy serio y lo sabía.
—Puede que no te guste lo que voy a decir, pero tengo que hacerlo. Siempre que a Mina le duele el estómago ha sido atendido por Mikoto. Y esta mañana he visto a una mujer entrando en su habitación... intentando que no la viera nadie. Y he pensado que podría ser ella.
—No hay nada siniestro en eso —dijo Naruto —. Mikoto siente devoción por Mina como su hijo sentía devoción por mí.
—Pero Mina se pone enfermo después de sus visitas...
—Una coincidencia, nada más. En caso de que lo hayas olvidado, Mina es un niño enfermo. Y Mikoto sólo quiere mejor para él...
—¿Estás seguro? ¿Y si esa supuesta devoción ocultase deseo de hacerle daño?
—!Ya está bien! —exclamó Naruto entonces—. No sabes lo que estás diciendo.
Pero Sakura se negaba a dar marcha atrás. Estaba convencida de que allí ocurría algo raro.
—Dime qué tiene de especial esa mujer.
—Su hijo.
—¿Quién es su hijo?
—Sasuke, supongo que te acuerdas de él.
—¿Sasuke, tu amigo? Sasuke que me acuerdo de él. Era chico muy alto, fuerte... pero amable.
—El mejor amigo que he tenido nunca —dijo Naruto.
—¿Qué ha sido de él?
—Murió salvando mi vida.
Su torturada expresión la entristeció. Ella sabía lo amigos que habían sido y sabía también que Naruto se sentía culpable de su muerte, lo hubiera sido o no.
Sin pensar en el muro que los separaba, lo abrazó, su deseo de consolarlo fue más fuerte que el miedo al rechazo. Y cuando Naruto no se resistió, apoyó la cabeza sobre su hombro.
—Lo siento mucho.
—Yo también.
Sakura cerró los ojos ante la inesperada oleada de emoción que la embargaba. A pesar de los años de penas y agonías, le seguía encantando la textura de su piel, su fuerza, el carácter de aquel hombre que había hecho que lo amase.
Tocó su costado entonces, recordando las horribles cicatrices. Naruto dio un respingo, pero no se apartó. En lugar de eso, hundió la cara en su pelo, suspirando.
—La granada que explotó... ¿fue entonces?
—Sí —contestó el—. Sasuke se lanzó sobre mí para protegerme. Yo resulté herido, pero él murió. Me entregó su vida como príncipe de Konaha, pero sobre todo me la dio como amigo.
Cuando levantó la cabeza, Sakura vio en sus ojos el sufrimiento que le había causado el sacrificio de Sasuke. Pero también vio algo más y su pulso se aceleró.
¿Quería besarla?
Sin pensar, entreabrió los labios. Pero entonces, como si su aceptación lo hubiera decepcionado, Naruto se apartó.
Y ella tuvo que contener un suspiro. Durante esos segundos, en sus brazos, no sólo había deseado que la besara, había deseado que la amase.
¿No iba a aprender nunca?, se preguntó, apenada.
—Supongo que entenderás por qué puedo confiarle a Mikoto la vida de mi hijo —dijo Naruto, como si no acabase de ocurrir algo entre ellos.
Sakura lo entendía, sí. Y, sin embargo, seguía pensando que allí ocurría algo raro.
¿Podría haber alguien más... alguien que quisiera hacerle daño a Mina?
—El niño es adorado por todos los ciudadanos de este país. Tú misma habrás visto la continua cobertura en televisión, en los periódicos... Las miles de cartas que ha recibido, alegrándose de su recuperación. Todo el mundo lo quiere.
Suspirando, Sakura se pasó una mano por el pelo. Tenía razón. ¿Quién querría hacerle daño a un niño de cuatro años?
—Tal vez me he convertido en una madre exageradamente protectora y veo peligros por todas partes.
—La única persona que podría hacerle daño eres tú—dijo Naruto entonces, mirando hacia su hijo—. Ten cuidado con lo que dices en su presencia.
Su reacción la puso furiosa.
—Mina no me ha oído.
—Y deberías alegrarte de que sea así.
—¿Qué pasaría si el niño supiera la verdad?
—No me retes, Sakura Haruno. No podrías ganar.
Con las mejillas encendidas, Sakura empezó a guardar cosas en la cesta. No quería que supiera lo dolida que estaba no sólo por esa discusión, sino porque la tregua parecía haberse roto. Había pensado que podrían ser amigos, no era así. Naruto siempre la despreciaría.
—Papá —lo llamó Mina entonces, llevándose una mano estómago.
—¿Qué ocurre? —exclamó Sakura, levantándose de inmediato—. ¿Te encuentras mal?
Naruto llegó a su lado cuando el niño, inclinándose so­bre el regazo de Sakura, empezó a vomitar.
Después de tomar la infusión prescrita por el doctor Kakashi, y de una llamada al especialista, el misterioso malestar desapareció tan rápido como había aparecido.
Naruto, preocupado, paseaba de un lado a otro por el despacho. Las sospechas de Sakura lo habían sacado de quicio. Ésa debía de ser la explicación para su nerviosismo.
Furioso, golpeó el escritorio con la mano, el sonido hacía eco por la habitación mientras intentaba contener las emociones que sólo Sakura Haruno le podía despertar.
Era una mentirosa, una traidora, una mujer que había abandonado a su hijo y él no podía dejarse seducir otra vez. El principado y la corona estaban en juego, además de la salud de su hijo.
Se equivocaba sobre Mikoto, tenía que estar equivocada. Nadie le haría daño a un niño tan pequeño, era absurdo.
«A menos que ese niño fuera el hijo de un enemigo», le dijo una vocecita interior.
—Quiero una lista de todas las personas que entran en la habitación de mi hijo —le dijo entonces a su secretario.
— ¿Majestad? —Jiraya se levantó de inmediato.
—Quiero un informe de todos aquéllos que entran en la habitación de Mina, a qué hora salen, por qué están allí... y no quiero que se lo digas a nadie. Sencillamente, hazlo
—Sí, señor —murmuró el hombre.
Jiraya seguramente pensaría que estaba loco. Y tal vez fuera cierto; Sakura lo estaba volviendo loco, pensó, apretándose el puente de la nariz.
Recordaba el calor de sus brazos, el brillo de su sonrisa y sus sospechas sobre que alguien quería hacerle daño a Mina.
Nadie sería tan diabólico... ¿o sí?
Konaha tenía enemigos. Él tenía enemigos.
Aunque habían disfrutado de varios años de paz, el rey Perseidia había firmado el tratado de paz bajo presión y no era en absoluto un amigo. ¿Y si había algún espía filtrado en el castillo?
¿Y si había un asesino mezclado con su gente?, se dijo, angustiado
Sakura Hurano lo estaba volviendo paranoico. Ella era el enemigo, buscando crear disensión...
«Pero quiere a Mina».
Aunque se negaba a creer nada bueno de ella, no podía negar su devoción por el niño... A menos que esa devoción tuviese un motivo oculto.
¿Estaría diciendo la verdad? ¿Serían ciertas sus sospechas o querría simplemente vengarse de él?
En ese momento no sabía qué creer.
Sakura no se había apartado del lado de Mina mientras estuvo enfermo, incluso cuando ella estaba recién operada. Le cantaba canciones, le hablaba al oído, la había visto llorar de dolor. Y aquel mismo día, cuando Mina se puso enfermo, había sido Sakura quien lo apretó contra su pecho mientras él remaba para volver al castillo. Y había sido a ella a quien Mina acudió cuando se sintió enfermo.
Ese pensamiento le encogió el corazón. Mina no era el único que la quería. Él, el líder de una nación, un hombre que controlaba el destino de millones de personas, no po­día controlar sus pensamientos o sus emociones cuando se trataba de cierta pelirroja...
Pero había sido falsa y traicionera una vez.
Dejando escapar un suspiro de frustración, Naruto salió del despacho y se dirigió al Centro de Seguridad. No sabía qué iba a hacer con Sakura Haruno, pero no pensaba arriesgar la vida de su hijo.